☆24☆ REBELDE

Aaron

Me duele, me duele estar sin ella.

¿Cómo se convirtió tan rápido en mi adición? Cada centímetro de esa mujer me es indispensable. Le prometí a mi padre que me apartaría, que olvidaría mis sentimientos con tal que la dejara en Mansión Fortress pero está resultando tan difícil como lo supuse. Cuando le tuve que comunicar ayer en la noche en el estado que habían quedado las cosas incluso propuso marcharse de la Fortaleza para no crear más problemas. Por supuesto que le quité la descabellada idea, pero no pude hacer más excepto apartarme y cumplir con mi parte del trato.

Por la mañana cuando me arreglé para ir a la Academia la vi desempolvando las alfombras tan cerca y ... por todos los mundos ¡tuve que desviar la vista! No pude abrazarla con todas las ganas que me consumen, no pude desearle un buen día, nada, absolutamente nada.

Por eso me duele de la manera más punzante que pueda existir.

Llegué hace una hora de Howlland y vine directo a mi habitación, me tiré en la cama y ni siquiera me he cambiado la ropa. No tengo hambre, no me quiero bañar, solo la quiero a ella... Estoy arruinado y todo me importa lo mismo que le importa a Arthur que lo tachen de arrogante. Alguna voz lejana y confusa intenta regañarme para que deje de autocompadecerme, pero finjo que no la escucho y trato de apagarla. No puedo soportar más esto, me voy a volver loco.

Me levanto de la cama y miro la hora en el reloj que me queda enfrente, son las seis y cuarto. Mi padre se ha quedado en una reunión con Jasper Dónovan, que fue en representación de los descendientes del clan Oscuro y Fabián Súllivan, en representación de los descendientes del clan Destroyers, debido al "AcechoTemible" que prepararon contra Khris el lunes y mi hermano se fue directo de la Academia ha buscar no sé qué artefactos que según él necesita. Jackson se está preparando para llevar a Vanessa a unas clases, creo que de enfermería y mi mejor amiga está estudiando en su apartamento de empleados, por lo tanto tengo vía libre.

Me apresuro escaleras abajo recordando que a las seis de la tarde es el horario de salida para los empleados que no viven en la Fortaleza. Corro al garaje y saco el Bugatti. No salgo por el portón principal de acero, sino por la salida trasera, por donde estoy consciente que sale ella. El motor de mi auto resuena en toda su potencia y yo acelero buscando acortar la distancia que me separa de mi objetivo. Llevo solo cinco minutos en la carretera y ya diviso el Mercedes que se usa para transportar a la servidumbre. Presiono el acelerador con toda la rabia que le transmito al pie y adelanto al auto, acción que provoca que el mismo frene de repente chillando sus gomas contra el pavimento para no estrellarse contra el Bugatti que se ha quedado estático en frente, atravesado de forma horizontal.

—¡Estás loco! ¿De qué manicomio te escapaste? —vocifera el chófer saliendo del Mercedes, batiendo sus puños al aire y caminando hasta el coche.

Por mi parte, abro la puerta tranquilamente y me dejo ver. Basta ese solo movimiento.

—S-Señor Kane. —Inclina la cabeza nervioso al extremo—. Lo... lo siento señor, si llego a saber que era usted...

—¿Cuántas personas en California manejan un Bugatti Chiron de cuatro plazas Eddy? —interrogo tratando de no tomarla con él.

He tenido un pésimo día y no estoy para estupideces.

—Señor yo no...

—Solo dos —hago notar—. Uno es el magnate de Monterrey que escogió la abominable combinación de negro y amarillo para el suyo. —Me asqueo de recordarlo—. Y el otro es el mío, Eddy.

—Vuelvo a disculparme no... no vi bien el auto. T-Todo ocurrió tan, tan rápido que...

—Silencio no quiero escuchar excusas. —Detengosu balbuceo con la mano — ¿Dónde está?

—Oh claro. —Chasquea los dedos y vuelve al Mercedes abriendo la puerta trasera.

Tal vez me he pasado un poco, creo que se debe a este deplorable estado de abstinencia. Debo calmarme, empiezo a sonar como Arthur.

Sin embargo cuando veo la figura femenina bajar del carro a pocos metros toda la desesperación se me evapora. Se ha quitado el vestuario de empleados y luce un vestido de tarde color rosa claro que queda exquisito con su piel. El cabello chocolate le cae suelto sobre la espalda y se balancea ligeramente cuando da unos pasos en mi dirección.

—Aaron... —Maggie se lleva una mano a la boca por todo lo que está sucediendo.

—Vuelve a casa —ordeno a Eddy haciendo una seña con mi cabeza hacia el Mercedes pero con los ojos clavados en la belleza que se mantiene a una distancia prudencial.

—Pero mi responsabilidad es...

—Ya me encargo yo —interrumpo sin apartar la mirada de Maggie.

