☆64☆ EL TRAIDOR
Forian
"Bendecido por el suelo de sus antepasados, nacido por la mezcla de sangre, amor y poder. Arrodíllense ante el que marcará los senderos que se surcaron kiloaños atrás bajo los tres soles de Irlendia, sométanse al sucesor"
Esa es la voz que lacera la mayoría de las noches mis oídos, mas no puedo evitarla o acallarla. Los destroyadores no tenemos la capacidad de soñar. He escuchado a los humanos hablar al respecto y emocionarse o hasta aterrorizarse por cosas que dibuja su mente, escenarios ficticios a donde los lleva, sensaciones que les produce aun con una parte del cerebro desconectado. Pero los del clan Destroyers no soñamos. En cambio, nosotros revivimos sucesos que ya ocurrieron. No imágenes difusas sobre lo que aconteció, no, literalmente nos metemos en el recuerdo y como espectadores externos observamos la experiencia de nuestro yo del pasado.
Puede llegar a ser grato, si son recuerdos felices claro está. Pero también puede convertirse en lo que los terrestres llaman: una auténtica pesadilla. A este fenómeno nosotros lo nombramos "Hélice". En el momento que el envejecido Omher enunció las palabras que se han convertido en mi tormento, yo era feliz. Mi padre, mis hermanos... Mi tío no, él siempre fue el único fermentado por la situación; siempre quiso lo que yo tuve y jamás se contentó con su privilegio a pesar de ser muy importante.
Cuando estalló la Guerra Roja, cada vivencia se convirtió en un campo de batalla salpicado de sangre. Las manchas de la muerte se apropiaron de nuestras garras, las almas a las que le quitamos la existencia embadurnaban nuestro cerebro, el quebranto de todo Jadre nos tupía los oídos... Días tenebrosos combatiendo con los Oscuros para posicionarnos como los únicos líderes de los cinco mundos. Por estas razones no entro a ningún Hélice; aunque en aquella época yo entendía que mi manada hacía lo correcto, así me educaron. Luego sucedió lo más impactante que me había sucedido hasta el momento y todo cambió...
Las palabras de Omher ahora me provocan más bien angustia; era de mis pocos recuerdos felices y también quedó arruinado por la decisión que tomé después. Qué rápido ocurrió todo, qué fácil las cosas se tornaron en mi contra. ¿Me arrepiento? Jamás. Respecto a Khristenyara no me arrepentiré de nada jamás.
—Levanta —escucho que dice un italiano abriendo mi jaula.
Es fuerte, así que hala las cadenas de los grilletes que me sujetan las manos y me fuerza a levantarme. Cojeo con la intención de llegar hasta él, pero a su parecer tardo demasiado y envolviendo la cadena en sus propias manos, da un tirón para arrastrarme. Se me escapa un gemido de dolor. La herida en la pierna empieza a palpitarme, no estaba del todo curada cuando incendiaron la mansión y sufrió más cuando me interpuse entre Khris y el griego que habían encomendado para atraparla.
Sí, los descendientes de los oscuros tenían todo bien calculado pero no contaban con que yo escapara del incendio y sacara fuerza legendaria para olfatear a la princesa, llegar hasta ella y evitar que se la llevaran. El plan que el otro heredero Kane había puesto en marcha consiguió que ellos se desorientan y decidieran marcharse abruptamente. Esto desencadenó la desaparición de Jasper y Arthur entre la tormenta y el intervalo necesario para que el resto de los descendientes de Fayrem salieran preparados de la Central y les dieran un buen escarmiento a los enemigos que aún no habían podido huir.
Para ese momento fue que llegué al área 00, pero Khristen no estaba. Adrián se mantenía ocupado ayudando a su familia y no se había percatado que los cabellos rojos ya no se veían por ninguna parte.
Fue entonces cuando seguí su rastro e hice uso de mi hiper velocidad. Bueno, no hiper, porque la herida de mi pierna se hacía presente recordándome que era un destroyador dañado y mis cualidades no serían tan extraordinarias como en momentos anteriores. De igual forma, me llevé al límite y llegué justo antes que el griego la metiera en un auto. Estaban fuera del perímetro de la Fortaleza, y él muy canalla la tenía amordazada mientras se burlaba en su oreja diciéndole groserías. La sangre me hirvió a la temperatura más alta que puede llegar Drianmhar y con una potencia increíble lo embestí de costado, haciendo que soltara a Khristen por el impacto y cayera al suelo. A ella le grité que corriera, y ya fuera por la adrenalina de la situación o el susto de verme gritándole como desquiciado, salió apresurada lejos de allí.
