❄️2❄️ DECISIONES
Diciembre 2021
La Moraleja.
Madrid, España.
La Moraleja era el lugar de mayor cápita en España. Con hermosas zonas verdes apartadas y vecinos silenciosos. Por eso la boda debía hacerse allí y no en Estados Unidos, pensó Miguel.
Amaba a su España, cada territorio de ella. Las costas del sur, el viento suave, las precipitaciones abundantes y un legado histórico impresionante con olor a siglos de antigüedad. El clima diverso a lo largo del territorio nacional, predominando el carácter mediterráneo y las deslumbrantes cordilleras que rozaban el cielo tenían completamente enamorado a Miguel. Los Legendarios del clan Idryo no pudieron escoger mejor país para engendrar con humanos.
España no solo era de todos los países de Europa el que poseía las mejores playas, sino que contaba con infraestructuras turísticas inmejorables y diversidad cultural. Pero los Kane se habían empeñado en realizar la boda de Ábner y Maya en Las Vegas, para bochorno de Miguel. Alker alegaba que su ciudad era conocida internacionalmente por ser la meca de matrimonios; desde los famosos hasta los aficionados a tener su boda de ensueños, la ciudad había sido por años la primera opción dorada de cualquier estadounidense con un bolsillo adecuado. Pero el español sabía que en realidad dicha ciudad era conocida por su pudrición moral. Y su casta hija no debía casarse allí.
Pero Alker insistía porque lo tenía todo planeado; en teoría por supuesto, porque los planificadores de eventos serían los que llevarían a la realidad cada deseo de los implicados. Al principio se pensó algo pomposo, digno de las celebridades que se casarían. La boda sería televisada en directo y todas las cadenas podrían retransmitirla. No obstante con el giro drástico de acontecimientos respecto a la princesa, el atentado en Mansión Fortress, el cierre de la Academia, y los entrenamientos para el escogido que iría a Irlendia, las familias Kane y Alonso se habían visto obligadas a organizar algo sencillo y privado. Pero aun así los más influyentes determinaron que sería en Estados Unidos.
—¡¡¡Tienes que hablar con él, Miguel!!! —el grito repentino de la esposa hizo vibrar las paredes.
Irrumpió agitada en la oficina del hombre y se acercó al buró donde él estaba sentado.
—Elena, por el clan Idryo, ¿pero qué maneras son estas? —regañó su esposo y se puso de pie.
La mujer estaba en un estado de suma alteración; gotas de sudor corrían por su cuello, por lo que se abanicaba constantemente.
—Esos tipos... —habló indignada llevándose una mano al pecho—. Esos tipos inmaduros que no deberían llevar ni una tienda de golosinas.
—Elena ¿qué...?
—¡Me provocarán un infarto al corazón!
—¿Los Kane? —Miguel sujetó por los brazos a su esposa y la guió a tomar asiento en el mueble cercano antes que le diera un derrame por el disgusto.
—Me tienen harta Miguel, ¡harta! ¿Sabes cuántas veces le he cambiado la fecha a los diseñadores de París? Y qué decir de los arreglos florales de Venecia, ¡las flores tienen sus estaciones!
—Pero mujer, ¡cálmate!
—¡Es que no puedo!
—¿Qué han hecho los Kane para tenerte en ese estado?
—¿Y tú qué crees? Pues lo mismo de siempre...
—No puede ser. —Miguel suspiró molesto comprendiendo de inmediato—. No otra vez...
—Ahora la excusa son los casinos de Las Vegas y su admirable reputación ensuciada —resopló Elena quitándole importancia.
—La reputación de todos los descendientes está ensuciada. En algunos países más que en otros...
—¡Lo sé! Pero estamos tomando medidas, ¿verdad? —protestó Elena—. Donando más dinero, reconstruyendo hospitales públicos... Los Alonso hemos contribuido mucho a este país y lo seguiremos haciendo. ¿Por qué Alker tiene que postergar asuntos realmente importantes por las estúpidas masas? Como si ser un magnate con mente superdotada por Legendarios no le confiriera la habilidad necesaria para lidiar con ello ¡No! Tiene que posponer la boda.
—No puedo creer lo que sale de tu boca querida. Tiene que haber un error...
—¡Míralo por ti mismo! De seguro Alker, tan acostumbrado a hacer lo que le da la gana, ha enviado algún email.
El señor Alonso volvió al buró y revisó su correo en la Macbook por si tenía algún email de su consuegro.
