❄️18❄️MÁS ALLÁ DE LA MENTE
Año 13
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.
El poder de las sombras que poseía Jasper no solo se concentraba en lo parcial de la comúnmente llamada por los humanos "umbrakinesis". El poder del hijo de Dlor también era intangible, y lo evidenció en la petición que le cumplió a Maya.
Ella quería olvidar. Él lo haría posible.
Jasper llevó a Maya unos metros más allá de Lofer, los alces y el carruaje, necesitaba que estuvieran solos. Era un terreno llano, la nieve seguía en todas las direcciones hasta topar con árboles ceñidos y altos que rodeaban los senderos principales.
—Siento que la temperatura es más baja en este sitio —dijo ella frotándose los brazos.
Jasper no dilató su primer impulso cuando las alas se le abrieron y rodearon a la joven. Maya se quedó estática, mirando esos ojos tan negros y profundos que ahora escondían algo nuevo. Porque en el pasado ella había advertido tristeza, dolor y valentía, pero existía esto pesado que... lo atormentaba ¿Qué podía ser?
—Gracias —dijo ella sintiendo que el calor brindado por las alas combatía muy bien el frío.
—No me des las gracias —respondió seco Jasper.
Maya apretó los labios, afligida porque él fuese tan estricto en dejarle paso a la gratitud, la felicidad y a los sentimientos positivos en general. Pero en realidad Jasper lo había dicho porque la culpa le iba creciendo cada segundo más y más; por lo que haría, por la intromisión a la mente de Maya Alonso... Él se había prometido que nunca usaría ese aspecto de su poder, y reafirmó la promesa cuando Dlor entró a su mente y le desbarató varios de los recuerdos que tenía de su infancia en Rumania. El dolor, la violación de privacidad, el estado de humillación... Un aspecto demasiado nocivo y cruel del poder que compartían, un aspecto que no debía ser usado bajo ningún concepto.
Y ahí estaba él, a punto de ponerlo en práctica con Maya.
Le debía toda la sinceridad posible.
—Voy a entrar en tu mente Maya. Buscaré el recuerdo de lo que viste y lo romperé. Como ha sido reciente, no estará vagando lejos y no tendré que demorarme mucho.
—De acuerdo —aceptó ella mirándolo alentada, como si fuera su único soporte estable en medio de un terremoto.
La culpa aumentó tanto que Jasper cerró más las alas en derredor. No merecía esa mirada... Él no era un salvador, sino una bestia con una habilidad muy cruel.
«No me mires así, Maya»
La propia expresión de Jasper era sepulcral, como si estuviera a punto de enterrar un cadáver.
—Cuando termine, no vas a recordar el porqué estamos aquí, en medio de la nada. Deberé decirte cualquier... —Jasper se detuvo.
De todas las cosas que odiaba, esta era de las peores.
—Permiso concedido para mentirme —concluyó Maya para demostrarle que no había problema.
—Cierra los ojos —le ordenó.
Ella lo hizo y entonces, se dio inicio al proceso. El príncipe partía de lo básico para este tipo de trabajo, que era atravesar el campo energético que rodeaba al contrario. Todos los seres contaban con uno, y era tarea sencilla para Jasper atravesarlo. Pero para entrar en los recuerdos debía alimentarse de la esencia del ser, usarlo como llave para todas las paredes psicológicas que existieran, algunas eran más abundantes según la personalidad. Maya no tenía muchas construidas y Jasper se incomodó de que alguien como ella fuera por la vida sin desconfianza. Fue fácil absorber su campo.
Lo siguiente que hizo el heredero fue la disquisición, es decir, fundir sus sombras viajeras con la oscuridad que rodeaba a su doncella. Al principio pareció que no completaría la misión porque Maya era un ser bondadoso y caritativo, tan puro de alma que imposibilitaba la disquisición ¿Con que fundiría el príncipe sus sombras para camuflarse y entrar? Se detuvo cuando dio con ello, con las tinieblas. Oh, sí que ella tenía, vastas además, solo que muy escondidas. Y esto, por ridículo que pareciera, le dio una satisfacción perversa a Jasper. Quiso saber hasta dónde llegaba la maldad de la obediente chica de los Alonso. Sería muy interesante descubrirlo...
Pero en ese momento, debía continuar el trabajo de introducirse en los recuerdos de Maya. Una vez que atravesó todas las fronteras previas, las uñas de la española se enterraron en las mangas de su jubón. Pero él no hizo intento de quitarlas, le concedería aliviar un poco de dolor de esa forma, que fluyera una parte a través de la acción de sus uñas. Ya casi estaba...
