⚓️14⚓️ LO QUE SIGNIFICA SER MALTAZAR
Año 13
10Ka, 50Ma.
Mar Entanche.
Bajo Mundo.
—Apenas has comido —notó Maltazar cuando llevaban un rato de cena.
—No tengo mucha hambre —alegó Isis.
Antes, cuando la atamarina había comenzado a servir y acomodar las bandejas y platos en la mesa, Isis había tenido que mostrarse muy interesada en ellos para evitar la mirada incipiente del capitán. No cesó, desde ese momento hasta el actual, no le había quitado los intensos ojos de encima.
—Y menos si estás mirándome todo el tiempo...
—¿Cómo?
—No he dicho eso en voz alta.
Isis sintió que las tablillas del Atroxdiom se abrían debajo de sus pies. Qué lástima que la niebla cósmica no se la llevara lejos. ¡¿Qué polvo de estrellas pasaba con su boca?!
—Sí lo has dicho.
Maltazar parecía, ¿divertido?
—Discúlpeme Capitán, no sé qué...
—Te había pedido que no te disculparas por hablar.
—Yo...
—Mírame.
Isis dejó que sus ojos se encontraran con la tempestad gris que el hombre portaba en la cara.
—Tu voz es muy suave, Isis. También refrescante, como una brisa de primavera.
Ella apretó el tenedor que tenía entre manos, gesto que no se le escapó a Maltazar.
—¿Te incomoda que lo diga?
«Me incomodan demasiadas cosas» expresó y en esta ocasión, se aseguró de hacerlo para sus adentros.
—No importa lo que yo sienta, señor.
—¿Y si te digo que a mí me importa?
Isis no sabía qué pensar al respecto, no la habían educado de esa forma. Sus deseos u opiniones eran irrelevantes, aún si el dominio que se ejerciera sobre ella fuera por parte de una bestia sin corazón.
—No sé que espera de mí, Capitán —dijo finalmente.
—Solo quiero que seas libre Isis. Libre de expresarte, libre de pedir lo que quieras, libre de comer lo que te guste.
«Me tienes confinada en este fantasmal barco para la eternidad. ¿Cómo pretendes que me sienta libre?» replicó otra vez para sus adentros.
Pero en cambio de hablar, miró los diferentes platos.
—La cena está bien.
Él resopló.
—¿Sabes que mandé a buscar esa cocinera atamarina porque me dijeron que cocinaba las recetas más extrañas de Irlendia?
Isis meditó en la información. La señora pertenecía al clan Atamar, oriundo de Korbe, donde el Atroxdiom había estado navegando parcialmente en varios pillajes. Lo que significaba a su vez, que el rey del océano se había tomado muchas molestias en buscar entre ataques a una cocinera cualificada. Isis también sospechó que la pobre, no había acudido voluntariamente al barco maldito; era sabido que una vez que se pisara no se podía escapar. ¿Tendría familia? ¿Quizás hijos?
Para Maltazar era muy fácil desprenderse de esa minúscula molestia.
—Las cenas anteriores también estaban buenas —aportó para no mencionar que había arrebatado de su hogar a una atamarina por gusto.
—¡Pero no lo dijiste! —Maltazar se puso de pie—. Durante cinco noches acudiste a mi camarote con la mirada gacha y una actitud sumisa. Apenas comías y contestabas a mis preguntas con monosílabos. —Apoyó el puño cerrado sobre la mesa y se inclinó hacia adelante—. Traje a esa cocinera en un intento de que disfrutes un poco tu estadía. Te di esos vestidos para que te sientas digna de tu posición. Sé que el Atroxdiom no es lo que soñabas, pero estoy convencido que cualquier escape de Vogark era mejor que seguir atada con gruesas cadenas.
Isis ahogó un suspiro que terminó quebrantándole la garganta.
—Habla —pidió Maltazar y lejos de una orden, fue una súplica entre dientes.
—Solo quiero saber... —comenzó ella en tono bajo— ¿Por qué le importa lo que yo piense? ¿Por qué se empeña en que me sienta a gusto si de todas maneras debo permanecer aquí por obligación?
Cuando terminó de formular la pregunta ni siquiera pudo subir la mirada más arriba del pulpo que tenía en el plato. Pero una presión en las ondas de aire movieron su mentón sin esfuerzo.
