⚓️10⚓️ UN PASADO EN COMÚN

Finales del año 12
10Ka, 50Ma.
Río Wiz, Bajo Mundo.

Minutos atrás, Maltazar había estado observando desde un punto lejano el panorama. Los piratas parecían pasárselo bien con la albina que se había traído del Valle Enrevesado. Y entendía que ellos estuviesen tan ávidos: Ella era sumamente hermosa.

Debajo de toda esa suciedad e impureza que la opacaba, se percibía una hermosura muy deseable. Cualquiera podía apuntársela a una diversión temporal y por lo que veía, los piratas habían comenzado su rifa.

El capitán avanzó sin prisas como solía avanzar hacia el centro del espectáculo, y a medida que se acercaba, los híbridos dejaron de reír para adoptar una postura seria. Su señor se detuvo escudriñando a cada uno de ellos, incluso a Aracnéa que estaba apostada en una esquina disfrutando de la vulgar escena como una espectadora que aprobaba cada acción. La víctima sin embargo, seguía de rodillas en el suelo, temblando y con la cabeza baja.

—¿Qué creen que están haciendo? —inquirió con todo el despotismo que era capaz.

Como nadie respondió Maltazar repitió la pregunta gritando:

—¡QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDO!

—Capitán. —El híbrido de lagarto, que se llamaba Güolec, fue quien se atrevió a contestar—. La albina... pensamos que podíamos jugar esta noche con ella.

El capitán miró a los demás con exasperación, así que estos también hablaron apoyando el comentario inicial.

—Pensamos... —repitió Maltazar con evidente irritación— ¿Desde cuándo tienen derecho a pensar? Ustedes no piensan, cucarachas lamebotas. ¡Siguen órdenes! Pero ya que se atrevieron a usar el chorlito que tienen dentro de la cabeza, díganme, ¿a ninguno se le ocurrió que yo querría la albina para mí?

Un silencio sepulcral y culpable se extendió por la popa.

—¡Contesten miserables sanguijuelas! —gritó furioso y los piratas tragaron saliva con nerviosismo.

—Lo... lo sentimos Capitán —volvió hablar el lagarto en nombre de todos.

Maltazar se acercó a Isis y tomándola por el brazo la incorporó hasta dejarla de pie; estaba tan temblorosa que él supo que si la soltaba, se desparramaría sobre la cubierta como aceite de pescado.

—Si cualquiera de ustedes vuelve a poner sus asquerosas patas, escamas o antenas en ella, voy a rebanarlo como sardina y me comeré los trozos con salsa de almeja. ¿Ha quedado claro?

—¡Sí Capitán! —respondieron al unísono, obedientes y temerosos.

Maltazar no halló necesario decir nada más. Comenzó a retirarse arrastrando a la princesa consigo en dirección al camarote.

Durante el trayecto por los pasillos alfombrados y decorados con todo tipo de cosas que sobraban en un barco pirata, Isis se mentalizó para lo que posteriormente podía tocarle. Que el actual Maltazar la hubiera librado de su tripulación por el momento no significaba que ella estaba impune de peligro, el propio capitán era el peligro mayor y se la estaba llevando a su camarote...

Al entrar se sorprendió no ver carabelas o huesos secos, como solían usar en la decoración de Balgüim. Tampoco atisbó detalles tórridos o indumentaria estrambótica como era común en Greendomain, solo lujo y un buen diseño desconcertante. ¿Cómo podía un pirata tener tal elevado sentido del gusto?

—¿Encantada? —la sorprendió en pleno escudriñio el capitán e Isis jadeó en el lugar.

Más que una pregunta sonaba a afirmación. Y el tono de voz era completamente diferente al amenazador y fiero que había utilizado antes.

Pero ella no respondió, se quedó muy quieta buscando esa reserva de aguante y despojo que había desarrollado durante su estancia en Greendomain. Aguante para vivir situaciones dolorosas de las que no podía escapar; despojo porque solía desprenderse de su cuerpo, fingir que su alma viajaba lejos y libre mientras en carne era una esclava a los designios de alguien más.

—¿Gustas? —preguntó Maltazar ofreciéndole una bebida de un color difícil de describir que tenía cierto aroma lírico.

