☆37☆ UN ACERCAMIENTO A LA CULTURA ÁRABE.

Khristen

Quise morir. Juro que cuando Eskandar apretó el acelerador quise morir pues la bestia en la que estábamos montados alcanzó una velocidad desorbitante. Odiaba a Arthur en ese preciso momento, por eso me encolericé el doble al reconocer interiormente que don respeto tenía razón. Quizás debí hacerle caso y no montarme en Max, cada segundo me arrepentía con mucha fuerza por haberlo hecho.

Grité y no precisamente a mi compañero. Grité a todo pulmón, hacia cualquier sitio. Grité como una pobre víctima de la más cruel tortura. Grité tanto, que cuando ya me había quedado sin saliva, los propulsores del Devel Sixteen aminoraron la potencia y la velocidad se redujo considerablemente.

Ya a un recorrido de apenas cien kilómetros por hora, y me cerebro descongestionado, pude escuchar la risa del divertido conductor que tenía al lado.

—¡No es gracioso! —repliqué.

—Tenías que haber visto tu cara.

—¿Por qué desde que arrancaste lo hiciste en esa velocidad?

—Porque no me daba la gana que Arthur lo viera a solo cien kilómetros, sería darle el secreto que desmiente sus habladurías de los problemas de refrigeración y etcétera. Max funciona excelentemente.

—La verdad es que ahora, a una velocidad normal sí siento que marcha bien.

—Marcha bien porque lo que Kane no sabe, es que los coreanos Park arreglaron los desperfectos que los fabricantes y el diseñador Majid Al Attar no han podido resolver.

—¿Los Park de la Academia? —pregunté.

—¿No usas redes sociales verdad?

—No mucho —reconocí.

—Al parecer Arthur tampoco, porque los vídeos y reportajes del misterio que tengo el único Devel Sixteen que funcionan están rodando por todo internet.

Después de esa conversación, Eskandar pasó la hora y media siguiente contándome sobre sus viajes a diferentes partes del mundo. Había visitado hasta lugares que yo no sabía que existían. El dinero obviamente no era problema y el apellido Kumar tenía resorts y hoteles de lujos repartidos por cada rincón de la Tierra; así que él solo tenía que dejarse ver para que lo veneraran como el príncipe que era.

Ya sé, debía caerme súper mal escucharlo. Pero lo cierto es que después de haber interactuado con varios herederos, Eskandar me parecía un pijo más, incluso hasta interesante, y por ello no se ganó mi repulsión. Al final las cinco horas hacia el Valle de la Muerte, ubicado al sureste del estado, en Max se convirtieron en dos. De los cien kilómetros, el árabe aumentó la velocidad en la última autopista para no perder más tiempo y a mí no me pareció extremo porque a esas alturas, ya sabía en piel propia lo que era andar a seiscientos por carretera, tanto por Arthur como por él.

Y aquí estoy ahora, a punto de bajarme frente al complejo turístico más impresionante de California. En Estados Unidos hay un dicho muy común:

"Si quieres que algo se haga popular, hazlo como los Kumar".

Y sí, definitivamente es un dicho muy pero que muy acertado. Porque no me he bajado y ya por la ventanilla vislumbro la majestuosidad del "Altamatue al'abadiu"¹, el resort más ostentoso que mis ojitos han tenido el privilegio de ver. Un botones norteamericano es quien me abre la puerta; Eskandar abre él mismo la suya apartando al hombre. Este le da un saludo en fluido árabe y hace una reverencia que el hijo del sultán ignora para empujarme levemente por la espalda y animarme a caminar hacia la escandalosa entrada principal del resort.

Desde la primera pisada mi voz interior chilla «cielos santos».

