⚓️33⚓️ CUANDO UN CORAZÓN ENAMORADO LATE

Año 15
10Ka, 50Ma.
Deora, Korbe.

—Eso fue inapropiado —soltó Aracnéa de camino.

Maltazar intentó no perder la paciencia.

—Qué sabrás tú lo que es apropiado y lo que no —respondió mordaz.

—Tienes una fama bien construida, no permitas que los últimos acontecimientos la desbaraten.

Entonces sí que Maltazar perdió la paciencia. Tiró a Aracnéa contra la pared y desenvainó su espada, apuntándole al cuello.

—Desde que llegó Isis te has encargado de probar mi paciencia más allá de los límites, y te juro por los ocho mares que has conseguido traspasar lo fayremse y oscuramente aguantable. —La punta filosa de la espada hincó en la susceptible piel del cuello de la turia.

Pero ella no se amedrentó. Estaba acostumbrada a que él la tratara con rudeza, era la forma habitual de congeniar incluso en los momentos que se la pasaban bien.

—Esa albina es la única que te ha llevado al límite de la paciencia absteniéndose y prohibiéndote que la toques, ¿qué clase de esposa es? —alegó, olvidándose del respeto—. Y tienes el coraje de decirle a los seres de allá adentro, tus fieles esclavos, que la única que puede acercarse es esa...

—Te referirás a Isis como tu reina —alertó creando un hilo de sangre en el cuello de Aracnéa.

Esta emitió un quejido de dolor en contraste con la risita baja y burlona que se le escapó a Maltazar.

—Te carcomen los celos Aracnéa...

Él se quedó mirándola el tiempo suficiente para que ella lo deseara, allí, a filo de espada y al borde de la muerte. La turia seguía sintiendo por Maltazar exactamente lo mismo, o incluso, más avivado. El hombre acercó su rostro al de ella, tanteando, sacudió la cabeza en gesto de desaprobación y susurró:

—¿Cómo pudiste ser tan estúpida para amarme? Tú, entre tantos irlendieses, que conocías mis inclinaciones... —Le hincó más el filo de la espada y un hilo de sangre se asomó a la superficie de entre los poros de la piel.

—Lo que yo sienta es irrelevante —respondió con voz ahogada—. Aunque eso no quita la deshonra que he cometido contra mi raza al sentir... —No terminó la expresión. Apretó los dientes, hubiera querido que todo fuese mentira, pero no lo era—. Por alguien como tú, que destruye su fantástica reputación anunciando a los cuatro vientos que le es leal a esa meretriz.

Maltazar apretó los dientes y todo su cuerpo se tensó de un modo letal:

—Te juro que si no te retractas ahora mismo y te comportas, te rebanaré los sesos.

—Me sentiré honrada de morir para no tener que servir a un capitán tan débil que no conoce el significado del nombre que porta. —Aracnea escupió las palabras con una satisfacción desconocida que solo sirvió para calentarle más la sangre al que envainaba la espada—. No eres más que un fraude de pirata, un fraude del auténtico Maltazar.

Y ese fue el límite irrebasable. Lo siguiente ocurrió muy rápido, como siempre ocurría cuando la fuerza contenida del capitán se convertía en adrenalina letal y despedazaba cuánta cosa se le cruzaba en el camino. Aracnéa no perdió la sonrisa cínica del rostro, aun cuando sus ojos ya vacíos de vida se quedaron fijos en un punto infinito. La cabeza rodó por el pasillo, y Maltazar limpió la sangre de la espada con la ropa del cuerpo inerte.

Al seguir la marcha solo, sus extremidades temblaban y el ruido en el pecho atormentaba su mente. No, no por el asesinato que acababa de cometer, sino por las últimas palabras que había escuchado y ahora lo atormentaban en la soledad del pasillo: «Un fraude del auténtico Maltazar».

¿Era verdad? Por más que él quería convencerse que no, la duda que llevaba los últimos años siendo el comején de su resistencia flotó a la superficie, recordándole la batalla fallida entre su mente y corazón y los sentimientos tan arraigados que había desarrollado por Isis. Tuvo que reconocer que el anterior Maltazar jamás se hubiese rendido por otra criatura, y que por mucho que odiara el significado de debilidad, eso era precisamente lo que lo abarcaba cuando se trataba de ella, su reina, su esposa...

