⚓️20⚓️ UN PASEO POR LAS NUBES
Año 13
10Ka, 50Ma.
Mar Entanche.
Bajo Mundo.
Isis se alegró de obedecer la orden del capitán ¡El ascenso al cielo había sido tan violento! Primero, Maltazar despegó el brazo de su cintura y extendió sus manos perpendicularmente, quedando su viril figura en forma de cruz. Luego alzó la cabeza y miró al cielo, que empezó a abrirse y abrirse, como cuando una cortina oscura se raja y de la abertura una claridad excelsa dispara la más fuerte atracción.
Relámpagos rajaron el cielo alrededor de dicha abertura, pero el Atroxdiom continuó elevándose sin que alguno tocara la punta de un mástil; caían alrededor y no interferían en su camino. Entonces, el barco alcanzó la meta y traspasó el caos para quedar elevado por encima de la manta celestial. La abertura se cerró, y toda la embarcación se vio flotando en medio de un mar de nubes, una claridad divina y una temperatura perfecta.
Isis pestañeó. Aquello era increíble, más que increíble, hermoso. ¿Podía conocer la bestia la hermosura y flotar por ella?
—¿Extasiada? —preguntó el capitán a su lado.
—Sí, mucho... —reconoció—. Pero creí que arribaríamos a tierra.
—Arribaremos a tierra.
Isis no comprendió las palabras, pero él sabría de qué hablaba... y lo mejor era no importunarlo con preguntas. Se quedó callada y quieta en su posición, dándose cuenta que un gigante de un solo ojo vestido con un harapo alrededor de la cadera que caía corroído hasta las rodillas, subía a la plataforma para entregarle al capitán una cesta. Isis comprobó que ese ejemplar de cíclope tenía kilos extras de grasa corporal y como contaban las leyendas, en vez de pies tenía patas de dragón.
—Lo acabo de recoger de la cocina como había ordenado, Capitán.
Maltazar no contestó nada y tomó la cesta con una mano. Después extendió su brazo izquierdo hacia la princesa en forma de invitación.
—Vamos.
La joven albina le tomó la mano evitando preguntar a dónde centellas irían si estaban literalmente en medio de la nada flotando sobre nubes, a miles de kilómetros del mar de Bajo mundo y de su primer cielo. ¿Cómo se nombraba este nuevo espacio? Definitivamente otro tipo de cielo superior al que normalmente se veía cuando se alzaba la cabeza para contar estrellas.
Maltazar la guió hasta la mismísima punta de la proa, donde sobresalía el mascarón que homenajeaba la figura del antiguo Maltazar, con un cráneo del que salían raíces, cuencas oculares con fulgor verde extraterrestre y un resto de cuerpo blanco imitando un fósil congelado. Él sacó un frasco, ese frasco con líquido gris que permitía salir del Atroxdiom sin morir, y se bebió un trago, pero no le dio a ella. Isis recordó que el capitán le había confesado que solo los pecadores necesitaban beber. Pero ella era pecadora, ¿no? Había cometido infanticidio cuando tenía cinco años. Si iban a salir del barco, necesitaría beber para mantener su vida.
—¿Puedo tomar un poco?
—Tú no necesitas beber.
Isis debió preocuparse, pero vino a su memoria su promesa de no permitirse seguir viviendo y no insistió. Tal vez Maltazar le había pedido lucir de aquella manera en esa ocasión para hacer una especie de sacrificio.
Y sin embargo..., algo había cambiado en Isis que ya no deseaba la muerte tanto como antes. Si le tocaba, lo aceptaría. Pero había un sentimiento raro que le aniquilaba el deseo de tomar la iniciativa suicida. No sabía el porqué, el motivo específico. Se afincó al borde y miró abajo, donde seguía habiendo solo nubes. De repente sintió unas manos vigorosas rodeándole la cintura y se estremeció. Él se había colocado detrás de ella por segunda vez.
—Tranquila —susurró el hombre a su oído aunque el tono no era precisamente sereno.
El se oía agónico, como si estuviese controlando un instinto que podía superarlo. Isis no quiso comparar lo que pensaba con su propio sentir, que era similar a estar entre brasas y quemarse por la cintura, allí donde él tenía las manos.
