☆67☆UN DÍA CON ADRIÁN BÉNJAMIN KANE

Khristen

—¡¡¡Vamos a morir!!! —grito en pleno vuelo.

—Claro que no —dice Adrián muy bajo en contraste con mi tono haciendo una maniobra hacia la derecha.

¿Cómo llegué a esto? Dicho de forma resumida: me senté en el asiento de copiloto, me puse el chaleco paracaídas, los audífonos correspondientes y tiré el sentido común por la ventana.

—¡Ya aterriza por favor! —Miro una vez más el gran cañón que se extiende abajo.

《Estúpida te juraste la última vez que no volverías hacerlo》

Adrián sigue sonriendo luciendo más provocativo con las gafas de sol que se ha colocado. Cualquier otra chica del planeta fliparía por estar aquí con él ¿no? Cualquiera menos Khristen.

—Por todos los clanes Adrián te lo suplico —expreso casi sin aliento.

El helicóptero ha sobrevolado todo el perímetro turístico en una marcha moderada, pero esto no se trata de velocidad, sino de altura. El heredero Kane gira brusco el cuerno de la aeronave y esta se desplaza en un ángulo de noventa grados. Mis gritos se escapan con cada movimiento.

—Imagino que si no tuviera los audífonos me dejaras sordo —dice y sonríe.

¡Sonríe el desgraciado!

—Aaaaaahhh—chillo cuando da una pirueta en el aire que nos voltea de cabeza.

La sangre se me sube toda al cerebro y para colmo de males me quedaré con la garganta afectada de tanto gritar.

—¡ESTÁS TAN LOCO COMO TODOS TUS PRIMOS!

Él se muerde el labio inferior y se quita las gafas.

Confirmo que yo también estoy mal de la cabeza por confiar y montarme. En este instante una intensa revolución se desata en mi sistema nervioso. Miro a Adrián suplicante.

Con los rayos solares bañándole el rostro, los suculentos labios siempre pareciendo manzana y los lunares repartidos por las mejillas y cuello, exponer los ojos metálicos ha sido una astuta jugada para mis piernitas de pollo que ya estaban temblando por el paseo elevado que a mi acompañante se le ha ocurrido dar.

—Relájate Muñeca, no pasará nada.

—¡¿Cómo estás tan seguro?! —protesto sin bajar la voz—. Ah espera, porque eres un Kane y ustedes son los mejores en todo. —Abro comilla con los dedos acostumbrada a las respuestas de Arthur.

—No, no por mí sino por ti.

—¡Pero si yo estoy aterrada!

—Eres la pura ama del aire Khristen —declara decidido—, eres la pura ama de todos los elementos y quiero que entiendas que no debes tener miedo de nada.

Diciendo esto empuja los cuernos hacia adentro y el helicóptero empieza a caer en picado. Entonces suelta el volante.

¡SOLTÓ EL VOLANTE!

El aparato se queda libre directo a estrellarse cayendo en picado.

—¡¡¡Sí estás loco, sí estás loco!!!

Él sacude la cabeza y tuerce los labios en un gesto encantador.

《CONCÉNTRATE KHRIS ESTÁS CAYENDO AL VACÍO Y TUS PENSAMIENTOS NO PUEDEN SER LA VOLUPTUOSIDAD ADRIÁN》

—Ayudaaaaaa. —Trato de maniobrar los cuernos pero consigo que el helicóptero ahora caiga en zigzag.

El corazón está rompiéndome la piel de lo acelerado que anda y la fiebre que pone a hervir mis venas no se hace esperar.

—Venga Muñeca, sé que puedes hacerlo.

Lo miro incrédula. ¡Por dios en estos momentos lo odio! ¿Cómo pretende que tome el control de este traste si apenas tengo control de mí misma?

Pego la espalda a mi asiento, ignorando las ganas de asestarle una bofetada y todavía presa del pánico me dedico a sacar toda la fuerza que poseo y ordenarle al helicóptero que se enderece. Me concentro, me concentro...

—¡No pasa nada! —bramo al ver que cada vez estamos más cerca de impactarnos.

—Estás dirigiendo mal tu poder.

—¡Hazlo tú entonces! ¡No quiero morir!

—No vamos a morir...

—¡No te rías en esta situación!

—Entonces manda al aire Khristen —grita sin rastro de diversión—. Haces lo que te da la gana con él, que le quede claro.

