⚓️21⚓️ CUANDO LOS NOMBRES PIERDEN PODER

Año 13
10Ka, 50Ma.
Séptimo Cielo.

Estaban a punto de adentrarse, y el hombre sin hablar, se despojó de la gruesa túnica y comenzó a desabrocharse el chaleco. Isis contuvo un suspiro cuando él sacó todas las armas que ocultaba entre sus prendas y las dejó sobre el pasto, junto a la ropa que acababa de quitarse. Después colocó su fiel y característico sombrero de pirata. La apariencia actual de Maltazar ya no era del terror de las leyendas. Ahora parecía un príncipe despreocupado, con un cabello tupido color almíbar, una sombra de barba perfilándole la mandíbula y un jubón ligero que le permitiría fundirse al viento.

Con cuánta facilidad una bestia podía dejar de aparentar lo que era. Aunque a ciencia cierta, ¿quedaría alguna parte exenta de bestialidad? ¿Un poco de ese humano del pasado, tal vez? Isis quería averiguarlo. Así que cuando él volvió a extenderle una mano, esa mano que prometía un tacto de fuego, agradable, capaz de disparar chispas a todas las venas de su cuerpo, Isis le entregó la suya.

Los primeros pasos en el campo recargado de estelas eran semejantes a flotar en la galaxia. Maltazar la alentaba a introducirse cada vez más, guiándola por la mano y mirándola de frente mientras él caminaba de espaldas al centro del campo. Parecía saberse el camino de memoria, no dudaba, no tropezaba. Tan solo observaba a la princesa con una fascinación hilarante. Isis se mordió el labio inferior para no sonreír. Toda la situación parecía hilarante, irreal, idílica...

La hija de Dlor sabía lo que era la seda tejida por turia morada, y fue lo más parecido que encontró para describir la sensación de lo que le rozaba la piel. La brisa delicada movía el espesor de la estela hacia delante y hacia atrás, y paso a paso a los cuerpos jóvenes se les adhería un polvo peculiar y traslúcido. Isis bajó la cabeza, pero no encontró sus pies. La estela lo cubría todo. Miró hacia el frente, y volvió a concentrarse en los maravillosos ojos grises que ya no poseían esa cualidad tempestuosa: se encontraban despejados y más claros, y resaltaban los lunares que adornaban el rostro masculino.

Ella apretó inconscientemente la mano que sujetaba, y él, en un movimiento rápido, la atrajo hacia sí. Y la tuvo rendida en su pecho cuando dos par de pies se encontraron en la misma trayectoria y arrastraron a ambos jóvenes hacia abajo. De esa forma, uno encima del otro, en silencio y sin prisas, dentro de un campo de estelas del Séptimo Cielo, sobre un mar de nubes y alejados de toda contaminación del alma, siguieron el oasis visual que tanto los deleitaba.

El capitán del Atroxdiom no era Maltazar en esos momentos. Allí, con una princesa de cabellera plateada que podía congelar lo que tocara cuando quisiera, que se cubría con un sencillo vestido blanco y le acariciaba la mandíbula, él volvía a ser una persona que hacía mucho tiempo había dejado de ser, una que casi se perdía entre la nueva y cruel identidad. Después de muchos, muchísimos años, la oscuridad y corrupción del organismo se despejaban, y la esencia de lo que alguna vez fue puro, luchaba por salir.

Pero él no estaba consciente del todo del efecto tan restaurador que Isis del Bajo y Alto Balgüim estaba logrando. Que ella podía ser la espada que derribara al actual Maltazar, porque poseía la sutileza para desencriptar los algoritmos sagrados que manejaban el caos y encerraban lo que quedaba de inocencia humana. Él solo se dejaba llevar por el respeto y fascinación hacia la criatura cristalina sobre su pecho, estaba hechizado dentro del sentimiento tan paralizante y a la vez, candente al punto de volverlo loco.

Había quedado atado por ella, embelesado por ella, preso por ella.

Isis entonces deslizó dos dedos a los labios de él, acongojada, curiosa, y descubrió los suaves que eran. El muchacho respiró agitado. Terreno peligroso, irreversible... No podría contenerse si ella seguía adelante, no podría hallar la calma para controlar la voracidad que emanaba su viril cuerpo.

—Pídemelo, Isis. Solo lo haré si tú me lo pides.

Otra vez la voz seductora saboreando cada letra del nombre femenino. Pero ahora no existía sutileza, más bien, una necesidad feroz envolvía las vocales y consonantes.

El corazón de la princesa latía tan fuerte que podía agrietarle el pecho. Sabía lo que quería pedirle, lo necesitaba; así como él sentía la necesidad de quemarle el alma, ella sentía esa necesidad de obtener su custodiado secreto, el que había enterrado.

—Quiero que...

