☆7☆ MIRADAS QUE ABREN MISTERIOS.
Khristen
Entro por la puerta con el logo femenino encima e ignoro dos chicas extra delgadas que murmuran a mi espalda. El baño no es un baño, es un mini palacio dentro del castillo. Contiene espejos más grandes de lo que hubiese pensado, para favorecer las maneras narcisistas de todos imagino. Las lámparas tienen diseños rebuscados y hay al menos cien puertas, cincuenta a cada lado dejando de por medio un pasillo que termina en un ventanal de vidrio polarizado que permite ver un jardín precioso con mariposas de colores. Cada vez me convenzo más que Howlland es un lugar salido de un libro.
—¡Mira por dónde caminas torpe! —chilla una chica morena.
He chocado con ella anestesiada con el glamour de este lugar. Acabo de empezar con el pie izquierdo. La observo con detenimiento. Su piel morena brilla como si se hubiese untado cargamentos de aceite. La melena oscura y lisa le llega hasta las caderas en un corte recto. Viste de boutique, un diseño que recuerdo en las revistas Dior que mi amiga Lilly solía mencionar. Pero en esta chica se ve más extravagante que en las modelos extra flacas de aquellas páginas. La morena no es como las chicas que vi a la entrada del baño, las proporciones de sus atributos son vultuosas.
—Lo siento no era mi...
—¿Quién eres tú? —Me mira detenidamente y otra vez deseo que la tierra me trague.
—Soy Khristen.
—¿Has visto su cabello Abby? —Hace notar una chica de cabello rubio miel.
Es muy linda y delicada. No viste tan llamativo, y no lo necesita. Atraería la atención aunque tuviera un saco de patatas puesto.
—De seguro es teñido Jessica —espeta Abby.
—Es natural. —Me cruzo de brazos y un grupo se acerca para contemplarme mejor.
—Antes me he fijado en sus ojos —comenta otra.
—¿También dirás que son naturales?
—No uso lentillas —digo tranquilamente.
—¿De qué linaje eres? —Pregunta la rubia llamada Jessica.
—Yo no... tengo ningún linaje.
—¡No tienes linaje! —alza tanto la voz que el resto de chicas del baño se giran a mirar.
—¿Qué haces aquí entonces? —La morena me observa con cara de asco.
«Vamos Khris, no permitas que una engreída con extensiones te haga sentir que no vales nada»
—He venido con los Kane —digo sin tapujos y todas abren la boca asombradas.
—¿Estás mintiendo? —duda en tono incrédulo Jessica.
—¿Crees que colarse aquí es fácil? —Alzo una ceja.
—Jess de seguro es una parienta lejana —empieza a decir Abby.
—¡No tiene sentido! —se atormenta la rubia—. Los Kane son castaños o pelinegros con ojos grises y porte de la realeza. Mira a este... —Me analiza buscando la palabra correcta— ... a este engendro, no tiene nada que ver con ellos.
«Ups eso dolió»
—Tienes razón —apoya una tercera chica también rubia que lleva una coleta alta amarrada con una cinta celeste. Su acento es diferente..., ¿tal vez francesa?
—Pues claro que tengo razón —continúa Jessica—. Además, esto es la Academia Privada Howlland, un lugar especial para personas especiales. A menos que haya saltado un Legendario a nuestro universo del que no tengamos constancia, me niego a creer que este engendro tenga algo de extraordinario corriendo por sus venas.
—Escucha barbie —hablo armándome de valor—, me da lo mismo lo que pienses. No tengo que darte explicaciones a ti ni a nadie.
Y dicho esto avanzo hasta una de las puertas del baño. Me escondo en el espacio y cierro con seguro respirando aliviada. Desde aquí puedo escuchar los cuchicheos y es cuestión de tiempo que descubran que soy una criada... Así que me apuro, descargo el retrete y prácticamente corro dispuesta a la salida sin verles las caras.
Ha sido sofocante, creo que mañana me traigo un pequeño orinal. Lo que sea antes que conseguir otra escena en el baño.
No tengo ganas de atravesar la terraza y volver a ser el centro de las miradas, por lo que doy pasos tambaleantes por el pasillo del sur buscando a Aaron. Las columnas del pasillo son de un modelo griego y están repartidas una por cada cinco metros. A pesar de estar absorta en mi búsqueda, logro sentir el enorme peso de una mirada. La presión que ejerce es tan abrumadora que no puedo resistir.
