❄️1❄️ DESCUBRIR TU PROPIO ANHELO
Diciembre 2021.
La Moraleja. Madrid.
España.
Para Maya Alonso el respeto y reputación eran cosas sagradas. Siempre valoró el lugar que mantenía en su familia, siempre dejó que sus padres fijaran los límites, siempre obedecía. Por el bien del linaje Alonso, ella debía mantener intacta la reputación; por su propio bien, debía obedecer sin rechistar. Por años entendió que cada norma, pauta y límite la formaban como la apacible y estable heredera que el mundo necesitaba.
Los Alonso eran españoles con un alto sentido del compromiso. Gran parte de ellos residía en Madrid, aunque inicialmente los Legendarios habían escogido humanos de Gerona, también conocida como Cataluña, para reproducirse. Por lo tanto el acento de los Alonso era un delicioso raspe que despellejaba las consonantes y agravaba las vocales. Eran personas de costumbres; tenían su religión, asistían a misa, guardaban el luto tres días después de una muerte allegada y repetían un menú el mismo día de todas las semanas. También como descendientes dignos de su clan sobresalían en carreras de leyes y medicina.
Cuando la hija menor de Miguel Alonso cumplió los dieciocho años y llegó su turno de viajar a Estados Unidos para matricularse en la Academia, sus padres sentían que la habían formado para afrontar el rigor escolar. La joven llevaba años sometiéndose a clases de inglés avanzado, además de otros idiomas, y habían accedido a pagarle un entrenador personal de patinaje solo para que ella sobresaliera en la rama artística de Howlland.
Maya estaba más que lista.
Había sido una niña caprichosa, pero al ir creciendo sus progenitores la moldearon según lo que se necesitaba. Al llegar a la adultez Maya se consideraba una mente llevada por la lógica y jamás apelaba a los sentimientos. Cuando sus padres la apuntaron en clases de tocar el arpa, ella aceptó a pesar de que su verdadera pasión era patinar y quería dedicarle a esa habilidad todo el tiempo que pudiera. Pero los Alonso consideraron que debía aprender varias artes y no una en particular. Cuando sus padres le exigieron que debía especializarse en Howlland en la rama de la medicina, Maya se encaminó a ello porque era la categoría en la que destacaba su linaje por generaciones. Claro, ella amaba el patinaje artístico sobre el hielo y tenía sueños frecuentes sobre un futuro dedicado a la carrera. Pero esto debía tomarlo como un hobby, porque era impensable que defraudara a sus padres, a su linaje, a todos los descendientes.
Incluso, cuando sus padres le concertaron matrimonio con Ábner Kane, ella aceptó sin protestar porque garantizaría la sangre pura de sus herederos, además que el joven era apuesto, amable y sabía manejar negocios. Maya no estaba segura si esas cualidades conseguirían despertar en ella el amor, pero al menos debería usarlas para mantenerse afianzada al matrimonio. Sus padres contaban con eso y los Kane eran los tipos de personas por las que cualquier chico o chica mataría, ya fuera por conseguir una cita o un beso. Maya se repetía lo "afortunada" que era por conseguir ser parte de esa familia. Debía estar agradecida y no comportarse como una ingrata.
Ella quería hacer feliz a sus padres, pero la opresión se le iba acumulando en el pecho. Por lo que incubó una depresión que se desataba en el momento menos pensado. Se había sorprendido a sí misma profundamente afectada por una frase trivial, una frase que bastaba para detonar su llanto. A veces se le acumulaban lágrimas en los ojos por un chiste que a los demás les hacía reír, pero para ella el humor era una tierra desconocida. Comenzó a tener ataques de pánico en las noches, y de día un dolor en los hombros que, según su masajista, respondía al temido "estrés". Y así, cosas que no parecían importantes para sus padres comenzaron a taladrarle los espacios del alma.
Lo que Maya desconocía era que en realidad, no se trataba de que fuera muy frágil, sino que había soportado mucho durante demasiado tiempo.
No pasaba un día sin que se sintiera acorralada en su propio mundo, como un ave que cualquier cazador ha capturado y mantiene presa por el resto de sus días. Cada mes la misma rutina, cada año viviría según los deseos de otros... No había perdido la cabeza al grado de acabar con su existencia, pero ganas no le faltaban. Ahí se tildaba de débil por aquel dicho famoso de que el suicidio era un acto de cobardes que solo los valientes cometían.
Pero por fuera Maya era la chica más dulce con la sonrisa más hermosa que se podía apreciar. Ella era la que animaba a todos a ser fuertes mientras moría por dentro. Así que intentaba ver el dolor como una piedra en el camino y no una zona donde quedarse a acampar.
