❄️25❄️ PATINAR SOBRE UN DESEO

Año 14
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.

Jasper se dirigió a la puerta y la abrió, permitiendo que Maya pasara.

—Vaya, esa capa te queda muy...

—¿Lista? —le preguntó cruzando por los ventanales que daban al pequeño balcón.

—Sí —respondió ella caminando hacia él.

Intentó no perder la compostura cuando Jasper se quedó a centímetros de su cuerpo, mirándola tan penetrante que cortaba la respiración. Del mismo modo recibió las manos del príncipe en su cintura y soltó un gemido cuando éste la apretó.

—Tendrás que sujetarte muy fuerte —recomendó ignorando el olor que desprendía la doncella.

Un olor intenso y revuelto, que aterciopelaba sus feromonas y tenía un carácter terroso y húmedo; como la lluvia cuando cae y moja los campos, como las flores abiertas en las mañanas, que se empapan de rocío.

Un olor que lo estaba volviendo loco.

Solo después de sentir que Maya le agarraba con fuerza el cuello abrió en toda su longitud las enormes alas y tomó vuelo dirigiéndose al lejano horizonte.

«Has caído entre las garras de una bestia» gritó el subconsciente de Maya

Y ella concordó que sí, que había caído irremediablemente. Pero a pesar de lo retorcido que podía parecer, ese era el único sitio de toda Irlendia donde al fin se sentía segura.

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Se encontró atónita, sin palabras. Es decir, tenía muchas, muchísimas palabras brincando y chocando en su mente, pero convencer a la garganta de escoger las adecuadas y expresarlas representaba una tarea colosal.

—Es... ¿cómo? Yo... ¿Tú..?

Jasper la había llevado a un lago congelado. Eso había pasado. Un lago que tenía las mismas dimensiones que las pistas de patinaje en las que ella solía practicar cuando vivía en la Tierra. Y por más, de alguna intrincada parte, el Príncipe de las Tinieblas le había conseguido unos preciosos patines y se los había entregado en silencio. Y al tenerlo entre manos..., la española parpadeó varias veces. No se trataba de unos preciosos patines, eran sus patines, de sus favoritos porque se los había regalado Mateo en el aniversario cinco de su hobby artístico.

Con razón Maya estaba impactada, muda.

—Podemos quedarnos aquí eternamente —habló Jasper por lo bajo—. O puedes inspeccionar la solidez del hielo.

Era una oferta imposible de rechazar. Maya no lo pensó más. De hecho, estaba tan anonadada que no resolvió el conflicto léxico que operaba en su mente y garganta. Tan solo se amarró los patines y fue a deslizarse sobre lo que hacía tiempo añoraba y de lo que ya había perdido la esperanza de volver a probar.

Fue cuando la fantasía sostuvo a la española, y todos los sinsentidos de Irlendia parecieron pequeños. Lo que sentía en ese momento era libertad, bendita libertad. Volver a patinar le produjo una sensación indescriptible, como volar sin alas, llegar a lo más inaccesible usando el poder de la danza, el hielo y los pies.

Dio giros y abrió las manos. Cerró los ojos y mantuvo una amplia sonrisa. El vestido le impediría dar piruetas complejas, pero nada, absolutamente nada le quitaría el goce de experimentar la adrenalina. Porque sí, adrenalina que cede al peligro estaba presente en cada movimiento. Las cuchillas de los patines, apoyando firme, desenfrenadas, enviaban vibraciones sobre la superficie sólida del lago. El peso de la muchacha provocaba quejidos en el hielo, transmitiendo la percepción sobrenatural de estar deslizándose sobre el mismísimo espacio inter-mundos.

No existía resistencia. Era fluir. Era libertad.

Después de danzar y danzar, cuando ya le dolían los pies por tantos años irlendieses sin práctica y la ausencia de calentamientos previos, Maya patinó hacia el borde del lago, hacia el príncipe, y le sostuvo la mirada. Juraría que los ojos negros sonreían, aunque la estricta boca mantuviera esa línea recta.