Hay oro enchapado, oro real igual que el de los accesorios del chico que me ha traído. Oro en la meceta de recepción, oro bañando columnas, hilos de oro en las alfombras y cortinas... Por falta de especulación, el chandelier que cuelga del centro del lobby es oro con cristales de diamante. Es una zona gigante tanto en ancho como alto, y la vista se te pierde entre tantas salidas; diez elevadores, catorce vestíbulos y una escalera central que lleva al segundo piso. Todo es pulcro y sin defectos. Está trabajado a medida, está salpicado de dinero. El botones nos guía por uno de los corredores con paredes tapizadas en rojo y marfil. Suena una melodía de Oriente Medio sin acompañamiento vocal, compuesta con lo que Eskandar explica, es un instrumento propio de su nación: el nay ². La misma es relajante y embelesadora.

A medida que avanzamos y yo sigo viendo más y más lujo, siento vergüenza por lo desencajada que luzco, como generalmente sucede desde que llegué a Los Ángeles. En esta ocasión ni me he puesto converses; traigo sandalias bajas, un jeans cómodo de mezclilla y una sudadera azul.

Percibo que Eskandar me mira de reojo como si no entendiera mi reacción.

—Te va a entrar una mosca —tose bajo.

Cierro la boca.

Este lugar invita a cualquiera hablar en el tono más bajo que posea. No se siente ni un alma a pesar de contener cientos de huéspedes y trabajadores. Además de la música, no me sorprendería que los conductos de aire estuvieran desprendiendo algún somnífero: empiezo a bostezar seguido.

El botones termina el recorrido en una terraza inmensa que viene superando por cinco veces el tamaño de la que tiene Howlland. Hay muchísimas palmeras, altas y bajas, y arreglos de jardinería que no permiten ver a plenitud algunas áreas. Faroles coloquiales le brindan iluminación cálida a la terraza que ya comienza a oscurecerse por la hora. El decorado mantiene su estilo arábigo y no he terminado de detallar los demás elementos cuando una mujer aparece delante y responde en su idioma el saludo que le da el botones. ¿Por qué no la escuché acercarse?

—Llegas tarde. —Lacera con la mirada a Eskandar sin molestarse en cruzar los ojos conmigo ni una vez.

Es mayor, pero se conserva estupendamente. El cabello es lacio, de un castaño muy oscuro y está recogido en un moño elegante atrás. Usa un pantalón de tela holgado de un color serio y una blusa que llega hasta debajo de las caderas con mangas estilizadas y un bordado en la parte del pecho. Su piel es muy blanca y tiene los ojos azules.

—Lo sé —responde este como si no tuviese importancia.

La mujer le mira la ropa deportiva con una expresión de desaprobación total.

—Sabía que harías algo como esto, he mandado a prepararte un traje.

—No lo usaré.

—Eskandar Ahmed Kumar —sentencia ella—, acompaña al botones para cambiarte.

Hacen una guerra de miradas hasta que prevalece la femenina. El chico chasquea la lengua como si no quisiera formar un alboroto por dicha nimiedad y empieza a caminar con el botones. Entonces, es cuando la mujer repara en mí. Se fija en cada cosa que traigo puesta y sus ojos son tan desolladores que termina ardiéndome la piel.

—¿Por qué traes tu criada a la cena? —increpa sin dejar de mirarme y yo todavía me pregunto de dónde rayos ha salido ella tan de repente.

—No es mi criada —detiene la marcha Eskandar—, es mi cita.

¡¡¡Qué!!! ¿Su cita? ¡Su cita! Estoy por protestar cuando reaparece a mi lado en una zancada y me coloca el brazo sobre los hombros. Sino fuera tan alto y pesado casi pudiera decir que se está colgando de mi cuello. Pero más bien queda como un agarre un poco tosco en un intento de cariño.

—¿Tu cita? —La mujer arquea una ceja demasiado alto.

—Sí, puedes adelantarle la información a mi padre. ¿Quería que trajera alguien de manera formal, cierto? Pues lo he hecho.

—Al menos has hecho algo. —Ella suspira—. De acuerdo, que vaya a cambiarse también, el gran sultán de Dubái no puede presenciarla en esas condiciones.