Los recuerdos flotaban como burbujas tan nítidos que fue rápido encontrar el que buscaba. Se acercó, lo acorraló... pero antes de desbaratarlo con sus garras, de propinar el dolor mayor, cometió la travesura de indagar en los recuerdos dorados, los que brillaban tanto pero se mantenían ocultos y anexados unos a otros como si le hubiesen untado pegamento. Era una distracción innecesaria pero... Jasper Dónovan no pudo resistir la tentación.
Vio una joven Maya, de unos cinco años, recibiendo sus primeros patines. La risa infantil era tan genuina y exquisita..., un sonido que atravesaba el cerebro y llegaba a los oídos físicos del príncipe...
Vio a una Maya adolescente patinar por primera vez, con miedo, dando deslices cortos y precavidos, pero con un placer tan grande colmándole el ya desarrollado pecho femenino que el pecho de Jasper se hinchó en acto reflejo.
Vio una fresca y saludable Maya con un hermoso vestido de patinadora dando piruetas en una pista congelada. Sus movimientos ya eran expertos, su cuerpo maduro por los años de prácticas, y sus ojos color zafiro decididos en las caídas libres...
De pronto, Jasper se vio inundado de pensamientos familiares, con Mateo riendo en la mayoría, bailando con ella, besándole la frente, abrazándola, tendiéndole la mano cuando tuvo su caída en la bici, vendándole las pequeñas heridas, diciéndole que él se encargaría de enseñarle todo lo necesario para que no cayera nunca más. Los recuerdos se amontonaron a tropel con orgullo de antiguos profesores por desempeños de Maya, por sus calificaciones sobresalientes, la melodía favorita que la española reproducía con una guitarra profesional y cada una de las palabras dulces que ella le dedicó a los bebés que cargó en brazos en el hospital donde trabajaba su padre con la idea de especializarse en neonatología...
Todas las risas a carcajadas sinceras que ella había emitido.
Todos los vestidos que había usado.
Todas las veces que modeló en la privacidad de su cuarto delante de un espejo.
Su primer diente roto. La primera vez que le vino la regla. La primera vez que se cortó el espeso y ondulado cabello por voluntad propia en sus ansias de peluquera frustrada y se lo dejó disparejo. El primer premio de patinaje que ganó...
Fue tanto... tanto de Maya en milisegundos, sus recuerdos más preciados, tanta felicidad y placer guardados, que Jasper se abrumó, retrocedió y rompió el recuerdo que debía ser roto, por el que había entrado, para salir rápido de allí. ¿Qué había hecho? ¡Por qué se había metido más allá de donde era necesario!
El dolor, como había pronosticado, no duró mucho. Para Maya fue como una hincada en una región escondida de su cerebro. Soltó un gemido y se afincó a Jasper de una manera que estando consciente, jamás se hubiese atrevido a realizar.
Cuando abrió los ojos estaba perdida, en medio de un páramo helado que no le era familiar y entre las gigantescas alas negras de una bestia que la miraba con nuevos ojos, no los insondables que ya conocía, no. Estos estaban llenos de todo tipo de emociones..., locas emociones que le alborotaban el órgano izquierdo debajo de sus ropajes negros, haciendo que Maya lo sintiera contra sus pechos. ¿Cuándo se había pegado tanto a él? Y lo más desconcertante, ¿porque el mismísimo Príncipe de las Tinieblas la había dejado?
—¿Qué está pasando? —fue lo único que pudo increpar, incrédula y desorientada tanto física como emocionalmente.
Una cosa era reconocerse que albergaba sentimientos románticos por Jasper Dónovan, otra muy distinta era reconocer que él también los sentía.
Por los Legendarios. ¡Jasper la tenía envuelta con sus alas negras, con sus brazos extendidos debajo de los de ella, rodeándole la cintura y ocupando todo el espacio personal que ella poseía. Y... no se apartaba. Allí estaba, petrificado en el mismo lugar, sin poder soltarla, tan perdido en lo que fuera que anduviera en su cabeza y a la vez tan anonadado con la apariencia de ella, con sus ojos, su nariz, boca... Maya se estremeció cuando él le tocó el cabello, recogido en una coleta holgada.
—Jasper.
Fue cuando mencionó el nombre, con ese tono confundido, que él despertó de su ensimismamiento. Soltó a Maya, dándose cuenta del contacto tan cercano que estaban manteniendo y recogiendo sus alas a tal velocidad que causó que un reguero de plumas se esparciera por el área.
—Qué... ¿qué está pasando? —repitió la muchacha porque todavía no le terminaba de quedar claro—. ¿Cómo llegamos aquí? No recuerdo...
Entonces Maya se enfocó en el vacío transitorio que se le presentaba en la mente, un salto temporal en el que no hallaba un conecto. Buscó y buscó, pero no encontró nada.
—¿Qué es lo que recuerdas? —preguntó Jasper, su voz estaba ronca, extrañamente ronca.