Pero cuando él depositó los dedos sobre su hombro derecho y regaló un toque gentil deslizando los nudillos por la pálida piel, Isis perdió raciocinio, perdió valor.

Aquello se sentía increíblemente bien.

—Pídemelo.

Él estaba rogando, sus labios cada vez más cerca, su aliento cortando el oxígeno y acaparando todo el sentido de respirar... Pero ella buscó y encontró nuevamente la fuerza:

—Quiero que me des tu verdadero nombre.

El capitán parpadeó, fue tan inesperado que le tomó unos segundos darse cuenta de lo que estaba pasando. Se quitó a la mujer de encima y se levantó de entre las estelas que lo habían cundido de polvo galáctico.

—Por favor... —suplicó ella.

No quería susurrar perdida en el deleite el nombre de su tío, un nombre robado, un simbolismo del mal asignado por nacimiento, forjado por pactos universales. Ella quería saborear el nombre humano, el nombre que debía seguir vivo en algún recóndito lugar de un sistema corroído por el rencor, la violencia y la incomprensión.

El capitán sintió cómo las líneas de su esencia peligrosa estaban flojas. Tiró de las mismas desde adentro, y descubrió lo débil que se sentía. ¿Pero qué era aquello? ¿Qué le hacía Isis? Se molestó por esto.

ÉL. NO. QUERÍA. SER. DÉBIL.

Ni nada que se le pareciera. E Isis lo estaba logrando, de alguna manera. El que él se relajara con ella influía en su poder como el terror de los ocho mares. Isis le hacía bien al humano, pero era catastrófica para Maltazar. Así que allí, el capitán pirata decidió cuáles eran sus prioridades.

—Levántate —le espetó con soberbia, un tono agresivo que nada tenía que ver con los ruegos de hacía unos segundos—. Regresamos ahora mismo.

Se fue adelante sin esperarla, y cuando llegó al bote, mientras todavía estaba solo, Maltazar comprobó su dominio sobre los elementos destructores que habitaban en el cielo, decepcionándose, dándose cuenta que le fallaban las fuerzas.

No. No. No.

Eso no podia pasarle. Nunca. Se recuperaría. Lo haría. Solo debía mantenerse lejos de Isis.

Cuando la albina llegó al bote, Maltazar remó sin hacer contacto visual y una vez volvieron al Atroxdiom, el capitán se esfumó a su camarote después de gritarle a las «cucarachas inservibles» (su tripulación) que descendieran y marcaran una «trayectoria remunerativa». Dicha trayectoria sólo significaba: vamos a cometer delitos de piratas en el puerto más acaudalado.

Y así, comenzó una serie de pillajes, hurtos y asesinatos que alimentaron al terror de los mares.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Año 14
10Ka, 50Ma.
En algún punto de
los ocho mares.

Los días dentro del Atroxdiom resultaron tediosos. Si bien Isis conocía la agonía de estar encerrada, la sensación de que había cometido un error no se desprendía de sus huesos. Intentaba hacer lo correcto en cada situación que le presentara la vida, y las veces que la habían castigado por ello, se consolaba con el hecho que el bien no era tolerado por todos. Pero metida en el camarote de ese barco que aterrorizaba las costas irlendiesas, la princesa albina se convenció que el rey del océano se había descontrolado por culpa de ella.

El actual Maltazar llevaba todo el tiempo posterior al momento idílico que habían compartido en el Séptimo Cielo asaltando puertos mayores y menores y acumulando bienes que su tripulación decididamente no necesitaba. No había visto a Isis ni una vez en todo ese tiempo, no había solicitado su presencia para cenar.

Las noticias del pánico de los marinos por las repentinas apariciones del Atroxdiom en medio del mar, destrozando con sus cañones tanto el estribor como babor, se extendían como pólvora en todas partes de Irlendia. Noticias que llegaron a Jadre, por supuesto. Sangre, impiedad, salvajismo...

Maltazar estaba desaforado. Matando a diestra y siniestra y recuperando su control, haciéndose más fuerte. Tanto se había fundido en su pacto con el universo que los efectos colaterales físicos que habían iniciado su manifestación desde el año que tomó lugar como Maltazar, estaban agilizándose de un modo monstruoso: Su piel bronceada se turnaba con un pálido espectral cada vez que le daba la luz artificial, se volvía traslúcida dejando a ojos comunes sus venas inyectadas en negro. El proceso que hubiese tardado años se aceleraba escandalosamente.

Si todavía le quedaba algo de humanidad estaba a punto de desvanecerse...