Se detuvo antes de abrir la puerta del segundo cuarto y se apoyó en la pared deslizándose lentamente hacia abajo. Había pasado más de una década desde que era el nuevo Maltazar, forjándose como el rey del océano, transformándose poco a poco en el ser más poderoso de Irlendia, y quién decía de Irlendia, también de ambos universos. ¿Qué otro le era rival en el planeta Tierra? Nadie tenía sus poderes inalcanzables. Solo él, que ahora estaba tirado en el suelo de una taberna clandestina temblando por sus fuertes sentimientos hacia una albina del clan Oscuro. Lo aceptaba, lo aceptaba con todas las consecuencias. Y escuchó de nuevo la voz de su interior, probablemente la voz humana sacudiéndolo con el golpe de realismo que necesitaba.

«Voy hacer hasta lo imposible porque te recuperes, Isis».

Y con la promesa renovada, le dio una patada a la siguiente puerta.

Dentro no había mucho más que desastre. Tubos de ensayos encima de una sucia cama, papeles por doquier y un olor nauseabundo que hizo que Maltazar se tapara la nariz. En una esquina del cuarto, estaba el xariano que necesitaba, mezclando un líquido violeta con uno rojo y tomando anotaciones.

—Dr Minko —anunció Maltazar desde su lugar en el umbral.

El xariano no se dignó a mirarlo. Ni siquiera conocía el portador de la voz que pronunciaba su nombre. Lo único que le interesaba en ese momento era saber el resultado de mezclar ese por ciento reducido de hidrógeno con atargiaski rebajado con helio.

—Vengo a solicitar sus servicios con urgencia —siguió Maltazar haciendo una proeza para destapar su nariz y que la voz sonara con más potencia.

—Tendrá que disculparme señor, he tomado una temporada de vacaciones —respondió Minko anotando las interesantes burbujas moradas que salieron del envase y comenzaron a flotar por la habitación.

Minko había sido formado en las instalaciones de la PIC y parecía tener un futuro prometedor como uno de los mejores científicos de su época. Pasó a la lista negra cuando comenzó a experimentar con seres pensantes de Irlendia tales como híbridos del clan Zook y todo tipo de miembros de clanes. Aquello estaba prohibido, pues los famosos experimentos de los xarianos se limitaban a científicos cualificados que llevaban centenas de años de experiencia, títulos y que además, laboraban siguiendo un manual de reglas muy estricto que englobaba el tipo de experimentos que podían realizarse. Minko fue advertido muchas veces hasta que se ganó un pase directo a la prisión como convicto peligroso, le revocaron el doctorado y le prohibieron volver a usar cualquier componente químico o industrial. Jamás pisaría la PIC o instalaciones parecidas, y bajo ningunas circunstancias podría dar servicios de cualquier índole a sus coterráneos. Minko cumplió los años de cárcel que parecían interminables y fue vetado en Imaoro.

El cómo siguió cometiendo actividades ilícitas en lugares clandestinos no le atañaba a Maltazar, lo único que necesitaba era que curase a Isis. El xariano era bueno, todos en los mundos lo sabían. Así que avanzó por el cuarto, recortando la distancia que lo separaba del doctor Minko, pateó los obstáculos que se interponían y levantó al pequeño sujeto por la ropa a una altura que pudiese mirarlo directamente a los ojos.

Desde que Maltazar era humano, se consideraba entre los suyos como "alto". Pero sus años desarrollándose como oscuro más los ligamentos de músculos que había entrenado, le concedían una vista mucho más "grande". Ese xariano en cambio, era una cuarta parte de todo el tamaño del capitán, así que cuando fue levantado del suelo y se encontró con los gélidos ojos grises tragó muy grueso.

—C-Capitán.

—Vendrás conmigo ahora mismo.

—S-Sí...

Maltazar arrastró al doctor por el camino de vuelta, y los clientes que bebían en la parte destinada al espectáculo y entretenimiento fingieron no alertarse cuando el terror de los ocho mares pasó entre ellos dispuesto a la salida. Sus piratas Uros y Güolec se unieron a la marcha, en silencio y satisfechos de disfrutar de los breves placeres que ofrecía el Cicum. Ninguno preguntó por Aracnéa cuando subieron al bote, y no fue hasta antes de ascender al Atroxdiom que Maltazar le dio el anuncio al híbrido de dos lenguas bífidas:

—Güolec, serás el nuevo contramaestre.

—Capitán —aceptó este con un solemne asentimiento de cabeza.

