☆65☆LOS RESTOS DE LA MANSIÓN FORTRESS

Khristen

Forian estaba vivo.

Apenas pude reaccionar en el momento que me liberó del griego y me gritó que corriera a ponerme a salvo. No podía creerlo, lo tenía frente a mí realmente. Herido y maltrecho pero respirando: mi guardián estaba vivo.

Los recuerdos después de eso son un poco difusos, como una cinta de película que se reproduce delante de tus ojos en cámara rápida. Corrí desbocada sin estar segura de la dirección; había humo, disparos y confusión por todas partes. Finalmente me escondí en el interior del garaje detrás de un ferrari negro cuidando de no tocarlo para que no se disparara la alarma. Me tiré en el piso exhausta, las piernas me temblaban y el corazón estaba a mil. Nunca había sentido tanta inseguridad en toda mi vida. No sabía nada de Vanessa, ni el resto de la familia Kane, Forian una vez más se había arriesgado por mí y Lilly estaba en manos peligrosas, que usarían su poder y miedo para enfocarlo en malévolos planes. Los enemigos nos habían tomado ventaja desde todos los puntos de vista posibles.

Me abracé a mí misma sintiendo un escalofrío áspero por dentro, sintiéndome imponente al no ser capaz de hacer algo, al tener basta potencia contenida y no poderla usar cuando se necesitaba.

Y lloré.

Lloré sola, culpable, escondida en el inmenso garaje mientras afuera los demás luchaban por defender lo que quedaba de Mansión Fortress. Sí existía algo en lo que Forian se equivocaba: no era tan valiente como él quería que pensara.

Poco después sobrevino por toda la Fortaleza una calma perturbadora. Ya no se oían gritos bélicos, ni estruendos. Dicha calma significaba que la batalla había cesado, pero también que debía haber dejado muchísimas bajas. Me armé con el poco valor que los seres humanos comunes requieren tener y pasando por una más de ellos, pude salir del garaje tan solo para quedarme atónita con el horrible panorama que prevalecía: restos quemados y destrucción...

Apuré el paso tratando de orientarme y agradecí cien veces con las manos entrelazadas que aquellos cabellos rizados aparecieran ante mi vista. Tenía la ropa sucia y hecha jirones, pero sus circunstancias no impedían que luciera atrapante como las veces anteriores cuando robó mi atención. Mencionó mi nombre y ambos acudimos al encuentro del otro desesperados. Primero Adrián me apretó fuerte en un impulso incrédulo de que yo fuera real y no una alucinación. Luego me agarró por los hombros en una mezcla de felicidad y agonía; sus ojos tan lúcidos y expresivos demostraban todo lo que su esculpida boca no se atrevía a decir.

Entendí en ese momento muchas cosas.

Que las bajas eran demasiadas, que nos encontrábamos desprotegidos y la Fortaleza estaba en un punto crítico. Pude preguntar por varios aspectos, pude preguntar por mi madre. Pero lo primero que profirieron mis labios fue "¿Dónde está Arthur?".

Y cuando su primo bajó la mirada y negó con la cabeza, no tuve que esperar a escuchar que estaba desaparecido, porque mis mejillas eran el cause de un río impulsado por las incesantes lágrimas. Lo último que se sabía de él era que había subido muy alto forcejeando con Jasper, se habían perdido en la tormenta y nadie los había vuelto a ver.

Luego, Adrián me llevó con mi madre y el resto de su familia. A los Kane se les notaba el cansancio y a pesar de la victoria sobre los instigadores sus ojos reflejaban derrota. Se sentía feo haber ganado de la manera que ganamos; no había nada glorioso en ello.

Lo próximo, después de un escaneo de los daños, fue programar una pesquisa por Arthur. Su tío Alker se ofreció a ir porque no quería encomendarle a nadie la tarea. La falta de confianza era lo suficiente como para impedir depositarla en cualquiera. Alioth quiso ir pero su hermano se negó alegando que estaba muy débil por el enfrentamiento. Y esto era cierto, el director tenía una fea lesión en el hombro que le abarcaba parte del pecho. Alker se encomendó a la tarea con sus dos hijos, Ábner y Ánssel, y Adrián se ofreció también. Por tanto se fueron los hombres Kane en búsqueda del que faltaba.

