☆39☆SUCESOS INESPERADOS
Khristen
No me arrepentía de haber acompañado a Eskandar. Luego que salimos del Complejo, compartimos un montón de curiosidades sobre las distintas culturas de la Tierra. Siendo él conocedor del vasto mundo, era entretenido escuchar las experiencias. También descubrí que el árabe mantenía el deseo desde niño de conocer Irlendia. Lo comprendía a cabalidad, pues pocos países le faltaban por ver y el universo paralelo era el lugar de nuestros antepasados, lleno de criaturas mitológicas y leyendas vivas. Hablaba con tanta ilusión de Irlendia que debo decir, me contagió con su ganas desmedidas.
Soy daynoniana y cada célula de mi cuerpo legendario reclama la tierra donde nací.
Compartimos teorías de cómo cruzar entre universos y a él se le ocurrían cosas realmente estúpidas, por lo que estuve riendo a carcajadas. De inicio estaba un poco reacia a abordar el tema, quería evitar pensar en la profecía, mi deber y todo el embrollo que quedaba. Pero Eskandar trató el tema de forma divertida y me ayudó muchísimo sin saberlo. Cuando me dejó en la Fortaleza eran cerca de las nueve. Me sorprendió que Arthur no estuviese esperando mirando el reloj como el controlador que era. Incluso podía verlo vigilando las cámaras preparando todos los regaños que me daría. Sin embargo debía estar estudiando o atendiendo sus negocios porque no había rastro de él cuando Max frenó en el driveway.
Eso fue hace casi dos horas.
Desde entonces, me he dedicado a recoger los libros y cuadernos que dejé por todas partes cuando Eskandar irrumpió en el apartamento. He doblado y guardado la ropa lavada que encontré en las camas, pues mi madre está en sus clases de enfermería como cada noche. Después de tomar un baño, me dispongo a comer; el estómago me ha estado gruñendo desde que me enjabonaba y antes de hacer cualquier otra cosa abro el frigorífico.
Nada nada y no es un pez, ¿qué es? El estado lamentable del electrodoméstico vacío. Tachán.
Rebusco en la alacena pero solo hay cereal. Mamá debe haber olvidado traer las municiones que le da Alioth semanalmente. Genial, todavía no he empezado el recorrido y ya me estoy arrepintiendo. La noche está un poco fría para atravesar descubierta la terraza así que me coloco un sobretodo de algodón y emprendo la marcha. Las tripas tiran de mi resistencia y sino fuera porque me es imposible fingir que no me afecta, no pusiera un pie en la mansión ni por los diez mil dólares de Eskandar; por cierto tengo que encontrar el momento oportuno para devolvérselos.
Las farolas de la piscina están encendidas como es habitual, pero la parte de la terraza bajo techo está a oscuras, al igual que la casa. Me fijo en el piso de arriba y de las ventanas de las habitaciones tampoco sale luz. Extraño porque la habitación de Arthur es de las últimas en ser apagadas; él se queda horas estudiando y cuando tiene exposición a veces le toma hasta la madrugada preparándose, otro dato que me indica que no debe estar en la Fortaleza, pero, ¿y el resto? Comienzo a tener un pelín de miedo, no soporto la oscuridad y serán poco más de las diez. Trato de no hacerme ideas tontas y llego a la cocina. Las lámparas también están apagadas y la escalera de la sala central tampoco refleja luz alguna, como si ya estuvieran durmiendo. Busco el interruptor más cercano y choco con algo duro, retrocedo por el golpe tropezando con mis propios pies y me caigo de trasero al piso.
《Quedarás plana Khris》
Vuelvo a buscar a tientas el interruptor y lo encuentro. Gracias a... a lo que sea, puedo abrir el maxi refrigerador de los Kane y darme un atracón con lo que voy encontrando. ¡Aaaah!, tienen hasta bolsas de papitas prefritas. Las pongo en un micro a calentar mientras me zampo un paquete de galletas de maíz como si fuera agua. Tomo una soda y me la bebo sin parar. ¡Qué hambre! Tengo tanta hambre que si me ponen de nuevo la asquerosa sopa de bilis de cobra me la acabo por completo. Cuando termino mi desaforado ataque sobre la nevera siento que hasta la respiración me fluye mejor. Nunca hubiera hecho esto si tuviera algo que picar en mi apartamento, pero lo descontaré de las municiones semanales que recoge mi madre. Aunque aquí se desperdicien toneladas de comida, lo que he tomado para sobrevivir esta noche será de la porción que de todas maneras nos tocaba. Un préstamo adelantado.
El hambre es tan negra que te vuelve el peor de los monstruos.
