⚓️30⚓️ UN SALTO CALCULADO
Año 15
10Ka, 50Ma.
Triángulo de
las Bermudas.
Maltazar lo había preparado todo para atravesar al otro universo en el momento justo. Calculó la hora exacta en que se abriría el agujero, y dispuso el Atroxdiom a navegar automáticamente con coordenadas precisas. Existía un compartimento secreto debajo de la plataforma del timón de la proa que servía para ajustar navegación automática usando cualquier tipo de energía. En vista que la Osérium escaseaba y era sumamente valiosa, y por tanto difícil de conseguir, Maltazar usaba energía eólica capturada por él del espacio que envolvía al Mar Akis en la galaxia.
Estaba en dicho compartimento meditando en las últimas palabras que Isis le había dedicado después de aceptar la propuesta de matrimonio. En el instante que ella verbalizó «Acepto», él abrió los ojos e inspiró satisfecho. Sus muestras de entusiasmo se limitaron a eso, mas quedó evidente el placer que lo embargaba.
—Pero tengo una condición —añadió la princesa.
—¿Cuál? Te daré lo que quieras —prometió él.
—Permita la abstención —pidió para desconsuelo del capitán.
Isis llevaba en abstención desde que había puesto los pies en el barco, y tenía en abstención a Maltazar desde que se conocieron, pedir aquello no tenía sentido. Maltazar se cubrió con rabia. Era frustrante la retención que él como hombre tenía que soportar por causa de la albina, y hasta doloroso en el aspecto físico.
Había intentado de todo con tal de sacársela de la cabeza, con que su esencia delicada no le atormentara el cuerpo con solo un vistazo, con que su voz de terciopelo no lo torturara en sueños nocturnos. La abstención por respeto a Isis era un suplicio impuesto en el día a día de Maltazar. Y ella parecía estar muy conforme y firme sobre su propia abstención, disfrutando la libertad de la que no disponía cuando era un trozo de carne para el líder drakgrenarí.
—Esto es solo un asunto legal, Isis. Sabes que soy incapaz de someterte a algo que no quieras aunque yo... —Él apretó sus puños con tanta rabia que las venas negras aparecieron en esa piel descubierta debido a la camisa remangada—. Aunque yo lo desee con vehemencia... —murmuró por lo bajo y entre dientes.
Isis se tocó el vientre.
—Puede seguir con su plan verbal de la descendencia, a sus oyentes no les quedará otra que creerle. Pero ambos sabemos que soy estéril, y que no tiene ningún sentido llevar a la práctica intentos por concebir cuando estos serán infructíferos.
Maltazar solo asintió para girar su cuerpo hacia la gran ventana que ofrecía un panorama rebuscado de espirales cósmicas. En ese punto, se acercaban al sitio de destino pero aún no se había abierto el portal. El hombre mantuvo apretado los puños con rabia, aunque su semblante era tan neutro como la neutralidad permitía. ¡Al Séptimo Abismo la práctica para concebir! Él no deseaba solo ese propósito con Isis. La quería a ella, de todas las formas posibles que se podía querer a una mujer. Como princesa, como aliada, como esposa y como amante.
Él... había caído perdidamente en el hoyo más peligroso que existía: el que podía despojarlo de su poder a voluntad y someterlo como un humilde servidor.
Estaba tan perdido por Isis, que si llegaba a besarla siquiera olvidaría todo el condenado pacto de ser Maltazar. Se fundiría a ella como nunca se había fundido con nada en la galaxia, la convertiría en la envidia de todo lo que respirara sobre la faz de los mundos; todos iban a querer ser ella, tener los beneficios de ella, poder dominar al capitán como ella... La amaría con fuerzas infinitas, con cuanta promesa ella exigiera. ¡Estaba tan perdido! Tan perdido...
E Isis creía que lo hacía solo por política.
¿Por qué él no podía confesarle todo lo que le quemaba desde adentro? ¿Por qué seguía obligando a su parte humana a permanecer oculta y reprimida? ¿Por qué se mantenía aferrado a la creencia que arrancarse el corazón era lo mejor de todas formas?
Mientras este debate silencioso desataba el peor de los conflictos nervioso en el capitán, Isis farfulló algo de retirarse y desapareció cerrando la puerta. Allí se quedó el actual Maltazar, solo, enojado consigo mismo y a pocas horas de casarse sin saber lo que pasaba por la mente y corazón de la princesa.
