Fallen (1)
Los llamaban "Ojos de Halcón".
Desde tiempos remotos, eran conocidos por sus habilidades con el elemento tierra, y el legítimo alfa era temido por ser el único en toda la galaxia de encender el más consumidor de los fuegos con su mera voluntad. Cuando estalló la Guerra Roja, se mantuvieron neutrales hasta el momento que se reveló que el ser de la profecía sería una niña daynoniana nacida en el palacio. Ahí empezaron a entrenarse efusivamente en el arte de la guerra y pasado un año, se lanzaron definitivamente.
Los destroyadores fueron específicos con sus acciones. Su forma de proceder siempre había consistido en atacar a la masa, pero no como los del clan Oscuro o los del clan Fayrem. Más bien, los destroyadores se esparcían individualmente e iban acorralando a sus presas hasta una trampa grupal. Eran cazadores natos y terminaban su ataque en manada. Y mucho antes que el linaje Daynon controlara la energía de la estrella Saol, los destroyadores imponían el miedo y respeto entre los demás clanes. Eran tan antiguos, que conocían cada rincón de Irlendia. Habían desarrollado maneras de habitar en subterráneo porque su mundo, Drianmhar, era caliente como el fuego.
Drianmhar era el único mundo que recibía por completo cada rayo de los tres soles, por lo que era común que un destroyador luciera bronceado y curtido. Para el tiempo de la Guerra Roja, el actual alfa de la manada ordenó que todo miembro del clan debía buscar a la niña y el que la encontrara tenía que despedazarla, y debía hacerlo aunque no estuvieran presente los demás cazadores, para evitar la profecía sin miramientos y así quedar como los incuestionables amos de Irlendia.
Les facilitaría la tarea el hecho de ser rápidos, fuertes, con un sentido de percepción impecable y un olfato único; aptitudes que habían perfeccionado a través de los años. Todos los destroyadores en la edad adulta, exhibían largas garras que nacían de los nudillos, permitiéndoles desollar la carne de sus presas. Pero su característica favorita era la potente visión que conseguían a kilómetros de distancia. Por eso los llamaban "ojos de halcón", porque sus ojos de un verde pardo, otras veces del color del olivo, atravesaban la más densa oscuridad.
En la mayoría de sus cacerías, llevaban a los fieles Milodontes, una especie de tigres dientes de sable gigantes originarios de Irlendia. Algunos de estos dientes de sable desaparecieron por los agujeros negros al universo de los humanos por culpa de los artificios de los Oscuros. Por lo tanto los destroyadores odiaban a los Oscuros con ímpetu, casi tanto como a los canisdirus de los fayremses. No obstante el desprecio que le ocasionaban todo tipo de animales que fueran familia de lobos no tenía comparación.
Nunca había sido fácil ocultarse de estos al llegar a Jadre, pero después de muchísimos años intentándolo, un sangriento día lograron introducirse en el palacio. Con su agilidad característica, y sus métodos subterráneos, los destroyadores se hallaron en el mismísimo corazón daynoniano. Pero el linaje real estaba preparado y junto al aguerrido y siempre preparado clan Fayrem y sus entrenados canisdirus arremetieron con furia hacia los considerados traidores.
Sin embargo, entre los del clan Destroyer existía un joven perspicaz que supo evadir la guerrilla. Habían transcurrido dos kiloaños y medio desde su nacimiento y esa sería la primera gran misión de su vida, la oportunidad para demostrar ser ese hijo de alfa que suplantaría a su padre llegado el momento. No podía arruinarla. Sus garras estaban completamente desarrolladas y gracias al duro entrenamiento, tenía confianza en sí mismo. Aquellas ventajas debían ser suficientes.
Mientras sus hermanos caían a manos de los guerreros y otros tantos lograban despedazar a los enemigos, el joven destroyador siguió olfateando por el interior de palacio un rastro que intuyó, sería especial. Se mezclaban los olores de sangre, rabia y miedo, pero los sobrepasó centrándose en el que lo halaba como imán. Llegó a un vestíbulo desde el cual se veía la habitación que albergaba el característico y fuerte olor. La misma estaba custodiada por cincuenta guardias fayremses protegidos con lanzas de acero envenenadas y escudos de hielo permanente.
