Fallen (3)
—Me... me han encontrado. —El beta palideció al llegarle la visión de al menos cincuenta destroyadores.
A su cuerpo le abarcaron temblores más preocupantes que los del hambre.
—¡Han seguido tu rastro! —se alarmó la esposa de Gálora— ¿Qué haces todavía aquí? Huye, ¡huye por tu vida!
—No tiene caso —indicó Gálora con el semblante caído—. Son demasiados, le llevan ventaja. Si empieza a correr ahora no podrá parar jamás.
—Tiene razón —aceptó el joven destroyador—. No me queda más que enfrentar el destino que yo mismo me he buscado. Llévense a la princesa, llévenla a un lugar seguro.
—Daysera márchate creando un agujero con la energía que guardamos en la caja de acero.
—Pero querido tú...
—Yo no puedo dejar a Forian, ha arriesgado todo por el futuro de Jadre, debo permanecer a su lado. Vete a la tierra de América y busca un hogar cerca de la Academia, llévate a Khristenyara y escóndela. Cuando tenga la edad suficiente asegúrate que se encuentre con la descendencia Fayrem y regrese a Irlendia.
—Pero Gálora —insistió su mujer—, no conozco nada de ese mundo.
—Sabrás hacerlo bien querida, sabrás dirigir a la futura emperatriz. Búscale una madre humana adecuada y mantente cerca de ellas. Ahora vete, no hay más tiempo.
Él no se equivocaba. Los destroyadores se acercaban y las posibilidades se iban agotando con cada aullido. Daysera desapareció con la princesa por el fondo de la cueva mientras Forian y el daynoniano esperaban valientes. Finalmente, los bronceados torsos musculosos y las garras afiladas del grupo que había olfateado al fugitivo, se detuvieron frente al hogar del Gran Gálora. Cada uno de ellos desollaba con la mirada a Forian, pero se contuvieron de cualquier ataque por tratarse del hijo del alfa.
—Era cierto señor —rompió el silencio el capitán de la manada—. Su hijo es el traidor. Sabe que no puede protegerlo, lo que ha hecho no tiene perdón y debe ser castigado. Debe...
—¡Silencio! —gruñó Haret—. Encuéntrenla —ordenó y una docena de destroyadores corrieron al interior de la cueva destrozando todo a su paso.
Otros tantos olfatearon encima de esta, y el resto buscó en círculos sin resultado. El rastro estaba allí, pero la criatura no se encontraba, como si hubiese desaparecido de repente sin más explicaciones.
—No está señor —anunció uno de ellos.
Haret apretó sus puños dejando escapar una exhalación ronca.
—¿Dónde está? —le inquirió al profeta.
—No lo sé.
—No mientas viejo inservible porque te juro que esas mentiras serán tus últimas palabras. —Sacó sus garras y le apuntó al cuello—. Preguntaré de nuevo porque hoy me siento generoso ¿Dónde está la princesa?
—He dicho que no lo sé. Y si supiera tampoco te diría, despreciable animal.
—Basta, déjalo tranquilo. —Forian se interpuso.
Haret se encontró a centímetros de los ojos de su hijo, esos que conservaban el brillo de Marjorie.
—Tú maldito crío...
—¿Qué otras mentiras dirás ahora padre? —lo desafió delante de toda la manada.
—¿Qué acusación pretendes? ¡No estás en posición!
—Lo he descubierto, la verdad sobre mi madre, sobre Australia, todo.
El alfa se detuvo en seco, incapaz de moverse. Había trabajado arduo para que todos respetaran a su hembra dominante, ignorando el hecho que era una humana. Había protegido a su hijo de la verdad vergonzosa y había, con mucho pesar, olvidado la tragedia que ocurrió en Australia con cada uno de sus Súllivan. Y ahora se arruinaba todo por el viejo... Sí, era su culpa.
—Lamentarás el día que abriste la boca para hablar más de la cuenta —le adelantó a Gálora.
—Que ocurra lo que tenga que ocurrir. —Este irguió la cabeza.
—Te lo preguntaré una tercera vez porque de todas maneras dejarás de respirar en breve. Dónde está la...
Un escupitajo aterrizó directamente en el ojo del alfa. Haret se limpió con el antebrazo y volteó los ojos en blanco. Odiaba que no cooperaran. Tan solo bastó un movimiento de cabeza para que el capitán de la manada se abalanzara sobre el viejo, los dientes afilados y garras mortales.
—¡¡¡Noooo!!! —Forian trató de volver a interponerse pero fue tirado al suelo por las garras de su padre.
—Estúpido —le gritó mientras el capitán se daba banquete— ¿Estás plenamente consciente de lo que has hecho? ¿Lo sabes? ¡Te hice una pregunta!
El joven destroyador se levantó cubriendo la parte derecha de la cara que chorreaba sangre.
