☆33☆ TITANIC

Khristen.

A medida que avanzo con los chicos voy apreciando la pompa de la decoración. El interior es espacioso, debe costar una fortuna y parece enchapado entre bronce y oro. Pasamos por la sección de bebidas y más hombres en pose firme y gafas oscuras andan por los alrededores. Están y como sino estuvieran; no hablan, no se meten en nada y nadie más excepto yo parece notar su presencia. El área contiene una barra larga con vidrieras que exhiben infinidades de bebidas.

—¿Deseas tomar algo? —Me sorprende Hiro.

—Oh... No, gra...

—Ella no bebe —ataja Arthur.

—Si bebo —le voy a la contra.

—Jamás te he visto bebiendo.

—Que no me hayas visto no significa que no lo haga.

—Bueno... —interrumpe el japonés alargando la mano. El tipo de la barra prepara un trago en la velocidad de un bostezo de Hiro— Aquí tienes.

—Gracias —Tomo la copa que me ofrece. No iba a beber pero me gusta demostrar que Arthur se equivoca.

—Haces lo que sea con tal de irme a la contraria —susurra entre dientes a mi oído mientras continuamos caminando.

—No es por irte a la contraria, es que no lo sabes todo de mí.

—¿No se supone que aún tienes diecisiete años? —masculla.

—Este es mi último mes con diecisiete. —Le saco la lengua y me adelanto para caminar al lado de Hiro.

—Diecisiete o dieciocho, es una violación a la ley que promulgó el Congreso desde mil novecientos ochenta y cuatro.

Me detengo y Hiro conmigo.

—¿Me juras que cada uno de los herederos que están consumiendo alcohol en este yate tiene la mayoría de edad estipulada? —inquiero.

—No respondo por ellos, sino por ti.

—Pues no lo hagas, no eres mi padre —reposto.

Hiro sonríe sacudiendo las manos para despejar la tensión.

—¿Cálmate viejo, sí? Es solo un mojito. —Hiro niega con la cabeza—. Los países y sus tontas reglas sobre el ingrediente de la felicidad.

—¿Ingrediente de la felicidad? —Miro al japonés conteniendo una carcajada.

—Preciosa, créeme. —Vuelve apoyar su brazo en mi cuello y emprendemos la marcha—. Cuando estás en depre no hay nada para subirte el ánimo que un buen licor. Y Arthur no puede objetar contra eso. —Hiro voltea la cabeza un poco sin dejar de caminar—. ¿Cierto, amigo? ¿Mi amigo fan del whiskey y modelo publicitario del brandy americano?

Arthur resopla detrás nuestro, se queda callado y continúa caminando. Sonrío al recordar toda la publicidad que he visto de él promocionando las bebidas que ha mencionado Hiro. Y porque cuando estudia en la biblioteca, generalmente, lo hace con una copa en la mano. Yo sé que lo que le molesta al señor Control no es que esté infringiendo la ley nacional de consumir bebidas alcohólicas antes de los veintiuno, sino que le desobedezca y haga lo que me dé la gana.

Seguimos caminando y veo la mega piscina que se extiende. Desde una tabla en el último piso del yate algunos chicos se tiran y el agua cae por todas partes pero es tan grande el espacio que no llega a nosotros. En la zona superior de la cubierta hay un helipuerto que cuenta con un hangar retráctil para almacenarlo. Abajo, hay un muelle flotante desde donde se tiran más gente pero a mar abierto. Distingo el resto de los Kane, los primos de Arthur. No los conozco personalmente pero los he visto en la Academia y me parece a golpe de vista que están todos. Al lado de ellos, se encuentra ubicado un especie de garaje que aloja todo tipo de juguetes acuáticos e inflables, también sirven para saltar.

—Por aquí tenemos el área de los chapuzones —presenta el anfitrión sin perder su sonrisa—. Allá está tu séquito Arthur —bromea señalando al resto de los Kane.