Eso sucedió hace una hora y todavía no han regresado.

—Ten Khris. —Mi madre me entrega una taza de té caliente.

—Gracias. —La acepto mientras la apoyo en el alféizar de la ventana de la que no me he apartado ni por un minuto.

También llevo una hora atenta al horizonte esperando verlos llegar.

Vanessa se sienta en una maleta de viaje que me queda al frente. Estamos en la olvidada habitación donde descubrí a Adrián la noche de ayer. Esta ala se rescató del incendio y está intacta.

—Hija creo que es hora de que hablemos sobre lo que has querido evitar.

—Mamá yo... —Respiro sin querer mirarla, sé a lo que se refiere—. No es un buen momento.

—¿Y cuándo lo será? —alza la voz que se escucha quebrada—. Han intentado matarte, y varias veces Khris —traga saliva aguantando los sollozos—. Forian no está, Arthur no está, Aaron tampoco y la amenaza de un traidor es latente con cada persona que te rodea —indica, suplicante—. No tengo que descender de algún clan para darme cuenta que la solución a todo esto es que vayas a Irlendia a reclamar lo que te toca de una vez por todas.

Aprieto los ojos al escuchar lo que dice. Yo también estoy consciente de ello, pero quería fingir que no me percataba de la urgencia de volver a mi universo de origen.

—Sin energía Oserium es imposible cruzar... —susurro sin convencerme que la teoría es radical.

Todos saben que yo porto la energía y yo puedo crear los agujeros negros necesarios.

—Tienes que hacerlo hija —declara y ahora si desata sus lágrimas.

Alzo la mirada y sostengo la suya que muestra muchas cosas; angustia, miedo... pero también algo que no esperaba encontrar: esperanza.

—Tú puedes detener la guerra Khristen.

—Recién cumplí dieciocho años —declaro, escondiendo los demás temores que me abarcan.

Ella se levanta de la maleta y se sienta en el diván que sostiene mi cuerpo. Acaricia una de mis piernas reposando finalmente la palma en la rodilla. Cuando era pequeña y despertaba en medio de la oscuridad asustada por las pesadillas, mi madre encendía una vela y ejecutaba el mismo acto.

—¿Recuerdas hace años lo que siempre te pedía después de un mal sueño?

—Que volviera a entrar en ellos pero la segunda vez con capa y espada —rememoro.

—Exacto —asiente sin necesidad de decir otra cosa.

Porque sí que entiendo el pleno sentido de sus palabras. Mi madre siempre me inculcó la creencia que las pesadillas nos preparaban para el incierto futuro. La vida no sería un camino de rosas, por tanto cada monstruo que venciéramos dentro de las pesadillas nos daría valor para vencer los reales, presentasen de la forma que se presentasen.

Se levanta del diván, me besa la frente y acaricia el cabello.

—Daysi siempre te recalcó lo especial que eras. Yo también lo creo Khris, todos lo creemos.

Y después de afirmar esto, se marcha rumbo a la puerta de salida. Vuelvo a mirar por la ventana preparando mi mente para el deber que me corresponde. Es indispensable que aprenda a controlar mis poderes, es la única alternativa para enfrentar los graves problemas a los que nos enfrentamos yo y mis amigos. Estoy meditando en las técnicas que Forian me enseñó cuando capto unos puntos en el horizonte.

Me levanto de un salto y abro la ventana. El viento congelado me golpea la cara y la visión de Alker volando mientras carga un cuerpo ayudado de Ábner y Adrián estremece mi organismo de pies a cuello. Ánssel vuela delante, creando corrientes de aire para colaborar con el avance de sus parientes.