—Alker no ha escrito nada.
—Ábner llamó a nuestra Maya hace unos minutos —contó Elena, frustrada.
—¿Y cómo se lo tomó ella?
—¿Maya? —A Elena se le escapó una risa fingida—. Anda como si nada y se ha ido a patinar. Tu hijo se ha ofrecido a llevarla a la pista privada cerca del ayuntamiento.
—Al menos no está tan alterada como su madre. —Miguel arqueó una ceja.
—¡Eso es lo alarmante! ¿Cómo puedes tomártelo tan tranquilo? Debes hablar con ella Miguel, te hace caso. Dile que debe llorarle a Ábner para que acceda a casarse de una vez sin alargar más el proceso.
—No obligaré a mi hija a hacer tal cosa —negó el padre—. Para nosotros no es secreto que Maya accedió a casarse sin estar enamorada del joven. Este tiempo de noviazgo prolongado puede ayudar a...
—Bah. —Elena sacudió la mano despreocupada—. El amor se cultiva. Estoy convencida que después de casada y con un poco de esfuerzo por su parte, uno que no ha demostrado en su noviazgo, ella aprenderá amarlo. Yo estoy segura que no existe mejor cónyuge para nuestra hija. Y tú también lo estás.
—Yo solo estuve de acuerdo con la propuesta que dio Alker —recordó Miguel—. Insistió mucho... Pensaba que cuando Maya y el joven Ábner interactuaran de forma más estrecha crecería... algo. Pero hasta la fecha solo se tienen respeto mutuo.
—Es cierto. —Elena suspiró sacudiendo la cabeza y miró al techo—. A veces me pregunto qué hice mal con esa niña. Ábner es guapo, rico, atento y el que más aplomo tiene de todo ese impulsivo linaje.
—También confío que después del matrimonio se compenetren mejor —razonó el hombre.
—¿Pero cuándo van hacerlo si se sigue aplazando y aplazando dicho matrimonio? —protestó Elena—. Tienes que hacer algo Miguel, no podemos permitir que hagan lo que les dé la gana como si fuéramos unos cualquieras.
—Está bien, está bien. —El hombre alzó las manos—. Llamaré a Alker y hablaremos del asunto.
—No, no hables. —Su esposa se inclinó hacia adelante—. Exige. Descendemos del clan Idryo Miguel, somos nobles por excelencia. Nuestros ancestros trabajaron codo a codo en el palacio de Jadre con los daynonianos. ¿Cómo vamos a dejar que los Kane sigan haciendo lo que les dé la gana?
—Bien mujer, de acuerdo —exhaló su esposo agotado mentalmente—. Lo llamaré y le exigiré que se sigan los planes para que la boda ocurra en la fecha programada.
—Así está mejor. —Elena se puso de pie visiblemente más tranquila—. Ahora voy a descansar un poco porque esta jaqueca amenaza con dejarme anciana antes de tiempo.
Y anunciando esto desapareció por la puerta.
Miguel volvió a exhalar por los nuevos problemas y porque también le había agarrado la jaqueca. Se sentía como si hubiese corrido un maratón de cien metros. Y es que en las peleas con su mujer, él siempre terminaba así. Al final, sin hacer más preámbulos, tomó el teléfono y marcó a Las Vegas.
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Impulsando su delicado cuerpo, la chica se lanzó arriba y dio otra voltereta en el aire, aterrizando elegante, afincando los pies y usando las cuchillas de sus patines para girar en círculos por varios segundos. Así danzaba la heredera Alonso sobre la pista sin sufrir rasguño alguno.
Para alguien que estuviera ajeno al estilo de patinaje de Maya, la escena que brindaba podía parecer fascinante. Ese dominio en cada movimiento, esa seguridad... Pero Mateo conocía a su hermana y se percataba de la rabia que dominaba cada una de las ejecuciones que ella realizaba. Algo se rondaba por su cabecita y no era que Ábner hubiese aplazado la boda.
La española dio un último recorrido a la pista y se deslizó a los banquillos a tomar la botella de agua que le ofreció su hermano.
—Creo que ya lo decidiste, solo que tu parte cobarde se rehusa a aceptarlo.
Maya puso los ojos en blanco y siguió tomando agua.
Odiaba cuando su hermano decía cosas de repente dándose ínfulas de saberlo todo. Aunque en verdad sí que lo supiera todo... Pero igual le fastidiaba que así fuera y él hiciera uso de su gran cerebro en temas sensibles cada vez que le diera la gana.