—He evitado el peor homicidio. Matando a la heredera Daynon se desataría la más atroz de las guerras.
—¡Ya estamos en guerra! —Haret alzó más la voz—. Esa niña tenía que morir, estuvimos cerca, muy cerca ¡Y tú lo echaste a perder! Por tu culpa han aplastado y degollado a tus hermanos a los pies del palacio Daynon ¿Sus muertes no significan nada para ti?
—Yo... yo...
—Te has vuelto culpable por su sangre. Te has convertido en un sucio traidor.
Haret caminó en el lugar pateando las rocas que encontraba a su paso ante la expectativa de los demás miembros de la manada que esperaban que su macho alfa acabara con la vida del traidor. Estaba enojado, lleno de ira por tantas sensaciones que no podía controlar. Su pasado le estallaba en la cara, su futuro se le había desprendido de las manos. El único hijo que le quedaba había decidido ser un traidor.
—¿Por qué Forian? ¿Por qué? —Haret aflojó el tono y de momento pareció abatido— ¿En qué me equivoqué al entrenarte?
Podía escuchar los latidos acelerados del corazón de su hijo, podía sentir su inestabilidad. Y sin embargo no percibió remordimiento..., Forian no se arrepentiría de lo que había hecho y eso le hizo entender que lo había perdido por completo.
Estaba en una encrucijada.
Como alfa debía cumplir la ley para dar el ejemplo, pero se trataba de lo último que le quedaba y nunca tendría el valor de terminar con su vida. Podía recordar perfectamente la primera vez que lo llevó de caza, y la presa que cazaron juntos. Cuando al fin el primer vestigio de garras comenzó a romper sus nudillos y el hijo emocionado compartió la felicidad con el padre. Y los ojos..., una mirada verde pardo que guardaba la misma expresión de la mujer que más había amado en todos sus kiloaños. Cuando Haret perdió a Marjorie sintió como una parte de sí mismo también se perdía y lo único que quedaba de ella eran los ojos que cargaba Forian.
No, no podía matarlo, no podría seguir respirando con ese peso.
Alzó la mirada a su hijo que mantenía una actitud pasible, esperando el castigo. El muy atrevido ni siquiera temía lo que le tocaba, era valiente como su padre.
—Lo que acabas de hacer es alta traición a la manada —comenzó hablar—. Has desobedecido órdenes directas de tu alfa, has desafiado la autoridad. Por eso Forian, destroyador beta, primogénito de Haret —anunció tragando saliva al mencionar esto—, yo te destierro al Bajo Mundo con la prohibición de poner un pie fuera del mismo, porque si algún destroyador te encuentra, tiene la total libertad de matarte.
Unas protestas bajas se escucharon entre los demás.
—Mi señor —fue el capitán el que tomó la palabra—, sabe que no puede perdonar la traición.
—¡No estoy perdonando la traición! —espetó—. Desterrarlo al Bajo Mundo es peor castigo que la muerte. Todos saben —dijo girándose a la manada—, que un destroyador solitario no sobrevive fuera de Drianmhar. El Bajo Mundo está lleno de fallidos experimentos de los xarianos, de los híbridos del clan Zook, sin mencionar las pesadillas deformes que se encuentran en el Valle Enrevesado. Esta es mi decisión final —sentenció volviéndose para enfrentarse a la mirada de Forian nuevamente—, y no será revocada mientras yo viva. Muévanse, debemos volver a Drianmhar.
—Pero ¿y la profecía? —insistió uno de los cazadores.
—Donde quiera que hayan enviado a esa niña, nos encargaremos de averiguarlo en nuestro mundo y planear un ataque directo cuando llegue el momento.
—Una cosa más señor —intervino el capitán—. No podemos permitir que el traidor parta así, tranquilamente.
—¿Qué propones? —se irritó Haret.
—Se le debe dar un escarmiento acompañado del destierro ¿no lo recuerda? O también será flojo con esto por tratarse de su hij...
—¡Yo no tengo concesiones con nadie! —El alfa agarró de forma feroz el cuello del capitán.
Hacía unos tres kiloaños atrás, Haret y su hermano, se habían enfrentado a un duelo para ocupar el lugar de Alfa. Ambos eran hermanos Beta y el primero lo había desafiado poco después del suceso de Australia. Probar una vez más su destreza y ganar el puesto no era una opción para Haret, era necesidad, y así lo hizo. Desde entonces, Risgart como capitán y segundo al mando había creado ocasiones para dejar en ridículo a su hermano.
Los destroyadores podían ser los más rencorosos del universo.
—Bien —aceptó sin remedio el líder—. Que ocurra... —susurró cerrando los ojos— ... lo que tenga que ocurrir...
Se apartó del lugar dando la espalda sin mirar atrás, canalizando toda su ira para tupir los oídos y no escuchar los alaridos de dolor que gritaba su hijo mientras más de cuarenta destroyadores lo atacaban.
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