Desbocada corro a la puerta y avanzo hasta las escaleras. Estas han quedado bastante endebles por el incendio y faltan varias tablillas en los escalones. Pero las paso tan rápido que creo que yo también estoy volando. La sala está hecha un desastre y de la pared que recubría la entrada solo quedan algunos escombros. Llego a las columnas que se alzan justo donde termina el driveway y me quedo abrazando una de ellas esperando que los Kane aterricen.

A medida que se acercan trato de no desmoronarme con lo que veo. Es Arthur... Arthur en unas condiciones lamentables. Él está... él...

Aprieto la columna.

Los ojos permanecen cerrados y las fosas nasales tienen sangre seca adherida.

Entro en pánico.

Su cuerpo está pálido y exánime y el mío se congela al instante.

No por el clima, no; este frío es doloroso, letal, como un veneno que se mete por los poros atravesando mis coyunturas, dejándome indefensa y temblorosa ante la escena del más inaccesible de los Kane que no mueve ni un músculo.

Intento gritar, pero un nudo grueso y pesado me entorpece en la garganta. Los ojos se abren a una proporción desmedida, al grado que el aire del ambiente me los seca y estos reclaman las lágrimas, que llegan para convertirse en torrentes abundantes y ardientes. Por tanto el frío que me envuelve los órganos sumado al fuego espantoso que emana de mis poros convierte todas las emociones que se me juntan en pura tortura.

Es contradicción, es agonía.

Me quedo paralítica, sin pestañear cuando ellos pasan por mi lado para acostarlo en el único mueble sobreviviente de la que alguna vez fue sala. Alioth y el resto de personas deben haber visto la trágica entrada de los Kane, porque alrededor del cuerpo sin vida de Arthur se forma una masa reducida de personas estupefactas que no caben en sí.

Reacciono y entonces empiezan mis alaridos internos.

Arthur... Arthur no puede... él no puede... ¡Nooo!

¿Qué acabo de ver?

¡Qué está pasando!

Se reduce el oxígeno, la cabeza me da vueltas...

El chico de acero. La joven promesa de Estados Unidos con una de las mentes más brillante que la humanidad ha producido. El empresario exitoso. El ingeniero inigualable. Mi Señor Control, mi ególatra con complejo Kane, mi fenómeno...

Aparto al gentío para arrodillarme al suelo sin importarme quién vea el lenguaje mudo de mi quebranto, que sigue saliendo cristalino y caliente de mis ojos. Me arrodillo para quedar bien cerca de él, para llorar sobre su pecho definido por los ejercicios que tanto disfrutaba hacer... Para tomar su mano helada entre las mías y convencerme que...

—Khris...

Lo suelto y me incorporo.

Se me detiene el corazón.

Se detiene el cosmo y la galaxia.

Arthur ha hablado. Ha hablado...
¡¡HA HABLADO POR TODOS LOS CIELOS!!

—¿Arthur? —suelto sin creer, sin pensar, sin respirar— ¡¡¡Arthur!!!

Vuelvo a tirarme al piso y agarro fuerte sus manos, como si representaran vida y yo tuviera que aferrarme a ellas para no perderlo otra vez.

—¡Estás vivo! —grito porque ha vuelto el vigor de mi garganta— ¡Está vivo! —grito a la gente de mi alrededor para que no existan dudas— ¡Está vivo dios mío! —grito al universo para que se escuche hasta en Irlendia.

Está vivo, ha dicho mi nombre ¡Ha dicho mi nombre!

Al sonido de mi voz Alker también llega tratando de tranquilizarme, porque el temblor que mantengo no es normal de ningún ser.

—Está vivo —repito cuando me abraza—. Lo está Alker, ha dicho mi nombre.

—Desde que lo traímos estaba respirando caramelo —asegura a la vez que me da unas palmaditas en la espalda.

Me separo y lo miro con una combinación incoherente de sensaciones.

Imagino que es el resultado después de pasar el susto de muerte más grande que existe y tener delante una persona que podía habértelo evitado a tiempo pero no lo hizo. Me dan ganas de reír por el nerviosismo y las ideas que me empujan a machacar su cabeza y luego cortarla en rebanadas.