—Estábamos en la feria, me habías sacado de esa tienda colorida del Embaucador. Íbamos a subir al carruaje y... —Maya apretó los ojos, se llevó ambas manos a la cabeza por la jaqueca inmediata—. No... no sé. Lo último que recuerdo es que subiría al carruaje. El cómo llegamos aquí... —Abrió los ojos y analizó más detalladamente la zona.
Desconocida. Irrecordable.
Jasper irguió la espalda, intentando encontrar la postura adecuada. Antes veía a Maya desde arriba, ella en su posición inferior de simple humana mortal e irritante. Ahora... Por más que se irguiera no lograba achicarla. Su esencia era arrebatadoramente reclamante, tan abarcadora que mucho se temió, no desaparecería en buen tiempo... Quizás nunca.
«Permiso concedido para mentirme» había dicho ella antes de darle paso a su privacidad, a lo más recóndito que podía guardar.
—Tuviste un mareo cuando montaste en el carruaje, casi sucumbes al desmayo. Le pedí a Lofer que detuviera la marcha. Y te traje aquí —afirmó Jasper odiando cada mentira que salía de su boca.
Aunque si lo pensaba detenidamente, no había dicho ninguna mentira. Le había ocultado parte de la verdad, pero no le había mentido. Y pese a que no hubiese nadie a quien contárselo, Jasper encontró un ligero alivio en la terrible culpa que lo agobiaba y que de seguro, seguiría agobiándolo en el futuro. Pero no le había soltado una sarta de mentiras a Maya, y eso debía contar.
La española volvió a mirar a su alrededor.
—Me sostuviste en tus brazos...
Jasper hizo un gesto afirmativo de cabeza. Una verdad, esta más palpable que cualquier otra, pero diminuta frente a la bestialidad que él había cometido. Por tanto, no se sintió capaz de admitirla en voz alta y solo se dedicó asentir.
Al parecer, Maya la consideró suficiente para recortar la distancia que la confusión había creado. Lo miró con ojos llenos de ilusión, gesto que le propició náuseas a Jasper, porque se mostraban tan inocentes frente a la cosa perversa que él era. Si Maya supiera, si en realidad supiera lo que él había hecho...
—Oh Jasper, es de las cosas más bonitas que has hecho por mí.
—Maya...
—Gracias. —Ella se atrevió a tomarle las pálidas manos, que estaban tan frías como debía esperarse del hijo del rey temible—. Yo siempre supe que eras misericordioso en tu corazón.
«Soy una bestia, una despiadada y cruel»
Pero ahí, con la mujer pegada nuevamente a su pecho, fue imposible que profiriera palabras. El tacto con ella siempre le había producido escalofríos, corrientes, descontrol... Y él huyó de eso. Mas ahora, después de escarbar sin su permiso en su intimidad, después de comprender el ser de luz que era Maya, con sueños y metas, le era inevitable no sentirse apaciguado por su tacto gentil. Descubrió que además de dominar el elemento agua, la descendiente Alonso poseía un poder tan peligroso como el de él: su toque lo mismo podía producir locura que paz; sus manos transmitían curación, desorden, bienestar, deseo...
Nunca. Jamás. En toda su vida... Jasper Dónovan había sentido todo aquello.
Porque usar las sombras para sellar incisiones accidentales no le daba la curación interna que le proporcionaba Maya.
Porque el agrado que le representaba la soledad y el silencio en el que se acurrucaba no le habían brindado, ni por una fracción de segundo, el bienestar tan superlativo que le producía Maya cuando lo tocaba con veneración.
El autodominio e impavidez calcados durante años en absoluto habían tomado vacaciones, ni una vez. Y Maya los había desaparecido en un santiamén.
Y por último, nunca, jamás, había experimentado deseo por un ser. Era algo que no aparecía en su diccionario, que estaba carente en su manual humano, que no tenía cabida en su cuerpo. Pero Maya lo había tocado, lo había besado dulcemente, y todo vino de golpe. Y se repitió cuando entrelazaron las manos.
Y ahora se volvía repetir. Y Jasper no supo qué hacer.
Había planificado el secuestro de la chica más poderosa que estudiaba en Howlland Academy, había calculado fríamente su sacrificio, había ido a la guerra, matado, adiestrado a cóndores carnívoros, sobrevivido a tres enfrentamientos con Arthur Kane, y sin embargo, no sabía cómo actuar bajo el tacto de una mujer, una que...
Le gustaba.
—Lofer te llevará de regreso —se las ingenió para decir, usando la determinación que lo caracterizaba para sacar las delicadas manos de sobre su pecho.
—¿Por qué hablas en singular?
—Porque yo regresaré volando.
Y sin darle tiempo a la muchacha a replicar, abrió sus negras y enormes alas y se elevó al oscuro cielo donde la luna comenzaba a hacerse más chica.