Maltazar levantó el peso de la albina como si fuese menos que una pluma y ambos se elevaron fuera del barco para descender a un bote que había aparecido sin más y contenía la cesta que hacía unos minutos el capitán sujetaba en la mano. Isis fue sentada con delicadeza, y él tomó los remos para avanzar en el mar de nubes. La joven se dio cuenta que seguía respirando y no le dolía ninguna parte del cuerpo. No estaba muerta.
«El capitán no quería sacrificarme» se dijo.
Pero se preguntó la razón por la que no había necesitado beber del líquido. ¿Le habría mentido Maltazar? ¿La bebida solo era una trampa para controlar a los piratas? Porque ella era pecadora, lo sabía.
Decidió no darle más vueltas a esa cuestión y tratar de descubrir a dónde se dirigían. La respuesta se encontraba a sus espaldas, hacia donde remaba Maltazar. Isis medio giró el cuerpo y pudo ver un cacho de isla a lo lejos que iba volviéndose más grande a medida que el bote se acercaba. Esa era la tierra a la que arribarían; una que estaba sobre el nivel del cielo, una que era inalcanzable para el resto de irlendieses.
Volvió a girarse, la cabeza en su ángulo original, lo que no era cómodo teniendo a una bestia hermosa de ojos grises remando y observándola sin recato. Isis estudió el movimiento de brazos de él, enérgico, y la forma en que conseguía que la acción pareciera fácil, aunque no lo fuera. Se descubrió sonrojada por la escena.
«Eres tonta Isis» regañó para sus adentros.
¿En qué mundo un pirata remando resultaba atractivo? Debían ser efectos colaterales de estar miles de kilómetros sobre el nivel del mar, sí, se convenció de eso. Pronto cualquier intento por reprimir divagaciones fue innecesario pues el bote arribó a la orilla y Maltazar estaba ofreciéndole nuevamente una mano para que ambos pisaran la isla. Isis se maravilló con el panorama, porque no habían palabras en Káliz para describir dicha providencia:
Era una isla apoyada en las nubes, con ríos dorados de lo que parecía... ¿energía Osérium? Las estrellas formaban constelaciones en pleno día, y parecían perderse arriba, muy arriba donde un remolino no tenía fin. Los jardines se extendían con pastos arcoíris, los árboles de todos los tonos se alzaban con un follaje de regaliz del que colgaban burbujas luminiscentes; eran sueños recogidos al alcance de la mano, eran los sueños de todos los habitantes de Irlendia. Y más allá, un campo de estelas celestes tupía el horizonte, e Isis imaginó que la cosecha diera como resultado polvo galáctico.
—Qué... ¿qué es este lugar?
—Bienvenida al Séptimo Cielo —declaró Maltazar con una tenue satisfacción.
Isis lo miró con la gran interrogante en el rostro. Había escuchado de aquello alguna vez..., pero todos sabían que era un mito.
— ¿No existe un Séptimo Abismo? —continuó él—. Pues también un Séptimo Cielo, y es inaccesible para casi toda la población del universo.
—No puede ser posible... —Ella negó incrédula con la cabeza, aunque tenía la prueba visible y palpable delante.
—¿Sabes Isis? En mi mundo solían decir que todos los chicos buenos van al cielo. Pero es mentira. Una mentira religiosa que seguían los cobardes. La verdad es...—Se inclinó para acercarse a su oído, en una posición que no podía considerarse comprometedora, y susurró—: Que los chicos malos te traen el cielo a ti.
Cuando se separó, creyó advertir otro rubor en la princesa.
—Se... ¿se referían al Séptimo Cielo? —indagó ella desconcertada. Le temblaba el labio inferior, aunque no supo determinar el porqué.
—No. Pero deberían hacerlo.
Isis ni siquiera podía moverse. Tal vez era el efecto de contemplar lo que contemplaba, pero ella se conocía y sabía que existía algo más, algo extra y pesado que no podía definir.
—Es como un sueño.
—En realidad los árboles de los sueños están por allá. —Maltazar señaló a su derecha los árboles con follaje de regaliz y empezó a caminar, haciéndole un ademán para que lo siguiera.
Ella lo hizo. Pasearon por una hilera de campo color rosado, luego por otra hilera amarilla, y luego, pasaron a la roja. Unas libélulas brillantes se acercaban a ver de cerca a los jóvenes, mientras las mariposas sin color definido, con manchas diferentes en cada ala, rodeaban a la princesa produciéndole cosquillas. Isis rio ¡Hacía tanto tiempo no reía que ni siquiera se acordaba de la última vez!