—No todos —replica este.

—Ya sabes cómo es Adriancito. —Hiro suspira poniéndose las manos en las diminutas caderas—. Es un topo bajo su propia sombra.

—También falta Aaron —lamento—. Estaba muy acatarrado y con fiebre de treinta y ocho.

—Y Ábner —resalta Arthur y por cómo se aclara la garganta adivino que debe saber lo que sucede con su hermano además de la gripe.

—Sí, me enteré el asuntillo del Concesionario. Invité a Ábner, por supuesto. Pero está arreglando el desastre que se causó —cuenta el japonés.

—Desastre que ya dejé instrucciones para limpiar. Perdí dinero y sabes como eso me pone.

—Lo sé, por eso hiciste bien en venir —Hiro le palmea el hombro a Arthur—. Tú solo diviértete un poco y olvida los problemas.

—Eso pretendo, aunquesea por una tarde.

—Es gigante —agrego refiriéndome a la zona de chapuzones para recordar que aún existo y cambiar de tema. Arthur no parece cómodo.

—Te aconsejo que te quites esa ropa si te piensas meter preciosa —advierte risueño el anfitrión y me miro el vestido—. Por aquí —sale caminando en dirección derecha y lo seguimos—. Este es el rincón de los perezosos. —Señala una sala espaciosa con muebles fabricados en excelente calidad y una de las teles más grandes que he visto. Tienen puesta una peli de acción—. Es nuestro humilde cine IMAX.

—Humilde... —se me escapa.

Los chicos comen palomitas, beben sodas y a pesar de tener los trajes de baños están secos de pies a cabezas. Reconozco algunos franceses y españoles. Alrededor hay camarotes privados para los invitados.

Continuamos el recorrido y ahora aprecio lo que debe ser la sala principal con un comedor giratorio, un gimnasio a la izquierda y un spa por el otro lado; algunas brasileñas y árabes andan poniéndose tratamientos en el cutis.

—La tripulación cuenta con dos cocinas propias —explica Hiro—. Si les apetece comer algo que no esté en el buffet, lo que sea, pueden pedírselo a los chefs.

—¿Tienen pizza? —me atrevo a preguntar y Arthur me regaña con la mirada.

—¡Claaaaro! —exclama el japonés—. ¿Qué sería de una buena fiesta en yate sin pizza?

—Comienza a gustarme este lugar —río.

—¡Fabuloso! Te prometo que probarás la mejor pizza de tu vida, y un Nakamura siempre cumple sus promesas, así que será justo como he dicho. —Hiro se cuelga de mi cuello y enrosca el índice en un mechón de mis cabellos—. ¿Te parece si vamos y pedimos una orden con mucho atún?

—Vale.

—Eh... Khris —interviene el otro quitándome a Hiro de encima—, ¿no crees que sea pésima idea? No deberías comer tanta pizza...

—¡Tonterías! —El japonés sacude con la mano y aparta a Arthur, volviéndose a enganchar de mí—. La chica está en línea, no le hará mal, no seas envidioso.

—Solo cuido su dieta —se defiende Arthur—. Créeme que pesa más de lo que aparenta.

Trago grueso al entender la referencia. Hace dos noches, en su habitación, me quedé dormida encima de la sobrevalorada alfombra persa. Amanecí en su cama, la cual creía intocable por cierto, y Arthur se puso escurridizo cuando intenté que me confesara como había aparecido ahí. Claro que sospechaba que él me había cargado pero deseaba escucharlo de su propia boca. No sé el porqué, simplemente lo deseaba. Pero bueno, como el señor Control es experto en romperme las expectativas quedé con nariz de payaso esperando la revelación que nunca llegó.

—Bah... lo que pasa es que tus comidas aburridas no son del agrado de nadie —dice Hiro y me carcajeo.

Me cae bien este chico.

—Vamos Khris preciosa, pidamos pizza.

—Te veo luego Arthur —despido deduciendo que como no le apetece la pizza pues... no sé, se irá por ahí.

