SEGUNDO ESPECIAL ((Añadido el 27 de abril))

Ubicación cronológica: Durante el capítulo 31 .

El chico llevaba mucho tiempo observando. Observó cuando ella llegó en la limusina, cuando fue a su casillero y tecleó la clave y cuando entró al salón de Física.

Siguió observando a la hora de almuerzo mientras el camarero le llevaba unos camarones con queso y una salsa inglesa con mucho tomate. A las francesas les espantó dicha elección y se rieron cuando ella se lo comió a una velocidad sobrehumana; según los cotilleos en vez de una chica parecía troglodita.

Pero no para él.

Para él aquellos gustos nada saludables le daban un toque de diversión a sus mediodías. Los cabellos rojos que se movían en todas las direcciones propiciaban el fuego que ardía en su interior. Y qué decir de su caminar, su risa, cada uno de sus gestos.

Allí estaba él, embobado observando a Khristen mientras ella carcajeaba junto al menor de los Kane. Era tan espontánea, natural e inocente... No imaginaba las fantasías que ocupaban día tras día la mente de su observador.

—Y otra vez soñando despierto con tu crush.

Se escuchó de repente. Se trataba de Bastian Dubois que tomaba lugar en la mesa.

—Deberías contenerte un poco Adrián, terminarás enfermo de amor o algo así —rió haciéndole señas a un mesero.

—Ya estoy enfermo de amor —expresó Adrián como sino tuviese remedio revolviendo su ensalada.

—Oye en serio, deberías decirle. —El francés leyó brevemente la carta y le indicó al mesero qué debía traerle.

—Sabes que esa no es una opción —dijo bajo Adrián cuando se quedaron solos.

—¿Por qué insistes en mantenerlo oculto? En serio hombre, no comes, la mayoría de las veces no duermes y tienes dificultades para estudiar. Ya esto ha sobrepasado los límites de lo aceptable.

Adrián retiró el plato y alcanzó una copa con agua. Mientras bebía de esta volvió a enfocarse en la única mujer que representaba lo completo para él.

Khristen por su parte, ajena a los ojos plomizos que se encajaban sin mesura, se levantó de la mesa con Aaron y juntos se encaminaron al balcón que estaba construido a la redonda del inmenso comedor.

Adrián mordió inconscientemente su labio inferior.

—Ey, se va a caer. —Bastian zarandeó a su amigo. A veces odiaba mucho que Adrián se pusiera estúpido por la pelirroja.

—¿Uhm? —Parpadeó el otro.

—Que si la sigues mirando con esa intensidad conseguirás que tropiece y se caiga.

—Ah... —Adrián sacudió la cabeza, saliendo del trance—. No vayas a estar creyendo puras habladurías que suelta la gente. —Se puso de pie.

El mesero trajo en ese momento la manzana verde que constituía todo el pedido del francés.

—¿Me recriminas que no como cuando tú te has pedido solo una manzana? —El Kane arqueó las cejas.

—Ya he comido con mi linaje. —Bastian se puso de pie dándole una mordida a la fruta—. Oye amigo escúchame, te conozco desde hace más de diez años, eres mi mejor amigo. Si tal es tu obsesión con Khristen, ¿por qué no vas y hablas con ella?

Adrián parpadeó. Bastian se escuchaba... ¿molesto?

—¿Lo dice el que no se atreve a hablar con ninguna chica?

El francés tragó con dificultad los trozos de manzana que le quedaban en la boca.

—Es... es diferente.

—¿En qué es diferente?

—Yo... yo estoy esperando hablar con la persona correcta en el momento adecuado. —Había un temblor en la voz del francés pero Adrián no se detuvo en ello, sino que chasqueó la lengua.

—Creo que deberías ver esto. —Adrián le hizo un ademán para que lo siguiera y ambos caminaron a uno de los grandes ventanales abiertos que daba al balcón.

Bastian se preguntó cuáles eran las poderosas razones por la que Adrián Bénjamin Kane se retenía de confesarle sus sentimientos a Khristen. Cada vez que hablaban del tema siempre se escudaba con la invariante frase «Tengo mis razones» y punto final, tema zanjado. El heredero Dubois trataba de entenderlo, pero la verdad era que en el fondo, no quería.

Consideraba que las cosas marchaban perfectamente hasta que Khristen había aparecido para revolcarlas.

