☆58☆ LO FASCINANTE DETRÁS DE LA ADMIRACIÓN
Khristen
El "bar" de Mansión Fortress era lo propiamente dicho: un señor bar. Se mantenía sobre lo oscuro, entre luces rojas y azules de neón. Tenía una mesa de billar, una pista de bolos, muebles apartados para conversar en intimidad y por supuesto, la barra con infinidades de opciones de tragos y líquidos afrodisíacos. Arthur era reservado en este aspecto, pero me incitó a probar un tal "Cosmopolitan", que resultó ser un cóctel con mucho glamour elaborado con vodka y zumo de arándanos. El toque dulce e intenso derritió mi paladar elevándome al infinito. Nos hizo los honores Robin Dickson, que se las quiso dar de barman. Pasar también un rato con su hermana Shanti fue agradable, pues la chica se mantenía sencilla en personalidad a pesar de sus ropas extravagantes.
Lo otro digno de mención es que Jessica O'Brien se apareció acompañada de Colette Dubois, ambas con sus estilizados cabellos rubios, cuerpos delgados y ropas de pasarela. Arthur se encogió de hombros alegando que año tras año venía y él no iba a ser el que la sacase. No me importó mucho porque desde su inexplicable 'gracias' en París, había empezado a menguar mi repulsión por ella.
También vino Eskandar Kumar con tres ¿amigas? que no pertenecían a ningún linaje y Diego Ferreira los acompañaba. Luego me enteré que las chicas eran modelos de Victoria Secret y no me sorprendió pues a las ángelitas les encanta estar metidas en los eventos de la alta sociedad.
Y hace como cinco minutos, acaban de llegar Ábner con Maya y qué tal, su creído hermano Mateo. Están saludando a todos los herederos con los que se cruzan hasta finalmente llegan a la barra.
—Hermosa como siempre Khris —Ábner me besa la mejilla—. Oh, hermosa manilla también, tiene un aspecto delicado pero el material es fuerte, como tú —Guiña un ojo
—Gracias —digo un poco apenada. Ábner es muy dulce y siempre escoge las palabras correctas.
Su novia tiene mucha suerte, es una lástima que no esté enamorada de él.
—Me encanta tu vestido —elogia Maya a modo de saludo.
—Igual el tuyo —alabo.
La verdad viene muy bella, con un vestido de invierno verde marino que resalta más sus ojos. Espero el saludo del hermano pero este permanece callado pasando de largo, yendo directo a pedirle a Robin un Manhattan.
—¿Qué le ves? —Me sorprende Arthur siguiendo el curso de mi mirada.
—Es un chico un tanto rebelde.
—¿Mateo Alonso? ¿De qué lo conoces?
—Se conocieron en el Salón de Música —interviene Maya—. Khris escogió empezar por la guitarra.
—¿Ah sí? —Arthur se acerca más a mí.
Desde que vinimos a la barra se ha mantenido de pie mientras que yo me senté a primera instancia. Inicialmente conversábamos todos juntos, pero luego Hiro quiso irse con Ánssel y otros chicos a jugar basketball —lo sé, a esta hora con el frío que hace... están locos—. Hugo se animó a un partido de billar con Anira y el resto de hindúes y franceses se la estaban pasando bomba con la máquina de baile y el tapete lumínico que les indicaba los pasos. Por tanto quedamos Arthur y yo conversando a solas de varias cosas en general. Era agradable compartir con él más de dos palabras sin que hubiera una discusión de por medio.
—De haber sabido tus inclinaciones musicales te hubiera dado clases yo mismo —Se acerca más—. Mi familia es bastante eurítmica.
—Es para rellenar horario. —Hago uso de la misma justificación de Maya y la española se ríe.
—Por cierto, he escuchado que te ha ido muy bien con los entrenamientos de poderes en Howlland, Khristen —saca a relucir Ábner—. Felicidades.
—No es nada excepcional, supongo que sino tuviera poderes no fuera ni la mitad de buena en la mayorías de las cosas.
—Pero has avanzado en el aspecto del control, ¿no?
—Bueno... sí.
—Enfócate en eso, el control es indispensable —Levanta la copa que le ha preparado Robin y antes de llevársela a la boca intercambia una mirada rápida con su primo.
¿Hasta qué grado se cuentan las cosas estos dos?
—¿Y cómo vas con AECOM señor Kane? —pregunta jubiloso a Arthur.