—Es mi chica y es americana. —Eskandar me estrecha más contra sí y siento su calor corporal y todos los aromas frutales que mezcla su perfume—. Usará la ropa que trae y punto. Ve a decirle eso al gran sultán.

La mujer tuerce los labios y antes de marcharse lo único que dice es:

—No demores.

Veo como se va por mi izquierda a una enorme mesa rectangular que queda del otro lado de una fuente. Entonces me fijo que hay otras mujeres y dos hombre. No detallo bien pues la servidumbre que arregla la mesa me tapan la vista.

—¿Es tu madre? —se me ocurre.

—No —contesta él—. Es Jamal, la segunda esposa de mi padre. Es de Persia.

Eskandar me libera de su pesado brazo y empieza a caminar en la dirección opuesta a la mesa junto con el botones, hacia la derecha. Los sigo en silencio dándome cuenta de la situación. Cuando fue a recogerme al apartamento me dijo que necesitaba "salir de sus absurdos requisitos de una vez", refiriéndose a sus padres. Me arrastró hacia el complejo turístico sin darme detalles y ahora le ha dicho a su madrastra —si es que se puede llamar así—, que soy su cita. Puede que tal vez...

El botones se detiene frente a una boutique con carteles sofisticados y maniquíes que exhiben ropas de marcas como Ralph Lauren y Prada. El interior nos brinda un cuarto espacioso con innumerables perchas y espejos. Un personal moderado compuesto de hombres y mujeres hacen desde sus puestos una reverencia al ver al señorito.

Shaykh kumar sa'ahadir lak albadalat ealaa alfur —le habla el botones a Eskandar.

Te conseguiré el traje de inmediato, jeque Kumar.

Habla en inglés para que ella entienda —Le hace un gesto con el mentón hacia mí.

—Como usted lo desee. Finalmente, ¿la señorita no decidirá cambiarse?

—No —responde el muchacho por mí.

El botones asiente con la cabeza y se pierde por una puerta de caoba pulida para reaparecer casi al instante con una percha de la que cuelga una lona oscura. Eskandar se empieza a quitar la parte superior del chandal mientras el otro hombre baja el zíper de la lona dejando ver un caro traje de un negro azabache. Todo ocurre tan rápido que al árabe dirigir las manos a su prenda inferior es cuando reacciono y pego un brinco para darle privacidad. Aunque no creo que le importe mucho, pues se ha empezado a desvestir como si nada delante de todos. Retrocedo al pasado e imagino un mini Eskandar correteando por todo el palacio mientras una docena de criados lo persiguen para vestirlo. Ha crecido entre personas que le medían hasta las puntas de los dedos de ambos pies, es natural que no tenga el mínimo pudor. Sin embargo yo conservo vergüenza ajena y me aseguro de no mirar a la zona. Sí veo que unos cuantos dependientes llegan a rodearlo, unos llevan zapatos de charol en las manos, otros corbata y demás accesorios para el príncipe. Ha pasado un rato cuando la voz grave con ese toque de gracia se escucha.

—¿Qué tal me veo?

Ha sido una pregunta para mí, aunque al voltearme lo encuentre acomodándose la corbata mirándose en un espejo completo. Se mira los lados, la espalda...

—¿Y bien? —vuelve a interrogar y se gira, quedando de frente.

—Estás divino Eskandar —reconozco sincera y él sonríe.

¿Para qué voy a decir mentiras? Cierto es que en estos momentos sí luce todo su cargo. En Howlland nadie olvida de donde viene pero no proyecta la imagen que tengo delante ahora. Normalmente usa ropas de estilo deportivo, con sus escandalosas cadenas y su lacio cabello café cayéndole por los laterales de la cara; así es sumamente atractivo, nadie lo puede negar. Pero vestido de traje a medida para su esbelto cuerpo y peinado hacia arriba logrando un efecto pompadour, ¡uf en serio! recalca que lleva sangre real corriéndole las venas...