Pero ya que Adrián estaba colado hasta los huesos, lo mejor que podía hacer desde su posición de mejor amigo era alentarlo a tomar decisiones, era frustrante escucharlo hablar sobre ella sin un rechazo por parte de la chica. Tal vez con un rechazo, Adrián se calmara y todo volviera a ser como antes. Era fácil. Solo tenía que ir y hablar. No es que su mejor amigo fuera alguien de muchas palabras, usaba las precisas y generalmente las poéticas; eso, cuando no hablaba en metáforas. Su amistad a lo largo de los años con Adrián se había consolidado con un código que el descendiente del clan Lirne trataba de no violar: darle su espacio, callar cuando él callaba y no intentar ahondar en su cerebro. Adrián sin duda era un ser complejo, pero profundo y leal.

Por tanto a pesar que no le contara, Bastian trataba de deducir los motivos por el que Adrián no se confesaba. Podía ser por ese casi seguro rechazo, o tal vez eo estatus de Khristen como hija de la ama de llaves. Podía incluso ser la madre, Adara Kane, prejuiciosa de nacimiento y muy dada al qué dirían los demás. Podían ser infinidades de cosas, pero lo que nunca se imaginó Bastian fue lo que Adrián le mostró.

—Observa —pidió el de los ojos grises haciendo un gesto a una dirección específica—. Dime si no ves lo mismo que yo llevo viendo durante semanas.

Bastian vio una escena grata, pues se trataba de Khris riendo de nuevo pero esta vez además de Aaron los acompañaba Arthur Kane. Recordó esa mañana cuando los tres llegaron juntos en las mismas condiciones: Khristen feliz, Aaron un poco desubicado y Arthur en un estado inusual al de todos los días.

Porque lo usual en Arthur era verlo en sus propios asuntos, caminando estirado, juntando las cejas en un gesto pensativo mientras iba y venía de su monótona trayectoria por la Academia y una actitud agria que superaría a cualquier fruta prohibida. Y a pesar de ello las herederas lo perseguían a todas partes, a pesar de ello la prensa suplicaba todos los años por filmarlo por los pasillos para transmitir en directo a nivel internacional. En esas sesiones donde milagrosamente el Kane había accedido a ser grabado, las prácticas en el Campo de Entrenamiento eran suspendidas para guardar las aspariencias de una academia «normal».

Pero ver a Arthur despejado, fuera de su rutina, y hablando con Khristen Allen, sin duda era de las cosas más insólitas que se le iban a poder ver. En ese instante el mayor de los hermanos se acercó a la pelirroja y le quitó una pelusa (o algo por el estilo) del cabello. Khristen cortó la risa y se quedaron unos segundos sosteniendo la mirada del otro.

—Esa Bastian Dubois, es la razón más poderosa por la que no puedo confesarme.

El francés miró desconcertado a Adrián, luego a su primo.

—¿Arthur?

El otro Kane asintió con la cabeza sin apartar los ojos de la escena que tenía lugar a pocos metros. Sus ojos eran tristes pero con una mezcla de admiración genuina.

Bastian frunció el ceño.

—Pero Arthur y Khristen no se gustan ¿cierto? Él no se fijaría en una plebeya —soltó una carcajada por lo patético de la idea—. Él no puede hacerlo. Arthur jamás...

Volvió a observar a los mencionados porque todas las vibraciones del aire apuntaban a una sola hipótesis: Arthur estaba nervioso; lo que era claramente notable teniendo en cuenta ese control que se cargaba siempre. Bastian era bisnieto de una Vilfa, pertenecía al elemento aire y además era muy perspicaz. No le quedó otra que suspirar palmeando la espalda de su amigo ya que este tenía razón, realmente estaba sucediendo lo inimaginable.

¿Qué tenía aquella pelirroja para estar causando ruido en el sistema de todos?

Porque aunque Bastian no muriera de amor por ella, mentira no era que se sentía halado. Era un halo extraño e inexplicable, como una fuerza extra terrenal guiada por un instinto de millones de años...

—¿Cómo podría competir contra Arthur? —habló Adrián de repente—. Lo respeto demasiado y además, mírala... Esos ojos ámbar brillan cada vez que se posan en él.

—Entonces olvídala —aconsejó el francés porque era lo más inteligente—. No puedes estar toda la vida suspirando entre rincones y acosándola desde las sombras.