Estoy por irme a dormir cuando a mis oídos llega una melodía tenue. Se escucha muy baja pero me doy cuenta que es un piano. Viene de arriba y no debería ser mi asunto, ¿no?. Sin embargo la curiosidad es uno de mis defectos por decirlo de algún modo y voy clavada a la escalera. Con cada escalón que piso, se va acentuando el sonido y mi cuerpo se sobrecoge sin poder evitarlo; son notas tan melancólicas y sentidas que rajarían de punta a cabo el alma de cualquier ser viviente que pudiese escucharlas...
Sigo por el piso de arriba al vestíbulo de la izquierda, el cual reconozco porque conduce a la habitación de los chicos. Paso de largo y no detengo la marcha, porque ya puedo ver el origen de tan triste música: es al final del pasillo. La puerta está entreabierta y tenue resplandor se escapa por el espacio. Me acerco, me acerco más y descanso ambas manos en el picaporte. De repente la furia con la que tocan el piano es palapable, se materializa y la imagino igual que una bola llameante. El sonido, ahora mucho más alto, refleja toda clase de sentimientos intensos sin perder ese característico dolor, como si cada acorde fuera tocado con el último aliento.
Abro la puerta y me quedo perpleja al ver quien se afinca a las teclas del instrumento. Tiene la frente empapada de sudor a pesar del aire acondicionado, mechones de cabellos castaño de tonalidad almíbar se le pegan en la piel completamente mojada de sus fluidos. Solo usa una camiseta y noto que el resto de su cuerpo tiembla mientras reproduce la música, fundiéndose con la misma. Nunca he visto a Aaron a ese grado de frustración, de sufrimiento.
Me acerco sin hacer sonido pero es un hijo del aire, percibe las ondas que rompo al caminar. Me mira de reojo mas no se inmuta, sigue tocando, sigue derramando su aflicción con el piano. La canción adquiere notas graves y desaparece con el último do menor.
—Escuché la música y... —empiezo hablar en vista que él no dice nada— ... no me contuve de subir —Sigue sin hablarme así que añado—: ¿Dónde están los demás?
Se toma su tiempo. Respira agitado y se muerde el labio inferior buscando controlarse. Quizás debería irme.
—Mi padre en un viaje a Las Vegas y Arthur a un asunto del robo del Concesionario —responde y luego suspira hondo sin dejar de mirar al vacío.
—Aaron, ¿qué sucede? —me atrevo a indagar.
—Vete, quiero estar solo —contesta tragando saliva. Veo como la nuez de la garganta se le mueve arriba y abajo.
Sus ojos están hinchados y sospecho que ha estado llorando un buen rato; también su semblante tiene cierta palidez que me asusta.
—Puedes confiar en mí, por favor Hoyuelos, quiero ayudarte.
—No puedes ayudarme, nadie puede hacerlo —le falla la voz y me compadezco profundamente.
—Inténtalo... —suplico.
El menor de los Kane apoya los codos en la tapa del piano y se lleva las manos a la nuca. Quiero acercarme, abrazarlo, asegurar que todo estará bien aunque no sepa qué le pasa. Pero percibo un ceto invisible que nos separa y aunque estamos a pocos centímetros, siento que nos dividen miles de kilómetros. Abre la boca y me quedo esperando una respuesta que no llega. No salen palabras, y él aprieta los labios y presiona más las manos contra la cabeza, dejando escapar un sonido bajo.
Aaron está sollozando.
Tal vez la cuestión sea muy grave, y lo peor es que no sé cómo ayudar al introvertido y tierno Hoyuelos. Muevo el pie incómoda pisando una manchita imanginaria, puesto que todo se ve negro. Pasan breves minutos hasta que finalmente lo escucho confesar:
—Me lo rompieron Khris, me rompieron el corazón.
No... no puede ser posible. Aaron, el inocente y cariñoso Aaron, ¿quién podría ser tan cruel? Lo veo retorciéndose en el asiento, sumido en las sombras de la habitación iluminada únicamente con una lámpara de alguna parte, débil, expuesto, y totalmente roto...
—Cómo... —intento preguntar pero él niega con la cabeza.
—No voy hablar de eso, ni ahora ni en un futuro —asegura.
Me tomo un momento para elegir el mejor consuelo.
—¿Recuerdas qué me dijiste la mañana que bajé con Arthur las escaleras?
—Que siempre podrías contar conmigo —repite.
—Pues lo mismo. Somos amigos Hoyuelos, el apoyo no es condicional. Tú prometiste que estarías siempre para mí, y yo te prometo que también lo estaré para ti. Aun cuando no sepamos los detalles detrás de los problemas, ahí estaremos ¿cierto?