Inesperado. Adrián ha gritado porque es demasiado el viento que nos azota por estar cayendo en picado. No está enojado pero sí exigente, quiere que demuestre lo que valgo. Por tanto, llena de indignación por estas circunstancias tan apremiantes me saco los audífonos, el chaleco paracaídas y extiendo las manos perpendicularmente; si voy hacer esto será a lo daynoniano, nada de protección humana.

Alejo el ruido, la presión y la realidad.

Le ordeno al aire que me obedezca. ¿Que yo no era la pura ama de todo? Que se entere el aire, que se entere Adrián, que se entere el universo.

Súbitamente, un bravío remolino se enrosca alrededor de la aeronave y la endereza. Abro los ojos cuando todo el esqueleto del helicóptero se estremece. Creo que lo estoy haciendo muy brusco.

—Despacio... —Mueve las manos el que está a mi lado.

—¡No tengo práctica! —me defiendo yo y al artefacto le fallan los motores.

Miro al muchacho que está sudando y tragando grueso se quita el abrigo que llevaba puesto, dejando al descubierto una extraña cadena de platino que imita a un hilo de cerca repleto de púas. Él ha intentado todo este tiempo mostrarse despreocupado pero ya no puede fingir que tiene un miedo digno de defecarse en los pantalones.

—Oh por los diferentes cielos —me espanto abriendo los ojos—. Estamos detenidos en medio de la nada solo con mi poder.

—Bien... —Adrián trata de recuperar la compostura—. Intenta elevarlo usando el remolino.

—No sé cómo hacerlo, ¡no sé cómo hacerlo! —La amenaza de llanto se me hace latente.

—Con suavidad pero con firmeza, pídele que nos suba.

Así lo hago, con suavidad pero con firmeza...

Siento como el poder va emanando de mí. Es difícil explicar con palabras, pero sucede similar a cuando estás aguantando la respiración y requieres de mucha voluntad para resistir un poco más de tiempo. O cuando das un salto grande y en ese intervalo que estás arriba por microsegundos usas tu determinación para resistir lo suficiente antes de caer. O en una carrera, que el agotamiento y el sofoque se vuelven insoportable pero te llevas al límite hasta alcanzar la meta.

Así ocurre mientras consigo llegar a la cima del Gran Cañón y aterrizar el aparato. No es el mejor aterrizaje del mundo porque pierdo el equilibrio al apoyar las ruedas delanteras. A consecuencia, ambos saltamos en nuestros asientos y mi cuerpo al ser más liviano rebota hacia Adrián, que lo amortigua.

Estamos vivos.

—Lo he conseguido —suelto a la nada empapada de sudor y todavía con el corazón dislocado.

—Sí. —Adrián respira acelerado—. Lo has conseguido.

Me doy cuenta que todavía estoy encima de sus piernas y me aparto.

—Em... v-voy a... a bajarme de esta cosa —anuncio abriendo la puerta del copiloto.

Ya en tierra firme mis extremidades siguen zarandeándose como gelatina, así que me siento en una roca grande que aparece a la vista. Escucho como Adrián abre la otra puerta del helicóptero y se acerca. Ocupa un espacio a mi lado en la roca y suspira observando el horizonte.

Espero impaciente que hable. Espero. Espero...

Pero no lo hace.

—¿No me vas a decir nada? —pregunto al transcurrir unos minutos.

—¿Qué quieres que te diga? —Empieza a juguetear con su cadena.

Me da temorcito que se pinche, ese accesorio es peligroso.

—No sé quizás un "disculpa por atentar contra tu vida Khris"

Aparece una leve sonrisa y extiende la mano al arbusto que queda a nuestros pies para arrancar una ramita.

—Deberías darme las gracias —rectifica sin mirarme.

—Genial —resoplo.

—Khristen, ¿no te das cuenta? Lo que acabas de hacer es la cosa más alucinante de todos los tiempos. Tú sola, sin ayuda de nadie.

—Gracias Adrián, para la próxima pídete palomitas, así disfrutarás de primera plana mis gritos de terror mientras comes.

Se ríe y se lleva la ramita a la boca para dejarla entre sus dientes.