Esta, atormentada, había llegado al camarote que se le había asignado llorando, con el alma rota, esa sensación de vacío que parecía no poder llenarse nunca. Se repetía vez tras vez que aquel matrimonio traería bastos beneficios aunque ella misma siguiera igual que al principio: necesitada de sinceridad y una transparencia que la bestia se negaría a conceder. Debía olvidarse de sus deseos de algo mejor, algo dulce que solo probaría en sueños. Sin embargo, no por repetirse las buenas razones políticas y morales que llegarían se sentía mejor. Maltazar ciertamente le había calado más hondo de lo que imaginaba...
Pero el capitán no intuía nada de esto. Podía creer que ella se ponía nerviosa cuando estaban cerca y que agradecía el respeto y libertad que en su escasa misericordia le había permitido. Pero de ahí a que estuviera prendada como mismo él lo estaba de ella era impensable. A su entender, Isis lo despreciaba. Y que le hubiese hecho una cena para ganarse una disculpa era solo una estrategia de supervivencia amena en el Atroxdiom, donde de todas maneras estaba condenada según ella creía. Y que reaccionara poniéndose tensa y exaltada cuando él acariciaba levemente aquí y allá solo era muestra del desconocimiento a ese tipo de acciones, la inexperiencia de no recibir gentilezas corporales tan diferentes a los ataques brutos que había sufrido.
Esas eran las justificaciones que ponía Maltazar a las reacciones de Isis. Pero ni en un millón de kiloaños se le hubiese ocurrido asegurar que ella estaba enamorada de él. Eso sí, deseaba gustarle a Isis porque obtener solo rechazos por parte de ella lo frustraba y deprimía a partes iguales.
Cuando era un humano, jamás había tenido que esforzarse para gustarle a alguien. Era el heredero de Howlland más seguido del planeta en redes sociales y el segundo a nivel internacional, solo detrás de un futbolista famoso. Poseía características físicas angelicales, contaba con la posición social y económica ideal. Personas de todos los niveles lo tenían como una especie de dios del Olimpo caminando entre ellos. Y aun así, él se había sentido tan solo, tan perdido, tan desdichado...
En Irlendia no es que el asunto de atracción hubiese menguado después de convertirse en capitán. Esto, por más, aumentó su atractivo. Ser el varón dorado de los irlendieses que lograban verlo y caían rendidos a sus encantos..., ser el objeto de odio por este mismo motivo, ser la piedra que rompía matrimonios, ser la delicia en apariencia tanto como el terror de los mares... En cada puerto que acudía dejaba corazones destrozados, locos de remate que gritaban su adoptado nombre y seres masoquistas que se conformaban con un poco de él a cambio de una vida de esclavitud.
Y de nuevo, estas cosas no lo satisfacían en exceso, porque el placer era muy temporal.
Había aprendido a vivir así, desatándose de las cadenas de los sentimientos y manteniendo a raya su inutilizado corazón. Ah, pero Isis... Esa albina había removido todas las partes que creyó enterradas. Tan peligrosa y única como pura y bella; una combinación tan letal que la volvía irresistible. Pero Maltazar había logrado resistirse a tomarla. Debía ser un héroe solo por eso. No sabía cómo ni de dónde sacaba las fuerzas para controlarse, pero el hecho es que la respetaba y admiraba a grados que jamás soñó colocar a otro ser que no fuera él mismo.
—Me estás volviendo más demente de lo que estoy... —murmuró mientras agregaba potencia al barco desde el compartimento secreto para que avanzara con más rapidez hacia el gran agujero negro que se había formado.
La masa anti temporal se tragó al Atroxdiom sumiendo el entorno en densa oscuridad. Pero en cuestiones de segundos luces y flashes delinearon el túnel que lo envolvía, una claridad abundante se abrió y el colosal barco pirata emergió por el remolino superior a las aguas del océano Atlántico. Sí, había logrado traspasar al planeta Tierra.
