(3) Lost

Los días se habían vuelto duros para el menor de los Kane.

Él sabía que era hora de intentar lo que fuera para que cambiaran sus circunstancias de forma radical. Todavía tenía la mano herida por el cuchillo, con una venda sucia, la cual latía sin intenciones de curarse. Había bajado bastantes kilos y el cabello le seguía creciendo, dándole un aspecto más lamentable del que ya portaba. Bañarse también era un problema porque los baños públicos de la capital de Korbe costaban el salario de un día, y él no tenía ningún tipo de dinero.

El dinero en Irlendia era recurrente a todo tipo de épocas y regiones del otro universo: dracmas, denarios, libras, euros o dólares. Las monedas de oro, por supuesto, siempre iban a tener mayor valor por ser el sistema monetario que usaba la Corona.

El caso era que para Aaron, cualquier moneda iría bien; si hubiese podido conseguirla, claro estaba. Mientras, debía optar por el salitre de mar que brindaba la bahía de Imaoro. Ahí podía aprovechar y relajarse también con el atardecer que pintaba las aguas. Siempre le había gustado el mar, aunque solo lo visitara a través de los libros.

Sucedió entonces una tarde que el chico andaba por el puerto marítimo lavando sus desgastadas prendas debajo de uno de los puentes, que escuchó la conversación de dos pescadores.

—¿Estás seguro de lo que has visto? —le preguntaba uno de ellos al más viejo.

—Completamente. La neblina era espesa, pero aun así pude distinguir las negras velas. El mástil se alzaba a una altura sorprendente, y por el tamaño colosal del barco..., por Atamar, aplastaría a los nuestros con facilidad.

Aaron se agazapó debajo del puente. Al principio fue con la sola idea de bañarse, pero el tema que estaban exponiendo los pescadores captó por completo su atención.

—¿Pudiste ver movimiento a estribor? —siguió preguntando el que carecía de canas.

—Sabes lo que dicen, es una embarcación fantasma —la voz salió más grave—. Los piratas se caracterizan por mantenerse a las sombras y llevar a cabo sus delitos de noche. No pude ver a ninguno de ellos, pero el aire alrededor del barco se movía... se movía... —Miró a ambos lados antes de revelar—: De forma distinta.

—¿Distinta?

El viejo que estaba contando entrecerró los ojos y se quedó viendo un punto en el infinito, rememorando su espeluznante visión.

—Era como si el tiempo se detuviese. No puedo explicar con exactitud las sensaciones, pero el barco parecía desplazarse estando anclado, parecía batirse contra el mar sin que se moviera un tablón de toda su estructura.

—Eso se escucha imposible.

—Pero pasó, lo juro por el clan Daynon. Y también vi... vi...

—¿Qué?

—Un perfil —susurró el viejo y volvió a mirar en todas las direcciones, asegurándose que nadie los escuchaba—. No se definía en la distancia y penumbra, pero parecía grotesco y tenebroso. No tuve ninguna duda que se trataba de... del capitán —concluyó temiendo mentar más.

—Oh... —El joven se llevó una mano a la boca, totalmente perplejo—. Maltazar...

Al escuchar este nombre a Aaron Kane se le erizaron todos los vellos desde la punta de los pies a los dedos de las manos.

—¡Shhh! —regañó el viejo muerto de pánico a su interlocutor—. ¡Los nombres tienen poder! No deben ser mencionados a la ligera...

—Lo siento —se disculpó el otro pasándose las manos sudadas por el costado de sus pantalones—. Nadie lo ha visto de frente, solo hay especulaciones sobre el verdadero rostro del capitán.

—Nadie debe verlo —aseveró el mayor—. Nadie debe verlo y seguir viviendo libre, es su regla.

—Tengo... miedo. —Tragó saliva el receptor—. Puede pasar cualquier cosa, ¿y si han venido a saquear Imaoro? Donde quiera que ese barco maldito llegua causa estragos horribles. Va dejando miseria y muerte, y en el peor de los casos, los que han visto a su tripulación terminan completamente locos. Debemos avisar a los demás, debemos...

—No, no, mantén el juicio. —El pescador entrado en años negó con las manos—. Si ellos quisieran arruinarnos ya lo habrían hecho. Han pasado tres noches desde que presencié lo que te he contado y la tranquilidad reina en nuestras aguas. Están de paso y quieren mantenerse invisibles. Debes reprimir el deseo de comentárselo a alguien, porque en el momento que se levante la alerta será nuestra perdición.

—Señor Berat, conseguirá que me den pesadillas. —Al más joven empezó a temblarle todo el cuerpo.

El que había dado la revelación se enderezó y colocó las manos en los hombros de su compañero.

—Queda en paz hijo mío. Gracias a los ocho mares, no has tenido la desgracia de tener una visión tan perturbadora. Ahora vuelve a tus labores y no le digas a nadie lo que has oído.

El pescador asintió con el semblante consternado y se fue a desenredar las redes. Sin embargo, Aaron se quedó tan alterado por lo que había llegado a sus oídos que no pudo recuperar la calma. En sus últimos tiempos en Mansión Fortress combatió bastante la depresión leyendo sobre Irlendia y sus mares, pero nunca había leído nada relacionado con dicho barco. Mas ahora que sabía sobre él, un rayo de esperanza iluminó su cabeza. Claro que era arriesgado, pero ¿qué más le quedaba?

Era una oportunidad que debía aprovechar.

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