Fue una noche, mientras el Atroxdiom estaba flotando lentamente sobre las aguas de alguno de los ocho mares, que Isis decidió hacer algo al respecto. Se había engalanado con un vestido que poseía una túnica color azul cobalto, haciendo que la blancura de su tez y cabello contrastara de una lumínica manera. El vestido contenía estrellas doradas en el pecho, que se cruzaban en las líneas de los senos y se hacían más abundantes en la cintura hasta la punta inferior del vestido, aquel dobladillo que rozaba los pies y que contenía una escarcha de estrellas doradas tupidas.

La princesa se paseó por uno de los corredores que contenía el Atroxdiom. Conocía bien las funciones de cada pasillo: el primero, daba al camarote del capitán, tenía también un cuarto donde él se ejercitaba (aunque nadie veía nunca cómo lo hacía), una puerta para los tesoros recogidos en los diferentes naufragios provocados y el camarote donde ella descansaba. El pasillo de la planta intermedia de la embarcación contenía la cocina, una prisión con varias celdas, y los cuartos del contramaestre y demás piratas de alto rango. Y el último pasillo del barco, el de la planta baja que estaba pegado a la quilla y contenía menos ventanas, era el que tenía el compartimento donde se guardaban los botes, la armería —con el área de cañones—, y los almacenes de víveres y demás recursos necesarios.

El Atroxdiom era un barco tan gigantesco como insuperable. Todo se regía por un orden preciso y navegaba, a pesar de su peso, con una agilidad tanto por aire y por mar que solo era posible gracias a su ventaja por el pacto universal.

Como Isis usaba el camarote que estaba en el mismo pasillo que el del capitán, quizás resultase incómodo las veces que podrían cruzarse de casualidad si no llega a ser porque Maltazar, tan inteligente y previsor, tenía fríamente calculado sus horarios y rutinas y estas no interferían con las ocasiones que la albina se permitía salir de su cuarto; que eran por demás, muy pocas.

Pero esa noche Isis se había decidido a encontrarse con el capitán. Se sabía de memoria la rutina, así que se sintió satisfecha cuando Maltazar salió del cuarto de entrenamiento mientras ella paseaba. Sensación que por el contrario, no le sobrevino a él, pues no esperaba para nada toparse con la princesa.

El cabello de Isis había crecido muy rápido, el capitán se fijó en que la melena blanca caía por debajo de las caderas, rozándole los glúteos, y que se mecía con las brisas inquietas que se colaban por las ventanas. La princesa lucía magnífica con ese vestido, su piel tan limpia... Se quedó con la imagen retorciéndole los miembros más tiempo del que le hubiese gustado. Luego reaccionó, porque acababa de hacer muchísimas abdominales y todavía la adrenalina en su cuerpo corría tan caliente y veloz que tener a una princesa de las características de Isis frente a él no le haría bien alguno.

Ni siquiera le permitió un saludo, solo se volteó para dirigirse a su camarote.

—Capitán... —Isis se apresuró para llegar antes que él a su puerta de destino—. Capitán espere —le habló con formalismo, aunque él le había pedido que lo tuteara. Pero las circunstancias no se prestaban a confianza. Ella apoyó su espalda en la puerta del camarote principal.

—¿Por qué estás impidiendo que entre? —espetó irritado—. Tengo cosas que hacer.

—No es mi intención importunarlo, Capitán. Pero quería darle personalmente la invitación.

—¿Invitación? —Maltazar arqueó una ceja, y sus ojos grises delineados en pintura negra lucieron confusos.

—He preparado junto a Falín una cena para esta noche. Es la cocinera —añadió al darse cuenta que el capitán no tenía ni idea de cómo se llamaba su cocinera atamarina—. La hemos preparado especialmente para usted como motivo de... de presentar mi disculpa.

—Tu disculpa... —Maltazar meditó en eso.

—Así es. Hace un año, en el Séptimo Cielo —especificó para inquietud de Maltazar, quien al instante recrudeció la expresión. Por lo que Isis continuó—. Fue un terrible error. Y no había ofrecido una disculpa por ello hasta ahora, que la presento con la cena de esta noche. Esperaba que usted... bueno... —Isis se masajeó ambas manos nerviosa. Había dado la invitación con la cabeza gacha, hasta ese último instante que se atrevió a mirar los ojos tormentosos del capitán—. Esperaba que pudiera aceptar.

Maltazar no dijo nada al instante, a saber qué cosas pasaban por su cabeza. Esto puso más nerviosa a Isis, y no ayudó que él la apartara de la puerta para abrirla e introducirse a sus aposentos. No obstante, a media acción, y sin siquiera voltearse, abrió la boca:

—Aceptaré cenar contigo.

Y diciendo esto cerró la puerta con el pie izquierdo.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Maltazar se bañó meditando en lo que había aceptado. Cada vez que los aceites purificadores se deslizaban por su cuerpo, él recordaba la desesperante sensación de sentir que el poder se le escapaba, justo como había sucedido aquel día en el Séptimo Cielo en que el deseo y sus demás sentimientos lo habían dejado débil a causa de Isis del Bajo y Alto Balgüim. Cosa que se prometió, no volvería a pasar.