—Estupendo, amo cada detalle del proyecto. En AECOM todos son expertos profesionales y tienen una visión muy futurista sobre el bufete.
El nuevo proyecto de construcción en el que está envuelto y por el que de paso, se mantiene ocupado desde inicios de semana, ha intensivado en él ambiciosas ideas para posteriores diseños. Ahora mientras habla de ello, le brillan sus maravillosos ojos grises y hasta el característico tono grave de su voz suena extasiado. Me doy cuenta de la ilusión que le hace todo...
¿Yo qué tengo en cambio? La ilusión de ser la emperatriz de una odiosa profecía que condenó a cinco mundos a una guerra interminable y despiadada. Menudo prospecto del futuro...
—Ey, que tienes. —Arthur me sorprende en un gesto cariñoso rozando con suavidad su índice en mi brazo—. ¿Te cayó mal el trago, o algo?
—Voy a... al baño...
—De acuerdo, no tardes, quiero mostrarte algo.
Asiento y me encamino a la puerta de salida. La verdad, alejarme de la música, el ruido del billar y las voces es un descanso necesario. No estoy acostumbrada a este tipo de cosas y aunque no me siento mal del todo, recordar la verdad que se mantiene invariable me quita el goce del momento. No soy una chica normal, no puedo fingir que me la paso bien en un bar con amigos mientras tomamos bebidas caras y hablamos de negocios. Estoy en peligro de muerte, Aaron está desaparecido en sabrá clan Daynon dónde, y por si fuera poco, no tengo idea de cómo enfrentaré lo que me espera. Mis dieciocho llegaron y ni siquiera me di cuenta, y ahora se supone que controle a la perfección mis poderes para conseguir volver a Irlendia, enfrentar a seres temibles y sentarme a gobernar todo un universo.
Vale, ¿quién me da palomitas? Esto no se ve en Netflix.
Suspiro cabizbaja mientras deambulo sin rumbo por los pasillos de la planta alta. Nunca ando por acá, excepto las veces que he venido a habitaciones específicas. Por eso me llama tanto la atención ver la puerta entreabierta de una que no conozco. Lo extraño, es que está saliendo humo moderado de ella. Lo primero que pienso es que proviene de algún cigarrillo y que el dueño o dueña se ha escondido acá para fumarlo. Es sabido que a los herederos de Howlland no los dejan tener este tipo de vicios que contaminan el cuerpo. No obstante, a medida que me acerco, mi olfato percibe que el humo es empalagoso y cálido, caracterizándolo un olor a sándalo y anís. No es de un cigarrillo, es incienso. Llego hasta la puerta y como soy bien curiosa, entro a la habitación.
Está iluminada con luces tenues y amarillas, pero aun así me doy cuenta que se trata de un despacho abandonado. Alioth usa el de abajo, y también tiene su sala de conferencias. Arthur posee la tiranosaurio rex de las habitaciones y fácilmente puede hacer cinco despachos en la suya, aunque regularmente estudia en la biblioteca. Por tanto este debe haber quedado abandonado hace años.
Por increíble que parezca, hay rincones empolvados, montones de libros que el olvido atrapó sobre estantes descoloridos y objetos extraviados tales como balones de fútbol, juguetes en su estuche, tocadiscos y relojes de arena. Predomina un aroma húmedo, como ha guardado, y confirmo mis sospechas que en muchísimo tiempo nadie, ni siquiera la servidumbre ha pisado esta habitación. Es como la típica pantalla de esos juegos de detectives bien elaborados.
Después de dejar atrás repisas de maderas y cajas precintadas, la claridad de la luna y las estrellas se hace latente en la habitación penetrando por la cúpula de vidrio que funciona de techo. Las paredes de enfrente son de cristal permitiendo apreciar las altas montañas de la sierra de Santa Mónica donde se te pierde la vista... Hay más cajas y perchas en desuso, pero lo más significativo de todo es lo que permanece en el mismo centro del área.
Ahí, en medio de todo ese desorden, el chico está tranquilamente sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y la cabeza atrás, arrecostada a una maleta que alguna vez se destinó a viajar. El resplandor lunar baña su perfil en un efecto magnífico, los rizos como seda se le despeinan en el contorno del rostro. El receptáculo de donde sale el incienso está a pocos metros de él, encima de un gavetero y en general la visión que proyecta es esplendorosa.
Adrián Kane causa ese efecto mítico y seductor sin esfuerzo...