Existe una creencia que cuando alguien te mira con intensidad, tu inconsciente consigue que tú mires también de forma involuntaria.
Eso está pasando justo ahora. Por inercia volteo la cara, encontrándome en el acto con unos ojos verde pardo, audaces, tan profundos que puedo perderme. Los ojos infunden miedo, porque la mirada que proyecta es agresiva e intimidante. El dueño, es el hombre más hermoso que he visto en toda mi vida. No posee una belleza clonada, como esas que tantas veces admiras en las revistas o la tele. Es tan diferente e inhumana que no puedo apartar la vista. No parece ser estudiante, aunque es joven para ser profesor; ni siquiera sé lo que es además de una combinación magnífica de agilidad y fortaleza. Está sentado en el muro continuo a una de las columnas y cuando se endereza para escudriñarme mejor me tenso completa. Tiene la piel bronceada, como esos turistas que vienen a surfear a las playas de California. Los rasgos de su rostro deben ser los ideales según los estándares de moda, y las medidas de su cuerpo resultan tan perfectas como irreales. Y sus orejas..., sus orejas terminan en una forma puntiaguda inusual en los humanos, pero lejos de parecer un defecto genético le confieren viveza a su expresión. Una ligera barba le adorna la mandíbula afilada y el cabello rubio, en la tonalidad más oscura del color, brilla en las puntas a consecuencia de los rayos solares que se cuelan entre las columnas; que iluminan además una parte de su cara. A diferencia de todos los internos de Howlland, no viste ropas llamativas sino una simple camisa azul zafiro, remangada hasta los codos y unos vaqueros.
Me doy cuenta que lo he estado observado durante cinco minutos en silencio así que me obligo a girar la cara para seguir caminando. Pero la visión completa de semejante hombre vuelve aparecer en mi cabeza con un efecto deja vu que me eriza los vellos. Estoy debatiéndome con mi tembloroso cuerpo cuando soy detenida por el brazo y un aroma a eucalipto recién cortado inunda mi nariz.
—Espera.
La voz madura no es grave como la de Arthur, ni melódica como la de Aaron. Es ese equilibrio perfecto entre acogedora y viril. Un tono hipnótico que demanda ser escuchado.
—¿Quién eres? —continúa.
Su pregunta no es igual que la de Abby, que estaba cargada de aspereza. Esta es realmente sincera y un poco desesperada, como si necesitara urgentemente conocer la respuesta.
—Soy Khristen Allen. —Me fuerzo a sostener la mirada filosa que resplandece al escuchar mi nombre.
—Khristen —respira aliviado y se toma la libertad de tocar mi cabello.
Los ojos se le aguan ¿Va a llorar? Y no suelta mi cabello, acariciando con añoranza como algo perdido que ha sido encontrado. El corazón me juega una mala pasada, acelerándose a tal punto de conseguir que sude. Lo peor es que siento... siento que he vivido esto antes, que lo conozco de antes. Pero es imposible, jamás lo he visto. Y si de casualidad lo hubiera echo tan solo por unos segundos, estoy segura que recordaría dicho prospecto de hombre. Pero su imagen es totalmente nueva para mí, aunque mis sentidos respondan a su tacto familiar. Es muy extraño, a pesar del aura misteriosa que lo envuelve, me siento segura.
Pero esto no encaja con la lógica.
—No sé quién eres. —Me aparto—. Tengo... tengo que irme.
Salgo prácticamente corriendo del lugar sin detenerme a pensar de dónde me conoce y lo peor de todo, por qué yo siento que lo conozco.
Salgo prácticamente corriendo del lugar sin detenerme a pensar de dónde me conoce y lo peor de todo, por qué yo siento que lo conozco.
—¡Khris! —Aaron me sujeta para que no me caiga cuando choco con él—. ¿Estás bien?
—Hoy ando chocando con todos. —Entierro los dedos entre mis cabellos apretándome el cráneo.
—¿Qué tienes? Pareces haber visto un fantasma...
—Aaron.
—¿Sí?
Miro atrás buscando el hombre misterioso pero no está, no queda ningún rastro.
