☆66☆ESTABILIDAD BAJO CERO

Khristen

Dijo Marvin Gaye:

"Sino puedes encontrar la paz dentro de ti mismo, nunca la encontrarás en otro lugar".

Por eso estoy totalmente consternada por Arthur. Desde que llegué a la Fortaleza me di cuenta que era un ser turbado. En ese momento se lo achacaba a su propia egolatría y la oportunidad de tener todo lo que se le antojara con un chasquido de dedos. Sin embargo a medida que lo fui conociendo comprendí que era de estas personas que son extremadamente sensibles, tanto, que se resguardan bajo su propia coraza de acero para mostrarse indiferentes. Y hasta cierto grado Arthur Kane para el mundo era ese ejemplo de fortaleza y constancia, como las olas del mar en las que siempre puedes fijar la vista convencido que ahí se mantendrán generación tras generación. El nombre de Arthur perduraría por los siglos, porque era el primer Kane que lograba mucho a tan corta edad.

Ahora ¿cómo se enfrentaría a la opinión popular pasando de ser un roble fuerte y sólido a un lisiado? ¿Cómo presentarse de manera prestigiosa si ni siquiera era capaz de sostenerse en pie? Por eso se emitió la noticia de su muerte y desde entonces, todas las cadenas televisivas no hacen más que reproducir videos y homenajes al joven heredero de Howlland que se fue demasiado pronto.

Arthur había renegado de la vida.

La poca paz que le quedaba a ese ser se esfumó desde el momento que cayó al despeñadero...

Según los dictámenes de Lucas Alonso, el mejor especialista en neurocirugía del linaje español, el heredero presentaba lo que se conoce en medicina como "Lesión incompleta de la Médula espinal". Esto significa que a pesar del impacto, se quedó paralítico solo en las extremidades inferiores sin perder así mismo la funcionalidad en otras partes del cuerpo.

Cuando Alioth preguntó preocupado cuándo su hijo podría volver a caminar, al doctor se le ensombreció el semblante y no quiso dar un período de tiempo definido. Entendí que Lucas no deseaba ser el portador de las malas noticias para un chico de veinte años que estaba renuente a cualquier tratamiento. A pesar de que Sergio, el fisioterapeuta, sí reveló que pacientes en las mismas circunstancias demoraban un plazo de dos a tres años en recuperar la sensibilidad de sus músculos con los debidos ejercicios, Arthur echó furioso a todos de su habitación y no bajó a comer incluso después de varias horas con el estómago vacío. Pasó la madrugada recluido y esta mañana nadie se ha atrevido a hacerle frente.

Por tanto, ahora que estoy caminando a su habitación, paso a paso me revisto con capas de acero, esas de las que siempre ha hecho uso él; estoy convencida que las necesitaré para hablarle. No es menos cierto que sus circunstancias nos han dejado desechos a los que lo conocemos, cuánto más a su orgullo que parecía inquebrantable...

Puedo decir que lo comprendo. Pero participar en el paripé de su entierro y guardar un luto ficticio requerirá gran medida de aplomo, porque es algo que no apruebo. Quiero tratar de animarlo para los ejercicios, quiero tratar que luche por sus piernas. Tarde o temprano deberé partir a Irlendia, y lo haré tranquila sabiendo que él se queda acá intentándolo en vez de podrirse en una silla de ruedas. Eso menguaría mi frustración estando en el universo paralelo.

Nunca le he dicho esto a nadie, pero en el fondo siempre guardé la esperanza que él me acompañara.

El doctor dijo dos años pero es un descendiente de Fayrem, y no uno cualquiera, él es capaz de recortar ese tiempo. Tal vez... tal vez si hiciera un esfuerzo...

Suspiro resignada. No me queda tiempo para esperar que suceda un milagro.

Sigo marcando el trayecto por el vestíbulo que conduce a todos los apartados de la planta alta. El mismo ha quedado irreconocible, ahora parece un corredor desprolijo propio de las caseronas abandonadas que se prestan para inventar las más terroríficas historias.

Una vez llegado a la habitación de destino, me encuentro con que la puerta permanece abierta, y al asomarme veo como el interior ha sido severamente dañado por el incendio; el despacho de caoba ya no existe, la cama está chamuscada y las hermosas alfombras han sido alimento para el fuego. Y como sino fuera suficiente, Arthur para calmar su rabia ha tomado un palo de golf y golpeando a lo que pudiese atinar ha reducido a añicos varios adornos y cuadros del cuarto. Lo deduzco porque todavía tiene sujeto el palo. Sus brazos están apoyados en los de la silla giratoria que sostuvo su cuerpo veces anteriores cuando estudiaba o planificaba algún proyecto.