El muy astuto del griego no estaba solo, y en media hora ya tenía siete u ocho jóvenes rodeándome. La ventaja, la princesa estaba lo suficientemente lejos, la desventaja, mi cuerpo no iba a resistir otro brutal ataque. Por eso bastó una golpiza con cadenas por el lomo para inmovilizarme.
Todavía tengo los gruesos eslabones marcados en la piel que durante las últimas horas se ha tornado de un morado oscuro; me duele hasta cuando respiro...
Ahora, el griego sigue tirando de mí y salimos del compartimiento frío y oscuro donde he estado estos tres días. Sin luz natural o artificial, sin agua y sin comida. No he perdido la noción del tiempo, pero si pasaba un período más en esa celda de seguro lo perdía.
Ya estuve acá abajo anteriormente, pero sin duda la construcción es más grande de lo que calculé, porque caminamos por vestíbulos que no había visto, igual de negros, igual de lujosos. Es obvio que Jasper tiene un aliado poderoso con muchísimo dinero. Todos los herederos tienen dinero, pero el rumano no es de los que se gastan en lujos, tan solo hay que ver lo desgastado de su castillo. Así que la decoración definitivamente no debe haber sido montada por él.
Para mí sorpresa, salimos a la sala central que conecta todos los pasillos, y el que me guía escoge continuar por el corredor que conduce al cuarto donde están construyendo la máquina. Es extraño, porque ese artefacto no funciona con los destroyadores. Podemos tener muchos talentos, pero ninguno es producto a la energía Oserium, así que no se nos pueden extraer.
—¿Por qué me conduces allí? —inquiero.
—Camina en silencio —espeta el joven y tira de la cadena.
La rozadura de los grilletes está creando ampollas en mis muñecas, y el acto de él consigue que me muerda la lengua para reprimir una queja por el malestar.
Finalmente nos detenemos en la puerta de titanio y el griego marca una clave en una pequeña pantalla digital. Se abre y puedo ver al detalle la sofisticada estructura que se esconde tras ella. Nosotros estamos en un punto alto, y hay dos plantas por debajo donde varios descendientes vestidos con batas blancas caminan o revisan apuntes. La última de abajo contiene una decena de computadoras, mecanismos de control y equipos similares a los que usa la NASA. Y al extremo del lugar, detallo la gran máquina terminada, ¿cómo han podido terminarla tan rápido?
También veo a los rusos Petrov y cómo están haciendo pruebas experimentales con ratas de laboratorio. No ratas cualquieras, a estas le brillan los ojos con un resplandor sobrenatural; algunas están en terrarios para estudiar sus comportamientos. Los mamíferos se afincan al cristal enseñando los dientes, otros no paran de brincar y encajar las garras que les han crecido de las patas a cualquier objeto que le lanzan los Petrov. ¿Pero qué le han hecho a esas criaturas?
—Andando. —Vuelve a halarme el griego y toma la dirección de la derecha.
Llegado al final del corredor, nos espera una cabina de esas que usan los humanos para hablar por teléfono. Pero a diferencia de las comunes, esta no contiene el aparato dentro sino que funciona como ascensor. En este caso, lo que hacemos es descender hasta la primera planta, y aunque soy un cazador magullado, mis sentidos entrenados sobre el elemento tierra me indican que estamos a una profundidad de al menos treinta metros por debajo del nivel normal. El joven tira de mí hasta llegar a una silla extraña llena de botones y mangueras donde me está esperando un coreano. Entre los dos, me amarran a la misma dejándome estático, así que es imposible defenderme cuando el heredero Park me inyecta con una jeringa y vacía un líquido azul en mi interior.
Un mareo impertinente empieza a entumecer mis extremidades y se me cierran los ojos...
—☆—
—Me sorprende que no estés quemado.
Son las palabras que me despiertan.