—Ni se te ocurra —Nos sigue y creo advertir un tonito molesto en su voz.

Quién lo entiende. Como pensé antes, vientos de otoño...

Hiro avanza conmigo sin quitar su brazo sobre mis hombros y me habla como si fuéramos amigos de toda la vida. Trae una loción que huele a caramelo y al parecer es bastante solidario para darse gustos. Me cuenta que esta embarcación tiene quinientos sesenta pies. Los paneles de madera que vemos están pulidos a la máxima precisión, hay cuarenta y dos tripulantes a bordo para atender los caprichos de los invitados sin rechistar, dos salas VIP de juegos y tres comedores. Titanic también cuenta con sistema de estabilización en el mar y en el ancla para una navegación fluida en caso de zarpar.

Mientras habla, Hiro no borra la sonrisa de la cara lo que lo hace lucir más guapo. Normalmente los niños pijos como él me caen odiosos pero es imposible con este japonés. Es tan emotivo y espontáneo que lo quieres a los cinco minutos de conocerlo. Llegamos a la cocina y solo basta un pedido para que se pongan a trabajar en la orden.

—¿Algo especial en tu pizza? —averigua.

—Mmm... doble ración de queso. —Me relamo los labios.

—Añádele a las pizzas doble ración de queso, peperonni, albahaca, champiñones, prosciutto frito y atún, por supuesto —da la orden al chef y se acomoda en una de las sillas con forma de anémona.

—Estás de amarre —chifla Arthur sentándose también.

—Lo que pasa es que tienes envidia de este cuerpo —se señala Hiro—. Puedo comer lo que se me antoja y no engordo ni una libra.

—Facilidades fisionómicas que tienen los japoneses —escupe Arthur.

Claro que él está igual de atlético, pero estoy consciente lo que trabaja en el gimnasio y lo inflexible de su dieta.

—También soy el mejor astrónomo de Howlland —añade vanagloriándose.

—Tú y tus ansias por los cuerpos físicos más allá del planeta Tierra —resopla su interlocutor.

—Lo que yo decía. —Hiro empuja con su codo mi brazo—. Envidia ...

—Creía que Arthur era el número uno en todas las materias. —Frunzo el ceño.

—Lo soy —afirma el mencionado sin titubear—. Pero Hiro cursa un grado arriba, por eso anda suelto sin nadie que le haga competencia en Astronomía de cuarto nivel.

—Aunque estudiáramos en el mismo grado, está consciente que no pudiera superarme en Astronomía —me dice Hiro enseñando los dientes, orgulloso de sí mismo.

—Necesita alimentar su ego con esa idea absurda —bufa Arthur.

Vuelvo a reír con estos dos porque sencillamente es tan estúpida su discusión que no puedo hacer otra cosa que divertirme con ella. Mientras que en mi colegio los chicos se peleaban por quién podía tocarse la punta de la nariz con la lengua o quién lanzaba escupitajos más largos, en Howlland se trata de quién lleva la delantera en la tabla de habilidades o las materias.

En este instante reaparece el chef y me sorprendo cuando nos ofrece las pizzas. Ha sido rápido.

—Disfrútenlas. —El anfitrión se levanta.

—¿Te vas? —me alarmo—, ¿sin comer?

—Sí, de esta forma a mi buen amigo —Se acerca a Arthur y le revuelve el pelo—, no le quedará más remedio que comerla. Nos vemos en un rato.

Me hace una señita y desaparece por el pasillo.

—Está un poco loco —apunto riendo cuando se marcha. Pruebo un trozo de pizza y veo las nubes. Mmm... demasiado rico.

—Así es él —dice Arthur mirando la pizza por todos los lados.

—Si lo piensas tanto terminarás dejándola.

—Bien, bien... —Respira y se lleva un trozo pequeño a la boca.

—¿Está delicioso verdad? —insisto.