—Gracias. Gracias Jasper. Gracias, gracias...

Él rompió el contacto visual, mirando hacia otro lado.

—No lo arruines y te vuelvas irritante ahora, Maya Alonso.

Ella soltó una carcajada y apoyó sus manos en los brazos que Jasper tenía cruzados sobre el pecho. Había extrañado mucho al verdadero Jasper, ese que tanto le gustaba...

—Ven conmigo —con la invitación vino la toma de manos.

Los nervios del heredero de Balgüim estallaron al tener ese contacto con ella. Una cosa era disfrutar de su cercanía cuando estaba dormida, otra muy diferente quedarse a merced de la voluntad tan caprichosa de la española.

—¿Qué estás haciendo? —replicó con brusquedad, resistiéndose a que ella lo halara.

—Patina conmigo —pidió.

—No.

Maya lo miró con una de sus miradas dulces para luego entrelazar los dedos de ambos. Jasper fijó sus ojos allí, donde una parte de sus cuerpos se unía y compenetraba, perfectamente, como dos piezas de un engranaje que se necesitan para funcionar; ella no tenía repulsión por las garras ni el resto de su anatomía. El envenenado corazón aceleró los latidos y las alas estremecieron las ondas de aire a su alrededor.

—Te enseñaré, no tengas miedo.

Lo dijo con tanta dulzura, con tanto cariño... Jasper confirmó la razón por la que a pesar de todas las memorias perdidas, Maya Alonso no salía de su cabeza ni siendo él la bestia emplumada más desagradable que se pudiera contemplar por todo el reino. No podía resistirse a la influencia de esos zafiros que exponía en las cuencas oculares, ni del tacto gentil, ni de conseguir la felicidad de ella como no conocía que podía querer, tan intensamente...

Se dejó arrastrar hasta el lago congelado mientras la muchacha lo llevaba de espaldas al camino. No temió que ella tropezara o se cayera, porque aún patinando de espaldas, Maya poseía un limpio dominio del arte. Él no, no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo. Tanto en la Tierra como en Balgüim, eran pocas las veces que usaba sus pies.

—Una bestia no sirve para esto. Y debo tener el calzado correcto —gruñó cuando Maya dio una vuelta alrededor de él.

—Tienes garras en los pies que están más afiladas que cualquier cuchilla de patín. Solo necesitas aprender a usarlas.

Jasper no contestó. No resopló. No hizo nada excepto concentrar su temperamento para que no se le transmitiera a las alas.

—Así —explicó la española tomando una de las manos emplumadas y haciendo que Jasper girara en sí mismo.

Para sorpresa del príncipe, el giro quedó fluido, las garras de sus piernas se habían afincado al hielo y desplazado en círculos mientras el resto de su pesado cuerpo levitaba ligeramente para ayudar con el movimiento.

—¡Te sale natural! Serás un gran patinador.

Jasper evitó mencionar el hecho que era una criatura maldita que según fuese pasando el tiempo y la ansiada cura siguiera sin ser encontrada, olvidaría hasta el sentido del habla y no sería diferente al resto de bestias brutas de los campos. Le aterraba ese final, su final si no conseguía una solución a tiempo. Pero no lo dijo para no opacar la alegría de Maya. Siempre tan positiva..., esa positividad que él había criticado era la que lo había animado cuando estaba solo, lejos del alcázar y completamente transformado, con miedo y frío, sin saber si volvería en algún momento a su antigua apariencia.

Maya había sido y aún era, su salvavida.

Tomó impulso y trató de girar junto a ella, pero en esta ocasión no salió bien y terminó en el suelo. Maldijo por lo bajo y se negó a levantarse cuando la chica quiso ayudarlo. Por lo que ella se sentó a su lado.

—Lo dije antes, una bestia no sirve para esto, no sirve para nada excepto matar. —Desvió la vista al lado contrario de Maya—. Para eso me ha estado entrenando Dlor.

Pero Maya apoyó una de sus delicadas manos encima de la de él, recuperando el contacto cálido que tanto alborotaba las negras e inexpertas células del heredero.