Se comunicó con su contramaestre y dio la orden que la tripulación ya podía salir a cubierta. Los piratas tenían trabajo que hacer en el barco, pero el capitán ocupaba un compromiso más importante: casarse. Cuando algunos de sus lacayos estuvieron en proa, mandó a buscar a Isis y a preparar un bote para llegar a unas rocas alejadas que se alzaban en un claro de las aguas de las Bermudas. También dejó instrucciones precisas para que se aumentara el espesor de la niebla cósmica que cubría el Atroxdiom y así quedara oculto a la vista de cualquier tipo de transporte, aéreo o marítimo, que pudiera pasar. Estas instrucciones se las habían aprendido los piratas de memoria, pues no era la primera vez que Maltazar hacía incursiones a la zona.
Por otro lado, antes de que acudieran a buscarla al camarote, Isis se había estado preparando como el capitán le había pedido: exultante. Quizás en otro idioma hubiese podido resultar complicado arreglarse en base a una sola palabra, pero la definición en Káliz para "exultante" era más abarcadora que en otras lenguas. Incluía la idea de parecer eufórica y excitada por un acontecimiento único. De hecho, el contexto de la palabra en Káliz para exultante era utilizado en tributos sagrados y para referirse mayormente al estado mental de los implicados en ceremonias excelsas.
Así que en base de esto, la princesa hizo uso de sus conocimientos de maquillaje y estilismo para prepararse para la boda privada que tendría lugar. Solo serían partícipes el capitán y ella, pero la importancia del acto era tal que Isis decidió esmerarse. Cuando salió a proa no hubo ni una sola criatura que no suspirara al apreciarla. Hasta esos que más la detestaban tuvieron que reconocer la arrebatadora belleza, pura y empírea, que pisaba su pecaminoso barco. Incluso Aracnéa, en contra de todos sus deseos, tuvo el fugaz pensamiento de lo virginal que parecía la novia para la boda. Todos sabían que la albina no tenía un ápice de virginidad, pero por insoportable que fuera que Maltazar tuviese razón, Isis del Bajo y Alto Balgüim lucía tan decorosa, digna y magnífica que la suciedad de sus vivencias quedaban relegadas a un lejano pasado.
El tope de admiración llegó cuando Maltazar, delante de todos los piratas, tomó una mano de Isis y se la llevó a los labios para besar el dorso con delicadeza. La tripulación nunca había visto algo semejante llevado a cabo por el capitán y Aracnéa ciertamente jamás había experimentado de parte de él nada parecido. Los celos y la ira crecieron en su corrompido interior ya manchado con rencor y deseos de venganza. Odiaba a esa albina como ningún ser en Irlendia podía odiarla.
Maltazar se llevó a su novia engalanada con los colores de los mares hacia el bote pero no remó, pues deseaba mantener intacta su camisa blanca y su chaleco de cuero con prendedores de oro. Ese día no llevaba demasiadas joyas, solo las necesarias para darle un toque elegante y formal a su atractivo. Se rebajó la barba y no se puso el sombrero de capitán. En cambio llevaba una capa fantástica que tenía incrustada diademas en el extremo inferior, dividida en dos picos que caían por la espalda hacia las piernas; las diademas atrapaban la luz de las estrellas para luego dejarla escapar en tenues centellas cuando el capitán se movía.
Aunque el mismo firmamento de Irlendia era testigo que por muy blanco e inmaculado se vistiera una bestia, su alma estaba tan negra como su conciencia.
Él lucía magnífico, pero como había previsto, Isis se veía exultante. Con aquel vestido verde azul claro ceñido en el pecho y cintura, resaltando el encaje en su vientre plano, la figura esbelta y moldeada de la princesa recordaba a una syrisa. A partir de las caderas la tela caía en cascadas que se bamboleaban generosas según ella se moviera, como si la tela estuviese agradecida de ser usada en tan distinguida figura. Sus accesorios eran marinos; aretes y collar con piedras de topacio, brazaletes de perlas, al igual que una tiara que combinaba la gema azul con perlas para abarcar gran parte de la coronilla blanca en tejidos metálicos. Isis le hacía honra a sus orígenes maternos, y cumplía muy bien el cometido de la mujer que sería desposada por el único rey del océano.