Así transcurrieron sus meses, entre salidas con su perfecto novio y muchas fotos para los paparazzis. El público los amaba y los tenía como la pareja más estable y sana de Howlland Academy. Eran la sensación porque desde la ruptura de Arthur y Jessica, Ábner era el único Kane con pareja formal. Maya posaba con una amplia sonrisa para las fotos y Ábner..., bueno, era Ábner, siempre lucía radiante y atractivo con su cabello castaño oscuro, peinado elegantemente hacia arriba en la zona de la coronilla y recortado decente en el resto; sus ojos grises amables, su ligera barba que jamás dejaba tupir y sus trajes de diseñador.
Los flashes de las cámaras los adoraban, las publicaciones de ellos en internet siempre eran favorables. Todos anhelaban su espectacular boda. (Más que ellos mismos). No obstante y a pesar del concertado compromiso, Maya se había armado de valor para pedirle a su prometido, a sus padres y a su suegro, un tiempo razonable de noviazgo. Su objetivo era llegar a desarrollar sentimientos profundos por el hombre con el que pasaría el resto de su vida, y también que no quería tener la presión temprana para dar a luz los primeros bebés de la quinta generación Kane. Claro, estos eran objetivos internos. De boca para afuera se había limitado a decir que necesitaba tiempo para hacerse a la idea de estar casada tan pronto. Su petición fue aceptada.
La vida de un descendiente de Legendarios funcionaba diferente al resto de los seres humanos. Normalmente en los países desarrollados los jóvenes se casaban bien entrados en la adultez, después de haber estudiado, consolidado su carrera, ascendido en el trabajo, y reunido para comprar una casa. Pero los descendientes no tenían ninguno de esos problemas, porque nacían con la vida resuelta. Hicieran lo que hicieran, sus negocios, mansiones, autos y fama estarían ahí, acompañándolos a donde quiera que fueran. Para desgracia o para fortuna, eran el ombligo del mundo. La mayoría no creía en esas «pamplinas» del amor, y algunos preferían que sus padres les ahorraran la tarea de buscar entre los descendientes la pareja adecuada. Así que los matrimonios concertados eran lo común, pero los admiradores de los herederos no debían adivinarlo. El marketing y ganancias que producían las parejitas de Howlland era incalculable.
Maya sabía esto y no podía romper la tradición, no podía arruinar la reputación del linaje, no podía ser la vergüenza de su familia. Había accedido a casarse y en algún momento tendría que consumarlo.
Sin embargo, algo cambió al esparcirse la noticia de que Khristenyara Daynon había abierto un agujero negro y escapado a Irlendia con Forian, y también el traidor Hiro y su aliado Jasper. Su prometido Ábner los vio, pero llegó demasiado tarde para ir con ellos pues el portal entre universos se cerró frente a sus narices.
El padre de Maya y otros descendientes que apoyaban a la princesa estuvieron rebuscando por días entre los restos de la fortificación subterránea donde habían retenido a Khris. Las esperanzas estaban perdidas hasta que Adrián encontró un caparazón circular que se había desprendido de la máquina extrae-poderes. El mismo contenía suficiente energía Osérium como la que jamás se había traído a la Tierra. Se repartió entre los patriarcas principales y confiables: Alioth Kane, Jonan O'Brien, Miguel Alonso, Ammár el sultán de Dubái y Camille Dubois la ministra de Francia.
En vista que la Academia seguía cerrada y los contrapunteos entre los linajes por la división de intereses se agravaban, los líderes decidieron que sus hijos tomaran un receso hasta que se acomodaran las cosas y dispusieron que estudiaran en casa. Por lo tanto los hermanos Alonso volvieron a España.
Entre las calles grisáceas que teñían el ambiente en la época, el frío helado que capturaba la vegetación y la cabeza un poco más libre para pensar, Maya fantaseó en lo que sucedería si alguien como ella tocara un poco de energía Osérium. Tal vez se acentuaran sus habilidades...
—¿En que piensas? —interrumpió su madre la utopía.
Estaban tomando una caliente taza de té en el jardín trasero de su mansión. El mediodía corría bastante frío, así que la tarde prometía congelar hasta la respiración; por tanto los Alonso habían adelantado la hora del té.
—Oh... en nada —Maya sacudió la cabeza y se enfocó en su taza.
—No parece ser nada cuando tu mirada se pierde y no comentas mi discurso sobre las ventajas de mandar a diseñar nuestros vestidos en Francia en vez de Italia.
—Solo... —La chica apretó la taza—. Me pregunto cómo estará la princesa.