No hizo falta decir otra cosa para explicar la ausencia de la turia, ambos piratas que acompañaban al capitán supieron que ella no volvería y que no la verían nunca más.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Año 15
10Ka, 50Ma.
Mar Oriental, Korbe.

—Está muy grave —determinó el doctor Minko lo que Maltazar ya sabía—. Después de estudiar con detenimiento las células infestadas, he llegado a la conclusión que se ha cortado accidentalmente y se la ha introducido un patógeno externo a nuestro universo. ¿Han estado en el universo paralelo recientemente, Capitán?

—Así es —aceptó él recordando la boda.

—El cuerpo de la reina ha rechazado este patógeno extraño y ha mandado una severa fiebre como aviso. Al parecer el microorganismo encontró una forma de ser resistente y ha ocacionado infectarle la herida. Debemos eliminarlo. El primer proceder será destruir la infección, luego cauterizar la herida, así la fiebre desaparecerá.

—Has lo que tengas que hacer, pero asegúrate de hacerlo rápido —ordenó el capitán cruzando los brazos sobre el pecho, inquieto.

—Como la reina pertenece al clan Oscuro, necesitaré tratarla según el arte del clan.

—¿Conoces sus procederes?

—Par de cosas —confesó el xariano quitándose los lentes, limpiándolos y guardándolos en un bolsillo de la vieja levita que llevaba puesta—. Cuando me destituyeron de mi cargo y me apresaron no fue solamente por hacer los mismos experimentos que los más ambiciosos de mi clan llevaban a cabo en cuartos privados. —Maltazar entrecerró los ojos al escucharlo y el científico sonrió mirando a ningún lado en particular—. Fue por miedo.

—¿Miedo?

—De que yo estuviera aprendiendo métodos oscuros, Capitán. —Dr Minko se puso de pie, al lado de Maltazar, y contempló a una inconsciente Isis sobre la cama—. Los xarianos siempre se han limitado a la ciencia y lo que esta puede ofrecerles, pero tienen miedo de lo que los pactos universales pueden lograr. Le temen a las estrellas, a las plantas que crecen en Balgüim y a la oscuridad. Yo incursioné en todas ellas, no quería creer en límites... —Minko suspiró—. Y ellos empezaron a temerme, y me encarcelaron.

Maltazar comprendió que había sido muy acertado encontrar al científico para que tratase a su esposa.

—Pondré el barco rumbo a Balgüim entonces —determinó en voz alta—. ¿Alguna región específica?

—Bajo Balgüim —dijo el doctor Minko seco, con una expresión reverente.

Bajo Balgüim era la región donde estaba el alcázar de Dlor. Aunque el rey del océano no le temía, ni a él ni a su ejército, entraría en la región natal de Isis y eso podría desencadenar varias consecuencias..., no de salud precisamente.

—¿Qué zona de Bajo Balgüim? —inquirió Maltazar con más crudeza de la que intuyó que saldría en la pregunta.

—Si el barco entra por la parte norte del río Lowdarc nos encontraremos con una plantación de defanes. El defán es una planta exótica y natural del mundo que tiene altas propiedades curativas. Haré una infusión para que la reina la ingiera, y la savia con la hoja machacada será aplicada como antibiótico tópico en la herida.

Maltazar asintió y le permitió al doctor Minko retirarse a su camarote de invitado, que por la seriedad de la situación, sería el ubicado al otro lado de ese vestíbulo. El capitán le ordenó al contramaestre fijar el rumbo y no supo combatir la incertidumbre que lo torturó a medida que avanzaban hacia el Mar Nórtico.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Año 15
10Ka, 50Ma.
Mar Nórtico, Balgüim.

Un grupo de piratas preparados para misiones de tierra firme fueron los encargados de recoger una cantidad decente de defanes y llevárselas al científico que las emplearía según le había explicado a Maltazar para la recuperación de Isis. La preparación tardó más de lo que la desesperación del capitán podía soportar, así que envió al contramaestre con otro grupo de piratas unas millas al este para que intercambiasen con los contrabandistas oscuros alguna que otra munición que entretendría a todos y mataría el tiempo.

Pero cuando Güolec regresó con noticias, la desesperación del capitán no hizo más que aumentar: Habían destruido el almacén, y todos los puntos circundantes donde antes los piratas y los oscuros corrompidos intercambiaban ahora estaban vacíos. El estudio del terreno indicaba que había sido obra del ejército real, aunque no reciente, quizás de hacía uno o dos años atrás...