Le echó un vistazo y rio para sus adentros. Mateo llevaba unos vaqueros roídos en las rodillas y una playera que mostraba en letras amplias un lema popular en el mundo del rock. Tenía una cadena de plata de donde colgaba un dige, el símbolo de la paz. Lucía tan guapo y tan despreocupado... Él nunca usaba suéteres en las tardes frescas, y los abrigos que se ponía en los inviernos más fríos que solían azotar España era por motivo de la moda de la temporada. Exhibía looks invernales, pero no los necesitaba. Era inmune al frío, parte de su herencia como descendiente del clan Oscuro, por supuesto. Su cabello, que rehusaba a cortar como una persona decente, caía despreocupado hacia cualquier parte. Por último, Mateo estaba mal sentado en el banquillo, de esas posturas que son envidiables en los chicos porque a pesar de tener las piernas abiertas y los codos apoyados en el borde del espaldar siguen luciendo extremadamente atractivos.
¿Quién diría que ese friki podía ser de los primeros escalafones en Howlland?
—No tengo idea a qué te refieres. —Maya se sentó al lado de él para quitarse los patines.
—Sí que la tienes. —Mateo torció los labios.
—Lo que tú digas. Ahora vamos a casa que tengo clases de aritmética.
—Qué aburrido —resopló él y se incorporó para caminar a la salida.
Mateo le gustaba acompañar a su hermana a sus sesiones de patinaje. Encontraba una frescura necesaria en verla patinar, porque era de las poquísimas cosas que a ella le gustaban y podía realizar sin impedimentos. Aunque por obvias razones, sus padres no la dejarían continuar con el sueño en las grandes ligas. Mateo sabía que de Maya participar, ganaría todos los premios correspondientes. Su gracia y dulzura encantarían al mundo entero.
Llegaron al auto y después que Mateo ocupó su asiento de conductor, encendió la reproductora con su música favorita para viajar a gusto. Para Maya era una canción escandalosa y estaba demasiado alta, pero al menos no podía pensar en lo que llevaba tiempo rondándole en la cabeza. No protestó y dejó que el ruido ocupara lugar.
Desde que su hermano había hablado con ella la tarde anterior y revelado abiertamente sus planes de largarse a Irlendia invitándola a ir con él, la joven no había podido pensar en otra cosa. Era una locura, ¿no? Saltar sin más, dejar atrás todo. Sus padres, sus conocidos, la Academia, los planes...
Mateo era muy capaz, porque no le importaban esas cosas, nunca le importaron. Tal vez la diferencia se debía a sangre oscura corriéndole en las venas y por tanto, en lo que ella se esforzaba por ser una hija ejemplar y hacer todo lo que sus progenitores deseaban, en el caso masculino era exactamente lo contrario. Partiría al universo paralelo sin remordimientos pero ella no podía. No podía... Cuanto más lo pensaba más se repetía así misma que era una total locura. Pero entonces, ¿por qué el tema seguía atormentándola?
—¿Han cambiado tus gustos musicales? —La sorprendió su hermano sacándola de su ensimismamiento.
—¿Eh?
—Pregunto en qué momento acogiste a la rock band Saosin.
—No lo «acogí», de hecho la odio —respondió Maya cayendo en cuenta de lo que se hablaba.
—Pero no has protestado... —resaltó Mateo con sus gafas negras mirando la carretera— Mmm... iré a tener razón, estás dándole vueltas al asunto.
—Ya, silencio —pidió Maya sacando su smartphone y revisando qué le tocaba en la lista después de aritmética.
—Maya.
—¿Uhm?
—¿Hasta que punto me amas?
—Pues te amo Mateo, lo sabes.
—¿Hasta qué punto? —insistió el joven.
—Mucho. Muchísimo...
—¿Y hasta que punto te amas a ti misma?
La pregunta se quedó flotando dentro del auto, fundiéndose con la estrepitosa música que seguía sonando a todo volumen. La letra hablaba de ir al límite porque la vida se escapaba en un instante.
Y entonces Mateo detuvo el auto.
—¿Qué haces? —inquirió Maya mirando por la ventanilla.
Habían estacionado en el verde paraje sin casas a los alrededores que llevaba a la mansión Alonso, prácticamente un lugar en medio de la nada donde podían trascurrir horas sin que pasara un alma viviente.