—Señor su padre...

Resoplo molesto y saco mi billetera. Cuento par de billetes de a cien y me acerco para dejárselos a Eddy en el bolsillo superior del traje.

—Ya he dicho, que me encargo yo. —Asiento con la cabeza y le dedicó un guiño de ojo.

—Como usted desee —dice finalmente subiendo al auto. Conduce perdiéndose por la carretera y siento un inmenso alivio.

—Al fin solos —hablo bajo, acercándome a Maggie.

—Pensé que habíamos hecho un acuerdo. —Coloca las manos en su cintura, sonriendo.

—Hablaste bien, 'habíamos' tiempo pasado —Acorto toda la distancia y me agacho tomando su mano—. ¿Me haces el honor de acompañarme en mi auto hasta tu apartamento?

—Mmm... no sé. —Contiene una carcajada y se muerde el labio inferior—. Resulta que ya tenía un transporte y un loco me lo ha quitado. No sería juicioso montarme con él en su coche.

—Por favor. —Beso la parte superior de la mano—. Este loco te lo está pidiendo con toda la nobleza que encierra el acto de arrodillarse y suplicar.

—¿Y esa es razón suficiente para aceptar? —Se hace la dura.

—Claro, me he ensuciado la parte derecha del pantalón. —Le muestro sonriendo el desastre e intento sacudir el polvo—. Y es un pantalón italiano.

—Entonces sí —acepta elocuente—. Solo porque el pantalón es italiano.

—Vaya, sí que funciona. —Chiflo incorporándome—. Recuérdame vestir prendas italianas las próximas veces que salga contigo, así me concederás todo lo que quiera. —Me rasco la cabeza y sonrío.

—Por supuesto que no tonto —Extiende su mano y me levanta el mentón—. Han funcionado tus hoyuelos. Al momento que sonreírste y se dejaron ver, no pude resistirme.

—¿Si te sigo mostrando mis hoyuelos, me concederás hoy un deseo? —pregunto un tanto nervioso consiguiendo que ella ría y sacuda la cabeza.

—Debemos darnos prisa, debo recoger a Isabella en la guardería, se me hace tarde. —Va hasta el Bugatti y abre la puerta de copiloto para sentarse.

—Disculpa no me percaté del tiempo —Entro también en mi auto—. Normalmente ocurre mientras te observo.

—¿Ya empezarás a ponerte en modo Romeo? —bufa acariciando mi mandíbula.

—A ti te fascina ese modo —recuerdo.

—Es cierto. —Me clava la mirada y de repente la sangre me bombea más rápido.

—Estoy tan enamorado de ti Maggie Smith.

—Lo sé...

Y otra ves lo hace. Las pocas veces que le he dicho estas palabras siempre me responde con un "Lo sé" o un "Eres tan mono". Jamás con un "También". De acuerdo, todo ha pasado muy rápido, pero yo no tengo dudas ¿acaso ella sí?

—¿Qué pasa? —intenta averiguar cuando aparto la cara del contacto de sus dedos y enciendo el motor.

—A veces me pregunto si realmente te gusto o te diviertes conmigo.

—Aaron qué cosas dices...

—Es cierto. Nunca expresas lo que sientes.

—Apenas han pasado días.

—Para mí han sido días muy intensos. —Aprieto el volante recordando cada detalle, esos que se me han quedado tatuados en la mente y corazón.

—Yo no soy tan expresiva como tú —se escuda.

—Sí, como sea. —Pongo en marcha el vehículo.

No aporta más nada y yo tampoco lo hago, esta conversación no nos llevará a ningún lado. Me resigno con lo que me ha aportado esta experiencia hasta ahora porque después de todo, estoy desobedeciendo a mi padre y escapándome de casa con una empleada nueve años mayor. No es que esté en condiciones de estar exigiendo mucho exactamente...

Manejo por la desértica carretera detrás de Lakeview Canyon en dirección a la guardería de Isa. Luego de recogerla me dirijo al Supermercado para comprar unos víveres que ambas necesitan. Isabella se pasa todo el viaje contando sobre un niño que entró hace pocos días y disfruta molestarla a ella y sus amigas. Cuando todos nos bajamos en el Centro Comercial, la pequeña me toma de la mano y no me suelta; siento que es mejor así, el lugar es inmenso y no me gustaría perderla. En recompensa le compro piruletas las cuales Maggie determina, no serán probadas hasta después de la cena. También se encapricha en un carrusel de juguete con luces de colores el cual compro. Durante estos episodios, debo tenerme varias veces a tomarme selfies con las personas que me lo piden. La verdad estoy acostumbrado, y no me pesa, aunque sí reconozco que agota un poco. Alguna que otra chica me pide también un autógrafo.