Volvemos a quedarnos en silencio mirando los cráteres del famoso Gran Cañón de California. Es un panorama hermoso, si se ve claro desde la seguridad de tierra firme y no desde un helicóptero dispuesto a estrellarse a toda costa. El más visitado es el de Colorado, Arizona, pero el que tenemos en California es igual de deslumbrante, con cordilleras de varios kilómetros de ancho y mesetas que cuentan historias de millones de años. Me hace recordar mi película favorita de DreamWorks, Spirit: Stallion of the Cimarron¹. Y es que aunque se escuche infantil, nunca podré superar la emoción que me dio cuando el caballo saltó una distancia imposible, justo como si volara, y el sargento le dedicó sus respetos antes de marcharse, dejándolo libre. Spirit luchó por su meta, por reunirse con su familia y tomar su posición como líder de los cimarrones. A pesar de ser una película antigua, las lecciones que se extraen de ellas son tan prácticas y valiosas como el buen vino; mientras pasen más años sabe mejor.

—¿Te digo algo Adrián? Ya entendí todo.

—¿Hum? —Él se mantiene mordiendo la ramita.

—Me aterraba la idea de contener tanto poder. Al suceder lo de Aaron, la transformación de Lilly, el incendio, sentí que era una inútil por no controlar lo que poseía y no dar la ayuda necesaria. Pero hoy Adrián, hoy me has hecho descubrir cuál era mi verdadero problema.

—Miedo —revela sin más y me mira.

—Tú siempre lo supiste. —Sostengo sus ojos resplandecientes como un pulido metal—. Por eso me has traído aquí, querías que yo dejara de tener miedo.

—¿Funcionó? —Se saca la ramita de la boca y la lleva a mi mentón.

Siento un cosquilleo y se la arrebato sonriendo.

—Tus métodos son bastante excéntricos pero funcionan al fin y al cabo.

—Prometí que las sorpresas que venían de mí siempre te gustarían —Vuelve a mirar al vacío que dejan los peñascos.

En esta altura hay bastante viento así que sus rizos van a donde quieren sin que él se preocupe por arreglarlos.

—Sin duda seguirán asustándome —apunto jocosa.

—No lo creo, eres más valiente de lo que te obligas a estimar.

—Eso no es verdad —Bajo la cabeza recordando cómo me escondí en el garaje—. Cuando hizo falta no pude enfrentar a los enemigos. Me sentí tan pequeña y cobarde...

—¿Y lo que hiciste hace unos minutos? —Enfoca de nuevo los ojos en los míos—. Fue una hazaña magnífica.

—Solo enfrenté el miedo a mí misma.

Adrián levanta una mano para colocarme un mechón rojo detrás de la oreja. Igual que los suyos, mis rebeldes cabellos han aceptado la propuesta de baile que les ha ofrecido el viento.

—Considero más valiente al que conquista sus miedos que al que conquista enemigos, ya que la victoria más loable es la que prevalece sobre uno mismo.

Cielos... si sigue hablando así le creería hasta que la Tierra es plana y todo lo que quisiera afirmar. Es profundo, muy profundo.

—Por eso no tengas miedo de tus miedos —pide—: están ahí para que demuestres tu valía.

Me deja muda con las reflexiones. De cierta manera, sus palabras han calado a un lugar intrincado que no sabía que guardaba; siento que lo estoy descubriendo por primera vez.

—No eres nada común, ¿te lo han dicho cierto? —logro decir por fin.

—Par de veces; siempre lo tomo como un halago. Es bueno ser único y diferente muñeca, así nos convertimos en claridad entre la multitud.

—Pero siempre vas recluido, en tu propio mundo ajeno a la realidad —resalto la fama que lo precede y lo que yo misma he podido comprobar de él—. Eso es contradictorio ¿no?

—Soy un alma vestida con los escarnios de los mortales comunes —suspira abatido—. Me alimento de paradojas y sobrevivo entre sus sombras.

Instintivamente aprieto mis labios.

—Vaya... realmente... eres un poeta frustrado —recuerdo deslumbrada.

—Ya te lo había confesado. —Se revuelve los rizos.

Me encanta ese gesto.

—Tú eres el pleno significado de contradicción Adrián.

—¿Y eso te gusta? —me sorprende.

Lo ha preguntado mirándome fijamente, con mayor intensidad de la que puedo explicar. Quiero creer que no lo ha soltado con doble sentido pero mi corazón inicia sus trucos para evidenciar que la interrogante va más allá de la admiración que le tengo a ese chico enigmático. Los latidos se me intensifican y la sangre bombea más rápido. El rostro masculino se contrae ahora en una expresión pasional y por alguna ilógica razón, mi volcán interno, ese que solo se activaba por Arthur, empieza a hacerse presente.

Me escuece la piel, me vibran las defensas.