La ceremonia transcurriría en ls Tierra, pero aunque se llevase a cabo en Irlendia, el puesto del rey del océano era aplicable a ambos universos. ¿Quién podía ostentar un poder tan supremo como el de Maltazar? Un capitán que hundía embarcaciones enteras cuando lo creía necesario y recogía los botines más interesantes. Ahora Isis se convertiría en su esposa, destinada a lidiar con un poder así por los años de los años... Pasó las manos por su cabello, meditando en más detalles de lo que implicaba casarse con el capitán. El cabello de la princesa había crecido hasta llegarle a los tobillos, y caía con ondas que ella había moldeado como el tesoro más decoroso de su conjunto.
No era de extrañar que Maltazar estuviese a punto de reventar con su flamante esposa. Demasiado exquisita para ser solo una pieza de un mero asunto legal, demasiado noble y virtuosa para amar a una bestia como la bestia ansiaba... De hecho, ni siquiera tenía que ser amor. Maltazar se conformaba con gustarle a Isis, lo suficiente para que ella dejara de retenerse y alejarse de él como si fuera algo asqueroso.
El cielo de entonces se teñía de magenta, rastros de un horario tardío que se aproximaba al anochecer. El contraste entre la sombra terrestre y el cielo azul hacía que tonos rosados resaltaran, fenómeno óptico que ocurría porque las longitudes de onda más largas de la luz roja viajaban a mayor distancia en la atmósfera terrestre que los tonos violetas.
Cuando llegaron a las rocas, Maltazar usó su poder sobre el viento para retener el bote. Las olas rompían una y otra vez contra la superficie dura, y no tardaron en mojar las partes inferiores de las vestiduras de ambos, pero el capitán consiguió que ráfagas de viento rápidas y certeras los secaran. Isis vio cómo después él se descolgaba la cadena del cuello y abría el medallón que sobresalía sacando un anillo magnífico que portaba una de las cosas más codiciadas en toda la galaxia: una piedra estelar.
—Este anillo será una demostración ocular de nuestro compromiso —le dijo, colocándoselo a Isis en el dedo corazón de la mano izquierda.
—Es muy hermoso, gracias. Me queda perfecto.
—Lo mandé a confeccionar exclusivamente para ti. Yo mismo le entregué la piedra al artesano del clan Juno. Fue extraída de la estrella Alfa Centauri, una de las más brillantes del sistema solar que rige el planeta Tierra.
Isis quedó muda ante el fulgor poderoso que desprendía la piedra roja. El brillo podía encandilar, pero sus ojos blancos y poderosos resistieron.
—Es tan... candente —declaró sin dejar de apreciarla.
«Representa con exactitud lo que siento por ti» confesó él para sus adentros.
Pero en vez de confesarlo en alta voz, el capitán le tomó ambas manos a Isis entre las suyas para no dilatar más la ceremonia.
—Yo, Maltazar, capitán del Atroxdiom y terror de los ocho mares te tomo hoy, Isis del Bajo y Alto Balgüim, princesa del clan Oscuro, como esposa. Con el astro Sol de la órbita de la Tierra descendiendo como testigo, y las cálidas aguas del océano Atlántico que nos rodean.
Isis repitió exactamente lo mismo, cambiando el orden de los nombres y resignándose un poco al mencionar «Maltazar» y no el nombre verdadero de su esposo. Se había resignado a eso, a tener de él solo la transformación y no el humano que quedaba en lo hondo de su corrompido sistema.
—¿Ya está, Capitán? —preguntó—. ¿Así se sella el pacto de matrimonio en este lugar?
El capitán tragó lentamente, paseando la mirada desde el rostro perfecto de Isis y deslizándola por el cuello, pechos y pies. Allí, en los pies, ella se había calzado unas sandalias abiertas con plantillas de cuero encerado gris que estaban tejidas con hilos de plata.
—La verdad, Isis, el pacto se termina de sellar con un beso —confesó en lo que fue un anuncio sobrecogedor para ella—. Y luego... se consuma el matrimonio en un acto en el que has dejado claro de antemano, no quieres participar.
Isis trató de mantener la calma ante tales revelaciones. Ella había accedido a casarse con la única salvedad de evitar contacto íntimo con Maltazar. No obstante, si sellar el pacto correctamente en ese universo paralelo llamado Tierra implicaba esas cosas, ¿significaría que él había estado omitiendo información a propósito?, ¿que no tendría pensado respetar su promesa de abstención?, ¿que finalmente la tomaría en contra de su voluntad como la bestia sin compasión que era?