—Es mi único alimento. Sobrevivo con sombras Bastian, no me pidas que renuncié a eso.

—Adrián escucha. —Su amigo lo tomó por los hombros—: te estás haciendo un daño colosal, tienes que reaccionar y darte cuenta.

—Me doy cuenta. —El Kane manoteó las manos que lo sujetaban y dio media vuelta, adenteándose en el comedor—. Claro que me doy cuenta, no soy estúpido.

—¿Entonces? —Bastian lo siguió hasta la puerta de salida.

—Es mi droga.

El francés se apretó el puente de la nariz.

—Los hombres son propensos a los vicios. Para algunos es la bebida, para otros son las apuestas y para mí es ella, siempre será ella.

—Adrián...

—Pero tienes razón, no puedo quedarme eternamente suspirando sin hacer más nada, Khristen debe tener al menos un regalo.

—Pero, ¿no dijiste que no competirías con Arthur?

—Y no lo haré. Por eso quiero que hagas algo por mí.

Habían entrado al elevador y el joven Kane marcó el primer piso.

—¿Qué quieres que haga? —indagó el otro, consciente que era una pregunta que en realidad no quería ofrecer.

—Píntala —pidió conciso—. Eres el mejor pintor de tu linaje, lo harás a la perfección.

—¿Qué? iPor supuesto que no! —negó rotundo.

Adrián detuvo el paso unos instantes, se giró y miró a Bastian directamente a los ojos. El francés jamás de los jamases se le había negado a nada. De hecho, recapitulando el pasado, Adrián se dio cuenta que su palabra parecía ser ley para su mejor amigo.

Ahora, solo debía usar su dulzura típica y el poder de sus ojos grises.

—Por favor Bastian, hazlo por mí.

Aquello pareció funcionar y tener en su interlocutor el efecto deseado.

—¿Y le entrego el cuadro a ella? —preguntó el heredero Dubois confundido.

—No. La pintarás para mí —explicó Adrián sin vergüenza—. Si no puedo tenerla en carne y hueso la tendré en un lienzo.

—Eso... no sé Adrián... Suena bastante tóxico.

—No le hace daño a nadie.

—Es... es una locura. No puedo acceder hacerlo.

—Te pagaré.

—No me refiero al dinero.

—He visitado tus exposiciones en Francia y si un cliente te encarga un cuadro se lo haces. ¿Acaso le preguntas detalles del porqué? No. Así que tampoco deberías preocuparte por mis razones. No hagas diferencia con alguien que conoces.

Bastian reflexionó un momento. La verdad lo que Adrián pedía no le haría daño a nadie más que a él mismo. Un daño psicológico y emocional que ya estaba creado. Y bueno, si tener un cuadro de la chica calmaría a Adrián, el francés estaba dispuesto a saltarse el protocolo moral por él, porque por Adrián haría cualquier cosa.

—¿Para cuándo lo deseas?

—Te diría para ya mismo pero soy paciente, muy paciente. Tengo la fecha perfecta para que lo pintes: el evento del fin de semana de moda en París. Estoy seguro que Khristen asistirá porque a Arthur le han encargado el discurso de presentación.

—¿Por qué en París?

Las puertas del ascensor se abrieron y Adrián sonrió.

—Porque es la ciudad del amor amigo, tú siendo parisino deberías saberlo.

—De acuerdo —aceptó el pintor sin nada más que objetar.

—Ah, casi lo olvido. Ella debe verte pintándolo.

—¡¿Qué?!

—Debe gustarle la obra, sino no la aceptaré. Así que esmérate.

Dicho esto salió caminando.

Bastian se quedó inmóvil unos segundos por las raras condiciones que había impuesto el Kane. Adrián siempre había constituido un misterio para todos los que lo rodeaban y el francés se creía que era el único que podía comprenderlo al menos la mayor parte del tiempo. Esto, por algún motivo resultaba sumamente atractivo para las mujeres. Juntado a los cabellosos sedosos y encrespados y las características físicas de su linaje, Adrián tenía resuelto de por vida el ámbito amoroso. Pero también era raro en ese sentido, muy selectivo y no dado a los enamoramientos.

Hasta que llegó la pelirroja y se convirtió en su única razón de ser, su aire, su droga.

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