—Estará bien. Tiene clanes fuertes luchando a su lado y ha ido a reclamar lo que le pertenece —declaró su padre sorbiendo del líquido caliente—. Ahora en lo que tenemos que enfocarnos, no es en arreglar el desastre que dejaron los chiquillos malcriados jugando con los poderes de la princesa, sino en la boda que tendremos en un mes. —Señaló a su hija—. También en estudiar. —Esto lo dijo señalando al hijo varón, que revolvía el té sin muchas ganas de probarlo—. No estaréis asistiendo a Howlland, pero no quiero que os atraséis en las clases.
—Eso no pasaría ni aunque estallara una segunda Guerra Roja aquí en la Tierra —bufó el primogénito.
—Mateo... —Miguel habló con voz grave y suspiró—. No seas irrespetuoso mientras tomamos el té.
El muchacho se encogió de hombros, deslizó su taza al frente y se levantó del asiento.
—Ya he terminado de todas maneras. Me voy a mi habitación a estudiar ya que mis tutores legales me han prohibido tocar un balón de fútbol o perfeccionar mis canciones con la guitarra —recordó con sarcasmo—. Oh, esperen, esos sois vosotros.
—No te lo hemos prohibido. —Miguel sonó molesto—. Simplemente hemos recluido dichas distracciones a un plano secundario esperando tu actitud comprometida con los estudios. Si no hay mejoría con eso, tampoco podrás perder el tiempo en nimiedades.
—¡No son nimiedades! —Mateo golpeó la mesa—. Son las cosas que me gustan. Pero claro, en los Alonso no puede haber un guitarrista, ¡que deshonra! —Se llevó las manos al pecho fingiendo indignación—. Ni un futbolista, porque la bata blanca me queda mejor que un uniforme deportivo.
—Es un deporte estúpido —ofendió la mujer Alonso—. Nunca he entendido qué tiene de fascinante ir detrás de un balón con tanto ahínco. Correr y sudar, incluso golpearse...
Mateo contrajo todos los músculos. No le cabía en la cabeza que una mujer nacida en España se expresara de aquella forma sobre algo tan sagrado en el país. Nadie se metía con su deporte, no si él estaba presente.
—El fútbol es un arte y solo lo reconoce quien sabe apreciarlo.
Los adultos intercambiaron miradas serias y él supo que empezarían con su discurso de lo importante que era mantener el legado familiar. Así que sacudió con la mano porque no tenía caso razonar con ellos y se fue de la mesa para evitarse más reproches con la idea de encerrarse en su cuarto de gruesas cortinas. Los rayos solares llegaban a molestarlo muchísimo cuando se exponía demasiado tiempo a su resplandor, en contraste a las tardes cuando se volvían frías; su familia siempre escogía abrigos de pieles para vestir pero a él el frío no le afectaba en absoluto.
—Está de esa forma por tu culpa, Miguel —espetó la esposa cuando Mateo se hubo marchado—. Siempre te dije que debías ser más rudo cuando Mateo todavía era pequeño. Ahora ya no tiene remedio...
—Creció sin su madre y tú nunca fuiste apegada que digamos. No podía simplemente encerrar al chico en un cuarto. El fútbol y la guitarra fueron sus escapes.
—Sabes lo difícil que me era acercarme a un niño con sangre oscura. Lo intenté lo mejor que pude.
—Entonces ahora no te quejes de los resultados.
Maya tragó grueso por la discusión que estaban teniendo sus padres frente a ella.
—¿Yo era la única que debía acercarme a él? ¿Qué pasó con el que sí era su verdadero padre? Ah, ya recuerdo: nunca estaba en casa.
—¿De nuevo vas a revolver heridas del pasado?
—Mamá, papá... —suplicó Maya aclarándose la garganta.
Los Alonso se relajaron en su asiento y recuperaron la compostura.
—Lo siento hija, este asunto de la boda postergada nos tiene muy alterados —excusó el padre—. Y como si fuera poco, ahora guardamos energía Osérium bajo nuestro propio techo. No sabéis... —Miró a las dos mujeres de la mesa y suspiró—. No sabéis la carga pesada que esto representa.
—Los Kane dijeron que hasta que su plan no estuviera terminado, las porciones de energía quedarían resguardadas —dijo Maya.
—Así es hija. Pero sabes cómo soy, siempre preocupándome de más.
Miguel volvió a concentrarse en la revista que leía y su mujer en la taza de té que ya comenzaba a enfriarse. Maya decidió que había estado mucho tiempo afuera escuchando de los planes de boda y necesitaba la soledad que brindaba su habitación. Con las debidas palabras, se despidió de sus padres y entró a la casa.
Mientras caminaba por el vestíbulo de la tercera planta, siguió meditando sobre el universo paralelo. Siempre había sentido curiosidad, siempre se había imaginado a ella misma viviendo en Jadre, el mundo de sus antepasados. Casi había llegado a su puerta de destino cuando decidió doblar al siguiente vestíbulo. No reparó a reflexionar en la motivación que la empujaba, simplemente se dejó llevar.