Él termina de tragar y me mira de un modo que consigue atorarme el trozo que me baja por el esófago. Cojo una botella de agua que han puesto a mi alcance. No me acostumbro a esos grises ojos; siguen siendo tan desestabilizadores cuando quieren...

—¿Delicioso? Tú no sabes aún el concepto de esa palabra Khristen.

—Te cuesta tanto reconocer que la pizza está deliciosa —bufo evitando el contacto visual.

—"Yemistá"—entona.

—¿Qué es eso?

—Algo que redefinirá tu concepto de "delicioso". Ya verás cuando te lleve a probar ese plato, perderás la cabeza.

Vuelve a comer otro trozo de pizza sin decir más nada y yo sigo atacando la mía ¿Arthur Kane me acaba de invitar a salir? Cuando termino él ha dejado la pizza casi completa y me parece tal crimen que sería capaz de comer su pedazo.

—No te atrevas —regaña severo cuando ve mis intenciones y le digo adiós a la fabulosa masa que se botará a la basura.

Menudo desperdicio.

Nos escabullimos de nuevo al club de la piscina abierta. Ya no hay ningún chico en el bar pues todos se están zambullendo. Arthur empieza a desabrocharse la camisa y lo miro atónita.

—¿Te vas a meter y dejarme sola?

No me gusta la idea. De hecho, me aterra. Hiro ha desaparecido y si Arthur se mete al agua me quedaré completamente excluida.

—No vine a comer pizza infla estómagos Khris —responde colocando la prenda en un mueble.

—¿Y yo qué hago?

—¿En serio? —Me lanza una mirada de obviedad—. Estás en un yate, por todos los cielos, empieza por darte un buen chapuzón. —Se quita los zapatos.

—No creo que sea buena idea. —Vuelvo a mirar los chicos que disfrutan a unos metros. Para todos está claro que no pertenezco a su medio, y Arthur lo sabe.

—No deberías pensártelo mucho —aconseja poniéndose protector solar por todo el pecho.

Evito mirarlo.

—¿Qué hay de malo en pensar las cosas?

—Eso es bueno, pero cuando se trata de inversiones y matemáticas.

Se acerca, me toma las manos y me entrega el envase de protección solar. Sonríe con las gafas puestas y la luz del sol atrapa su cabello castaño que pronto perderá el peinado. Tenerlo así, tan cerca, me provoca ligeros temblores.

—A menos que sí traigas una trusa ridícula.

Y habiendo dicho esto, corre para tirarse al agua. Lo hace de forma coordinada en un movimiento ágil, y cuando sale a la superficie enseguida lo rodean sus compañeros. Distingo a la barbie rubia, Jessica, que por supuesto que va disparada a su lado. Ni siquiera sé porqué me molesta... Y aquí estoy, parada como tonta mirando el panorama sin saber muy bien que hacer cuando siento a mi espalda una presencia que se ha acercado lo suficiente.

—El día acaba de ponerse mejor.

Reconozco la voz jactanciosa. No me volteo porque en breve tengo su apuesta figura mi lado.

—Buenas tardes Jason —saludo.

El inglés luce espectacular con unas ray ban rojas en la cabeza, los ojos de un azul océano despejado, una camiseta negra ajustada y un short y zapatillas Reebok. Imagino que ya actualizó sus redes y deben haberle llovido miles de comentarios.

—Estás preciosa nena pero un poco seca ¿no?

—No, estoy muy cómoda, gracias.

—¿Y por eso no dejas de mirar a los demás en la piscina?

Noto como Arthur le tira agua a Jessica y esta chilla emocionada volteando el rostro. También veo que Hugo, el alemán, se les ha acercado. Me doy cuenta entonces que desde que llegué, no he visto a ningún Dónovan, ni Petrov, ni Meyer. El único descendiente de los Oscuros que está aquí es Hugo, pero él es un ser aparte de los demás. Parece que está haciendo chistes porque el grupo que lo rodea se ríe a carcajadas. De momento parece un tío súper majo, no el grosero que me trató peor que a un montón de estiércol el día que me lo topé por los pasillos Hasta parece que no tenga un padre tan insoportable...