Isis negó rotundamente con la cabeza. El líquido no parecía Fron, no parecía nada que ella conociera. Si dependía de su elección, no ingeriría nada extraño que proviniera de otro extraño. A menos que Maltazar la obligara, ya eso no podría controlarlo.

—No es veneno, ¿sabes? —dijo él con ese tono mantenido y rítmico, uno que envolvía y arrullaba. Acto seguido se dio un trago, bebiendo todo de golpe—. Se llama Néctar. Es una bebida relajante de las tierras de la Comarca Lirne, mis contactos en Jadre aseguran que hay infinidades de frutas no conocidas.

Isis no contestó. Maltazar resopló por la constante y rodeó el cuerpo femenino como un lobo que rodea a un corderito..., pero no se anestesió en la tarea, sino que fue a sentarse sobre el borde de su enorme cama, que tenía como espaldar la gigantesca cabeza de un leviatán. Quizás este podía considerarse el único detalle tórrido del lugar, pero estaba tan bien tallado en bronce que lejos de sensaciones desagradables, era digno de contemplar.

Una vez acomodado frente a ella, la miró largo y tendido, la miró sin retención o reparos. El cabello blanco secándose del Fron que le habían vertido los piratas, las tiras de tela que colgaban de su pecho, la piel delicada expuesta con rasponazos recientes... La miró hasta la punta de los pies, que estaban lastimados porque su delicada piel no estaba hecha para no llevar calzado.

Vogark era un bruto sin escrúpulos que no cuidaba sus pertenencias, pensó Maltazar con fastidio. A saber la razón por la que mantenía a una fémina tan deseable como ella descalza y herida.

Isis se sintió totalmente desnuda frente a los ojos grises, despiadados y calculadores. La seda desgarrada y transparente sobre el cuerpo apenas le alcanzaba para cubrirse, y la mirada de él traspasaba sus células y huesos. Él no era un oscuro, no. A pesar de la negrura que enturbiaba su alma, el capitán del Atroxdiom pertenecía a otro clan... Ese dominio sobre el aire, esa presencia vigorosa y por supuesto, esos ojos como tempestad azotando la calma... El actual Maltazar pertenecía al clan Fayrem. Sí, provenía de los guerreros reales, de los defensores del reino en Jadre.

La albina ahogó un suspiro al deducirlo, reprimió todo tipo de emociones para que él no se percatara. Pero por dentro estaba confundida. ¿Cómo había podido ese hombre joven vencer a su tío? ¿A qué precio se mantenía en el puesto cuando su sangre le dictaba que protegiera al clan Daynon? Y lo peor: ¿por qué la seguía observando con fascinación y lástima a la vez? De pronto le pareció que el camarote daba vueltas y sintió ganas de desmayarse.

Entonces irrumpieron por la puerta y la tensión se disipó un gramo. Se trataba de la turia que antes había estado dando órdenes con propiedad, «Aracnéa» la habían llamado. Isis también recibió su mirada, aunque muy diferente a la masculina. La turia la seguía mirando con asco y cólera, como si ella le hubiese arrancado una pata o golpeado el caparazón.

La princesa no la miró diferente, porque para ella la turia, el capitán, y el resto de seres asquerosos que estaban en el Atroxdiom, eran los genocidas que habían acabado con todo un valle lleno de niños.

—¿Qué quieres? —le espetó Maltazar nada cómodo con la interrupción.

—Necesito tratar el último informe que me ha llegado de nuestros socios en Drianmhar.

—Estoy ocupado —bramó el capitán señalando a Isis con el mentón—. Lo trataremos después.

—Pero están requiriendo que...

Maltazar resopló de tal modo que una ráfaga violenta entró por la ventana logrando estremecer los objetos. Dio cuatro pasos hasta la turia, fulminándola con los atributos grises.

—Te dije —enunció cada palabra con una autoridad irreprochable, despacio y aplastante— que después. —La turia no parpadeó ni una vez—. ¿Te quedó claro o tengo que hacértelo entender por las malas?

Aracnéa volvió a echarle un vistazo a Isis, todo el veneno que contenía la aguja de su caparazón pareció aplicarse con ese vistazo. Luego se enfocó en Maltazar.