Abriendo los ojos distingo a Fabián, uno de los Súllivan que más aptitudes tenía en el Campo de entrenamiento. Aunque el pobre, nunca alcanzó demasiado puntaje en Pericia. Le debe haber pasado algo malo, porque desde la frente hasta el mentón una horrible cicatriz le desfigura la cara. Pareciera que le pusieron uno de esos hierros de marcar.
—Se ve que te falta estudio Fabián —contesto con dificultad, aún tengo la lengua adormecida.
—Sé lo suficiente para darme cuenta que estás a punto de morir —Se muestra divertido mirando mis ataduras—. Y por lo que he escuchado será una muerte lenta y dolorosa.
—¿Y por qué no me han matado todavía? A menos que la silla sea eléctrica no veo como estar aquí atado pueda significar lo que dices —presiono para sacarle más información.
—Pues claro que no tontorrón. —Ríe—. El líder está preparando algo mejor para ti.
—¿Jasper? —Arqueo una ceja.
—Mmm —Niega con la cabeza—. El líder es el que está al frente de la construcción de la máquina —Señala a la misma con el índice—. Jasper solo quiere derramar la sangre de Khristenyara.
—¿Y qué interés pueden tener en mí con todo lo ocupados que están?
—Pues no sé —Piensa por un momento rascándose la cabeza—. Pero lo que sea que te hagan de seguro será emocionante de contemplar.
—Ya... Veo que tu líder no te dio la información completa. Que falta de confianza Fabián —exagero el tono—, ¿no te parece?
Su rostro se contrae confundido. Luego vuelve a sonreír.
—Sé lo que intentas hacer y no caeré. La última vez que alguien jugó con mi cabeza de ese modo terminó escapando y yo con esto —Señala su cara.
No ha terminado de hablar cuando el coreano que me había inyectado anteriormente se coloca detrás de la silla y la empuja para moverme del lugar. No había reparado que la misma tiene ruedas pequeñas. Llegamos a la cabina y ascendemos por ella. El muchacho me saca del piso al salón que da a los característicos pasillos revestidos con papel negro que ya me empiezan a ser familiares. Escoge uno diferente y se adentra. El silencio es abarcador, ni siquiera con mi audición desarrollada puedo distinguir qué pasa al otro lado de las paredes. No hemos recorrido mucho cuando aparece interponiéndose otro ascensor que nos sube a la superficie. El nuevo vestíbulo tiene paredes de cristal, mostrando la marchita vegetación que rodea el perímetro del castillo. Al final hay una puerta de caoba con diseño majestuoso. Mis orejas de destroyador se tensan para escuchar pero el silencio se mantiene.
Quien abre la puerta es un alemán. Lo reconozco como Thomas, el hijo mayor de Rainer, el actual Káiser del linaje Meyer. Al hacerlo, todos los presentes del tortuoso comedor posan la vista en mi figura. El joven que me ha traío vuelve a empujar la silla y me deja al otro extremo de la gran mesa donde se levanta la única pared de cristal que no está cubierta con cortinas.
Al cuarto lo mantienen con colores opacos y cortinas rojas, símbolos nazis decorando y pergaminos colgado con extraños geolífricos. Hay una estufa de bronce, relojes de plata, estatuillas de Napoleón y cuadros de la época que muestran los sucesores de los oscuros más crueles que ha presenciado la humanidad: Nerón, Atila, Adolf Hitler, Iván el terrible, Al Capone, entre otros. La vajilla que reposa en la mesa es completa de oro y los manjares que están degustando los descendientes tienen el aspecto de pertenecer a la más alta calidad. En general, todo el panorama parece salido de un archivo que expone una secta secreta, torcida y malévola, desprendiéndose de la misma una mezcla de un pasado sombrío junto con la elegancia de la más ofuscada mafia de todos los tiempos.
Los que están disfrutando del banquete tienen golpes de no más de una semana y llego a la conclusión que son los mismos que participaron en el atentado a la Mansión Fortress. En una de las cabeceras está Jasper Donovan, visiblemente desmejorado y con una hinchazón protuberante en el ojo derecho.
—Lárgate —ordena Thomas al coreano y este obedece.
—¿Por qué nos han traído este estorbo? —le inquiere Jasper al alemán.