Mateo no le dio respuesta. Cerró la puerta del auto que había abierto y fue directo a abrir el maletero. Maya vio por el retrovisor la caja de caoba que su hermano sujetaba entre manos y se paralizó.
—¡Mateo! ¡¿Has perdido la razón?!
—Yo no voy a vivir reprimiendo mis ganas de escapar como tú —le gritó el otro alejándose del auto.
Maya lanzó una injuria por lo bajo y salió del vehículo.
—¿Cómo se te ocurre robarle la energía a papá? —cuestionó.
—¿Robarle? ¿Yo? —preguntó en tono irónico—. No se puede robar lo robado ¿Acaso no fue Hiro y sus aliados los que se la robaron a Khristen primero?
—Es diferente y lo sabes. Nuestro solo la guardaba y en cambio tú...
Mateo abrió la caja y el fulgor dorado de la energía Osérium resplandeció en su rostro, lanzando halos de luz en todas las direcciones.
El cielo empezó a oscurecerse y el viento a soplar más fuerte cuando el muchacho dejó la energía en el pasto, sacudiéndola del cofre con muchísimo cuidado de no tocarla con las manos. Poco a poco se fue ensanchando y perdiendo claridad para volverse un hoyo oscuro y turbulento.
—Ahórratelo —gritó Mateo porque la fuerza que desprendía el portal acaparaba los sonidos del ambiente—. Ya no importa, yo sí he tomado mi decisión.
—Mateo espera... —Maya trató de acercarse pero se contuvo al sentir un empuje invisible hacia el agujero.
Si se acercaba lo suficiente el agujero negro podía succionarla.
El otro heredero suspiró hondo con melancolía. Fue él quien se acercó a una asustada Maya y le apoyó una mano en el lado derecho del rostro. Ambos Alonso pegaron sus frentes mientras las lágrimas de ella se escurrían por sus ojos color zafiro.
—Mateo no hagas esto, no me dejes. Por favor hermano, por favor...
—Ven conmigo Maya, no lo pienses más, yo sé que quieres.
—No puedo —exhaló ella en un susurro sin evitar que más lágrimas salieran con los ojos cerrados.
Mateo la besó allí dónde las lágrimas se escurrían.
—El portal no estará abierto por mucho tiempo —presionó—. Vamos hermanita, antes que sea demasiado tarde.
—Yo...
—Tú quieres y tienes miedo de quererlo. Pero en el fondo rechazas tu vida, tus obligaciones. No deseas casarte y vivir el resto de tus días con un hombre que no amas. Desata esa alma rebelde que tienes reprimida. —La tomó por los brazos y la condujo caminando de espaldas a la anomalía—. Prometo protegerte, lo prometo.
Ella empezó a negar con la cabeza ¡Tenía que negarse! Pero sus pies continuaban dando pasos hacia la dirección donde Mateo la conducía con suavidad.
—Yo estaré contigo.
—Es una locura... No puedo —repitió, mas sus pies continuaban en movimiento.
—Solo salta Maya. Salta conmigo.
Maya sabía que era algo demasiado egoísta. Pero por primera vez vio un futuro sin la mancha del deber. No más restricciones, no más obligación. Podría ser libre, era su oportunidad.
Eso sí, tenía muchísimo miedo. El sistema de vida que le habían impuesto lograba retener esas ansias aventureras que en pocas ocasiones sacaba a relucir. Pero se agarró de ellas, se agarró de las ganas de sentirse realmente viva, de soltarse...
Y entonces... saltó.
Saltó junto a su hermano a ese hoyo negro que presagiaba todo tipo de horrores, pero también la vía de escape que tanto ansiaban...
Al momento se sintió un calor y un frío mutuos, como si la potencia quemara y congelara a la vez. Ella estuvo tentada a correr cuando la fuerza misma caminó por los brazos, fluyendo por su cuerpo y por el de su hermano como un virus que encuentra nuevos huéspedes. Pero ninguno podía correr o moverse. Gritó, pero no se despegó de Mateo, que estaba absorbiendo el dolor como todo un experto. Quizás su sangre oscura se lo permitía.
Sin embargo cuando la transportación llegó a su punto culminante, ambos cayeron de rodillas. Maya respiró con dificultad y sintió en sus huesos la desesperación. Sentía que estaba consumiéndose. Quizás la energía Osérium concedía deseos y esa muerte que tanto rogaba por las noches estaba a punto de acontecerle...
+Notas+
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