—Creo que tanto perfume en el ambiente está haciendo corto circuito en mi cabeza.
—Mejor vamos al salón, la primera clase es Historia.
Caminamos en silencio y yo no logro apartar la sensación de vigilancia que recae sobre mí. Giro la cabeza a todos lados y cada quién está a lo suyo. Sin embargo me están observando, lo sé; o tal vez... ¿estoy siendo paranoica?, ¿la visión salvaje y hermosa de antes revolvió tanto mis nervios? Si Aaron se da cuenta de mi estado elige callar al respecto y continúa conduciéndome por un vestíbulo pulcro con ventanas grandes e hileras de estatuas de mármol que solamente están diseñadas del cuello hacia arriba.
—Representan a los Legendarios —me cuenta—, los primeros seres poderosos que engendraron con humanos.
Trato de olvidar lo sucedido hace unos minutos y concentrarme en lo que cuenta el menor de los Kane.
—¿Cómo aparecieron en la tierra? —indago.
—Dicen que por agujeros negros.
—¿Del espacio exterior? —Abro los ojos todo lo que dan.
—Algo así. —Sonríe él—. Hoy en la noche tendré que ayudarte a ponerte el día con las clases, llevas un mes de atraso.
—Vale —respondo sin mucho entusiasmo. Tener que rellenar un montón de cuadernos con clases de un mes no es mi pasatiempo favorito.
—Tenemos un museo de la historia de los linajes por si te interesa.
—¿Van muchas personas?
—No, a nadie le importa ver lo que ya saben.
—Entonces sí.
—Somos iguales Khris, no me gustan las multitudes.
—Al menos tú tienes la ropa indicada —bufo—, yo no.
—Eso puede cambiar.
—¿También tienen una tienda de ropa en Howlland?
—Tenemos un diseñador personal —responde con simpleza encogiéndose de hombros.
—Claro que los internos de Howlland tienen un diseñador personal. —Golpeo mi frente y Aaron se ríe.
—Bueno los Kane tenemos un diseñador que va a casa. Los demás escogen a su gusto por otros medios.
Llegamos a una especie de casillero con un estilo bastante futurista y Aaron marca en una de las pantallas un código de siete números. Esto es lo raro de la Academia, mezcla pasado, presente y futuro en cada construcción y decorado.
—¿Por qué es tan importante el linaje en Howlland? —suelto recordando el episodio del baño—. Es decir, entiendo que aquí vienen los críos de los multimillonarios y todo ese rollo, pero la gente lo pregunta como si se tratase de algo de vida o muerte.
—La verdad es lo único que importa. —confiesa entregándome un cuaderno en blanco con un lapicero a la vez que toma uno para él—. Dar a conocer tu linaje es decir sin palabras toda tu historia; a qué se dedica tu familia, tu país de origen, qué Legendario tiene que ver contigo...
—¿Y ustedes? Los Kane me refiero, ¿por qué son los más importantes de aquí? —Lo sigo reanudando nuestra marcha.
—Mi padre es el director y uno de los dueños —esquiva.
—Aaron... —presiono.
—Bien. —Suspira y se detiene frente a una puerta—. Prometo hacerte un pequeño resumen hoy en la noche cuando hagamos las tareas. —Abre la puerta y me invita a pasar—. De momento trata de sobrevivir tu primer día en Howlland sin que te explote la cabeza.
—Eso intento, créeme. Pero está resultando más difícil de lo que imaginé —declaro entrando al salón.
El lugar es bastante grande, como cada área de la Academia. Hay una gran mesa donde está sentada una mujer de mediana edad que debe ser la que nos impartirá historia. Parece de origen europeo, escuálida y delagada y usa espejuelos cuadrados. Como es el salón de Historia, las altas paredes están recubiertas con escudos, cuadros emblemáticos y pinturas de seres bastante peculiares parecidos a las estatuas, intuyo que son los famosos Legendarios. Calculo unos cincuenta pupitres más o menos, los asientos son acolchonados con relleno de espuma y están tapizados con semi cuero. Las mesas son muy modernas, con rejillas en la parte inferior para ubicar cuadernos y libros.
Me acomodo en el último pupitre, ubicado en la esquina del lugar.