Fuera como fuese, no era problema de Maltazar porque aún no acudía al palacio de Jadre a pactar ningún tipo de acuerdo, así que lo que ocurriera entre ambos ejércitos de los mundos lo tenía sin cuidado. Lo que sí le molestaba era perder buenos puntos de intercambio, tendría que obligar a sus piratas a enmendar la pérdida y buscar nuevos traficantes oscuros.

Pasaron varias horas hasta que el doctor Minko tuvo lista la infusión y la pomada para la enferma. Con vigilancia de Maltazar, que no quiso perderse ningún movimiento, y ayuda de la atamarina Felín que sirvió como auxiliar del xariano en cada paso, Isis bebió, media dormida. Maltazar agradeció que ella no estuviese del todo conciente cuando le limpiaron la supurante herida del pie y le agregaron el antibiótico, porque al primer contacto con la deteriorada piel albina se produjo un humo espeso y un sonido que era similar al de ácido de batería erosionando sobre el pavimento.

Minko le dejó instrucciones a Felín de lo que debía hacer transcurrido ciertos minutos en un intervalo de horas y luego le aseguró al capitán que su reina estaría curada antes del inicio del año décimo sexto.

—Eso espero —dijo el capitán sin dejar de mirar a Isis—. Ahora quiero que nos dejen solos —ordenó para que la atamarina y el xariano salieran de su camarote.

—Vendré a cambiarle el vendaje y colocarle más pomada en el tiempo correspondiente, Capitán —anunció Felín—, según el Dr Minko me ha indicado.

—No. —La negativa del capitán fue indiscutible—. Lo haré yo.

Y dejando asombrados a sus dos oyentes, hizo que una ráfaga de viento abriera la puerta en la clara directiva de que ellos salieran.

Una vez estuvo solo, Maltazar se quedó observando a su mujer largo y tendido. Se sentía cansado pues llevaba demasiadas horas sin dormir. Pero la preocupación por Isis era mayor que el sueño. No obstante en el silencio del camarote, con el vaivén de las olas meciendo lentamente el barco y la brisa fría de Balgüim colándose por las diminutas rendijas de la ventana, a Maltazar le flaquearon las rodillas y se vio en la tentación de derrumbarse allí mismo sobre el suelo.

Fue cuando le estaba cambiando el vendaje a Isis por segunda vez que el silencio se vio interrumpido por un leve quejido. Él levantó la vista y notó la mueca de ella, todavía con ojos cerrados y una temperatura tan alta que ni el Volcán de los Azares de Drianmhar haría competencia. Maltazar también vio cuando Isis empezó a temblar y escuchó el balbuceo de «Tengo frío». Minko le había explicado que justo antes de iniciar la fase recuperativa, la reina entraría en un frío espasmódico que abarcaría todo su cuerpo.

Así que sin pensarlo, como por un impulso instintivo, el capitán estiró el cuerpo sobre la cama, se tendió al lado de ella y la abrazó con sus fuertes brazos, estrechándola contra su pecho y besándole la cabeza.

—Todo estará bien, Isis. Todo mejora a partir de ahora...

La joven, que estaba más despierta que dormida, sintió una tranquilidad inmediata en cada miembro luego del abrazo de Maltazar. Era como si estar entre la piel de él mitigara el sufrimiento que le ocasionaba la suya. Sintió que los temblores se detenían y aunque el frío era vigente, la calidez que emanaba el pecho cercano lo contrarrestaba. Entonces abrió lentamente los ojos, encontrándose en la penumbra del camarote con el gris más despiadado de la galaxia que a su vez podía albergar la dulzura más infinita.

—Hola —le susurró el capitán subiendo la comisura izquierda. No llegaba a ser una sonrisa, pero el semblante de su cara se relajó en una expresión gentil.

—Hola —le respondió en igual susurro Isis. Después arrugó el ceño por la molestia de su pie, pero cuando alcanzó a ver el vendaje se relajó—. ¿Mejorará?

—Me he asegurado que así sea —contestó en tono bajo Maltazar—. Y si no, flagelaré con el látigo a ese científico loco y luego lo cortaré en pedacitos para que se lo merienden los piratas.

Eso le sacó una sonrisa a Isis. Luego encogió el cuerpo por la permanente fiebre.

—Nunca me había sentido así, con tanto frío —contó, volteándose boca arriba.

—Pronto dejarás de sentirlo —le aseguró él.