Yo pensé... De verdad pensé que...

Respiro con mucho cuidado, como si de no hacerlo corriera el riesgo que efectivamente saltara como loca al cuello de Alker y terminara estrangulándolo.

Lo que importa ahora es que el que creí cadáver ha dicho mi nombre.

—Hijo —Alioth lo ayuda a sentarse en el mueble y Arthur deja escapar un quejido profundo—. Es un alivio tan grande que te hayamos encontrado.

—Jasper, él... —empieza a explicar pero su intento se ve interrumpido por una mueca de dolor procedente de la columna.

Se la palpa y luego con horror parece recordar algo. Deja de hablar definitivamente cuando intenta apoya los pies por completo en el suelo.

—¿Qué sucede querido? —pregunta su tía Adara con los ojos marchitos.

Ella también ha estado llorando.

—No los siento —responde Arthur espantado sin mirar a nadie en particular y sin poder incorporarse—. No siento mis piernas, no las siento —repite como si fueran malas palabras pero necesarias para reaccionar a alguna especie de transe.

Silencio. Abismal e insoportable silencio.

Entonces, de repente y sin aviso, acontece un grito amargo que consigue sobresaltarnos a los presentes.

—¡Saaalgan todos! —vocifera enojado como si tuviéramos la culpa.

—Hijo tal vez sea temporal. Buscaremos a los mejores especialistas. Tal vez...

—¡Qué salgan he dicho! —Tira el cojín que está a su lado— Salgan todos, salgan ahora ¡SALGAN!

La agitación de su pecho es excesiva. La palidez que hace unos segundos poseía ha dejado lugar a un color rojo típico de la más incesante ira. No solo está enfadado, está colérico, lleno de una furia digna de desbaratar las más sinceras muestras de lástima.

Alker hala a su hermano Alioth por el brazo, y asiente con la cabeza sugiriendo que se haga lo que Arthur pide. Uno a uno, los pocos empleados que lo rodean y también sus parientes, desaparecen fuera de la vista del lobo feroz que golpea rabioso sin descanso la parte superior de sus muslos. Las lágrimas que caen de los ojos grises dan miedo, porque parecen tan nocivas como el ácido que corroe ahora su caracter.

El resto sale, pero yo me quedo frente a él, yo permanezco de pie.

También Alker, que por la inmesurable preocupación en su rostro me transmite que él se mantendrá reacio a dejar a su sobrino solo.

—Me he quedado para llevarte arriba —impone antes que el otro lo ataque.

Pero Arthur ni siquiera lo mira porque me está mirando a mí. Me está mirando con una intensidad bestial que bien pudiera significar cosas deseables o cosas terribles. Se me aprieta la tráquea cuando transcurren diez segundos, quince, veinte...

—Me... me alegra que estés vivo —atino a decir en medio del conflicto que se me ha formado en el cerebro.

Él entre abre sus labios y espero, oh como espero ansiosa que cualquier palabra brote de ellos. Pero para mayor tensión sobre mi sistema nervioso vuelve a cerrarlos, traga saliva y aprieta un instante los ojos. Cuando los abre se dirige a su tío:

—Encarga que redacten un certificado de defunción con fecha de hoy y causa...

—Arthur ¿qué estás pidiendo? —se asombra Alker.

Yo no me asombro, no me inmuto, ¿acaso respiro? Ya no sé cómo se sienten las emociones. Arthur acaba de ordenar que anuncien al mundo que está muerto.

—Solo —alza la voz y se aprieta el puente de la nariz. Exhala para moderar el tono—. Has lo que te pido y súbeme arriba.

Su tío no rebate y accede.

Se van escaleras arriba y yo me mantengo en el mismo lugar, todavía sin orientación o rumbo; perdida en medio del mapa; ahogada en la superficie.

Sí, todo un caudal de paradojas que no se explican de otra manera.