Puede que también lo haya dicho para sentirme mejor. Si él se enterara que le he escondido que soy Legendaria, ¿lo tomaría como una traición de confianza? No es prudente que le suelte todo el asunto ahora. No puedo llegar y decir: "Ey, sé que estás mal pero yo estoy peor porque quieren matarme en la Academia y también en Irlendia. Tengo dos de los clanes más temidos buscándome sin descanso y hay una profecía que dice que me sentaré en un trono a base de derramamiento de sangre. Dime, ¿cómo te asienta eso?
Pues no. Ser buena amiga es más que contar secretos, es saber el momento correcto para hacerlo.
Aaron se acomoda en el asiento y me mira fijo por primera vez. Intenta sonreír pero más bien sale una mueca amarga.
—Por siempre, Khris. —Me extiende la mano derecha en forma de puño.
—Por siempre, Hoyuelos. —Le choco con el mío.
Los ojos plomizos siguen lánguidos y opacos, pero al menos no me ha vuelto a echar de la sala de música. Nunca había entrado aquí y sino estuviera tan oscuro pudiera detallarla a plenitud. A golpe de vista, próximo a la tenue luz, una puerta permanece abierta, mostrando un conjunto de aparatos tecnológicos. También diviso un cristal que se extiende de arriba abajo, con un micrófono del otro lado. Me doy cuenta que se trata de un estudio de grabación profesional. Cambio la vista de nuevo a Aaron quien advierte por donde andaban mis pensamientos.
—Lo usaba Arthur —explica.
—¿De verdad? Apostaba que eras tú —expreso.
He escuchado en directo la voz de Arthur y es prodigiosa, pero pensé que según su carácter, solo cantaba en el auto de vez en cuando al manejar. Que se grabara en un estudio... ya es otro nivel.
—Cantar no es lo mío. —Se sorbe la nariz. El probecillo aún está congestionado —. Soy más de tocar instrumentos, piano fundamentalmente.
—Me cuesta imaginar a Arthur allá adentro —Señalo el lugar.
—Tendría unos quince años. Se obsesionó con eso de la música y llegó a grabar varios demos.
—¿Qué pasó?, ¿lo rechazaron?
No me cabe en la cabeza que alguien en su sano juicio le negara un tema a Arthur. No solo por ser un Kane, sino porque el mercado explotaría con su valiosa voz.
—Nunca lo envió a ningún productor. Mi hermano es perfeccionista, ya lo sabes. Tiraba las grabaciones luego de oírlas. Después le llegaron las responsabilidades correspondientes a su puesto en la familia y comprendió que dedicarse a la música era un sueño vano que no le tocaría.
—¿Y no cantó más?
—Dejó de hacerlo hace mucho. De hecho ahora que lo mencionas, hace años no escucho a Arthur cantar.
No respondo, no le cuento que ayer tuve el privilegio de escucharlo. Me pregunto si fue la primera vez después de mucho tiempo o realmente nunca dejó de hacerlo y cantaba cuando nadie lo oía. Como sea, el caso es que Arthur tuvo una ilusión que fue machacada por el peso del linaje Kane.
—Khris. —Aaron me saca de mi ensimismamiento.
—¿Mmm?
—De verdad necesito estar solo.
—¡Oh! Disculpa yo... no podía dejarte en el estado de hace un rato.
—Te juro que agradezco el gesto. Pero no se trata de algo que puedas hacer, simplemente no quiero ver nada ni nadie. Por favor entiéndelo y no lo tomes personal.
—No te preocupes, espero que pronto pase, sea lo que sea.
Doy la vuelta para irme por donde he venido y antes de salir del cuarto escucho sus últimas palabras.
—No se pasará nunca...
Suspiro abatida. Contiene una basta aflicción para yo contarle lo que quiero. Lo malo, es que no podré cargar sola con esto demasiado tiempo, pesa... y sé que compartirlo aligerará la carga. Enumero en la mente las personas que lo saben: Daysi me queda muy lejos, Forian em... es Forian; no es la clase de persona con la que te sientas a charlar. Jasper pues no, claro que no. Hasta la conversación hipotética se escucha deprimente en mi cerebro: "Hola Jasper, ¿crees que podrías contener tus ganas de matarme por cinco minutos? Antes me gustaría hablar y tal, tomarnos Pepsi-Cola y desahogarme por cómo me siento al ser todo lo que soy"
Sí, lo que he dicho, deprimente.