—No es que exista algo más entretenido que hacer —miento en respuesta al inglés.

—¿Sabes? Es muy feo.

—¿Qué?

—Que el estúpido de Arthur te haya traído y dejado tirada para irse con sus amigos.

—Él no me ha... dejado tirada.

Pues sí, es exactamente lo que ha hecho, pero no quiero reconocérselo a Jason. Tal vez si Aaron hubiera venido pudiera hacer algo divertido pero se quiso quedar en su habitación alegando que estaba fatal de la gripe. No he podido verlo desde ayer, después de la sección en el Campo de entrenamiento. Desapareció de la Academia y lo último que supe fue que Alioth lo regañó por el hecho.

—Como tú digas —sigue el rubio—. Yo sin embargo, si hubiese traído una nena así —dice mirándome de arriba abajo—, ni siquiera me hubiese metido a la piscina.

—Ya ves que no todos piensan igual —se me escapa.

—Efectivamente —Jason me rodea y me empiezo a poner nerviosa.

—¿Qué haces?

—Me has estado evitando en la Academia todos estos días —habla en una especie de ronroneo.

—He tenido cosas en la cabeza. —Me aparto un poco pero él vuelve acortar la distancia.

—¿Se te olvida lo mucho que me gustas? —Atrapa uno de mis cabellos entre sus dedos—. Me enteré lo que sucedió el Lunes.

—El Acecho Temible —recuerdo y me alejo. Los mechones de cabello que había atrapado se le escapan de los dedos—. ¿Acaso se enteró toda la Academia?. Se suponía que no se divulgara.

—Lo vi —confiesa él.

—¿Lo viste? ¡Qué!, ¿se guardó un video?

—Descuida Khristen, ten presente que mi padre es el otro dueño de Howlland.

—No me importa. ¿Cómo has podido verlo?

—Solo quería darle un escarmiento a los culpables.

—¿Sí? Pues no te creo ni un poco.

—¿Por qué no? —Se acerca más a mí, otra vez.

—Porque para eso está tu padre y el director. —Retrocedo pero choco con una pared—. Además no ibas a poder hacer mucho.

—Tienes razón —suspira en reproche para sí mismo—. Pero ¿que puedo hacer? No me llamas, me esquivas, debo espiar los videos para sobrevivir sin ti.

Jason me ha acorralado. Siempre puedo pisarle un pie y dejarlo atrás, pero no sé que me impulsa a mirar a la piscina, encontrándome con los ojos coléricos de Arthur. Nos está mirando tenso, juraría que tiene marcada su venita en la frente. Desconozco el tiempo que lleva observándonos. Jason alza la mirada y se da cuenta de la situación. Suelta su sonrisa petulante y sacude la cabeza.

—¿Quieres cumplir las amenazas que siempre lanzas y nunca cumples? —reta.

—¿A qué te refieres?

—Mira todo lo que le soportas a ese imbécil y nunca puedes desquitarte. —Levanta la mano y acaricia con sus nudillos uno de mis brazos—. Demuéstrale que no tiene control sobre ti. Déjame ayudarte a demostrárselo —musita a milímetros, mirando con ansias cada rasgo de mi rostro.

Recepciono sus palabras. Arthur y Jason se odian. La última vez que estuvieron juntos en una cuarta de tierra, terminaron creando caos y Aaron salió con la nariz partida. Sé que cualquiera de los dos usaría lo que tenga al alcance para darle en la cabeza al otro. No se trata de mí, el descendiente O'Brien solo quiere fastidiar al que nada se le escapa de control, al que exige que sus empleados pidan permiso hasta para defecar. Y ese es el punto, no soy el juguete de Jason, ni una simple subordinada de Arthur.