—Me ha quedado clarísimo, Capitán —afirmó mordaz.

Dicho eso, se retiró por donde había venido dando un portazo muy intencional.

Maltazar resopló por segunda vez. Era evidente que le molestaban las manías de la turia, aunque Isis sospechó que la mujer-araña tenía algo más posesivo que manías con respecto al capitán.

Aprovechando que ya estaba de pie, el joven se acercó a la princesa, rodeándola una vez más cuyo depredador acorrala a una presa; al hombre le interesaba continuar la apreciación desde todos los ángulos posibles. El cuerpo de ella estaba tan tenso que quizás le tiraran par de flechas y ninguna penetrara. Por alguna retorcida motivación, él sonrió.

—¿Tienes miedo, Isis?

Al escucharlo decir su nombre la tensión adquirió una nueva capa de grosor. Lo dijo con aquella voz seductora, saboreando con sutileza cada letra de su nombre.

—No soy como Vogark —susurró él acomodándole una parte del blanco cabello detrás de la oreja, cabello que se empecinó en salir.

Entonces el capitán se colocó a su espalda e Isis contuvo la respiración cuando le empezó a trenzar el cabello que estaba seco del todo por el aire que seguía colándose con fuerza por la ventana. Recordó brevemente cómo Vogark se lo había cortado cuando recién llegó a la hacienda de Greendomain. Nada la había avergonzado tanto como ver su blanco y largo cabello cortado y echado al fuego. Nada, porque aún no había pasado por los calvarios que día y noche la atormentarían después.

Pero todo recuerdo desapareció al instante que el joven, que ahora ostentaba el título del terror de los mares, apoyó ambas manos en sus tensos hombros. Ella notó los costosos anillos que él portaba: perla negra y diamante, oro y esmeralda, diferentes materiales inalcanzables y preciosos.

—Mi piel no es verde ni grasienta —bisbiseó él a su oído—. Y algunos dicen que mi tacto gentil es tan divino que se flota entre la suavidad de las nubes.

Isis ladeó la cabeza con asco, alejando la cara lo más que pudo. El capitán retrocedió. No solían tratarlo con asco, no cuando él extendía su misericordia para cumplir sueños inalcanzables. No cuando tenía un rostro como el de los silfos pero con un cuerpo de guerrero. Rodeó nuevamente a Isis para quedarle de frente.

—Dime —exigió tomando el pequeño mentón y levantándolo a su gusto—. ¿Acaso no te parezco atractivo?

A Isis sí le parecía atractivo. De hecho, atractivo no era suficiente. Lo catalogaba como el macho más bello que hubiera visto en toda su vida: mandíbula firme, con la sombra de barba asomando en su contorno; ojos claros delineados en negro, capaces de albergar tanta frialdad..., ningún miembro del clan Oscuro conseguía igualar la mirada glaciar de aquel fayremse; su cabello tenía un color semejante al exquisito postre de almendras con miel y gracias a esto atenuaba la dureza de su expresión, dejando una visión de equilibrio lozano; y la complexión trabajada, la firmeza del pecho, brazos y resto de miembros... Antes lo había visto envuelto en sus extravagantes ropas, ahora apenas vestía una camisa de lino color marfil con un cordón que iba desde el inicio del abdomen hasta la clavícula; allí lunares que se antojaban caprichosos brincaban por la piel bronceada.

Sí, el actual Maltazar no era su tío, era sencillamente más bello e incomparable.

Pero ella era una princesa de Balgüim, un mundo fascinante e invernal con miles de criaturas terribles acechando desde sus escondites. Ella mejor que nadie conocía el peligro que se esconde detrás de la belleza.

—Por supuesto —habló Isis por primera vez desde que se habían conocido.

El hombre relajó la contracción de su rostro. La voz de la princesa, consciente y no balbuceando, resultó agradable como un riachuelo que conduce toda el agua con gracia y paciencia. ¡Y pensar que él había ordenado que se le cortase la lengua!

—Pero eso no significa que sea menos peligroso —continuó Isis.

El capitán le soltó el mentón, pero siguió observándola con interés.