Era Maltazar ejerciendo dominio sobre el elemento.
Los ojos grises ahora brillaban diferentes, como aquel día que él había dejado de ser el capitán del barco pirata y había sido solamente un hombre que le mostraba su torso desnudo y sus inumerables cicatrices.
—Porque mereces libertad, Isis.
Y nuevamente la princesa obtuvo esa corriente inusual al escuchar su nombre en aquella voz que saboreaba con sutileza cada letra. Una voz profunda y varonil que conseguía perforar el ambiente más duro y arañarte despacio, con sus garras invisibles, como si quisiera seducir con ellas en vez de herir.
—Todos los seres merecen libertad, sea física o de espíritu. A veces no podemos tener ambas. Pero nuestro espíritu puede llegar a liberarse aún cuando nuestro cuerpo le sea imposible escapar.
—Sé a lo que se refiere —se animó a decir ella y Maltazar hizo un gesto de cabeza, ansioso porque continuara hablando—. Conozco bastante al respecto. Mientras viví en Greendomain, esos momentos que... —Suspiró y sus manos se aferraron a la mesa—. Yo trataba de despejar mi mente, trasladarme lejos de allí aunque a mi cuerpo lo estuviesen...
Hubo un silencio como un cielo roto después de la tormenta, cuando se han acabado los truenos y la lluvia, y solo queda la paz ensordecedora que aplaca la vida.
—También lo experimenté, es lo único que puedes hacer en ciertas circunstancias —apoyó él—. Pero ahora no tiene porqué ser así, princesa. Ahora puedes ser dueña de tus pasos y recorrer el barco, sabes que ningún pirata va a tocarte. Incluso puedes buscar un pasatiempo.
—Leo mucho en el camarote.
—Estoy al tanto.
La conversación volvió a caer en un punto muerto que ella aprovechó para seguir comiendo. Pero la tensión todavía era muy latente entre ambos.
—Siento que te callas muchas cosas, Isis.
—Solo pensamientos que no llevan a ninguna parte, Capitán.
—Puedes decirme lo que quieras —insistió él.
Y ahí estaba, la insistencia, la señal. Isis aún conservaba la alerta de no molestar a las bestias, de no zarandear los límites de quien ejercía la autoridad como le pareciese. Pero decidió tomar ese atisbo de cortesía y liberar la opresión. Entonces miró a Maltazar con lágrimas en los ojos. Soltó el cubierto y luchó porque las lágrimas que inminentemente se le habían formado en los blancos ojos se quedaran sujetas allí, porque una vez que salieran, el hielo cubriría la mesa.
—Tengo entendido que cuando me sacaron de Greendomain dejaron algunos sirvientes sin lengua para reconstruir la hacienda y mantener lo que quedara de esta.
—Correcto —respondió él contrayendo cada músculo. Había desarrollado un desprecio automático a los que cuestionaban sus decisiones pero hizo un esfuerzo en controlarse por ella.
Después de todo, ¿no le había insistido para que hablara? ¿No le había prácticamente exigido conocer sus pensamientos?
—Los niños... —al decirlo, las lágrimas de la albina se desparramaron por su cara, saliendo tan frías como los carámbanos que se formaban durante el invierno en los linderos de una torre de Balgüim.
Maltazar arrugó el ceño, un poco confundido. Ella parecía estar sufriendo mucho por eso y él no lo comprendía. Vogark debió haber ejecutado actos más atroces en presencia de la princesa.
—¿Te duele que haya dejado los niños a cargo de los sirvientes?
Entonces Isis abrió los ojos. ¿Había escuchado bien? La última lágrima se deslizó por su mentón y cayó a la mesa en forma de hielo, como las anteriores. El plato ahora tenía lágrimas de hielo mezcladas en la comida.
—¿No mandó a matar a los niños?
—Por supuesto que no —respondió el capitán contundente—. ¿Me tomas por un infanticida?
Isis volvió a bajar la cabeza y él suspiró.
—Es cierto que puedo matar con facilidad, pero solo cuando cumple un propósito. La hacienda del Valle Enrevesado no podía tomarse sin derramar sangre, y todos los que estaban involucrados en su defensa perdieron la vida. Y la descendencia de Vogark, esa sí fue exterminada por completo. Pero dejé los sirvientes internos bajo el castigo de un recordatorio para asegurarme su lealtad. Sin embargo, los niños de las pesadillas y demás razas no fueron tocados.