Maltazar se arrimó a una roca de oro que estaba cerca de uno de los lagos de energía y se sentó en el pasto invitando a Isis a que hiciera lo mismo. Abrió la canasta y comenzó a sacar las delicias que la cocinera del barco les había preparado.
—¿Cómo conociste este lugar? —preguntó la princesa mordiendo un panquecito.
Maltazar la miró alzando las cejas y ella se percató de la falta de respeto que había cometido.
—Dispénseme, Capitán —se disculpó soltando el panqué y bajando la cabeza.
Unos dedos cálidos levantaron su mentón para que los ojos cristalinos se encontraran con los grises.
—Me gusta que me tutees, solo me ha sorprendido.
Isis no parpadeó. Otra vez se perdía en la inmensidad del gris que absorbía su alma. Puede que Maltazar dijera que ella era libre, pero la verdad que en esos momentos cuando él mostraba su sensibilidad, su transparencia, Isis se sentía presa dentro del encanto.
«Sigue siendo una bestia, Isis. Una bestia letal y con garras»
—Y respondiendo tu pregunta, sé todo lo que hay que saber de Irlendia —informó él tomando un trozo de pay—. Antes, adquiría mi conocimiento de libros, y luego mi estadía en el Atroxdiom me hizo conocer escondites que solo los tripulantes del Atroxdiom conocían. Cuando me convertí en Maltazar, se me abrieron por completo los ojos, nada quedó oculto ante mí. —Isis lo escuchaba con atención, así que él continuó—. El Séptimo Cielo es una de las maravillas de Irlendia, pero he estado en otros lugares que solo conocen pocos. Zonas escondidas de Drianmhar, aldeas de tribus desconocidas en Bajo Mundo, rincones tecnológicos de Korbe de los que sólo la mafia tiene constancia, y cavernas escondidas en Jadre. Sé de todas las especies de Balgüim y la vegetación que crece en lo Bajo y Alto. En mi amplio conocimiento se hallan las latitudes que forman agujeros negros y cuáles de ellos conducen al universo paralelo, al planeta Tierra. He navegado por todos los ríos de los mundos y recogido lava del Volcán de los Azahares. He visto lo más negro así como lo claro. He tocado el bien y el mal, y he apreciado de cerca los detalles más preciosos e insólitos.
Se acercó a Isis, demasiado cerca como para respirar el mismo aire, y miró sus facciones con una dulzura que no debía ser legal en un pirata.
—He respirado el aroma de esas preciosidades...
Isis contuvo el aliento. Su corazón latió muy rápido, asustado. Él estaba cerca y no la tocaba. Estaba a milímetros y no hacía más que decir palabras salidas de un poema lírico compuesto por vilfas. No tenía sentido. No podía estar pasando.
—Vuelves a tener miedo —musitó el capitán y el susurro produjo cosquillas en los labios femeninos.
Hacía referencia a la ocasión en que él la sacó de Greendomain, la libró de la humillación de los piratas y la llevó a su camarote. Para entonces Isis estaba muerta de miedo, pero decidida a ser fuerte pasara lo que pasara. No obstante ahora su miedo era tan diferente. Casi... casi agradable.
Negó con la cabeza. Maltazar sonrió y al hacerlo, unos hoyuelos no pasaron desapercibidos.
—Si no tienes miedo, ¿por qué estás temblando?
Isis ni se había dado cuenta que en efecto, estaba temblando.
—Y-yo...
—Di lo que quieras —presionó—. Quiero escucharte. Déjame escucharte...
Isis tragó saliva, pero se decidió.
—Usted dijo que...
—Tutéame. —No fue una orden, pero como anteriormente ella lo había hecho de forma espontánea y no quería contrariar a Maltazar, obedeció.
—Dijiste que tenías conocimiento de Irlendia por libros.
—Así es.
—Los libros que mandó a llevar a mi camarote...
—Son muchos de todos que he leído.
—Algunos están escritos en idioma humano.