El hielo permanente era mortal para los destroyadores. Unos cuantos roces y un cazador se jugaba la vida. Los escudos habían sido uno de los avanzados inventos de los xarianos. El clan Xarians no tenía fuerza, no tenía resistencia; pero había una poderosa razón por la que a nadie se le ocurría meterse con ellos: su cerebro era indestructible. Un cerebro xariano valía cientos de miles de lingotes de oro en Bajo Mundo. Allí sus mismos experimentos fallidos, criaturas despreciables y entes sin corazón, deambulaban expulsando dinero, sedientos por los jugosos cerebros xarianos. Si un cerebro era capaz de crear vida inteligente ¿cuánto no haría cientos de cerebros juntos? Por eso el linaje real Daynon le pagaba cantidades exorbitantes, para que los mejores inventos estuvieran a disposición exclusiva del palacio. Pero el clan Oscuro se rifaba los privilegios. Para el clan Xarians era imposible apoyar a uno u otro, solo les quedaba cobrar.
El joven destroyador sabía que sus posibilidades eran escasas contra cincuenta guerreros experimentados que llevaban inventos xarianos. Así que eligió la opción menos arriesgada: un túnel. Cavó hondo destrozando alfombras, levantando tierra, y apartando rocas. De este modo llegó al interior de la habitación, elevándose a la superficie a pocos metros de una cuna.
Era un lugar enorme, cubierto de oro extraído de su propio mundo, Drianmhar. Las paredes estaban tapizadas de un color marfil y la decoración era muy lujosa, con cortinas tejidas exquisitamente por Turias moradas. A pesar de contar con el toque peculiar que le daban los daynonianos a sus áreas de realeza, esta emanaba ternura. Y la cúspide de la sensación ocurrió al asomarse a la cuna que se encontraba en el mismo centro. Él nunca había sentido nada parecido por una presa, pero al hacer contacto visual con unos pequeños ojos color ámbar, el órgano que palpitaba dentro de su pecho se aceleró de manera distinta. La pequeña lo observó unos segundos, y ajena al peligro, saltó a sus brazos. Intuitivamente al destroyador le salieron las garras, pero se obligó a guardarlas para no lastimar la piel rosácea que jugaba con sus dedos.
Era una nena hermosa. El cabello rojo típico de su clan, aunque de un tono más encendido que de costumbre. Tenía mechones ondulados que terminaban en chorongos y sus mejillas lucían apetitosas. Y también estaba la mirada... esa mirada ingenua y llena de confianza volvió a penetrar la suya, y terminó por doblegarlo. ¿Esa era la peligrosa criatura que arrasaría con el universo? No lo parecía en absoluto. Es más, el beta del clan Destroyer se convenció que la única peligrosidad evidente en ella eran sus dinámicos ojazos dorados, capaz de derretir a cualquier ser.
La pequeña farfulló palabras poco entendibles y una energía desconocida hizo que el cazador sintiera que algo se desprendía de sí mismo para compenetrarse a la esencia de ella . Quedó ligado a la princesa en una conexión inexplicable e imposible de romper. No sabía si la beba estaba ejerciendo algún tipo de poder sobre él, y tampoco le importaba: Iba a protegerla, iba a mantenerla con vida aunque eso costara la suya propia y la deshonra al alfa.
Afuera se escucharon los estruendos de los escudos de hielo y el rugido de su manada. La heredera ya no estaba segura en el cuarto real, era cuestión de tiempo que los destroyadores echaran abajo la puerta. Con su oído súper dotado, el cazador escuchó que una buena cantidad recorría el pasadizo subterráneo que él mismo había cavado. Trató de pensar rápido, buscar una solución instantánea. La presión cortaba el tiempo, consumía cada segundo... Hasta que la vio, la ventana que lo sacaría afuera.
Se acercó a la misma, clausurada con varios cerrojos. Por lo que sostuvo a la bebe con un brazo y utilizó el puño del otro para atravesar el cristal que estalló al momento tras el impacto. Acto seguido, el beta hizo lo más loco de toda su vida y se lanzó. Mientras caía se repitió que quizás su acción había sido precipitada, demasiado precipitada. Los destroyadores pertenecían al elemento tierra, por lo que hacer piruetas en el aire no era alternativa. Abrazó a la pequeña con firmeza y se hizo un ovillo en el viento para que el impacto fuese menos mortal.
Hasta que terminó de caer.
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