—'Él' ha querido. Sabes lo caprichoso que puede llegar a ser. —responde tajante como si mencionar al incógnito líder ya fuese respuesta suficiente.
—Lo ha traído para que nos divirtamos —menciona un heredero Di Marco con una afónica voz típica de los italianos—. Nuestro capo tiene sentido del humor.
El resto de los jóvenes dibujan sonrisas torcidas en su boca. Otro italiano se levanta de su puesto y se aproxima.
—A ver bestia con figura humana —brama mientras me levanta la barbilla—, trata de ser mejor que los payasos de mi padre.
—Imposible ganarle a los bufones de un gánster —reprocho y me gano un puñetazo.
—Más respeto —advierte limpiándose con delicadeza la sangre de los nudillos—. Esos bufones tienen más vida de la que a ti te queda, respeta eso aunque no tengas la misma suerte.
—Desátalo Giovanni —dice el primer italiano—, le han inhabilitado sus dones, es inofensivo.
Claro, para eso era el pinchazo. Por eso mi sentido auditivo no funciona y por ende, el resto de mis sentidos.
El tal Giovanni me desata y como me niego a levantarme, empuja con hondas de aire su cuerpo arriba me lanza una patada en la nuca que me tira al piso. Los demás se ríen.
—¿Sabes el porqué los italianos somos reconocidos mundialmente como los mejores mafiosos del planeta? —pregunta de forma retórica mientras entierra sus dedos en mi coronilla y me sube la cabeza en el acto—. Porque no solo somos astutos, ricos y sanguinarios —canturrea como un himno—, sino porque poseemos esa arte de no dejar rastros, de no dejar cabos sueltos y por tanto, somos intocables.
Se escuchan murmullos de confirmación provenientes de la mesa.
—Y eso es algo que tú y tus amiguitos no comprenden. Por eso estás aquí destroyador, y por eso vamos a torturarte para luego darte la épica muerte que te mereces.
Los demás apoyan el comentario y vuelvo a conscientisarme, lo que viene será salvaje.
Lo primero que me llega es una copa de cristal que se estrella contra mi pecho, encajándose pequeños trozos en mi piel. Y luego, las otras me golpean las diferentes partes del cuerpo mientras ellos van anunciando dónde quieren atinar. Se entretienen gustosos cual tirador con una diana mientras la piel abierta me chorrea sangre.
Después los griegos Diamanti aficionados al uso de cuchillos, me acorralan hasta una de las cortinas y ponen en práctica su destreza con el arma. Supuestamente el objetivo es no enterrármelo en ninguna parte, pero algunos se fingen torpes y con los lanzamientos, me van produciendo cortes por los muslos, brazos y orejas.
En medio de los sucesos, Jasper sigue su cena como si no pasara nada alrededor. Los gemelos Dónovan en cambio, van comiendo extasiados con el espectáculo y después del último bocado salen de sus asientos para acercarse a los que me tienen rodeado.
—Nuestro turno. —Apartan a sus compañeros tronándose los dedos sobre las guantillas.
Trago grueso toda la cantidad de aire posible, porque conozco que ellos son aficionados a ahogar a sus víctimas sin prisas, realentizando el martirio para aumentar la desesperación.
—Veremos cuanto puede aguantar el gran Legendario —mofa Theo.
Comienzan con leves movimientos de manos y siento un zumbido en los oídos. El gas atmosférico se va volviendo ligero, va escapándoseme de la nariz, no acude a mi boca cuando inhalo. Empiezo a moverme desesperado para atrapar una buena bocanada pero ellos lo impiden con agrado y la presión de mis arterias se dispara ante la sensación de ahogo. Los que están presenciando la escena dejan salir las carcajadas de disfrute; mas las escucho lejanas y las imágenes se me distorcionan cuando la visión empieza a nublarse. El cerebro me aprieta la cavidad superior y me arrodillo en el piso aspirando abrumado, sintiendo los pulmones al borde del colapso.
Estarse asfixiando es espantoso, porque inicialmente te lleva a un estado de frenesí por conseguir oxígeno y luego manda mensajes latentes a tu cerebro, repitiéndole una y otra vez que es el fin, que haga algo, que no se de por vencido. Pero te quedas encerrado entre las paredes invisibles de la muerte porque no puedes hacer nada y un manojo de contradicciones se desata dentro del punto máximo de la aflicción...