Dándome cuenta que seguir petrificada en medio de escombros es inútil, me dirijo a la cocina —o al menos lo que queda de ella— arrastro una silla que hay tirada en un rincón y me siento a reflexionar en los acontecimientos que llevaron al resultado presente.

Por más que pienso no logro descifrar si realmente es mi culpa o todo fue una serie de eventualidades que culminaron en la más impensable desdicha. Aunque yo fui la que no pudo manejar bien sus poderes cuando se dio la señal de ataque. Yo fui la que se interpuso entre el sometimiento que Arthur mantenía sobre Jasper. Yo... yo fui indirectamente la que causó que Arthur haya quedado...

Interrumpen mis sollozos Alioth y Vanessa que se acercan a la desencajada meseta para realizar el cambio de vendajes. La herida del director está bien fea, pero confío en que mi madre lo ayude a mejorar. Él se encarama en la superficie de la alacena que ha quedado y ella abre el gabinete de arriba para sacar el botiquín de primeros auxilios. Tienen una proximidad informal que los hace sentirse a gusto, pero que evidentemente sobra en plano de trabajo.

—Todos están muy preocupados —exhala el hombre mientras le retiran las gasas ensangrentadas.

—Pero ya has mandando el aviso a los Alonso ¿no?. Estoy segura que enviarán a los mejores médicos del linaje.

—Deben llegar a la medianoche —informa—. He mandado a buscar a Lucas Alonso, el mejor especialista en neurocirugía de toda España. También a Sergio Alonso, un excelente fisiatra que se graduó de Howlland hace cinco años y actualmente está adiestrando a los aspirantes en la Universidad de Pittsburgh.

—Se escucha prometedor —aclama mi madre mientras le limpia la herida.

Alioth contrae el rostro en una mueca.

—Tiene que serlo. Lo último que necesito es a mi primogénito incapacitado en una silla de ruedas.

—La señora Adara se quedó haciendo llamadas y moviendo contactos entre los O'Brien para conseguirle la más cómoda.

—¿Crees que eso aplacará a Arthur? —suspira el padre abatido—. Ya viste como empezó a dar gritos igual que alguien que ha perdido por completo la razón. De hecho, creo que debí hacer una tercera llamada y pedir un psiquiatra.

—Va a necesitarlo también.

—Es para mí —concluye él.

Entiendo su punto. Arthur no es que actúe la mayor parte del tiempo como alguien cuerdo, pero al menos sabe el peso de sus palabras y las consecuencias de sus actos. No obstante, para el resto es duro porque nos quedamos con los desechos que va dejando su intransigencia. Y desde el salto de su otro hijo al universo paralelo, Alioth ha entrado en un estado ausente de la realidad del que necesita salir con urgencia. Por tanto sí, le vendrá estupendo un psiquiatra.

Mi madre termina de colocarle la venda y deja la mano en el pecho susurrando que ahora estará mejor. Él la mira, ella lo mira; en el incómodo vínculo de miradas tan estrecho y lleno de complicidad en el que se han hundido me arreglo para aclararme la garganta y recordarles que estoy aquí tragándome su coqueteo mudo. Vanessa le quita la mano y Alioth se baja de la encimera.

—¿A qué hora llegarán los doctores? —pregunto con inocencia aparentando que la escena final entre ellos no sucedió.

—Dan las cuatro ahora. —Alioth mira el reloj—. El vuelo de Madrid tardará en llegar unas ocho horas ya que se efectuará en uno de los aviones del grupo Airbus. Eso significa que el neurocirujano abordará en Los Ángeles a las doce.

—Es muy tarde —opino.

—Es lo más rápido que puede llegar. Esta situación ha sido impredecible, ha sido... —Alioth se pasa las manos por la cara angustiado.

—Mantente tranquilo —aconseja mi madre y apoya su mano encima de la de él—. Confiemos en que los especialistas nos den noticias favorables.

El señor Kane le toma la mano y acaricia con su pulgar.

Epa.