Vuelvo a mirar a Arthur y su frustración se percibe desde aquí. Juro que está por salir del agua y batirse en un escandaloso jaleo con Jason cuando la hermana de su enemigo, se le planta delante en un infantil intento de captar su atención. Se atreve a tocarle el pecho mientras habla y gesticula. La detesto, es tan superficial que te hace vomitar; y encima está preciosa, con un bañador rosado que le luce increíble con su cabello rubio y sus ojazos azules. Por un momento logra distraer la atención de Arthur y yo me percato que estoy sola por su culpa, libre porque no me debo a su dominio enfermizo y el hermano de Jessica, y por ende el chico que odia, está a escasos centímetros de mí pidiendo un poco de atención.

—¿Qué quieres hacer? —sonrío con suspicacia y a mi receptor se le ilumina el rostro.

—Quiero que salgamos, en una cita de verdad.

Mis músculos se contraen al escuchar su propuesta. Noto que Arthur ha apartado a Jessica y se aproxima a la escalera. Quizás para ver si me deshago de Jason, quizás porque tiene intenciones de llegar hasta nosotros y romper la conversación. ¿Pero qué rayos le pasa? ¿Ahora sí que se arrepiente de dejarme sola? No soy uno de sus sobrevalorados objeto, y él necesita darse cuenta.

—De acuerdo, quizás un día —le contesto a Jason porque sí y punto.

—¿Mañana en la noche?

—Yo te aviso.

—Paso a recogerte a la Fortaleza a las siete.

—Que yo te aviso Jason.

Consigo escapar de su perímetro y empiezo a caminar hacia ninguna parte en específico. Quiero salir de esta zona. No vuelvo a mirar en dirección a Arthur y me importa poco lo que suceda a mis espaldas; por un lado, ver como Jessica persigue al primogénito Kane no es de las cosas que más me agraden en el mundo y por otro, lo que hagan él y Jason me tiene sin cuidado. Aunque intuyo que adivina que le he seguido el juego al rubio.

Comienzo a deambular por partes inexploradas del mega yate, vestíbulos lujosos empiezan abrirse paso. Escojo uno al azar y me quedo de piedra cuando vuelvo a escuchar las notas musicales de violín que me atraparon en Howlland. Sigo el sonido, buscando recortar distancias y descubro que procede de una habitación con paredes de cristal, luces tenues y sombras que no permiten ver todo el decorado. Se trata del mismo muchacho japonés que sorprendí en el salón de música y en esta ocasión, me cuido que no me vea para disfrutar de lleno de lo que va creando con las manos.

Es tan hermoso lo que toca, que me pierdo en cada acorde; puede detener el tiempo y hacerte desaparecer en el espacio. Cuando termina siento otra vez los pies sobre la tierra y veo como va hasta un banco con el instrumento. Se sienta a reposar, mirando por una rendija al mar. No me aguanto y entro despacio.

—Tocas realmente bien —declaro desde el corazón.

Al oírme, el chico se asusta y se levanta sobresaltado, mirándome como si fuera hacerle daño o al menos es la impresión que me da.

—Por favor no huyas otra vez, es magnífico escucharte tocar, por favor... —suplico.

Me aproximo con cuidado, como si él fuese un animalillo acorralado y pudiera escapar en cuanto tuviera oportunidad.

—¿Cómo te llamas?

Duda un momento y decide no responder.

—Yo soy Khristen, Khristen Allen —digo despacio.

Percibo que me está escudriñando desde el cabello, los ojos, cada miembro del cuerpo. Después de esto, como ve que no tengo intenciones de marcharme deja escapar un suspiro de tensión. Noto que relaja los músculos .

—Mi nombre es Haru —habla finalmente.

—Haru ¿Nakamura? —aventuro.

—Sí —responde con algo de pesar.