•̩̩͙*˚⁺‧͙⁺❆•❆⁺‧͙⁺˚*•̩̩͙
Maya no se sobresaltó cuando escuchó la voz de Lofer detrás de ella, a pocos metros, pidiéndole que volviera con él para que pudiese guiarla a dónde estaba el carruaje y regresaran al alcázar.
«Su Alteza me pidió expresamente antes de desaparecer que no demorara en llevarla, milady» había aportado Lofer como medio de presión.
La doncella, callada y sin cuestionar, había regresado con el guardia tratando de encontrar en la demencia estacional de su cerebro ese momento del mareo repentino, ese momento donde sentía venir el desmayo.
Nada. Vacío. Dolor...
¿Por qué cada vez que retrocedía y escarbaba en la nada, encontraba vacío y sentía dolor? No era natural. Algo había pasado. Y luego Jasper... Los sentimientos en sus ojos, su cercanía, la decisión abrupta de regresar solo...
Una vez llegado a palacio, Maya trató de encontrar alguna señal del heredero, pero después de hacer averiguaciones y no obtener resultados, terminó en su habitación de doncella del príncipe. Allí descubrió el aroma de flores conocidas y sonrió con nostalgia al encontrar un ramo de durillos sobre su cama. Se acostó sobre la misma con el ramo entre las manos, mordiéndose el labio inferior por comprobar que a él no se le habían olvidado los durillos. Luego se estiró un poco para colocar el ramo sobre la mesita que tenía al lado y volvió a reposar la espalda sobre el colchón, cerrando los ojos y reviviendo sus últimas horas con Jasper.
A pesar del suceso extraño, a pesar del vacío, a pesar del dolor antinatural que suponía el esfuerzo por recordar, a Maya le abarcaba un gran deleite solo de pensar en Jasper Dónovan. De pensar en su blanquísima piel contrastando con los atributos negros. En las ropas de realeza aterciopeladas con botones de obsidiana y una capa tejida con un pedazo del firmamento de Bajo Balgüim. El cabello lacio, recto, largo, cayendo simétrico a los lados de una cara angulosa, dura, que amortiguaba cualquier emoción que podía acontecerle. Y sus ojos, unos que a pesar de ser similares a dos piedras de carbón no cumplían el cometido de ser totalmente imparciales, porque sentían..., reflejaban los sentimientos que formaban el incomprendido ser que era Jasper.
Así, Maya se quedó plácidamente dormida, convencida que cuando despertara, sus dudas tendrían respuesta.
Al mismo tiempo en el torreón de al frente, una especie de ave gigante y grotesca se mantenía posada sobre el adarve de la muralla. Sus garras se afincaban con fuerza en la piedra mientras la nieve caía precipitada contra su plumaje oscuro; y allí donde no habían nacido plumas, un pellejo prieto de reptil, de apariencia impenetrable, aguantaba las bajas temperaturas del ambiente. La criatura graznó en un sonido abismal y agudo, como una serpiente alada de las pesadillas de Valle Enrevesado. Quizás estaba tratando de vocalizar un nombre, pero con su entero ser transformado era difícil acertarlo.
El habla se había desvanecido. Los pies. Las manos. Todo era una imposición de plumas, garras y dos cuernos protuberantes que salían del extremo superior de la cabeza y terminaban en puntas afiladas. Los labios le habían dado paso a la inflexibilidad, juntándose en forma de pica. Y una cola serpenteaba de lado a lado en el aire gélido que soplaba, era gruesa y larga, con aros de piel arrugada al relieve y púas hacia el final de la misma. Una bestia por completo, sin vestigio de humanidad.
Eso era la culminación del veneno de Dlor, una arma viva y espantosa que equilibraría su ejército contra el daynoniano.
Pero esa noche, en ese momento y justo después de su tormentosa transformación, la bestia solo podía observar desde la seguridad de la distancia a la ventana de Maya Alonso y perderse en los recuerdos de ella durmiendo infinidades de veces; recuerdos del primer campamento de verano, recuerdos de su primera pijamada, recuerdos de cuando era apenas una niña y se coló a la cama de sus padres producto a una pesadilla.
Maya...
Todo Maya.
Maya comiendo helado. Maya riendo a carcajadas. Maya durmiendo en cada diferente posición y sitio terrestre. La Maya del pasado.
Pero la bestia se dio cuenta en esos precisos instantes, en la región de Bajo Balgüim, bajo un crudo invierno y una noche eterna, cargando con un pacto universal que jamas hubiese deseado, ella dormía mejor que todas las veces anteriores.
Porque estaba pensando en Jasper Dónovan.
Él lo sabía. La conocía. Ahora conocía a Maya de una forma íntima como nadie en ambos universos.
Porque más allá de su mente, había escarbado en su corazón, y con todos sus sentidos había visto que era él quien estaba dentro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top