—Vamos Dinamita, tienes cara de hambre —Pasa de largo y abre la puerta sin agradecer a nadie como debe ser habitual en él.

—Acabas de arruinar la bella imagen de príncipe con corona que me estaba haciendo de ti —bufo saliendo por la puerta.

La verdad sí tengo mucha hambre, hace horas no ingiero algo y estoy en un hotel de lujo, de seguro la comida será buena.

—Escucha, puedes comportarte como te plazca —dice a medida que nos acercamos a la fuente, del otro lado está la mesa—. Pero el único requisito que debes guardar es dirigirte al sultán como 'Syid Kumar'.

—¿Qué significa 'Syid'?

—Es una muestra de respeto y un título que enaltece el nombre, igual que 'Sir' en Inglaterra o 'Señor' aquí en América. ¿Entendido?

Asiento y voy repasando por dentro el saludo que daré. Vuelvo a mirar mis ropas y estoy arrepintiéndome por no tomar la oferta de la mujer en cabiarme. No es que pretenda impresionar a nadie, se puede afirmar que prácticamente me obligaron a venir. Pero bueeeno, ya que estoy aquí...

Es que no todos los días se conoce un sultán.

Al lado del alto y musculoso Eskandar que ahora viste de etiqueta, parezco una vieja escoba que necesita reemplazarse con urgencia. Pero él quiso traerme justo a mí de entre todas las chicas de la Academia. Ordenó que no se me cambiara la ropa y  antes ha dicho que me comporte como me plazca. No me ha dado tips de qué hacer frente a su familia o un resumen de las tradiciones y costumbres árabes.

《Qué tramas Eskandar Ahmed Kumar》

Hemos pasado la fuente y ahora estamos a escasos pasos de la mesa larga y rectangular. Podría asegurar que estoy desesperada por acabar esta parodia y largarme a la Fortaleza, pero tengo tanta curiosidad por el linaje Kumar que me enfoco en cada uno de los presentes que por supuesto se han quedado observándonos. Se ponen de pie todos y Eskandar se lleva una palma al pecho, en la parte del corazón. Lo imito por supuesto mientras los demás devuelven el saludo.

Y entonces, después de tanta expectación veo a Ammâr ibn Mohammed
al-Mansur al-Kumarí ³, el famoso y multimillonario sultán de Dubái.

Es más espléndido en persona que en la tele. Sus rasgos bien ajustados y la mandíbula adornada por una barba espesa pero contenida, resalta lo negro de sus vellos. Los ojos son color café, previsores, y la actitud que proyecta es sin duda el de ser un monarca encumbrado. Viste con ropajes que están calados desde la prenda superior a la prenda inferior en un tono crema muy suave. Lleva anillos de oro y cadenas, aunque menos que su hijo. También es apuesto y Eskandar se parece muchísimo a él con ligeras diferencias que debe haber adquirido de su madre. De repente, el sultán se encuentra con mis ojos y evito quedarme mirando porque leí en algún libro que una criatura aparentemente insignificante como yo no debe mirar fijamente por tiempo prolongado a este tipo de gente.

Desvío la atención al muchacho que tiene a la izquierda. Si el dueño de Dubái no hubiera estado literalmente a centímetros, este hombre de ahora hubiese atrapado mi atención desde el primer momento; es como un imán... ¿De qué forma describirlo con las mejores palabras si el inglés ya se me queda corto de adjetivos? Escogiendo un puñado al azar: es fascinante, envidiable, hermosísimo. Tiene cada característica afilada, distinguida; una expresión controlada pero sin lugar a dudas atrevida. La piel es de un blanco con un bronceado muy tenue, como si hace poco hubiera estado en la playa pero no fuera su tonalidad habitual. Y los ojos, ¡por la genética bendita!, los ojos son azules y magníficos; tan envolventes y mordaces que me quedo incapaz de cambiar la vista.