Ella giró la cara al lado contrario, sintiéndose repentinamente avergonzada por los recuerdos que comenzaban a invadir su mente: Una sombra dándole de beber algo asqueroso, un capitán cambiándole vendajes, unos fuertes y cálidos brazos estrechándola...

Los temblores reiniciaron y la albina giró también el cuerpo, quedando de lado sobre la cama y de espaldas a Maltazar. Estaba en la misma cama que se había jurado no tocar, cerca del hombre que intentaba evitar. Él había dedicado tanto esmero en curarla, se había rebajado a atender sus necesidades más urgentes, ¿cómo podía una bestia hacer aquellas cosas solo porque sí?

La respuesta que le dio su mente le pareció a Isis como un bálsamo más refrescante que la pomada que tenía untada en el pie, esa que en vez de aliviarle le escocía como el fuego aunque su resultado final fuera neutralizar la infección. Quería creer lo que pensaba...

—Siento que todo esto esté pasando —susurró ella sin fuerzas para llorar, pero con muchas ganas de hacerlo. Maltazar estuvo a punto de añadir algo cuando Isis prosiguió—: Yo no pretendía confundirte. Jamás intenté destronarte de tu puesto.

Y entonces él supo con toda certeza que su querida reina no se estaba refiriendo a la inesperada condición de su estado febril. El mensaje era más abarcador y profundo, porque revelaba que ella comprendía la lucha interna de Maltazar.

Solo se escuchó la respiración masculina, pesada, lenta. Isis continuó, todavía de espaldas a él, sin moverse:

—Tú... me has traído a este camarote, el personal del capitán. Has navegado a mares distantes para buscar a un doctor que me tratase. Me has arropado con tus mantas y ahora... —Ahogó un sollozo. El temblor se intensificaba segundo a segundo, la fiebre se mantenía alta—. Estás aquí, acostado a mi lado, brindándome tu calor. Dime... Dime terror de los ocho mares, ¿qué te ha motivado hacer todo eso?

El mencionado se deslizó sobre el colchón, hundiendo la zona de Isis por el peso de su cuerpo fornido. Deslizó torturantemente lento su mano por el brazo de ella, que estaba encorvada en posición fetal, eliminó la distancia creada que le daba margen al frío, y colocó los labios en la oreja expuesta de Isis. Ella sintió en su espalda el corazón acelerado de él cuando habló:

—Me enamoré de ti.

Un espasmo viajó desde la garganta de Isis a su vientre, abarcando manos y piernas. Terminó más pronto de lo que podía procesar las palabras, y con este, la fiebre alta que atormentaba el organismo desvalido. La temperatura de Isis comenzó a graduarse, el dolor del pie se amortiguó, y su corazón... su corazón le hinchó tanto el pecho que estuvo a punto de reventarla allí mismo, en esa gran cama que se reducía a los brazos de un hombre que estaba enamorado.

Y ella... A partir de ese segundo exacto Isis del Bajo y Alto Balgüim, convertida en la esposa de la bestia, reina del océano, se encontró en aguas inexploradas.

—Ya no quiero seguir peleando la batalla entre mi pacto y mi corazón —reveló Maltazar abrazándola con anhelo, como si el abrazo pudiera detener de una vez los tediosos temblores—. Perdí, Isis. —Los susurros en la oreja femenina, tan bajos y roncos, lograron erizarle la piel, y no precisamente por el frío—. Pero por medio de esa pérdida obtuve el más dulce trofeo.

Él hablaba en metáforas que la agotada mente de su esposa apenas podía procesar. Tanto brebaje empezaba a surtir efecto, y más pronto de lo que ambos deseaban la mente de ella se envolvería en el sueño, siendo este el protagonista en horas futuras. Pero a Isis le bastaba con recrear aquel «Me enamoré de ti» en todos los sueños venideros.

—Yo... yo...

La lengua se le enmudeció por obra del defán que había preparado el doctor Minko. Como había profetizado el xariano, la fiebre desapareció y los temblores también, llevándose temporalmente la conciencia de la enferma en el proceso.

Y ahí quedó rendida la mujer de blanca cabellera, entre los brazos de un hombre que había jugado a ser un oscuro capitán pirata por casi quince años pero que en el fondo no había dejado de ser un humano. Lo quisiera él o no, su corazón seguía dentro de su pecho y latía alocado por esa que le había devuelto la vida con determinación.

Porque cuando un corazón enamorado late no existe impedimento en el universo capaz de detenerlo.

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