El sillón de ruedas que le han traído está a pocos metros y creo que seguirá vacío un poco más, porque conozco al señor del Complejo Kane, y sentarse en dicha silla representaría una derrota. Y él aún no acepta esa derrota: la aborrece.

Puede haber pedido un certificado de muerte, pero es sincero consigo mismo y se niega aceptar la realidad aunque con el resto del mundo se limpie el trasero.

Doy unos pasos al frente encontrándome con su turbia mirada y me doy cuenta que esto no será nada fácil. Él tensa la mandíbula y aprieta el palo de golf. Intento saludar con la mano, pero me arrepiento a mitad de acto, porque quedaría muy patético.

—Hola —me atrevo a decir.

Arthur gira los ojos, suspira indignado y mira a otra parte.

—¿Qué quieres?

—No hemos hablado desde que... —Me froto el brazo izquierdo, siento una corriente fría y extraña—. Quería verte.

—Pues ya me viste —espeta todavía sin mirarme—. Cierra la puerta al salir.

—No he dicho que me vaya.

—Lo sé.

Pum. Justo en la yugular...

《Mantente decidida Khris》

—Me iré cuando diga lo que he venido a decir —Aprieto los puños con las manos a cada lado de mi cuerpo.

Entonces él se digna a girar la cabeza, permitiendo que los ojos de acero destruyan la determinación que he sacado. Son tan fieros, tan cerriles que entiendo que lo mejor hubiese sido que siguiera mirando a cualquier punto donde mi desprotegido cuerpo, siempre a merced de sus balas grises, no estuviera. No responde nada con la boca, pero mientras me observa lo dice todo. Es un reto, uno que me atemoriza y comprendo que cualquier cosa que diga será pisoteada como basura. De igual forma, tomo aire y lo hago:

—Este no es el fin, ¿de acuerdo? La situación parece irremediable pero los mejores médicos del mundo salidos de Howlland tienen esperanza en que si trabajas duro tú podrás...

—Khristen. —Detiene con la mano y su voz es tan glaciar que me hiela la sangre— ¿Me llegaste a conocer siquiera algo en todo este tiempo?

Sus ojos, por Irlendia esos ojos acentúan dentro de ellos una tormenta infinita capaz de devorar almas. Y la expresión en su perfecto rostro bastante sombrío es lo peor, haciendo que me sienta diminuta en medio de las tiznadas paredes.

—Claro que sí. —Me obligo a afirmar sacando un poco de coraje—. Y como llegué hacerlo digo que tú si puedes lograrlo. Que en dos o tres años...

—Dos o tres años... —Ríe de forma irónica sin dejar de apretar el palo de golf.

Lo va apretando más y más, a tal grado que llega a partirlo en dos trozos. Trago grueso.

—Lo siento muchísimo.

—Cierra la boca.

—Lo que te ha pasado es horrible —continúo—, pero recuerda que tienes muchas personas que te quieren y están dispuestas a darte el apoyo nec...

—Si me conocieras lo más mínimo —interrumpe con voz grave— supieras que si hay algo que detesto son los alientos vanos cargados de pena. Deja esas payasadas para los enfermos terminales Khristen, yo no las necesito —dictamina consiguiendo que mis ojos se humedezcan—. No necesito soportar la pena de nadie.

—Yo solo... —Respiro hondo consciente que está brotando de mis pupilas el océano Pacífico—. Solo quiero pensar que estarás bien y que... nosotros..

—Vete.

—Por favor tienes que poner de tu parte. ¡Tienes que recuperarte! ¿Me oyes? —Doy zancadas hacia él ignorando el hecho que me fulmina con los ojos—. No me importa si te quieres dar por vencido ¡No me importa! Eres Arthur Kane, eres descendiente Fayrem y un guerrero nunca se rinde ¡Nunca!

Los gritos se han desencadenado de manera natural. Gritos cargados de angustia. Ya tengo un torrente de lágrimas que incesantes, acompañan al estremecimiento de mi pecho. Me regresa el ardor que quema la piel, que me hace sentir expuesta a cañones que lanzan pesadas bombas. Mas me mantengo callada, porque ya los gritos son inútiles y el desborde de mis sentimientos, miserables con la postura recia de mi interlocutor.

—Me das asco —sentencia.

Duro.

Cruel.

Sin remordimientos.

Y así se siente que te apuñalen viva.

Cuando pensaba que no podía sentir más dolor, llega Arthur y me demuestra que él es capaz de infligir el triple del que puedo soportar. Un dolor indescriptible y agudo, un dolor que raja el alma y tritura el espíritu.