Y sumándose lo peor que puede ocurrir, Adrián inclina la postura en dirección a mis labios. Se inclina, se inclina más, ¡se inclina y yo no me muevo! Me quedo plantada sobre la roca como si también formara parte de la misma.

《¿Qué haces Khristen?》

Cuando llega el mínimo contacto el muchacho se aleja instantáneamente, confundido y perplejo. Se ha quemado.

—Lo siento. —Comienzo a llorar y limpiándome las lágrimas me bajo de la roca.

—Khristen espera.

Intenta seguirme pero levanto muros de tierra sólida a mi espalda, para poder huir lejos de sus atributos y aclarar en solitario qué rayos está pasando conmigo.


Parada al borde de una de las paredes del Gran Cañón, sobrecogida por su magnitud y belleza, dejo que el fresco viento de invierno calme el fuego que recorre mi sistema. Sucede de forma extranatural, como todo lo relacionado conmigo en las últimas semanas. Las hondas de aire penetran por mis poros y a los cinco segundos sale vapor. Comienza por mis manos, luego baja por mi cuello, pecho, zona inferior. Estoy literalmente humeando y parezco pavo asado recién salido de la barbacoa. Al menos no me he agrietado esta vez porque salí corriendo antes de erupcionar. Salí corriendo de Adrián...

Corriendo llegué a él y corriendo escapé.

Recapitulo y me doy cuenta como he ido perdiendo facultades. Es decir, me fui muy sólida de Palm Springs. No me impresionaba la belleza de nadie, no me dejaba intimidar por nadie y mis sentimientos no eran volubles con nadie. ¿Dónde está esa Khristen ahora?

《No existe, porque aquella era Khristen Allen》

Acepto mi propia voz interior. Siempre llevaré parte de esa chica conmigo, pero es  tonto pensar que sigue intacta cuando descubrir mi origen legendario me transformó, y en demasiados aspectos. Escuchar la verdad me hizo conocer la más incesante incertidumbre, interactuar con energía Oserium destapó todas las capacidades que desconocía, y finalmente conocer a los herederos personalmente me enseñó íntimos matices de ellos. Pero chocar con Arthur fue ese click definitivo, esa gota que desbordó el vaso, ese descubrimiento de la intensidad que envuelve el sentimiento que puedes llegar a sentir por alguien.

Arthur siempre estuvo en mis momentos de necesidad. Primero como un verdadero idiota; pero enfocarme en su idiotez ayudaba a sobrellevar lo que realmente me afectaba. Luego como un aliado, y finalmente como un amigo.

Me prestaba atención todos los minutos del día, ya fuera para burlarse de mi ropa o para recordar mi indigno origen. Gastaba lo que hiciera falta para protegerme, con la excusa que nadie se metía con lo suyo. Me consoló —a su manera— cuando me enteré que había nacido en Irlendia y Vanessa no era mi madre. Me dejó dormir en su cama, me alimentó en más de una ocasión. Puso a todo el FBI a buscarme sacrificando horas de sueños para dar con mi ubicación. Cumplió sus propias fantasías de convertirme en una chica a la altura, vistiéndome con prendas costosas, defendiéndome delante de Jessica, mostrándome al mundo con aquella foto en Instagram.

Por él fui a París. Por él me salvé de explotar por completo. Por él guardo los momentos más hermosos que he vivido con un chico. Y cuando lo supe se lo confesé a mi corazón, que había quedado enamorada de ese hombre de acero; de sus ojos turbulentos, de su fuerza de carácter, y hasta de su venita en la frente. De cómo susurraba en mi oreja, de cómo me llamaba ridícula. De toda la escencia de Arthur Kane.

Y ahora no puedo sacarlo de mi corazón como si desechara un papel.

A pesar de que me inflija dolor le quiero. ¿Qué es un sentimiento completo sino el que está mezclado con felicidad y sufrimiento? Lo perdurable se construye sobre esfuerzo y lágrimas. Yo desarrollé algo bien profundo y aunque jamás pueda sintetizarse no se desaparecerá de la noche a la mañana.

El amor no siempre son fuegos artificiales ¿saben? A veces el amor llega suavemente incluso cuando no le hemos dado permiso para pasar.

Puede que tarde unos años, o puede que tarde una vida; pero en el proceso de olvidar a Arthur Kane no puedo dejar que nadie se acerque. Es lo justo, lógico y saludable.

Pero entonces, ¿qué estoy haciendo con su primo?