—Una respuesta inteligente. Me gustas. Solo una princesa inteligente sobreviviría al maldito valle de las pesadillas.

Se separó un poco recorriendo visualmente una vez más el cuerpo esbelto de ella.

—A pesar de los abusos que has sufrido, tu voluntad sigue intocable —elogió—. Y tu voz es una delicia para los oídos. Ah, y tus pechos, tan turgentes y bonitos. Mmm... lo que me dice que no has amamantado en tu vida.

Isis mordió su labio inferior. Podía soportar cualquier cosa que no fuera su punto más delicado: su esterilidad.

—Entiendo ahora el pacto que cerró El Verde con Dlor —continuó pensando en voz alta Maltazar—. Los drakgreenarí se están extinguiendo, es lógico que el señor feudal quisiera un heredero de sangre real. Pero tú no se lo diste. —La señaló con el dedo—. A pesar de que noche tras noche lo intentaba, tú no fuiste capaz de concebir un feto en tu vientre.

Los ojos de la princesa se humedecieron. Cada día en toda su vida lo que más sufría era ser estéril. Por mucho que se convenciera que era un castigo, sufría amargamente. Ser albina tenía consecuencias que ningún oscuro podía imaginar ni comprender. Dudó también que Maltazar lo comprendiera.

—No... no tiene idea de cómo han sido mis años —logró decir entre dientes con las lágrimas al borde de sus ojos cristalinos—. No hable como si lo supiera todo de mí, porque la verdad es que no conoce ni los bordes.

—Fascinante —respondió automáticamente él para confusión de Isis—. Tu voluntad es fascinante.

—¿Fascinante? —inquirió ella sin contener el dolor frío que salía por sus ojos—. ¿Sabe lo que es vivir seca y condenada para siempre por ser un defecto genético? ¡¿Por ser un error del universo?!

Diciendo esto se dio cuenta que estaba gritando. Tragó saliva y dejó caer los párpados buscando serenidad. Debía calmarse. Debía controlarse frente a un loco capitán pirata que variaba su expresión de satisfacción a seriedad más rápido que los segundos en el reloj que reposaba en una de las paredes.

«Reloj con forma de tortuga, irónico» pensó Isis.

En Balgüim la lentitud del tiempo parecía tener sentido, pero, ¿en medio del mar?, ¿donde las horas y días corrían con la violencia del aire que azotaba las ventanillas del barco?

Isis se mantuvo callada después de sus réplicas, unas que habían conseguido que Maltazar volviera a adoptar un semblante tan recio como el título que portaba. Él dio otro paso atrás y se llevó las manos al cordón de la camisa de lino, desatándola.

«Se cansó de jugar con la comida» dedujo Isis, trayendo de nuevo ese estado donde su mente se separaba de su cuerpo y viajaba lejos. Podría soportarlo, estaba acostumbrada...

Cuando la prenda superior quedó suelta, el hombre se la pasó por la cabeza y la tiró al suelo alfombrado.

El pecho erguido que se escondía debajo de la tela no solo ostentaba pectorales definidos y abdominales marcadas. Para estupor de Isis, a la piel le surcaban cicatrices viejas y profundas. Parecían latigazos asestados con ganas y habían conseguido arruinar un tórax perfecto. Él se dio la vuelta con lentitud, mostrando la espalda. Allí también se esparcían tiras color piel de todas las formas y tamaños. En su momento debieron ser rojas y expulsar muchísima sangre. Maltazar sin girarse, ladeó la cabeza y posó por enésima vez los ojos atormentados e implacables en ella.

—Míralas Isis, mira las marcas que me acompañarán el resto de mi vida.

La princesa se había llevado una mano a la boca, asombrada y conmovida. Porque aquellas no eran solo cicatrices propias de ataques armados en los que solían participar los piratas. Aquellas heridas secas eran la demostración que su portador había pasado por toda clase de torturas. Desde pequeña, Isis había aprendido sobre el Séptimo Abismo, esa prisión abominable que se expandía debajo del castillo de hielo, así que no fue difícil deducir que lo que le habían hecho a aquel hombre era fruto de acciones premeditadas.