Se terminó de bañar sin darle descanso a su mente, siguiendo de esta manera cuando se secó y vistió. Faltaban minutos para cenar con Isis y Maltazar seguía meditando en lo que representaría. No era como si fuese a besarla, para nada. Solo era sentarse en una mesa a comer, ¿qué daño haría? Su nueva y firme identidad no podría sufrir alteraciones significativas por ello. Él procuraría no tocarla y entonces, todo marcharía bien y de acorde a la voluntad que había trazado el último año: ser mejor capitán del Atroxdiom que el anterior.

El hombre se observó delante del espejo enterizo, contemplando su apariencia, más robusta, todavía bronceada, pero pálida cuando el fulgor de una llama de vela la tocaba, haciendo visible las venas inyectadas en negro. Maltazar dejó que dicha llama devorara la piel de su mano unos instantes antes de retirarla por la ardentía que lograba el fuego rojo; lo mismo sucedía con los rayos solares cuando se exponía a ellos. Se estaba convirtiendo en un verdadero oscuro, con los poderes añadidos que concedía el puesto de terror de los ocho mares y las consecuencias de un pacto con el universo.

No ocurría así con el fuego azul, típico de Balgüim, que le daba una sensación placentera de claridad reducida y baja temperatura.

En resumen: su esencia física como descendiente Fayrem estaba desvaneciéndose. Solo quedaban muy arraigadas esas ansias de venganza contra todo y todos, una sed vengativa que no podía saciar.

Maltazar se colocó sus muchos anillos, se delineó los ojos con khol negro y salió de su camarote para dirigirse al de Isis. Hacía años que no pisaba ese cuarto. Cuando era un simple criado en el Atroxdiom, solía limpiarlo y entretenerse leyendo los libros en Káliz que allí se encontraban. Después de su conversión a capitán, hizo sus pillajes usando portales a la Tierra, y recogió otros libros de buques que se habían hundido en el Triángulo de las Bermudas, donde aparecía el Atroxdiom la mayor parte de las veces que se abría un portal.

Nadie en toda Irlendia más que Maltazar y su tripulación conocía este secreto. El conocimiento de todos los irlendieses se limitaba a que los portales espontáneos de energía Osérium fructiferaban en lugares cercanos a fuentes de agua; la masa de la misma influía en la intensidad del agujero. Ya pocos se creaban al azar, sin ser forzados por un usuario que tuviese algún objetivo. Pero esos pocos que se abrían de repente, tenían mucha fuerza en una latitud y altitud específica del Mar Akis, el mar que abarcaba tanto el territorio de Korbe como de Bajo Mundo.

La galaxia que comprendía Irlendia funcionaba así: cada mundo en su planeta, con sus mares, y un camino en el espacio galáctico de estelas que los conectaban. El Mar Akis era el único  cósmico de los ocho mares, pues se solidificaba en agua dentro de los dos mundos que tenían el privilegio de contener parte del mismo, y justo en el borde de estos, donde las aguas caían como una cascada, Mar Akis seguía su curso en el espacio galáctico en forma de una gran masa de vapor con trayectoria fija que circundaba Korbe y Bajo Mundo respectivamente.

Entonces, dependiendo del día y la hora, la latitud y altitud del portal que se abría del Mar Akis, daba lugar a un agujero negro en Korbe o en Bajo Mundo. Maltazar había trazado sus rutas, sacado cuentas matemáticas y estudiado las estrellas para saber siempre el instante exacto en que el agujero negro formaba un remolino en las aguas con el objetivo que se tragara al Atroxdiom para escupirlo en el Triángulo de las Bermudas.

De esta forma el capitán iba y venía entre universos, atacaba a las embarcaciones humanas que accidentalmente terminaban dentro del triángulo de la muerte (porque ningún humano podía contemplar el Atroxdiom y seguir viviendo) y coleccionaba los tesoros sumergidos en el fondo del Mar Akis de los buques desgraciados que involuntariamente eran absorbidos por un agujero negro y trasladados a Irlendia. En vista que dichos buques no eran Legendarios y tampoco sus tripulantes, todos se convertían en víctimas del fondo marino.

El tesoro reunido del capitán probablemente ascendiera a ser el mayor tesoro de toda Irlendia, incluso por encima de la Corona, sumida en gastos de guerras, disolver conflictos de mundos y asegurar su propia protección.

Maltazar inspiró frente a la puerta del camarote que le había asignado a Isis. Tocó la puerta sólo una vez, sin intenciones de llamar más veces. Sin embargo una vez fue suficiente para que le abrieran.

+Nota+

Es una musa esta mujer 🛐

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