—Tú puedes llegar a ser lo que quieras ser. Solo es cuestión de ansiar un objetivo con muchas ganas.

Jasper siguió negándose a verla. No podía. Sería demasiado para su sistema tener el contacto de la mano femenina sobre la suya y la expresión dulce tan cerca; tan cerca que ambos rostros podrían llegar a rozarse...

—Ansiar un objetivo con muchas ganas... —repitió con sorna—. Parece algo que requeriría un gasto excesivo de energías.

—Las necesarias, porque el resultado valdrá la pena.

Entonces sí que Jasper la miró, siendo testigo de la infinita ternura que desprendía Maya. Y sin embargo el semblante de ella tenía una variación, algo atrevido que él no supo, o no quiso, analizar. Y ahí Maya se aprovechó del silencio, de la cercanía, para resaltar la buena cualidad del príncipe, algo que nadie hacía a menudo.

—Esto que has hecho por mí es una muestra de la bondad de tu corazón, y ha valido la pena —afirmó–. Jamás pensé que supieras sobre mi mayor sueño.

«Lo vi en tu memoria»

—Era conocido en la Academia —respondió en cambio él.

—Ya, pero... —Ella usó su tono coqueto, la felicidad le adornaba la cara—. Jasper Dónovan no era precisamente el cotilla interesado en los comentarios de pasillo.

El príncipe contuvo el aliento.

«Díselo. Díselo.»

—Al parecer sí prestabas atención a ciertas cosas —siguió Maya y después de inspirar y exhalar sintiéndose plena, agregó—: ¿Al menos me contarás sobre cómo conseguiste los patines?

Ese era un asunto menos complicado, y Jasper no tuvo que debatirse con su moral para revelarlo:

—Usé mi poder.

—¿Tu poder? ¿El de las sombras?

Jasper retiró con suavidad la mano que tenía debajo de la de ella y se irguió para levitar un metro atrás.

—Observa.

El príncipe juntó sus dos alas, como si las estuviera contrayendo para que no llevasen a cabo ni una mínima acción. Luego alzó la mano y desplazó sus garras en movimientos ondulantes que abrieron un mini agujero negro a varios centímetros; del mismo salió una cajita roja con cintas doradas y un pompón. Jasper la atrapó en su trayectoria al suelo, antes que impactara. Se la extendió a Maya que al abrirla descubrió diez chocolates elegantemente envueltos.

—¡Por el clan Oscuro! —exhaló ella.

Jasper revolvió el agujero negro desde su posición haciendo que se desintegrara y colocó los brazos cruzados detrás de la espalda.

—Por si lo has olvidado, la umbrakinesis es una habilidad extradimensional.

—¿Lo que significa...? —lo motivó Maya a seguir hablando.

Jasper se replanteó el grado de inteligencia de Maya. No debía ser de las primeras en su clase, y si lo había sido, sin duda la drogadicción esos primeros días en Balgüim le habían desbaratado varias neuronas.

—Significa que puedo controlar la oscuridad desde cualquier universo, capturar objetos a través de su propia sombra, inducir a esa sombra a que se los trague y los escupa donde me apetezca.

Maya se había metido un chocolate en la boca durante la explicación. Cuando Jasper terminó de hablar, ella tenía un sinfín de preguntas, pero sabía que el príncipe carecía de paciencia para responderlas todas. Así que se fue por la más importante:

—¿Por eso no usabas auto en Los Ángeles?

Las cejas de Jasper se elevaron un poco.

—¿En serio deseas saber sobre eso?

Maya se comió otro chocolate y asintió, saboreando con la lengua cada ápice de la composición del dulce.

—Sí, por favor.

La explicación era más larga y complicada de lo que Jasper estaba dispuesto a someterse. Pero Maya se lo había pedido de por favor, así que él intentaría simplificarle las cosas. Se veía tan feliz..., con sus patines puestos y sus delicados labios embarrados de chocolate.

Jasper sintió un impulso primitivo e imprudente para probar de ese chocolate, sobre esa zona...