Lentamente me arrastro hacia la salida, con el corazón hecho pedazos y la estabilidad bajo cero...

—☆—

Correr puede ser liberador en situaciones que profanan nuestra voluntad. A veces es inútil, porque al detenerte, los problemas siguen exactamente donde mismo, gigantes y perturbadores. No obstante correr te da ese pequeño escape de la realidad, y aunque sea por unos segundos, lo aprovechas.

Por eso corro, corro de la infernal habitación que contiene el demonio gris más despiadado del universo. Corro lejos de sus dagas revestidas de veneno, de su amargura y su despecho. Corro sintiéndome culpable.

¿Por qué?

Por primera vez, le abrí mis sentimientos a un ser humano siendo consciente del tipo de ser humano que era y salí lastimada. En este punto de mi vida, en el papel como futura emperatriz de Irlendia, entiendo a la perfección quienes son los villanos que forman parte de ella. Arthur es uno, siempre lo fue. Tuvo sus matices seductores que a mi inexperiencia adolescente acepté como únicas muestras de amor. Quise convencerme que yo había podido traspasar todas sus barreras y que la atracción latente entre nosotros sobrepasaba a la conexión daynoniana-fayremse; que era más, mucho más.

Pero al parecer el papel de los villanos en las historias no solo se limita a matar el héroe, también pueden dañarlo de otras maneras. Y es que un villano no es más que el que toma las decisiones sin importar a quien le pase por encima, sin tener en cuenta los sentimientos ajenos. Es aquel que con tal de lograr su propósito acepta la alternativa de matar con facilidad, sin que su consciencia se vea afectada por ello. Es el que despliega dureza con toda persona que se oponga a sus designios, siendo sus palabras las últimas y pobre el que se atreva a reprocharlas o desobedecerlas. Es el que puede desplegar una violencia inhumana sea verbal o física para mantener un poco de orgullo cuando lo demás esté perdido.

En un tiempo tuve la dicha de estar del lado alto en que Arthur encausaba la intensidad de sus brutales emociones. Todo lo que le entorpeciera protegerme debía ser liquidado sin piedad. Cambiaron sus circunstancias, se quedó impotente sin funcionalidad en las piernas y de este modo la tenacidad que antes demostraba ahora sería empleada para protegerse a sí mismo; de los comentarios del mundo, de los periódicos que mucho lo veneraban, de quedarse automáticamente fuera de una guerra que tanto ansió.

Pero los dos sabemos que sobretodo, quiere protegerse de sus sentimientos por mí...

Me limpio las lágrimas y sigo corriendo. Si había una ínfima posibilidad que estuviéramos juntos cuando controlara mis poderes, se trituró junto con su columna. Él no quiere superarlo, y yo no puedo seguir soportando sus dagas.

Corro fuera de la mansión; corro con el viento batiéndome en la cara; corro hacia ningún sitio en específico deseando que mi carrera sea eterna.

Entonces choco y me detengo de forma abrupta.

Lo que he chocado se tambalea pero no llega a caerse. Es más alto y fuerte que yo, huele a loción de afeitar y está cubierto por un abrigo de piel.

—Khristen estás... estás llorando... —Lleva un pulgar a mi mejilla y no me aparto, sino que busco algún tipo de alivio en unos ojos grises más apacibles—. ¿Qué sucedió muñeca?

La pregunta desencadena de nuevo el impulso de llorar sin contenerme, así que lo hago, luciendo tonta y frágil, totalmente vulnerable.

—No por favor, no me hagas esto —pide pero no puedo calmarme.

Me duele, me aplasta, me quema, ahí, en el lado derecho del tórax... ¿Cómo padecimientos tan grandes caben en un órgano tan pequeño?

Intento decir algo pero solo se escucha un sollozo y justo después, Adrián me estrecha entre sus brazos. Me aprieta moderado, un poco cohibido y respirando con pesar. Quizás en otro momento me hubiese parecido la acción más incómoda que pudiéramos compartir, pero ahora me reconforta porque es lo que necesito.

Lo aprieto y al sentir su cuerpo estable es cuando comprendo que el mío está tembloroso producto al llanto.

—Tranquila —La palma de su mano recorre desde mi coronilla a la punta del cabello—. Tranquila... Estoy aquí Khris, estoy aquí...

Paulatinamente empiezo acompasar mi respiración con la de él y despido el temblor de mi cuerpo. Me separo un poco con vergüenza mirando nuestros pies. Frente a mis zapatos veo unos botines masculinos con oro recubriendo las punteras.