Parece tan concentrado que decido volver por mis propios pasos sigilosa y en silencio para que no advierta que he entrado. Retrocedo sin dejar de mirarlo y justo pienso girar mi cuerpo para...
—Me agrada que hayas venido.
El sonido de su voz ronca me toma tan desprevenida que tropiezo con un globo terráqueo cubierto con lona; el mismo rueda en medio compás chocando con un grupo de atizadores de hierro y palos de golf, consiguiendo que los mismos se dispersen hacia el suelo. En el proceso, uno de ellos atrapa un búcaro provocando que este también caiga en un estruendoso impacto.
《Ups》
No ha sido una retirada sigilosa precisamente...
Levanto la vista a Adrián, y ahí sigue, en la misma posición que cuando entré. La única diferencia es que ha entreabierto el ojo izquierdo, pero ni siquiera mueve la cabeza. Vuelve a cerrarlo ante el desastre que acabo de crear.
—Deben decirte a menudo lo intranquila que eres —me dice en un tono neutro, diría que hasta aburrido.
—Eh... de hecho sí —respondo y por algún ataque de nervios me rasco el cuello.
Se hace un silencio indescifrable que no sé si tomar como que quiere que me largue o me quede. Opto por la primera y no he dado cinco pasos cuando un suspiro como una risa, corto y varonil, me hace detenerme.
—Por amor de Dios acércate, no muerdo.
Obedezco y me aproximo a él sin evitar que un ligero temor abarque mi cuerpo; temor a no saber qué esperar de este extraño encuentro y cómo actuar para con él. Es un chico reservado y por opinión pública, difícil de estudiar. Permanezco de pie en tanto Adrián toma el receptáculo del incienso y lo mueve en círculos frente a su rostro. Luego vuelve a dejarlo sobre el gavetero.
—¿No te fascina el aroma del Satya? —pregunta mirando las estrellas—. Si la gente supiera los beneficios terapéuticos y físicos que aporta, lo quemaran más a menudo...
—Yap —digo por decir algo y me balanceo sobre mis propios pies.
—¿Quieres crecer más?
—¿Cómo?
—Estás ahí de pie en vez de sentarte.
—Oh... —Miro a todos lados pero no hay silla, por tanto me siento en el suelo frente a él.
De los audífonos que mantiene en el cuello, me llega una canción clásica a piano, de esas líricas y relajantes. Adrián endereza el cuello y se acomoda el sombrero. Se queda mirándome, y yo a él... Sus ojos son demasiado hipnóticos y pienso que si fuera un depredador atrapara todas sus presas con el simple poder visual. Cualquiera caería en esos ojos...
—Estabas huyendo —expone y vuelvo a la realidad.
—Solo buscaba el baño.
—¿En una habitación que lleva cerrada años? Claro...
—Por lo visto tú también estabas huyendo.
—Conozco esta habitación desde hace más tiempo de lo que puedas imaginar, además no me gustan los ruidos —confiesa y apaga los audífonos—. Los amigos de Arthur son ruidosos.
—Y por eso te las ingenias para esconderte en el rincón olvidado de la mansión.
—Sé par de trucos —Se encoge de hombros quitándole importancia—. Por cierto, esa manilla que llevas es muy singular.
—Cada persona que la ve le llama la atención, supongo por el precio.
—No es por el precio, es por quién la lleva.
—Alguien cercano a ti me dijo algo similar.
—Los Kane tenemos nuestra vena similar. Quizás sea una desgracia, quién sabe...
—Tú eres diferente —apunto y él me escudriña con agradabilidad.
De acuerdo, reconozco que se escuchó bastante íntimo.
—Lo digo porque eres tan... discreto y solitario
—Prefiero la calma de la soledad. Existe una belleza curiosa en la soledad, y solo es posible descubrirla cuando se está dentro de ella. Tú lo sabes, por eso has salido del bar.
No contesto nada en vista que tiene razón. A veces es bueno alejarse de todo, y más cuando se tiene la presión de las cosas que me agobian ahora mismo. Lo que me recuerda la propuesta que Adrián hizo antes en el comedor.
—¿De verdad crees que puedo ser capaz de traer a Aaron de vuelta?
—Traerlo no sé, pero sí hay un noventa y nueve por ciento de probabilidades que puedas crear un agujero negro.
—Arthur piensa que es peligroso.