Significa que es el hermano menor de Hiro. Es impactante ver tanto contraste. Su pariente es tan desenvuelto que cuesta creer que este chico que tengo delante haya sido criado en el mismo ambiente. Sé que es arriesgado, pero me atrevo a seguir preguntando.

—Aquel día en la Academia ¿por qué saliste de esa forma cuando te sorprendí?

Haru vuelve a dirigir su atención a la ventana y me aproximo sin hacer movimientos bruscos para sentarme a su lado. Las olas en este punto cardinal están más fieras, y se baten unas con otras en una competencia sin fin. Me quedo en silencio mirando el mar, es relajante.

—En mi familia no les gusta que toque —confiesa sin apartar la vista de la ventana—. Mi padre quiere que seamos ingenieros navales, o arquitectos.

—Pero eso es tan injusto. —Aprieto mis puños, mas no recibo respuesta.

Detallo entonces su rostro como aquel día en la Academia. Es suave y liso, con un lunar debajo del párpado derecho. Los ojos son expresivos como recuerdo y la boca moldeada. Lleva dos anillos de plata, uno con jeroglíficos japoneses y unas pulseras en la muñeca derecha.

—Estoy segura que si tu padre te escuchara tocar cambiaría de idea.

—¿No conoces a los Nakamura verdad? —Esboza una sonrisa melancólica.

—Tu hermano parece hacer todo lo que quiera —indico.

—Sí, Hiro puede hacer todo lo que quiera con su presente que no atente a los planes que tiene mi padre para su futuro. Además parece simple pero es más inteligente que cualquier persona que haya conocido.

Seguimos viendo el ir y venir de las olas. Dan una sensación de permanencia inigualable.

—¿No has pensado enfrentar a tu padre algún día?

—Muchas veces, pero solo en mi mente —se apresura aclarar—. Nunca... nunca tengo el valor para hacerlo realmente.

Y entonces me mira, encontrándose sus oscuros ojos con los míos. Es aún más guapo que su hermano, guardando una inocencia e inteligencia que se desprende con solo observarlo. ¿Por qué nunca escuché hablar de Haru?

—Yo creo que un talento como el tuyo no debe ocultarse —aseguro y él sonríe esta vez sin tristeza.

Que majo, parece un muñequito anime y también se le forman hoyuelos.

—Gracias. —Se acomoda los mechones de la frente.

—De nada.

Estamos otro rato mirando el mar así que confirmo que disfruta el silencio. Yo también, hay un misterio agradable en estar a su lado mirando el vaivén de las olas. Los Nakamura son del elemento agua y tal vez él esté influyendo de alguna manera.

—Para ser quién eres resultas bastante humilde —dice sin yo esperarlo y me confunde.

—¿Quien soy? No entiendo...

—Sí lo entiendes, pero prefieres mantenerlo en secreto —Se levanta—. No te preocupes estamos a mano. Tú no dirás mi secreto y yo no diré que eres daynoniana.

Me quedo muda, incapaz de reaccionar ante la verdad expuesta. La verdad es que los japoneses descienden de los xarianos, los eruditos del universo paralelo. ¿Será por esto que ha llegado a la conclusión más rápido que el resto de descendientes? Veo como Haru camina a la salida y antes de cerrar la puerta añade:

—Aunque aquí entre tú y yo, todos han sido muy tontos sino se han dado cuenta. Tu escencia completa demuestra lo Legendaria que eres.

Y sin más, cierra la puerta.

Me quedo frustrada mirando por la ventana, el japonés acaba de descubrirme y encima, ha asegurado que guardará el secreto solo porque le guardo el suyo. Estos chiquillos de hoy día... Un momento, el planteamiento me abre curiosidad: ¿que edad tengo realmente? He tratado todo el día de no recordar quién soy pero ¿de verdad es tan obvio? ¿Hiro también se habrá dado cuenta?, ¿lo sabrá Jason O'Brien? Decido que no gastaré energías en descubrirlo y por el contrario, haré lo que se viene hacer a una fiesta en yate: me meteré al agua.

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