Se da cuenta mi atontamiento y primero me escudriña, luego dibuja una sonrisa ladina sobre ese rostro tallado por las ninfas. Me pellizco la mano y bajo los ojos.

《Compórtate》 me regaño.

Nunca he sido de esas chicas que se dejan impresionar por cualquier alto de ojos claros. Rememoro que las de mi escuela pública en Palm Springs parecían hormigas locas correteando de un lado a otro colgando pósters de los herederos de Howlland. Seguían en Instagram a un millón de usuarios y no teniendo suficiente, mantenían la búsqueda de más, los últimos más guapos que los anteriores. Los idolatraban como dioses y no me extrañaría que hasta le rezaran por las noches. Que estupidez...

Esas actitudes inmaduras nunca me catalogaron porque yo sabía diferenciar a las personas de su apariencia y jamás de los jamases me dejé impresionar por un físico. Luego llegué a la Academia y comprobé en carne propia lo que es tener descendientes de Legendarios extraterrestres delante. Porque claro, no eran verdes y asquerosos, eran humanos salidos de un libro de fantasía. Pero aún así no me dejé dominar por el hecho. Reconociendo que eran atractivos, reconociendo que se vestían con la más alta costura, reconociendo todas sus maneras y costumbres, nunca me dominó la debilidad que causaban a otras personas.

Pero este hombre, este hombre que especulo tendrá unos veinticinco o veintisiete años, ha sido la excepción. Llega a la categoría en que tengo a Forian porque no hay defecto o error en su simetría.

Es el otro hombre más perfecto del mundo, sin cuestionamientos.

No podría compararlos a ambos porque son hermosos a su propio modo. Diferentes, el extremo de la balanza, pero igual de perfectos.

Cambio la vista a la mujer que tiene al lado, y recuerdo que se nombra Jamal y es la segunda esposa del sultán. Ah, claro. El hombre perfecto es su hijo. Ambos tienen ojos azules y la piel blanca, así que él comparte sangre persa, dubatí e irlendiesa. Vaya combinación...

Al lado derecho del sultán está la que debe ser la madre de Eskandar. Piel canela, ojos verdes iguales a los de su presunto hijo y una gracia natural en su figura. Luego viene una chica más joven que yo, de unos quince, delgada y por como encorva los hombros, tímida. Le sigue otra mujer menos agraciada pero más joven que las dos primeras y un niño de unos nueve o diez años.

Mi compañero se acerca a la mesa y empieza con cada una de las personas un protocolo que me parece demasiado largo. Toma las manos derechas colocando su propia mano izquierda sobre el hombro también derecho de la contra parte y les deja un beso en ambas mejillas. Hay siete parientes así que la cosa demora. Terminada, Eskandar se vuelve y me hace un ademán.

—Ven Khristen.

Ya está, ya toca enfrentarme a esto. Me muerdo los labios y me acerco, preguntándome por qué me subí a su auto en la Mansión para venir.

Que mis ascendencias daynonianas me ayuden...

Notas

¹ Altamatue al'abadiu: En árabe significa "Gozo Eterno".

² Nay: Instrumento de viento utilizado en la música de Oriente Medio. Consiste en una pieza de caña hueca con seis agujeros delante y uno atrás para el pulgar. Es un instrumento antiguo precursor de la flauta moderna.

³ Ammâr ibn Mohammed al-Mansur al-Kumarí: Según la estructura de cómo se conforman los nombres árabes quedaría: Ammâr, hijo de Mohammed el victorioso de Kumar.

Abajo dejo la estructura para quién le interese. Sería:

nombre propio (ism) + ascendencia/ hijo de (nasab) + adjetivo característico o sobrenombre ya sea el victorioso, el alto, ect. (laqab) + linaje o tribú que se le agrega siempre el terminar í (nisba).
ism + nasab + laqab + nisba con terminación í.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top