—No creo que debas sentarte ahí —sugiere Aaron escogiendo un pupitre a la derecha a varios metros.
—¿Por qué? No me digas que como los diseñadores, cada quién tiene un pupitre personal —ironizo.
—No son personales pero ese que has escogido tiene dueño, y no es de los agradables.
Considero levantarme, pero rechazo la idea. Ya basta, esta Academia me tiene harta y no llego al mediodía. Me miran como si fuera una rata de alcantarilla, todos se creen los reyes de Roma, tengo que asimilar que daré clases sobre poderes paranormales y para colmo tengo un fantasma con prototipo perfecto que me persigue. Repito, estoy harta. No voy a dejar que me pisoteen. Puede que carezca de un apellido prestigioso y no tenga tierras de las cuales presumir, pero sigo siendo un ser humano y merezco respeto.
—No me cambiaré de puesto —le digo a Aaron.
—Por lo menos te advertí. —Él suspira y aprieta labios antes de girarse para abrir su cuaderno.
Abro en la primera página el que me ha regalado y garabateo mi nombre en un renglón. La profesora no se inmuta cuando el timbre suena y un grupo de estudiantes, todos de dieciocho años, entran ocupando sus lugares. De últimos, llegan dos chicos vestidos completamente de negro, con cabello de igual color y ojos azabaches. La piel es de un pálido aterrador, ni siquiera parecen personas. Presentan rasgos firmes e intransigentes, mandíbulas rectas y accesorios puntiagudos de plata. Llevan chaquetas y guantillas de cuero, aros en las mangas y pantalones oscuros. Es obvio que son gemelos.
Algo en mi interior se activa, como una alerta de millones de años. Me doy cuenta que estoy temblando cuando ambos se paran a cada lado de mi pupitre. Todos miran expectantes y Aaron sacude la cabeza, quizás pensando «Te lo dije».
—Levántate —ordena uno de ellos y la escalofriante voz me recorre hasta la médula.
Trato de hacer contacto visual con la profesora esperando que intervenga pero se hace la desentendida mirando unos papeles. Estupendo, aquí los críos tienen más autoridad que los mayores.
—¿No me has oído? —presiona— ¿O te haces la sorda?
—No voy a levantarme —trago grueso consciente que debe ser lo más estúpido que he podido decir.
Los gemelos siniestros se miran entre sí en un gesto de confabulación; tengo un muy mal presentimiento de esto. El que ha hablado antes levanta una de sus manos que lleva cuatro anillos de plata y se saca la guantilla. La extiende hasta la ventana más próxima a nuestra zona. La misma se abre, un fuerte viento procedente de las esquinas más tormentosas del mundo atraviesa el espacio, zarandea los objetos del salón y se estrella contra mí tan violentamente que me deja en el suelo en menos de lo que puedo procesarlo.
—Tú lo has querido —afirma el que lo ha provocado con una sonrisa torcida.
Su hermano imita el acto con las dos manos y la turbulencia se acentúa, mandando a volar los cuadernos de todos, robándose la luz del ambiente y amenazando con quitarme el oxígeno. El cielo se ha oscurecido y lucho de rodillas por incorporarme pero es inútil. Me agarro el cuello tosiendo, sintiendo mis pulmones a punto de explotar. Veo parpadeante la imagen de Aaron que intenta ayudarme, pero es lanzado en una ráfaga de viento al otro lado del salón.
—Pa... para... —logro decir entre mi asfixia.
Lo del pupitre no debe ser motivo de muerte, ¿o sí?, ¿el grado de psicopatía en Howlland llega a ese extremo?
Pero no se detienen, descargan la turbulencia contra mí con un rencor guardado que desconozco, jamás me he cruzado con par de gemelos. Mis reservas de oxígeno comienzan a menguar y la visión se me opaca. Apoyo la frente en el suelo rendida y sin fuerzas, consciente que estoy a punto de perder la consciencia y quizás, mi vida...
—☆Notas☆—
Foto del misterioso perfecto aquí debajo porque algunos leen sin conexión y no se dan cuenta que fue implementada arriba, al inicio del capítulo. Él NO aparece en el libro Guía Elemental con los demás personajes, osea no tiene ficha. Más adelante verán el porqué:
En la vida real su nombre es Alexander Breck : )
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