No, no. Podía seguir siendo bestia pero le quedaba compasión, ella lo había comprobado. Como también lo dulce que podía resultar cuando quería, lo seductor que se mostraba bajo algunas circunstancias, y lo paciente que había sido en la adaptación de Isis al Atroxdiom. Y de la misma forma que Maltazar se había atado al pacto de ser quien era actualmente y todo lo que eso conllevaba, mantendría su palabra respecto al pacto de matrimonio.
—No te preocupes, nada de eso es necesario —se adelantó el capitán como si le hubiera leído los pensamientos—. Tan solo son muestras voluntarias de dos seres que... —Apretó las manos de la albina entre las suyas, descubriendo que la temperatura de las mismas descendían vertiginosamente. Aquello sucedía cuando Isis se ponía nerviosa. Sonrió al darse cuenta que él tenía ese efecto en ella, pero la sonrisa se tiñó triste al suponer que los nervios probablemente fueran por temores sobre sus físicos deberes maritales—. De dos personas que se aman —pudo decir finalmente—. Que no es el caso.
—Por supuesto, no es el caso —secundó Isis sintiendo la frialdad que le recorría los ojos, una que sobrevenía cuando el líquido correspondiente al área se preparaba para esparcirse y caer en forma de hielo.
—No —reiteró Maltazar soltándole las manos.
Isis suspiró, sumamente molesta sin razón aparente, y se adelantó al bote. Subió sin aceptar la ayuda que el capitán quiso brindarle.
—Si ya hemos terminado, me gustaría llegar pronto a mi camarote —casi suplicó.
El hombre alcanzó a atisbar cierta aflicción en el tono. Subió al bote y antes de ordenarle a los vientos que se alinearan para moverlo de vuelta al barco oculto por niebla, se inclinó hacia Isis y le propuso un trato secundario al pacto que acababan de sellar.
—Ahora eres mi esposa, Isis. Puedes hacer lo que quieras cuando quieras sin necesidad de atenerte a una obligación... —intentó, sabiendo que ella captaría la indirecta.
Isis estuvo a punto de sucumbir a esa oferta, olvidándose de sus límites y lanzándose a los brazos de Maltazar aunque solo fuera por descubrir qué le seguía a todas aquellas sensaciones que llevaban dos años y medio atormentándola. Pero ahí radicaba el impedimento: Maltazar mismo, su nombre, su habilidad para presionar sin dejar garantías, su negativa a ceder esperando recibir gratuitamente...
¡Qué pirata para hacer bien su oficio!
Como princesa de Balgüim y recién convertida reina de los mares Isis sabía negociar, y nuevamente hizo uso del autodominio y dignidad que tanto había cultivado. Se inclinó hacia el capitán de manera que sus rostros quedaron más cerca. Usó sus manos hábiles para levantar una manga de la camisa de él, doblándola hasta el codo. Allí, en la piel cálida y descubierta, ella dejó caer su palma fría. El gesto fue tan inesperado que Maltazar se estremeció. Isis llevó la caricia hasta la articulación del codo, notando cómo los vellos masculinos se erizaban.
—¿Qué quieres? —susurró interrogativamente causándole cortos circuitos al capitán.
Ya él le había pedido tiempo atrás que lo tuteara y no tenía caso que en el presente, después del matrimonio, se usara formalismo. Además, se puede decir que la abstención calculada de Isis le había permitido estudiar a su contrincante, saber qué hacer y decir para someterlo hasta cierto grado; no como le hubiese gustado, pero era un pequeño poder de todas maneras y debía aprovecharlo.
—Tú sabes lo que quiero —contestó él con voz ronca, perdido completamente en la acción de ella. La sangre le bombeaba más rápido y la respiración se le aceleraba.
—¿Sabes qué es lo que quiero yo? —inquirió Isis bajo pero seguro.
Maltazar apenas si soltó un gemido, estaba demasiado ocupado en tomar el rostro de la princesa con la mano libre como para preocuparse en responder. Quería besarla. No, no solo quería, lo necesitaba a toda costa porque de no hacerlo...
—Lo que yo quiero es saber tu nombre, tu verdadero nombre.
Y entonces todo se fue al Séptimo Abismo.
+Notas+
Ay Maltazar qué duro eres mijo!!!
Hermosísimos fanart de este capítulo serán publicados en la cuenta de Instagram @ saga_legendarios. Estén pendientes.
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