—¡Idiotas! —gritan desde algún lugar.
Tal vez es producto de mi imaginación, tal vez estoy teniendo alucinaciones. Pero esa voz me es familiar y molesta...
—No íbamos a matarlo —se defiende Timothy.
—Giovanni, Luigi —ordena el que ha interrumpido mi opresión—, levántenlo del piso y siéntenlo de nuevo.
Esa voz... esa voz yo la conozco...
Los italianos me agarran, cada uno por mis brazos, y me arrastran hasta la silla. Me sobreviene una tos incesante que remueve todos los músculos contraídos.
—Si lo mataban y yo no podía complacerme con lo que había preparado los iba a lanzar a ustedes allí.
Tono jovial en un perfecto inglés...
Sigo tosiendo sin parar y estoy tan agotado y débil que ni siquiera puedo levantar la cabeza del espaldar inclinado de la silla para ver de quién se trata.
El individuo da pasos que lo acercan a donde estoy sentado, y el aroma a caramelo penetra por mis fosas nasales. Al menos no estoy tan estropeado como perder todas mis facultades. Cuando se queda frente a frente puedo ver su traje a medida, negro y planchado. Se inclina para quedar a la altura de mi rostro y sus ojos negros, achinados y divertidos reparan en lo demacrado que luzco.
—Aww, pobre gatito, ¿te han tratado muy mal mis colegas?
—Hiro... debí —toso con fuerza—, debí deducir que eras tú...
—Ah —sacude su mano en un ademán de poca importancia—, no te angusties guapetón, era imposible deducir que un encanto como yo podía ser el perverso traidor que ustedes buscan —Mueve sus dedos como si estos mordieran.
—Khristen... ella confía en ti.
—¡Pues claro que confía! —suelta jocoso—. Soy uno de sus mejores amigos —guiña un ojo—. Y no me ha costado nada ganarme ese puesto. Solo una pizza y mostrar mis hoyuelos —Hace una reverencia a un público imaginario.
—Arthur te va a descubrir y...
—Espera, ¿no te has enterado? —Se lleva una mano al pecho mostrando preocupación—. La Fortaleza no ha podido resurgir de las cenizas —empieza a contar con los dedos—, han cerrado la Academia —tuerce los labios como si eso no fuera tan relevante—, ¡ah! —chasquea los dedos—, y Arthur está muerto.
No.
No puede ser posible.
El hijo del aire... el implacable Arthur Kane...
—Mientes.
El japonés entonces deja su fachada de eso que los humanos llaman «buena onda» y endurece la expresión. Se arregla la corbata y vuelve a inclinarse, quedándose a centímetros de mi rostro.
—No estoy mintiendo Forian. —Hace un gesto con la cabeza en dirección a Jasper—. Pregúntaselo, y escucha como te revela que el asqueroso aspecto de su ojo se lo consiguió tu amigo Arthur en su última pelea.
Las palpitaciones de mi corazón se vuelven más pesadas ante sus palabras. Hiro tiene estable el pulso, respira sereno y sus fluidos se mantienen sin variar. Sí, en efecto, no está mintiendo.
—Los humanos son peores que los monstruos.
—¿No te das cuenta destroyador? —Hiro agrava la voz—. Los malos no somos nosotros. Lo único que queremos es acabar la Guerra Roja.
—Matando a la princesa.
—Una muerte necesaria —Se levanta Jasper de la mesa y levitando se acerca a nosotros.
—Te he dicho que no hagas esas cosas me dan repelús. —Se eriza el japonés.
—Solo la sangre derramada de Khristenyara Daynon cesará la matanza en Irlendia —alega Jasper y apoya los pies en el suelo antes que Hiro vomite.
—Tú y yo sabemos que los Oscuros ya no se contentarán con la muerte de Khris, tampoco los destroyadores —le digo—. Ellos quieren el control absoluto.
—Eso no... —Frunce el entrecejo.
Trata que no se note su confusión, pero es evidente lo lógica que le suenan mis palabras.