Con Haru no tengo la más remota franqueza y aunque parece salido de un anime Pokémon, nada me garantiza que sea un Ash Ketchum. Alioth y yo somos de esa gente que no conecta, que se tratan amable, se respetan, pero no existe el enlace especial. Y queda de último, su otro hijo el cuál definitivamente no es una opción. Ni pensarlo, antes muerta que volver a perder mi dignidad. La noche que me quedé dormida en el suelo de su habitación sentí sinceramente que habíamos trapasado la frontera de apatía que siempre nos separa. Limpió mis lágrimas, me dio consuelo... pude sentir calor humano de él y no ese congelador andante que es siempre. Luego ocurrió el suceso en el driveway que aún recordarlo me remueve malos sentimientos. Así que definitivo, no puedo hablar con Arthur.
Llego abajo y atravieso la terraza, suspirando hondo y desanimada. Cuando paso el murito que antecede a mi apartamento una alarma sensorial de calor se dispara y empieza a chorrear agua congelada. Abro la boca por acto reflejo y casi me ahogo. Tosiendo, trato de escapar pero el agua parece salir de todos lados. Me cubro la cabeza cuando cubitos de hielo caen desde algún ángulo y maldigo vez tras vez a Arthur Kane. ¡Me tiene hasta los pelos! Por suerte la fría tortura cesa rápido y así empapada, sin molestarme en entrar a secarme, empiezo arrancar los cables que veo y patear cuantos gnomos me dé la gana. Alcanzo una piedra grande del pequeño jardín y la lanzo con furia hacia el panel de control que está a la vista. Un pitido agudo se dispara y recojo cubitos de hielo que todavía no se han derretido para dejar que se estrellen dentro del dispositivo. Sucede un corte y salen chispas. Sé que muere sin remedio cuando el pitido que se había vuelto difuso, deja de escucharse. Salen humos y se ensancha mi sonrisa.
Bingo.
Me agacho a recoger parte del desastre que ha quedado y bordeo la zona de empleados para desparecer las pistas de la escena del crimen. No le tengo miedo al señor Control, le diré muy orgullosa lo que hice en caso que llegue a preguntarme. Pero mientras esté ocupado con sus asuntos puede que no sé de cuenta por sí solo y yo tenga un tiempo de paz antes de enfrentarme a la tormenta.
El área de la Fortaleza por donde camino ahora está muy oscura. Me pregunto por qué los guardias del turno de noche no han encendido las luces puesto que quedan lejos del alcance de Aaron, quien persiste en estar solo y bajo penumbra. Imagino que como no tienen la presión de Alioth o Arthur se les habrá pasado.
"Cuando el gato no está en casa los ratones hacen fiesta".
Tiro los restos de gnomos rotos en un contenedor que se encuentra detrás del gimnasio y los pedazos de vidrios que rompió la piedra al impactar contra el panel. Al terminar, cierro la tapa y en el mismo segundo un ruido anormal acelera mi corazón. Giro la cabeza y la negrura no me permite divisar qué ha sido. Lo que queda en esta parte es la cancha de tenis y de voleibol, más allá están los grandes muros que separan la mansión de la carretera desértica.
—¿Quién anda ahí? —grito y obviamente no obtengo respuesta.
Afino el oído y descubro varios sonidos típicos de los insectos nocturnos. Tal vez estoy paranoica. Sacudo la cabeza y empiezo a caminar hacia mi apartamento. No he avanzado mucho cuando el estruendo del contenedor volcado me sacude. Cielo santo, aquí hay algo... Tengo sabido que en este radio de Los Ángeles es común que algunos osos y coyotes merodeen por las calles. Incluso hace unas semanas salió por las noticias que un puma se había colado en una terraza. Me quedo rígida en el lugar, incapaz de volver a gritar.
《No mires atrás, no mires atrás》
Cierro los ojos e inhalo despacio, como si lo que sea que fuera que está detrás mío, evaluara cada mínimo movimiento. Doy un paso, luego otro y es clara la presencia a mi espalda. Si tan solo tuviera algún poder... Desde que salí de Palm Springs pierdo la cuenta la cantidad de ocaciones que me he visto expuesta y en peligro. Sigo efectuando pisadas cautelosas y ya no escucho ningún ruido. Quizás el animal se fue porque no le parecí una presa interesante. Giro levemente mi cabeza y...
—Ammjkk...
Un paño con un intenso olor me es puesto en la boca, bloqueándome la entrada de oxígeno. La persona me inmoviliza con su otro brazo alrededor de mi pecho y se presiona contra mi espalda.
—Shhh, shh, calladita —susurra con característico acento ruso y aprieta más el paño.
—Mmjuk mrrr... —Forcejeo pero es inútil.
—Solo un poco más princesa... solo un poco más...
La visión comienza a nublárseme y los sentidos colisionan entre sí. Me remuevo debajo del brazo que me rodea pero las fuerzas van en decadencia. Los músculos se me adormecen y el cerebro se me desconecta. No quiero cerrar los ojos, no quiero pe-ero...
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