Maltazar se separó, deducía a dónde Isis quería llegar y no le gustó deducirlo. El cómo una princesa albina del clan Oscuro sabía lo que era el Inglés, inquietante. El porqué quería sacar la verdad del origen de él, inquietante doblemente. Y a pesar de aquello, Maltazar se sentía cerrado y fascinado a la vez. No quería hablar de eso, pero sentía atracción hacia los límites peligrosos que Isis rozaba cuando ni siquiera se daba cuenta.
Una pureza jugando con la bestia. Delicioso...
—Adelante. Pregunta.
Maltazar enderezó la espalda y la retó con ojos glaciales, una expresión lacerante y una amenaza agazapada. Isis dudó, pero aun así, quiso tomar el riesgo.
—¿Eres humano?
No hubo gruñido ni burla. No hubo más que neutralidad. Tardó un tiempo en responder, un tiempo breve.
—Fui humano, ya no.
—Cuando venciste a mi tío y adquiriste sus poderes... ¿dejaste de ser humano entonces, cierto?
Él solo asintió. No le contaría que una pequeñísima parte de él seguía siendo humana. Pero estaba tan hundida en el fondo de un sistema corrompido que no valía la pena mencionarla. No obstante, a veces sentía esa pequeñísima parte cuando la tenía a ella cerca, como si la cercanía de Isis, no su presencia física la cuál solo detonaba el fuego más consumidor, sino cercanía emocional que por instantes los abarcaba, fuese un ancla para la olvidada humanidad entre las profundidades de Maltazar.
—Si fuiste humano, significa que también tenías un nombre propio de la raza.
—Sí Isis. Lo tuve.
Y ya el tono no era neutral. Ya la clara soga extendida para cruzar la montaña estaba tan tensa que Isis supo que de tirar un poco más, la partiría y se caería a un hoyo que no podría escalar. Y aun así, la manera en la que él seguía pronunciando las letras de su nombre guardaba una seducción implícita. En la boca del capitán, el nombre 'Isis' parecía tener algún poder. Aunque con esa boca él podía hacer lo que quería, ¿verdad? Era una habilidad como la de observar intensamente o manejar el viento.
Porque cuando él hablaba con cierto matiz, a Isis se le removía inquieto el corazón.
Y no es que influyeran los labios bien esculpidos que resaltaban el lunar que habitaba apartado de los otros muy cerca del arco del labio superior. No, no, qué va.
Ni tampoco el susurrar apasionado que repentinamente le ponía a las palabras; demostrando que debajo de unas garras de bestia también existía un hombre que sentía el calor de un cuerpo, los latidos de un corazón olvidado, el deseo frustrado...
Todas las anestesias delicadas que Isis se estaba inyectando respecto al terror de los ocho mares desaparecieron por el ruido que se produjo a pocos metros. La joven levantó la cabeza y vio conejos esponjosos color durazno. En Irlendia existían muchos tipos de conejos, pero aquellos no figuraban en ningún libro.
Maltazar fijó atención en el interés de Isis y movió ambas manos para formar una figura en el aire: una zanahoria. Ella vio a la misma materializarse y caer en el regazo de su vestido tan sólida como si se hubiera sacado del huerto. Miró al capitán, que aunque no sonreía, le dedicó un guiño de ojo.
Era con toda seguridad el gesto más humano que se había permitido.
Isis se preguntó sobre cómo él había convertido una figura de viento en un alimento sólido. Escapaba de su comprensión. Pero estaban sentados en un prado del mismísimo Séptimo Cielo, donde muchas cosas incomprensibles eran realidad. Uno de los conejos no perdió tiempo en acercarse. Primero lento, oliendo con precaución. Pero después de asegurarse que no había peligro, se acercó a Isis y comenzó a comer de la zanahoria que reposaba en su regazo.
—Por todo el hielo de Balgüim... —exclamó ella queriendo tocarlo, aunque su mano se detuvo a medio camino.
—Hazlo —animó su acompañante.
Y fue cuando la princesa tocó por primera vez un conejo que parecía de algodón. Lo sintió suave y esponjoso, como había intuido con la vista. Pero el tacto se sentía gratificante. El tacto servía para terminar el deseo de la vista. Lo que la hizo meditar en el capitán del Atroxdiom... Siempre observando, y nada más.
El conejo terminó su porción del banquete y se llevó la parte restante a su grupo de conejos. Estos lo olieron un momento antes de desaparecer a su madriguera.