—Khristen...

Cierro los ojos para contener futuros sollozos.

—Mírame. —Alza mi mentón con la mano y se queda observándome como aquella noche en el cuarto abandonado.

No puedo definir si es analizando la simetría de mis rasgos o escudriñando a través de mi espíritu. Pero se queda unos segundos haciéndolo, deleitándose, transmitiendo con sus ojos metálicos las intenciones que esconde dentro: genuidad, pasión, refugio.

—Nunca vuelvas a bajar la mirada frente a mí, porque ser el centro de tu mirada es un privilegio.

—No quiero que me veas así...

Bajo los ojos y entonces él agarra con sus dos manos mi cara. Posee unas manos suaves y los anillos que porta en los dedos atrapan la frialdad del ambiente.

—Por sostener así tu rostro llorando donaría mi fortuna, ¿y sabes porqué? Porque de ese modo yo podré secarte las lágrimas. Quiero que tus ojos siempre sostengan los míos, porque ellos no te darán ningún motivo para que los rechaces.

Otro temblor me azota, pero este no es doloroso, es casi agradable. Las lágrimas se han detenido, y en su lugar solo quedan mis húmedas mejillas dando fe del sufrimiento. Trato de secarlas con mis manos pero Adrián usa las suyas para hacerlo. Primero con los pulgares, luego añadiendo más dedos. Mentiría si dijera que no me pone nerviosa. El roce de su piel produce un calor inhabitual pero conocido que solo se activa cuando un deseo masculino burla mis fronteras.

Dejando mis mejillas secas me libera la cara del agarre y sonríe levemente, de esas sonrisas condescendientes que a veces usan los adultos con los niños cuando están ajenos a cosas que ellos ya vivieron.

—¿Te doy un consejo, Muñeca?

Asiento. Asentiría cualquier cosa que me dijera. Ahora llego a comprender cabalmente toda la necesidad que siento por el consuelo de Adrián.

—En vez de limpiar tus lágrimas, huye de las personas que te las sacan —susurra.

Se acomoda el abrigo, le deja una última caricia rápida a mi mentón, y empieza a caminar.

—Espera —llamo cuando todavía no ha avanzado mucho.

El heredero Kane gira solo la cabeza manteniendo las manos en los bolsillos laterales de su abrigo y en su rostro una expresión de auxilio: sabe que necesito más de él pero se queda callado esperando que se lo pida. El revoltijo de cabellos rizados le caen en la frente y rememoro que las veces que lo he visto, este detalle me ha parecido muy atractivo. Pero entre el frío que se respira al aire libre y la suave brisa que los balancea con delicadeza, ahora me convenzo que tengo delante una visión maravillosa, diría que hasta celestial.

—No me dejes sola por favor. —Los labios me tiemblan—. No quiero quedarme sola, no de nuevo...

—Ven aquí —Mueve la cabeza y me coloco su lado—. Estás un poco desabrigada ¿no?

Me encojo de hombros, ni siquiera me había dado cuenta. Salí corriendo sin pensar en nada.

Adrián abre el ancho abrigo y tomando la parte derecha, me envuelve dentro de ella. Descansa su mano sobre mis hombros y me estremezco por la proximidad, aunque debo reconocer que se siente mejor el calorcito del tejido.

Comenzamos a caminar al mismo tiempo y callada sigo el rumbo que escoge. Atravesamos uno de los jardines secundarios, y después de dejar atrás la cancha de baloncesto, aparece en el centro de la diversa decoración floral un Lamborghini Aventador plateado. Es su auto.

—¿No querías huir de todo?

—Solo corría porque... —bajo el tono en la palabra y no concluyo la frase.

—Siempre que me topo contigo a solas es porque estás huyendo.

—Adrián no creo que... —Miro a la mansión, los empleados han empezado la labor de reconstrucción pero se mantiene tan presente ese sentido de alerta, de vigilancia, que huir de verdad lejos de todo parece delito.

—Déjame llevarte a un lugar que hará que te sientas mejor.

—Ese lugar no existe en ninguno de los dos universos.

—Confía en mí —dice sensual y abre la puerta del auto.

Suspiro porque esto está mal. Estamos en medio de una guerra y debo estar con los demás Kane preparando el próximo ataque. Debo estar ayudando a reparar Mansión Fortress, debo estar haciendo lo que se supone que una futura emperatriz debe hacer, no escurrirme con él. Y vuelvo a suspirar porque por esta tarde, dejaré a un lado el deber y confiaré en Adrián con la esperanza que sea ese bálsamo que alivie mi corazón. Después de todo, vuelve a tener razón: sí que deseo huir.