—Arthur también piensa que los humanos que no descienden de Legendarios son parásitos, pero tú y yo sabemos que se equivoca.
Otra vez cedo lugar al silencio. ¿A qué juega?, ¿qué intenta lograr? Que es distinto a todos los Kane, pues sí, me queda clarísimo. Pero sigo teniendo una sensación difícil de explicar, una muy intensa y esto me aterra, porque las cosas nuevas y desconocidas últimamente me han traído sorpresas desagradables.
—¿Quién eres tú?
La pregunta me sale antes que pueda planificar otra mejor. Simplemente se escapa, con todo el tono de duda que me corroe sobre él.
—Quién soy yo... —repite revolviéndose los chorongos del cabello—. Soy Adrián Kane, todos lo saben.
—No me refiero a lo que todos saben, sino a... lo que realmente escondes.
Entonces sonríe. No amplio, sino moderado, apoya los codos en los muslos y luego el mentón sobre las manos. Esos ojos metálicos y agresivos en ese rostro tan relajado e impasible le brinda un toque imposible de igualar. Puedes quedarte horas observando y observando, y nunca te aburrirías.
—¿Te soy sincero?
—Siempre.
Se inclina y es tan alto que aún sentado, mi rostro queda debajo del suyo. Respira pausado, profundo, y mis vellos se erizan de los pies a la cabeza. Me siento muy rara, esto es raro. ¿Por qué no salgo corriendo? Mi corazón se acelera por la incertidumbre de cada acción que hace Adrián. Me coloca un mechón de cabello detrás de la oreja y después levanta mi mentón como un comprador que está analizando su futura inversión y dado por complacido, vuelve a dejarlo firme. Pero no quita su mano, su cálida mano, de tacto suave, se queda aguantando mi mentón con agradabilidad.
—Yo soy un poeta frustrado —susurra pegando el índice a mis labios y por alguna razón, me sobreviene paz...
Se incorpora poniéndose de pie, acomoda su sombrero y se dirige a la puerta de salida. Y aquí me quedo yo, sentada en el suelo entre la humedad y el desconcierto, viendo la atractiva figura masculina perderse en la oscuridad.
—Quédate un rato. —Escucho que dice desde la puerta—. Lo necesitas.
Lo siguiente que oigo es el sonido de cierre y como resultado, el silencio sepulcral vuelve abarcar cada centímetro de la habitación.
—☆—
Cuando te tomas el tiempo correcto para pensar en las cosas que te atemorizan, sucede que al final no son tan terribles como pensabas. Hace unos días, estuve sumida en una depresión desgastante por los poderes que se activaron en mí, por haber quemado las manos de Arthur y tener miedo que cualquier persona se me acercara. Ahora mirando las estrellas esta cuestión me parece pasable. ¿Mis poderes andan descontrolados? Ya estoy practicando en la Academia para manejarlos correctamente. También pienso en Aaron y la posibilidad que vuelva. ¿Seré capaz de crear un agujero negro? Puedo intentarlo, nada lo impide y lo peor que pudiera pasar es que finalmente no lo logre. Si me descontrolo, me afectaré a mi misma, no haré daño a nadie. Y por último, mis enemigos planean matarme y tarde o temprano volverán a lanzar su ataque. ¿Es demasiado aterrador? Tengo a la familia más poderosa de este universo unida para defenderme, tal como es propio del clan del que descienden.
Entonces, después de pensar bajo la cúpula de la habitación con paredes de cristal, mis problemas no parecen tan severos. Ya no me siento desanimada ni con ganas de tirar mi vida por la borda. Quiero luchar, quiero ser fuerte como he venido siendo desde que nací. Adrián podrá ser raro, pero tiene razón en muchísimas cosas. Una de ellas: necesitaba realmente este tiempo en soledad.
Me levanto dispuesta a la salida, y una vez recorrido el pasillo recuerdo las palabras de Arthur sobre mostrarme algo. Entro a buscarlo al bar pero según algunos chicos lleva fuera del mismo unos veinte minutos. Llego hasta su habitación personal pero no recibo respuesta tras varios toques. Como recurso final, saco el teléfono para marcarle y veo cinco llamadas perdidas.
Problemas. Estoy en problemas.
—Arthur ¿dónde estás? Dijiste que querías...
—Dirígete al gran balcón del lado oeste de la Fortaleza —informa directo y conciso.
Y me cuelga.