El vestíbulo siguiente daba a la habitación prohibida, esa habitación que contenía una porción de algo tan poderoso. Pero mientras se acercaba notó que la puerta estaba abierta.
Se detuvo en seco.
De la misma salía un resplandor dorado mezclado con blanco. Un fulgor hipnótico que la atrajo como un imán.
Entró a la habitación sin replantearse las consecuencias, aun cuando la voz de su consciencia le gritaba que su padre se enojaría muchísimo. Pero cualquier reproche desapareció al ver a su hermano frente a la mesa de caoba con esa caja abierta. La energía Osérium brillaba a plenitud, tentándolo, invitándolo...
—¿Mateo?
El joven se estremeció y cerró la caja de golpe.
—¿Qué haces aquí? —inquirió desconcertado y asustado.
La cara pasó de ser blanca a roja.
—¿Qué haces tú aquí? —Maya se puso firme.
En los segundos que Mateo tragaba saliva y demoraba en contestar, ella contempló que sobre la mesa habían planos, mapas y papeles con dibujos de distintos mundos de Irlendia. Maya conocía bien la letra de su hermano, y se percató al instante de lo que éste planeaba: escaparse al universo paralelo. Pensó rápidamente en todo lo que significaba. Abandonaría su futuro y a su familia. Mateo era capaz de ello, y si la caja estaba abierta todo apuntaba a que efectuaría su huida de un momento a otro.
—Padre prohibió que alguien entrara a esta habitación. —La joven apeló a la orden.
Pero su hermano no se acobardó o buscó justificaciones. Más bien relajó sus hombros, se revolvió la mata de cabello negro que le caía en la frente y mostró una sonrisa ladina.
—Exacto hermanita, padre prohibió que se entrara a esta habitación. ¿En que estabas pensando cuando lo desobedeciste y entraste?
A Maya se le cortó el habla. No tenía respuesta para eso.
Mateo sin dejar de sonreír, dio pasos seguros hacia ella y cuando estuvo lo suficientemente cerca le habló en tono bajo y tentador.
—No somos tan diferentes como se ha esforzado por demostrar esa madre que tienes —alargó las eses como solía hacer—. Llevar esa capa de rigor y chica perfecta debe ser tan agotador, Maya. —Suspiró tratando de mostrar condescendencia—. ¿Es agotador cierto?
Maya ahogó un sollozo y bajó la cabeza.
—Y luego este asunto de la boda. Uhm... imagino que todas tus amigas deben haberte cansado los oídos con las felicitaciones y repetirte lo afortunada que eres por casarte con un Kane. Pero te molesta cada vez que lo hacen ¿cierto hermanita? —Mateo empezó a trenzar con sus dedos los cabellos femeninos—. Y es una pena, porque Ábner es millonario, guapo, te trata como una reina...
—Es el marido adecuado, ya lo hemos hablado. —Maya reprimió sus lágrimas.
—Lo que descubre uno... Habiendo crecido como una joven ejemplar, educada dentro de la mejor familia de España y prometida con un hombre por el que babean todas las mujeres de la Tierra... —Mateo absorbió el aroma de shampoo de rosas que usaba Maya—. Ay nena, y tú pensando en huir a Irlendia...
La española, todavía con lágrimas en los ojos, abrió la boca para contestar, mas se arrepintió en el último segundo. Él tenía razón, la conocía mejor de lo que nadie lo hacía. Y todo lo que había dicho sobre Ábner reafirmaba lo reacio que estaba Mateo a tenerlo como cuñado.
Desde el instante que se informó el compromiso de su hermana con el empresario Kane, Mateo juró que no se comportaría amigable solo por el deber. Que a Maya podían venderla, pero él jamás daría muestras de apoyo a tal acto. No tenía nada personal contra Ábner, pero desde ese instante le creció una antipatía que difícilmente podía ocultar.
—Tranquila linda. Sabes que yo jamás te molestaría a propósito y solo por mal gusto. —Mateo le dio un beso en la frente que le quemó la piel a Maya.
Ella quería a su hermano, lo quería mucho. Pero escucharlo soltar verdades que no podía negar había conseguido que se le ensombreciera el semblante y junto a la humedad de sus ojos, la azotaran temblores nerviosos.
—Solo te informo —dijo Mateo apartándose de ella y encogiéndose de hombros—, la energía con la que contamos es muy poca y solo servirá para usarla una vez. —Caminó hasta la puerta de salida y se giró para añadir—: Piénsatelo. O mejor dicho, decídete, antes que sea demasiado tarde. Porque ya yo he tomado mi decisión.
Y dado el ultimátum, Mateo cerró la puerta.
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