—Se llama "mimetizarse". Es como desprenderse del cuerpo físico y desplazarse hacia la sombra más cercana a tu destino, aunque realmente tu cuerpo físico sigue ahí, solo que se esparce en sus mismos átomos y vuelve a unirse formando un estado robusto cuando has acabado la teletransportación.

La boca de la española formó una gran O. Luego estalló en una risa que confundió a Jasper. ¿Su explicación había estado divertida? No, no lo creía. El chocolate no le estaba haciendo bien a la descendiente Alonso, según convino Jasper. Tanto tiempo sin probar cacao con azúcar y ahora comerlo de golpe debía haberle ocasionado alguna reacción mental de las graves.

—Wao, debes ser la persona más poderosa que he conocido en mi vida.

Lejos de lo que él imaginaba, Maya no había soltado un disparate. Y lo había llamado «persona». Para ella, él seguía siendo una persona... No una bestia espeluznante, con garras mortales y pecho surcado en raíces desiguales. Y lo consideraba muy poderoso... Jasper se sintió terriblemente, como si el elogio hubiera abierto la abertura de culpabilidad por lo que él le había hecho a la memoria de ella, una abertura que se había decidido a cerrar.

Eran asuntos sencillos entre los Legendarios, que obtenían su vitalidad y poderío de la energía estelar. En comparación con los seres humanos que, aunque se tratasen de descendientes, cualquier acto de esa índole parecería portentoso.

No obstante, Maya continuó con sus interrogantes:

—¿Eres lo bastante poderoso para devolver un recuerdo?

Jasper sintió que cada hueso del esqueleto se le congelaba. Había sufrido el frío como nunca antes desde su envenenamiento, pero allí, ante esa inquietud de la española, la frialdad lo azotó de una manera más dolorosa.

—Yo... sí, sí puedo —reconoció.

La verdad era que solo podía devolver un recuerdo el mismo ser que lo hubiese arrancado. Y la única posibilidad que un segundo individuo hurgara en una mente ajena para restaurar recuerdos, era si el primer invasor en vez de arrancarlo lo hubiese dejado escondido, por algún cajón de los tantos que tenía la mente. Pero tampoco se lo explicó a Maya.

En este caso, él le había arrancado algo y solo él podría devolverlo.

—Porque tengo un recuerdo desaparecido desde la noche que salimos a pasear en carruaje —confesó repasando con aire desenfadado aquellas vivencias—. El vacío..., ese del que te comenté, permanece ligado a dolor. Y tengo esta sensación de pánico de que ocurrió algo importante.

—Si no lo recuerdas, es porque no debió tener relevancia —objetó el príncipe para desanimarla a seguir escarbando.

La conciencia de Jasper seguía gritando «culpable» y las alas del dueño se movieron inquietas.

—No, no, es diferente a olvidar cosas inútiles. Cada vez que intento recordar lo que pasó en ese período en que salimos de la tienda al momento que estábamos los dos solos en el bosque... Es muy extraño, experimento una ardentía mental, como si una inyección me atravesara el cráneo de lado a lado. Y sufro ataques de pánico, como si lo que hubiese olvidado me hubiese producido un shock terrible...

La tensión en Jasper había cruzado el límite, y ya él no pudo aguantarla

—Lo siento, no puedo ayudarte con eso.

—Por favor, agradecería que me ayudaras a...

—No, Maya, lo siento de verdad. —Jasper agarró a la muchacha por los hombros y se dio cuenta que sus dedos con garras temblaban—. Fui yo... yo hice... —Bajó la cabeza, conteniendo una rara sensación que quería escapársele por todas partes. Él no sabía lo que era, pero estaba convencido que si le daba paso conseguiría desmoronarlo—. Yo te arranqué el recuerdo, yo me metí en tu cabeza, yo... Puedo hacer olvidar.

Ella se apartó de él, la caja de chocolates cayó abajo y la felicidad se le esfumó del rostro.

—Tú... tú hiciste...

Sus plácidos ojos color zafiro se cristalizaron y Jasper volvió a experimentar algo peor que la culpa: el arrepentimiento.