Bueno, viendo el lado positivo, Arthur aprovecha bien los minutos. Como empresario eficaz no tendrá deficiencias. Hago lo que me ha pedido y me dirijo al final del corredor que da paso al balcón. Pero no hay nadie. Él no es persona de bromas, por lo que decido volver a marcarle cuando alguien me sorprende por atrás y me cubre los ojos con una venda. Pataleo con fuerza pero mi oponente es resistente. Siento la estrechez masculina contra mi cuerpo y el Hugo Boss característico me calma.
—¡No hagas cosas así! —grito con el corazón dislocado.
Está bien, admito que no estoy muy calmada en todo sentido de la palabra. Pero no es para menos, después de pasar bulling, emboscada y secuestro, sorprenderme con una venda en la cabeza consigue explotar mis nervios.
—Shhh, no arruines lo divertido —murmura él desde atrás sujetándome por los hombros—. Anda camina y te darás cuenta.
Me dejo guiar a ciegas y en pocos segundos siento el aire frío del exterior. Caminamos unos pasos más hasta que Arthur se detiene y me quita la venda.
Oh...
Vaya, es...
No puedo creer lo que ven mis ojos.
—Esto... —Me llevo ambas manos a la boca.
Él sonríe, sonríe de verdad y verlo así es todavía más increíble. Frente a nosotros, pegado al muro del balcón, hay preparada una mesa con una botella de vino y dos copas. Hay colocadas velas encendidas, y los alrededores también están adornados por centenas de ellas. Junto a la mesa, está reposado un telescopio grande. Este debe ser con el que él y su hermano veían la galaxia mientras Alioth les contaba sobre sus antepasados.
—¿Qué esperas? —Lo escucho decir admirando lo deseosa que estoy.
Muerdo mis labios y no dilato más la acción. Me pego al telescopio y la inmensidad del firmamento repleto de luces celestiales me sobrecoge. Siento la mano de Arthur en mi espalda y pongo en práctica los ejercicios de respiración que me enseñó Forian.
—Mira. —Mueve un poco el Telescopio al norte—. ¿Sabes qué estrella es? —Aumenta el lente.
—No he estudiado ese hemisferio todavía en la Academia.
—Pues desde hoy aprenderás lo más importante de ese hemisferio.
—¿Qué? —Me separo del aparato, incorporándome.
Mi interlocutor se quita el traje y lo deja en el espaldar de la silla. Saca su iPhone y reproduce una sonata de Mozart antes de exponer su explicación.
—Creí que el de la música clásica era Aaron.
—Tengo mis momentos. —Chasquea la lengua—. Y este momento lo amerita.
—¿Y la estrella del hemisferio Norte?
Se acerca dos pasos y me alejo tres.
—Khristenyara...
—Sabes que es peligroso y yo no quiero...
—Khristenyara —repite—, esa estrella se llama Khristenyara Daynon, la nombré en París para ti ¿recuerdas?
Me quedo inmóvil mientras toma mis dos manos. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo...
—No te pongas nerviosa, no pasará nada.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque los planetas chocan y hasta del caos nacen estrellas. Y las estrellas nacieron para reinar el cielo, fijas, firmes, inalterables. Desde aquella noche en Francia, te convertí en una estrella.
Entrelaza sus dedos con mis dedos y aunque siento la temperatura interna elevarse se queda contenida, sin agrietar la piel. La música sigue su curso, la brisa acaricia nuestros cabellos, y la frente de Arthur se apoya en la mía. Empieza a moverse suave y balancea mi cuerpo.
—¿Qué haces? —sonrío.
—Bailar.
Seguimos bailando al compás de Mozart, sin prisas, sin presiones. Me siento tan plena, tan satisfecha con este momento que me acontece la sensación que me acompañó en París: quiero que perdure para siempre.
Esta ocasión es demasiado bella para arruinarla con palabras. Pero como la felicidad y yo tenemos una relación complicada, un estruendo proveniente de la nada nos estremece a Arthur y a mí. Nos separamos asustados porque el objeto ha caído del cielo a pocos metros. Cualquier otra chica hubiese gritado y corrido, pero yo no. Y más percatándome que lo que se ha estrellado contra el ventanal no es una cosa, sino una persona. Más específicamente, un destroyador.
—¡Forian!
—☆Notas☆—
•Hermoso edit de Arthur y Khristen en el balcón mientras bailan suavemente a la par de la música de Mozart.
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