—Pero ella dijo... —Isis no completó la frase, pensando lo cruel que era la turia por engañarla con aquella mentira tan infame y dejar que sufriera con eso.
—Veo que Aracnéa estuvo haciendo de las suyas. —Maltazar resopló desviando la vista a un lado—. ¿Te está molestando?
—No importa.
—¡Sí que importa! —Él golpeó la mesa una vez más y después de pasarse una mano por el cabello, alcanzó la botella de Fron para llenarse la copa a rebosar. La bebió de un tirón y entonces la tempestad que se había formado en sus ojos comenzó a despejarse—. No puede hacer lo que le parezca cuando le parezca de la forma en que le parezca —dijo más para sí mismo apretando la copa vacía. Isis temió que le reventara entre los dedos—. No te volverá a molestar.
—Gracias, Capitán —dijo porque era lo único que podía decir. Ella no había pedido un escudo respecto a Aracnéa, pero quitársela de encima le haría su estancia más soportable en el Atroxdiom.
El silencio hizo mella de nuevo entre ambos. La joven albina apartó su plato con las sobras notando que las lágrimas de hielo empezaban a derretirse. Así que el hombre que ahora ostentaba el nombre de su tío no era un infanticida y jamás había matado sin propósito. Podía ser mentira, claro; una mentira bien elaborada porque ¿quién iba atreverse a replicarla? Pero Isis sentía que él le había hablado con la verdad.
Eran sus ojos.
Los ojos grises el noventa y nueve por ciento del tiempo se mostraban gélidos y los acompañaba un semblante rígido, desplegando la letalidad que podía infundir el mayor de los espantos a otros seres vivientes. Cuando dictaba sentencia, una turbulencia arrolladora tomaba lugar dentro de sus cuencas oculares.
Pero ese uno por ciento reservado, íntimo, que el capitán no mostraba casi nunca resultaba tan reconfortante y pacífico... Isis era de los pocos seres que habían conseguido contemplar el uno por ciento, y dudó que los otros que habían tenido la oportunidad estuviesen vivos o en ese extremo del universo.
En los breves segundos que el muchacho dejaba despejado sus ojos, la claridad de una promesa se evidenciaba en ellos. No importaba no conocer a fondo qué promesa era. Se evidenció cuando dijo su nombre por primera vez; ese «Isis» pronunciado con una delicadeza y cuidado genuino. Cuando se desnudó el dorso para mostrarle la espalda llena de cicatrices trayendo un pasado en común para ambos. Y cuando le juró que jamás en su vida había matado niños. Y por eso, Isis le creyó.
La princesa, ahora más tranquila, tomó una copa y buscó la jarra que contenía ese líquido de durazno y mango que según Maltazar, traía un ingrediente especial de la Comarca Lirne, en Jadre, formando una combinación perfecta llanada Néctar.
—Permíteme —habló el joven inclinándose a coger la jarra y servirle la copa.
Él la observó en el proceso y fue esa la única vez de entre todas las veces anteriores que a la princesa no le repugnó que lo hiciera. También sabía que era un hombre que se preocupaba por su bienestar, aún cuando existía la condena perenne que una vez que se pisaba el Atroxdiom, no se podía escapar. Pero él la animaba a no ver su condición como prisionera, sino como una visitante permanente, y una de honor. Ahora, al sentir los atributos plomizos sobre sí, sabía que su dueño no era una bestia desprovista de todo su corazón.
«Pero sigue teniendo garras, Isis» recordó su inconsciente.
—Mañana tengo otro trabajo para ti —la sorprendió Maltazar—. ¿Quieres saber de qué se trata?
—Diga usted, Capitán.
—Será la primera vez desde la toma de Greendomain que el Atroxdiom arrive a una costa. Hasta el momento nos hemos mantenido desplazándonos en botes para nuestros pillajes y usando los mismos para traer el cargamento al barco.
—El barco se ha mantenido flotando —confirmó ella.
—En efecto. Pero he trazado las coordenadas para visitar un lugar especial por la mañana.
Isis no supo qué contestar así que él prosiguió.
—Quiero que vengas conmigo.
—Pensé que no se podía escapar del Atroxdiom.