—¿A dónde piensas llevarme? —pregunto entrando al auto.

—Creo que eres de las que le gustan las sorpresas. —Rodea el auto y se acomoda en el asiento piloto.

—Últimamente las detesto.

—No las que vienen de mí, te prometo que esas sorpresas siempre te gustarán.

Me río sacudiendo la cabeza.

—Es en serio —afirma mostrándose divertido.

—Me río porque no importa que tan diferente seas de tu familia, al final a todos los Kane se les sale esa veta de arrogancia.

Entrecierra los ojos y frunce el ceño.

—¿Me acabas de llamar arrogante, Khristenyara Daynon?

—Sip Adrián Bénjamin Kane, acabo de hacerlo —Saco los morritos.

—¿Sabes qué? —Aprieta mi nariz imitando mi gesto de labios—. Voy a tener que coincidir. Puedo ser bastante orgulloso cuando se trata de lo que quiero.

Y reconociendo esto enciende el motor del Lamborghini que se escucha exquisito y aumenta la velocidad como es propio de todos los descendientes de los Legendarios.

—☆—

Adrián sabe lo que hace, porque ha ido tomando los caminos más áridos para evitar la propaganda desmesurada que a estas horas le está haciendo la prensa sensacionalista de California al supuesto entierro de Arthur. Este será llevado a cabo por la tarde y los medios están como locos por tratarse de un famoso.

Agradezco que en vez de carteles y pancartas con el rostro de Arthur vaya viendo palmeras y rocas. Sin embargo, llevo viendo lo mismo desde hace media hora y sé que le dije a Adrián que esperaba que me llevara bien lejos pero comienzo a preocuparme. Tampoco me tranquiliza el hecho que en vez de conducir en silencio como esperaría de su persona, ha estado realizando llamadas telefónicas un poco raras. No me he podido enterar de qué se tratan pero si he captado que es algo urgente y la repetida frase «Lo necesito ahora».

—Te noto inquieta —revela Adrián sin dejar de atender a la carretera.

—No te veo con intenciones de estacionar —respondo.

—¿Quieres que me estacione en medio de la nada?

—Sería un cambio agradable para variar —suelto y él se ríe—. Es en serio, hasta ahora cada vez que me he montado encima de un auto millonario he terminado en lugares tan inesperados que bien hubiera sido mejor opción quedarme en medio de la nada.

—¿Quieres probar que se siente estar en medio de la nada? Te voy a cumplir la petición pero no encima de un auto millonario.

—Me estás asustando.

—No te asustes, Muñeca. Nunca en tu vida has estado más segura.

Adrián curva las comisuras de los labios y adopta esa expresión misteriosa que bien pudiera traducirse como kawaii, quedándonos en el lado inocente, o bien pudiera tomarse como digna de cuidado. Él es un chico que de momentos da miedo, porque es un profundo observador y analista, pero también el vivo ejemplo del concepto "tragar lo que piensas". Como deduje aquella noche que llegó con su familia y lo excudriñé a fondo: Adrián es contradicción, manías, secretos y verdades. Puede callar, puede revelar, puede hacer todo lo que quiera y aun así seguiría quedando como el inteligente de cualquier situación. Sabe qué hacer y cómo hacerlo para estar siempre un paso adelante. Igual que un excelente estratega, justo lo que un fayremse deber ser.

Envuelta en mis razonamientos, el auto se detiene y él sale afuera.

—Oye... de verdad estamos en medio de... —Miro a todos lados.

¿Dónde estamos?

Me bajo también del auto y trato de identificar una zona de California. Hay vegetación desprovista de colores, rocas sedimentarias y caminos accidentados. Oh no, no puedo estar leyendo lo que informa el cartel a varios metros.

—¡Gran Cañón! Adrián ¿esta era tu gran sorpresa?

—Mejor.

—¿Mejor?

Extiende la mano y yo dudo si tomarla.

—Anda —insiste y no me queda más remedio.

Comenzamos andar por el camino desértico y dejando detrás el auto, me conduce entre unos peñascos rojizos. Me llevo la mano a la boca al ver qué se esconde tras ellos.

—Oh por...

Estoy atónita, no puedo ni hablar.

—Y esta es mi sorpresa, Muñeca. Vamos a subir.

Suelta mi mano y avanza hasta el helicóptero. Un helicóptero con una gran K pintada.

Pretende que me suba con él.

No, no ¡no! Jamás en mi vida me he subido a un aparato volador como ese. Solo aviones muy seguros, pero no helicópteros y menos pilotados por chicos de veintidós años.

Que los daynonianos me amparen.

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