No he compartido muchas vivencias con él y sin embargo lo siento tan ligado a mí como cuando se bajó hace unas noches de su Lamborghini y me clavó la mirada con todas las intenciones que lo mueven. Con Arthur lo tengo claro, con Adrián me creo un conflicto. No sé lo que experimento por este último, pero hay algo y... no es pequeño. No obstante justo ahora me niego a ahondar en eso y ponerle un nombre, porque las vidas de muchísimas personas están en juego y dependen de mis decisiones para seguir respirando.

Retomo el camino por donde he venido y voy moviendo las manos para que las paredes que fui levantando se entierren otra vez. Imagino que me encontraré a Adrián resentido encima de la roca pero no. Está caminando de un lado a otro, inquieto y con el teléfono pegado a la oreja. Al verme, termina la conversación y se guarda el aparato en el bolsillo del pantalón.

—Tenemos que volver —informa.

—Eso iba a pedirte. —Me aclaro la garganta para no sonar nerviosa.

—Alioth se volvió realmente loco al no encontrarte en la Fortaleza. Pero ya está todo bien —ataja antes que pueda lamentarme por salir del modo en que lo hice—. No obstante los reporteros han llegado y también los demás invitados que asistirán al entierro; se requiere urgente nuestra presencia.

Asiento con la cabeza y me adelanto en dirección al automóvil estacionado a varios metros.

Adrián me sigue y ocupa el asiento del conductor. Una inmensa tensión nos expone el uno con el otro, porque ambos manejamos el mismo elemento y somos capaces de deducir que las moléculas del ambiente se han alterado por nuestras hormonas.

—Sobre lo de hace un rato...

—Solo... —Aprieto los ojos e inhalo—. Solo arranca el auto.

Mis ruegos mentales se hacen realidad al él tragarse las palabras y no decir más nada. Enciende el motor y en un intento de relajar nuestra extraña corriente, aprieta el botón de Inicio del reproductor de música dejando que el oscuro acento sueco de Isak Danielson invada nuestros oídos.

No medito en la letra, solo disfruto la melodía y en todo el trayecto ninguno le dirige la palabra al otro. Adrián es muy perspicaz y siempre ha tenido la capacidad de comprenderme mejor de lo que lo hago yo misma.

Finalmente, llegamos a lo que queda de Mansión Fortress y la cantidad de autos que se han acumulado nos obliga a tomar otra entrada. Los paparazzis que hay apostados fuera del portón enseguida enfocan con sus cámaras al Lamborghini y no faltan también los fanáticos que rodean el vehículo. Estoy sufriendo de antemano preparada para revivir el episodio que se dio lugar junto a Aaron cuando su primo en una ágil maniobra se deshace de todos y consigue que nos perdamos de alcance.

Entramos por el lado este de la Fortaleza y ya Eddy nos está esperando.

—El funeral está a punto de empezar. Lo hemos dilatado hasta ahora para que estuvieran presentes. La prensa puede llegar a ser muy dura.

—Gracias Eddy —agradece Adrián.

Junto a él, empiezo a dirigirme a la mansión.

—Un momento. —Se nos atraviesa—. No entren así, les vuelvo a recordar la prensa pendiente a cualquier detalle. La señora Vanessa les ha preparado el vestuario, están colgadas en su apartamento de la zona de empleados para que se cambien allá.

—De acuerdo —respondo.

—Con permiso. —Eddy se retira de nuestras vistas.

—Vayamos entonces. —digo cambiando el rumbo de la dirección sin mirar los ojos metálicos.

—Khristen. —Adrián me sujeta el brazo.

Hago uso de todo el aplomo que existe para que la temperatura volcánica no prevalezca de nuevo.

—Adrián yo no... por favor no quiero hablar de lo que sucedió.

—Quería pedirte que lo olvidemos —ruega asombrándome—. Pero no huyas de mí.

—No huyo de...

—No mientas. Te conozco más de lo que imaginas —Suelta mi brazo.

—De acuerdo. Fingiremos que no sucedió.

—¿Qué hay que fingir? —En su rostro aparece una sonrisa.

Ya está actuando como si no hubiese pasado. Es una de las cosas que me encantan de él.

《¿Una de las cosas que te encantan Khris?》

Silencio a la voz de mi consciencia y complaciéndolo de igual manera con mi sonrisa, lo guio a la zona de empleados.


Notas

¹Spirit: Stallion of the Cimarron — Spírit, el corcel indomable.

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