—Tú me lo pediste. Sé que no debí hacerlo, pero tú querías olvidar el asesinato que presenciaste.

—Un asesinato... —Maya estaba en puro estado de confusión. No sabía cómo sentirse respecto a todo lo que escuchaba.

—Me rogaste que te ayudara a olvidar y yo... cedí —esclareció el príncipe y mientras hablaba, una parte de su impasible rostro se iba quebrando para dejar salir la sensibilidad que se sospechaba inexistente.

Pero ahí estaba, golpeándolo con cada palabra.

—Me metí en tu cabeza y vi todos esos recuerdos, resplandeciendo como un brillo dorado. Te vi reír y llorar, te vi caer y levantarte. Vi tu verdadero ser y deseé protegerlo, cuidarlo de este mundo despiadado; tu alma tan gentil, y buena, un hermoso tesoro que se batía frente a mis sombras. Te vi cabalmente y yo... —A Jasper se le dificultó continuar.

Sus alas estaban firmes y levantadas, justo en ese momento que no debía demostrar atracción, pues las partes bestiales de su cuerpo se estremecían como cuando la había tenido entre sus brazos. ¡Tortura infernal! Él se rompía en confesiones que lo hacían sentir culpable, se quebraba en remordimientos, daba una verdad que jamás había pensado dar, y lo único que hacía su cuerpo era revivir la calidez de Maya, su cercanía, mandarle órdenes invisibles a su cuerpo para que se apropiaran de ella.

«Poséela» gritó una de sus voces internas.

«Atácala, y termina con el sufrimiento» sugirió vehementemente otra.

«¡Basta!» chilló una tercera para el momento que Jasper sentía el derrame cerebral.

Al final, se controló lo suficiente para estirar una mano hacia ella, en un intento porque el contacto pudiera calmarlo.

—No —negó Maya, retrocediendo—. No me toques.

—No voy hacerte nada —juró él, pero ella ya tenía las lágrimas en desembocadura.

—¡Y cómo saberlo! —chilló la española. Resultaba lo bastante malo procesar con la confesión que el príncipe había violado su intimidad, dejar que volviera hacer contacto físico no era opción—. Puedes borrar lo que quieras, ¿no? ¿Necesitas consentimiento previo para eso?

—Maya, escúchame...

—Respóndeme.

—Yo nunca le haría nada a tu mente sin que me dieras permiso.

—¡Respóndeme Jasper!

—No —concedió él—. No necesito consentimiento. Puedo borrar lo que quiera prescindiendo del permiso previo.

Maya se alejó más. Sus ojos color zafiro ya no mostraban dulzura o admiración, solo miedo; y eso, eso sumió en la desesperación a Jasper.

—Maya...

—No des un paso más —suplicó, histérica—. Sabrán las estrellas cuántos recuerdos habrás borrado a los seres sin su permiso.

—Eso no es necesario hablarlo ahora. Por favor...

Así había quedado el príncipe, rogando un por favor a una humana a la que en el pasado había llamado «irritante». Rogándole a la mujer de la que se había quedado prendado.

—¡Oh por Idryo! Podrías borrarme el recuerdo de que esto pasó, de que me lo revelaste —se atemorizó ella, llevándose las manos a la cabeza en la reflexión.

—Te prometo...

—No, cállate. No quiero escucharte. Necesito estar lejos de ti.

—Maya, no hagas esto.

—¿Yo? ¡Eres un monstruo! —gritó sin pizca de remordimiento, presa en lo que sentía—. No me toques. No vuelvas a acercarte a mí.

Y sin esperar que él pudiera reprocharle, salió corriendo de su presencia.

Corrió por aquellos parajes nocturnos desconocidos. Corrió sin pensar, solo quería dejar de sentir. Porque se sentía traicionada, se sentía violada, una irrupción a su intimidad. No solo le habían arrancado un recuerdo, supuestamente con permiso, sino que habían escarbado en otros, visto toda su vida, visto su fragilidad.

Y la bestia de quien se había enamorado, era la culpable.

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