Al capitán que tenía delante lo habían torturado, y lo había hecho el hermano de Dlor, su tío, al estilo típico del clan Oscuro: con tiranía e insensibilidad.

Y si el propio capitán lo trataba así, significaba que el joven había sido carne reutilizada por el resto de piratas. Otro esclavo para cumplir deseos. Él no solo tenía heridas físicas, sino también emocionales, y aunque estas últimas no podían verse, Isis sabía por experiencia que dolían mucho más que cualquier latigazo. Porque te hacían sentir sucio, mancillado hasta la mismísima médula.

—Al principio solía llorar mucho —explicó el hombre sentándose en la cama—. Para que me dejaran en paz, solía esconderme por ratos largos en el compartimento bajo y húmedo de los cañones, avergonzado de mí mismo. —Intercambió con Isis una mirada de condescendencia mutua. Ambos se comprendían más de lo que hubieran esperado, ambos compartían un pasado de violaciones y sufrimiento.

—Cómo fue que... —Ella cortó la pregunta. ¿Cómo se le había ocurrido preguntarle? No le haría hablar de eso, no después de padecer en carne propia la degradación y sometimiento.

—Me parece que hemos conversado suficiente. —Maltazar se puso de pie y caminó hasta un estante de madera pulida. Allí alcanzó una llave que entregó a Isis—. Báñate y vístete con ropas limpias, tienes trabajo esta noche.

Ella miró las llaves con cientos de dudas. La primera, qué puerta abría.

—Será tu nuevo camarote, está al final del vestíbulo derecho —informó él deduciendo sus pensamientos—. Mandaré a Aracnéa que te lleve un cofre con vestidos que encontramos en un barco real que abandonaba la capital de Korbe.

—¿Que encontraron? —Isis alzó las cejas.

—Puede que el barco haya sufrido un accidente después de ser encontrado —añadió Maltazar rememorando cómo el navío se hundía hasta el fondo del Mar Oriental.

Isis suspiró. Por supuesto que había sufrido un accidente después de toparse con el Atroxdiom y su tripulación se encontraría reducida a arena en las profundidades de las aguas. La princesa tomó las llaves y cerró sus dedos sobre el objeto como si le hubiesen entregado esperanza. No es que tuviera mucha, pero finalmente, después de años, dispondría de un lugar solo para ella sin temor a que irrumpiera de repente un híbrido asqueroso a tocarla.

Porque por algún motivo, confiaba que el actual Maltazar respetaría su intimidad. Sí, era un asesino sin escrúpulos, y sin embargo, si hubiese decidido poseerla lo habría hecho sin más. Pero en cambio, le había mostrado su lado más íntimo: sus cicatrices, las huellas de su sufrimiento. Y eso no lo hacía un capitán que quisiera someterte a voluntad. Era contradictorio, pero resultaba que el despreciable genocida tenía un lado muy sensible.

—¿Cuál es el trabajo de esta noche? —preguntó para concentrarse en la situación más inmediata, la cual no incluía descifrar a Maltazar.

—Cenarás conmigo —esclareció él y se alejó a una mesa que tenía una especie de trono como único asiento.

Ahí compases y mapas lo esperaban, y él comenzó a trazar líneas en silencio. Isis comprendió que Maltazar deseaba que se marchara urgentemente, así que se dirigió a la puerta y cruzó el umbral al vestíbulo principal; antes de cerrarla giró la cabeza, el señor de los piratas seguía marcando trayectorias y calculaba la velocidad de los posibles vientos. Estaba muy concentrado, una postura natural que le confería un toque inteligente y experimentado; sin camisa, con todas sus marcas al descubierto, con el cabello abundante cayendo hacia abajo y balanceándose con el aire que entraba continuamente por la ventana.

Quitaba el aliento.

Acaparaba el raciocinio y se tragaba la cordura. Su presencia era algo más que legendaria, algo etéreo.

Toda una belleza.

«Pero una belleza muy peligrosa.»

+Notas+
Tienen que ver el magistral, triste, melancólico fanart que sacará la cuenta oficial de Instagram (@saga_legendarios) sobre este capítulo.
Es el fanart que más me gusta de todo el libro porque muestra la fragilidad de Maltazar de un modo crudo.

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