Ya esto no se trata de compañerismo laboral, ni afinidad por ser ella la madre adoptiva de la princesa que él protege.

Noup. Aquí hay... cositas, llamémoslo así y dejémoslo así.

Decido pues darles privacidad porque el elemento aire no se me da muy bien, pero tampoco tan mal para no percibir como Alioth inconscientemente ha recrudecido el gas del ambiente. Está nervioso.

—Eso espero. —Él le sonríe clavándole los atributos más distinguidos de los Kane.

Por experiencia sé que no hay quién pueda resistirse a ese gris.

—Me tiraré de la cúpula de cristal que hay arriba —digo pero ellos no me oyen.

Solo se oyen entre ellos; solo existen ellos.

Se quedan sonriéndose e intercambiando frasecitas alentadoras en lo que yo me voy sin hacer más ruido a cualquier zona para no presenciar su escenita. Tal vez debería replantearme lo que representa esto ¿no?. Solo que ahora mismo estoy tan liada con otros asuntos realmente importantes que no me apetece entrar en ese canal. Ellos son adultos, ellos saben lo que hacen. Los adultos siempre saben lo que... Bueno, generalmente... Es más, para ser exactos, algunas veces saben lo que hacen.

Los especialistas llegarán a la medianoche y hasta entonces tendremos que esperar impacientes el diagnóstico y la gravedad respecto a la desdicha de Arthur. A lo mejor le quitan la demencial idea de ordenar su propia muerte...

Decido subir a la segunda planta, no para hablarle porque justo ahora sería como vestirse con bandolera roja y exhibirse delante de un toro furioso. Lo más sensato es volver a mi pequeño lugar secreto alejado del caos. En realidad, 'nuestro', porque lo descubrí gracias a Adrián. Según él era su lugar favorito de la Fortaleza y estaba convencido que se volvería el mío. Cuánta razón.

Llego a las maltratadas escaleras y espero que Alker termine de bajar. Su rostro siempre sonriente con ese aire tan pícaro y seductor ya no está, lo ha remplazado por la amargura de un tío que no puede hacer absolutamente nada para ayudar a su sobrino; y lo poco que conozco de este hombre me obliga a aceptar que es de los que se cortaría una mano para dársela a uno de los suyos si llegara a necesitarlo.

—Imagino que no bajará en lo que queda de tarde.

—Ni en lo que queda de noche —declara—. Arthur está... —Niega con la cabeza y suspira—. Démosle un tiempo, Caramelo.

—Claro... —Bajo la vista. A mis pies se extiende una alfombra rota y deshilachada con partes negras.

Otra prueba que dejó el desmesurado atentado a Mansión Fortress.

—Voy acostarme un rato. —Se pasa las manos por la cara—. Hoy ha sido un día nefasto, estoy cansado y hemos pasado de farol.

—¿Pasado de farol?

—Oh, es jerga de casinos. Cuando en un juego se lanza una apuesta sin tener una buena mano, se llama farol. A veces termina bien, y otras veces... —Mira escaleras arriba—. Te desangras. Y eso en la misma jerga significa perder fichas debido a un mal juego.

—No perdimos a Arthur—apunto tratando de sacar lo positivo de la situación.

Alker apoya ambas manos en mis hombros, acariciando con su pulgar. Me fijo mejor en su cara y lo mucho que se le nota el agotamiento.

—Caramelito, Arthur se ha quedado inválido y eso representa que hemos perdido nuestra mejor ficha, ¿entiendes lo que digo?

Asiento.

—Nuestro as bajo la manga era su ferocidad, su fuerza, su orgullo. Con la caída se perdieron esas cosas. Se perdió el Kane que todos conocían. Él está decidido y ni un Legendario lo haría cambiar de opinión: Arthur Kane, primogénito de Alioth Kane, se ha reportado muerto a las 16:00 del once de Noviembre.

Me suelta los hombros, se peina el cabello hacia atrás con las manos y sigue su camino.

Entonces se hará realidad, desde hoy Arthur Kane murió para el mundo.

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