—Escucha Jasper, no sé quién te ha dicho todo lo que sabes, pero te está engañando y usando para sus propósitos. Y a ti también. —Miro a Hiro que se muestra renuente—. No se detendrán hasta que uno de los bandos consiga llegar a la estrella y hasta que eso ocurra estarán matando a todo el que se los impida.
Jasper medita un momento y Hiro resopla.
—Escuchen lo que...
Una bofetada me corta las palabras.
—Suficiente charla —alega el japonés—. No me importa el universo paralelo, me importa la ciencia. Los descendientes de los xarianos tenemos esas ansias por saber lo oculto ¿sabes? Es como un hambre que te domina y no puedes parar hasta hallar las respuestas. Por eso nuestros ancestros son los eruditos y por eso meteré a la daynoniana a la máquina y la despojaré de todos sus poderes. Me hubiese gustado estudiar algunas cosas antes pero —Se encoje de hombros—, estamos contra el reloj.
Está a punto de decir algo más cuando un griego empieza a golpear desde el exterior la única pared de cristal que muestra la noche sobre el paisaje
—¿Y esto? —Se enoja Hiro.
—Ábranle —ordena Jasper a sus primos y uno de ellos acciona un botón detrás de una cortina.
Ocurre algo asombroso, porque la pared completa se levanta y da paso al griego que camina sofocado.
—¿Por qué has abandonado tu puesto? —replica Hiro muy enfadado—. Responde o te cortaré la lengua si tanto te gusta no usarla.
—Señor lo... ha... descubierto —habla sobresaltado mientras señala a su espalda.
A varios metros, tres jóvenes están amarrando por el cuello a un cuarto.
—Estaba escondido en el capó de su auto señor —explica el griego—. Deducimos que vino con usted sin que se diera cuenta.
—¡¿Qué?! —grita el líder en una mezcla de ira y pesar— ¡No! Justo ahora no... —protesta en tono exigente mientras el pecho le sube y le baja.
—Se nos escapó después de ver el cargamento, pero no corrió lo suficientemente rápido porque pudimos alcanzarlo.
—¿Qué vas hacer? —increpa Jasper mirando hacia los arbustos donde tienen sujeto al susodicho—. Esto complicará todo. Prometiste que mantendrías a tu hermano controlado —regaña entre dientes.
Por Irlendia, el intruso es el hermano menor de Hiro, el amigo tímido de Khris... Es solo un niño.
—Tienes que hacer algo Hiro —interviene Thomas nada contento—. La ratica de tu hermano lleva investigándonos por semanas y se lo hemos dejado pasar. Prometiste que a la próxima no habría contemplaciones ¡Lo prometiste!
—¡Ya lo sé! —replica Hiro nervioso por la presión.
—Ten cuidado con lo que insinúas Thomas —habla Giovanni Di Marco—. En la mafia las cosas se resuelven de otra manera, la familia es sagrada.
—Esto no es la endemoniada mafia italiana —contesta Thomas con ira—. ¿Te cuento lo que hacemos los nazis a los problemas sean o no familia?
Giovanni desvía la vista y farfulla algo entre dientes.
—¿Qué vas hacer Hiro Nakamura? —insiste Thomas—. ¿O es que te has vuelto blando de repente?
El japonés masajea sus sienes con los ojos cerrados. Entonces los abre, suspira y con rostro serio e impávido repite el lema de su linaje:
—Un Nakamura siempre cumple lo que promete.
Se acerca al límite del cuarto e inspira el fresco aire nocturno mientras mira como amedrentan a su hermano. La oscuridad de la noche se ha tragado cualquier detalle del paisaje pero los tres descendientes llevan antorchas que reflejan el terror en los ojos de Haru. Alrededor permanecen los arbustos negros, tergiversando la verdad, prestándose para cometer los actos más repugnantes. Los italianos, griegos y australianos también se acercan a mirar, esperando las órdenes del líder. Él no vacila, no muestra inseguridad ni un segundo.
—Mátenlo.
Y soltando las palabras, los descendientes de mi clan Destroyers salen corriendo sumisos a demostrar lo que mejor se les da: arrancar vida.
No han pasado demasiados minutos cuando reproducen los aullidos que se asemejan a los de sus antepasados, ejecutándo a la perfección la despiadada orden...
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