—Y no se puede, técnicamente. —Maltazar se puso de pie y después de rodear la mesa le extendió la mano a Isis—. Ven.
Ella reposó su mano en la extendida y por extraño que fuese, recibió una calidez atípica a un capitán que contenía fríos poderes del clan Oscuro. Luego recordó que gran parte del ADN del hombre tenía registrado su ascendencia Fayrem y dejó de darle vueltas al asunto porque su propia mano comenzó a congelarse mucho.
Sus poderes de congelación estaban regresando poco a poco.
Maltazar la acercó a un gavetero múltiple que iba desde el suelo hasta el techo. Estaba barnizado con esmero y tenía raíces de bronce escalonando los bordes como parte de un decorado extravagante. De una de sus gavetas, el Capitán sacó un frasco muy parecido al que ella le había regalado a Khristenyara para que cortara el flujo de su sangre menstrual. Pero sospechó que no se trataba de Libis negra porque el contenido de aquel frasco era gris parduzco.
—¿Sabes qué es? —Como ella negó con la cabeza, Maltazar prosiguió—. Es la llave que permite salir del Atroxdiom. —Isis miró con sumo interés el frasco y Maltazar volvió a guardarlo—. Cada vez que organizo expediciones a tierra, mi tripulación está obligada a tomarlo. De no hacerlo, la nebulosa que rodea el barco los despojaría de la vida de un modo doloroso.
—¿No tiene miedo que alguno de los piratas irrumpan en su camarote para robarlo?
Maltazar se rio. No era una risa de júbilo, sino una de burla e incredulidad.
—Nadie quiere escapar del Atroxdiom. Los piratas están aquí por voluntad propia. Son indeseables en sus mundos, almas descarriadas que han perdido el propósito de su existencia. Cuando desean enlistarse a la tripulación el barco los escucha. Yo los escucho.
Tomó de nuevo la mano de Isis entre las suyas y se la llevó al pecho. La princesa descubrió los latidos pausados del corazón del capitán, como si no tuviera prisa por adelantarse a una vida eterna.
—Los escucho con algo interno que es lo más parecido a un corazón, pero gracias a las estrellas, carente de sensibilidad y otras emociones banales. El barco marca el rumbo. Es la intimidad que el Atroxdiom y su capitán comparten. Es una conexión tan excitante que nadie que no haya estado en esta posición ha podido experimentarla.
—La maldición del barco no es realmente una maldición —concluyó Isis en aire reflexivo, mirando a ningún punto en particular.
Maltazar se acercó más al rostro de ella para susurrarlo:
—Es liberación.
꧁☠︎༒☠︎꧂
La verdad que encerraba el terror de los ocho mares dejó a Isis pensativa durante toda la noche. Allí en el camarote que se le había asignado, daba vueltas en la cama pensando en cómo los puntos de vista podían cambiar cuando se conocían todos los detalles. El clamor de los desesperados hacia el Atroxdiom era voluntario, y la conexión que tenía el capitán con el barco resultaba incomparable y para quien la poseyera, idílica ¿Lo habría dispuesto así su tío? Debía ser.
Y entonces Isis comprendió más cosas sobre el joven de ojos grises que se ocultaba detrás del nombre Maltazar. Él había sido una de las almas desesperadas que había ansiado formar parte de la tripulación. Pero, ¿por qué? ¿Qué vivencias desdichadas habían empujado a un joven rico, de gustos refinados y de una belleza sin igual a escoger ese estilo de vida? ¿Habría deducido de algún modo los abusos y torturas que le tocarían como un grumete humano?
La princesa albina decidió que eran demasiados detalles para organizarlos de forma coherente, y que nunca sabría la verdad sobre el actual terror de los mares a menos que él mismo se la contara. Tenía pesadas razones para creer que no se lo contaría nunca. Sin embargo, de todas las dudas que Isis tenía, una pesaba sobre las demás:
Cuál era el verdadero nombre del capitán.
+Nota+
Díganme que van entendiendo cómo funcionan los pactos universales en Irlendia y lo que comprende el pacto que el anterior Maltazar, el hermano de Dlor, consiguió para recolectar almas usando el Atroxdiom. Pero no se preocupen si todavía no les queda del todo claro, pues en el capítulo siguiente de esta historia se ahondará en el tema.
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