—¿Disfrutaste la experiencia? —preguntó Maltazar.
—Hay algo que no entiendo —contestó y se permitió enfrentar los ojos tempestuosos—. ¿Por qué ninguna de las noches que he pasado en el barco, te has aprovechado de... de que estoy a bordo?
Ella trató de plantear la interrogante sin decir mucho para que se captase el sentido. No es que estuviese en desacuerdo con eso, todo lo contrario. Resultaba bueno permanecer en el mismo lugar que una bestia sin miedo a que esta irrumpiera en su privacidad cuando deseara para hacerle lo que le apeteciera. Pero ahí el problema, en lo bueno, en que era demasiado bueno. No parecía tener sentido.
Maltazar no titubeó:
—¿Piensas que no quiero? ¿De verdad piensas eso? Por todos los clanes, Isis... —De nuevo pronunciaba el nombre con una calidad suprema—. Lo deseo tanto que me quema la piel.
—Pero usted siempre hace lo que quiere. Todos los de su clase, los que tienen poder y están acostumbrados a tomar sin pensar en nada más. No entiendo por qué...
—Porque te respeto. Te respeto tanto que cualquier acción que vaya en contra de eso sencillamente no es posible.
Ella acogió la razón con buen agrado, y se le olvidó recordarse con quién trataba. En ese momento solo veía un ser del género masculino en la cumbre del poder que le obsequiaba algo que ningún otro ser masculino poderoso (excepto su hermano Jasper) le había obsequiado: respeto. Ah, pero el obsequio del capitán se sentía tan diferente al de su hermano... Los latidos inquietos en el corazón de Isis regresaron, esta vez con mayor velocidad.
—Tú has sufrido la vergüenza de que te falten el respeto. Y yo también... —dijo el capitán con rabia—. Ambos hemos sido aplastados y maltratados... nuestra carne ha recibido la denigración. ¿Crees que sería capaz de infligirte el mismo daño? ¿Piensas que obviaría tu derecho de decidir y te forzaría a mi voluntad? Jamás Isis, jamás haría eso.
A la princesa se le escapó un suspiro. Admiración y asombro, y un reflujo de sensaciones tan disparatadas que no comprendía del todo. Valoraba lo que escuchaba pero entonces, ¿por qué su piel ardía tanto? ¿Y si el caso era otro? ¿Si por primera vez en todos sus siglos era ella la que deseaba?
Una escarcha de hielo comenzó a brotar del pasto donde estaba sentada. Su poder un tanto descontrolado la hizo sonreír como boba. ¿Qué piedras del Séptimo Abismo tenía en la cabeza? ¿Prestaba atención a sus pensamientos? ¿Cómo podía desear algo del humano que había matado a su tío y se había hecho con el puesto del capitán más temible de los ocho mares? ¿En qué mente cuerda cabía desear a una bestia?
Estaba volviéndose loca. Sus años en Greendomain bajo los abusos de Vogark le habían afectado no solo el cuerpo y la dignidad, sino la cabeza y a grado gigantesco.
Isis logró detener la congelación que se estaba dando a su alrededor.
—Lo siento.
—No te disculpes. —Maltazar convocó dos ráfagas que derritieron el hielo y luego otras que secaron el líquido que había quedado. Sucedió de una forma práctica y veloz.
Pero Isis siguió mareada. O confundida. O indignada con ella misma. O las tres cosas a la vez.
—Ven conmigo. —El capitán volvió a extenderle la mano.
¿Qué querría en esta ocasión? Como Isis solía hacer, obedeció. Pero no porque le hacía honra a su educación en palacio, no porque careciera de criterio propio. Esta vez le dio la mano al que se la extendía porque deseaba enteramente hacerlo. Deseaba sentir la calidez de la piel de él contra la frialdad de la suya. Deseaba descubrir el próximo paso entre esas garras tan apetecibles.
La reprendiera el universo presente y el paralelo ¿qué locura habitaba en ella en esos confusos segundos? Las garras que antes le parecían despreciables ahora le causaban interés. ¿Tendría solución? ¿Existiría alguna fórmula para que te dejara de cautivar un asesino?
Mucho se temió que fuera demasiado tarde para salir de entre las garras de una bestia.
+Notas+
Habrá un hermoso fanart de este capítulo en la cuenta de Instagram @saga_legendarios
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