En estas ocasiones, Maggie se las ingenia para desaparecer o fingir que es solo la empleada que me carga las maletas. Comprendo que no sería bueno que aparezca en una de estas fotos que dan vuelta en internet como mi pareja, y debería preocuparme más el que mi padre se entere que el que ella actúe de tal modo. Pero la incómoda situación me está colmando la paciencia y descubro asombrado lo mucho que me parezco a mi hermano. Yo pensé que era diferente a Arthur, pero siendo sincero, nunca había vivido situaciones que exigieran autodominio por mi parte. Mi niñez y adolescencia fueron solo..., que pasaran los años. Ahora en mis dieciocho es cuando realmente siento que estoy vivo. Y lamentablemente, no puedo disfrutarlo.

Finalmente, cuando terminamos las compras, nos detenemos en un apartado dentro del centro que tiene juguetes grandes e inflable y dejo que la niña disfrute un poco antes de marcharnos.

—¿Piensas pagarle todos los caprichos? —alega en chiste su madre mientras esperamos que salga del castillo inflable.

—¿Qué tiene de malo? —Me apoyo en una pared subiendo uno de mis pies mientras veo como se desliza por la canal.

—Nada. —Se encoje de hombros ella—. Después de todo nunca ha tenido quién la complazca durante un día entero.

Vuelvo a detallar lo hermosa que es y como los hombres que pasan se le quedan mirando.

—Ven. —Extiendo mi brazo y bajo el pie.

—¿Qué pasa?

—Quiero sostener tu mano —Me acerco y se la tomo entre las mías.

—Aaron que haces —la quita mirando a los alrededores—. Estamos en un lugar público.

—Exactamente. —Me molesto.

—Todo el mundo sabe quién eres, qué crees que pasaría si te ven así conmigo.

—¿Y ahora te importa eso? Después de haber estado casi una hora comprando lo que has querido sin restricciones, todo junto a mí ¿Ahora te preocupa el que dirá la gente?

—Baja la voz. —Vuelve a mirar con cautela a todos lados—. Y antes en cada compra me he encargado muy bien de no mandar mensajes equivocados.

—¿Mensajes equivocados? Querrás decir la verdad, Maggie. La verdad de lo nuestro. ¿O acaso tampoco eso existe como una verdad para ti y sí que lo tomas como un juego?

—Sé razonable...

—Lo que soy es lógico. —Bajo la voz al pasar un grupo de personas—. Sabes qué es lo que pienso, que en realidad no te importa el que dirán de mí sino de ti.

—¿Y esa idea?

—Venga Maggie, mírate y mírame. Es obvio que te acompleja salir con un chico de dieciocho años.

—Isabella vámonos ya —llama a la niña ignorando mis protestas.

—Ni siquiera debates porque sabes que tengo razón —resoplo mirando al techo.

—No debato porque no quiero discutir contigo —contesta arreglándole la falda a su hija.

—¿Qué pasa mami?

—Nada Isa, ya nos vamos.

—Bien —digo sin ánimos de seguir y las dejo detrás para adelantarme al Bugatti.

Espero unos minutos que lleguen y se acomoden y enciendo el motor programando el GPS en ubicación del nuevo apartamento de Maggie, el cual le ayudé a escoger. He estado muchas veces en el lugar y no es de los más lujosos, pero sin duda está mucho mejor que las cuatro paredes mal pintadas por las que pagaba anteriormente. Como ella se ha sentado con su hija en los asientos traseros, echo andar el reproductor de música y no bajo el volumen hasta el paradero final.

—Hasta mañana príncipe Aaron —se despide Isa desde la acera.

—Hasta mañana princesa. —Le guiño un ojo sin bajar del auto.

—¿No me darás hoy un beso de buenas noches? —pide con un puchero.

—Venga. —Me inclino abrir la puerta de la derecha y le hago señas con la mano.

Isabella brinca al asiento y me ofrece la mejilla.

—Duerme bien princesa, ten sueños bonitos en el castillo más grandioso del mundo.

—Y un pony.

—También un pony —sonrío y ella me hunde la punta de su índice en un hoyuelo.

—¿Vendrás a jugar conmigo mañana?

—Mmm..., no será posible linda, pero haré todo lo que pueda por venir el fin de semana. Ahora sí, ve a comer.

La niña se baja del auto y cierro la puerta. Se adelanta al pequeño jardín del apartamento y se pone a recoger piedrecitas.

—¿Por qué no te quedas a cenar? —pregunta Maggie.

—No. —Volteo la cara y enciendo el reproductor de nuevo.

—Aaron...

—No me apetece.

—¿Todavía estás molesto por la tontería del Centro Comercial?

Tontería... así lo considera ella. Claro, como todo lo relacionado conmigo.

—Buenas noches.

Despido y presiono el acelerador alcanzando una velocidad que me despeja. Vuelvo a pensar las similitudes que Arthur y yo compartimos a pesar de tener personalidades opuestas. Por nuestras venas corre sangre Fayrem y eso es algo a lo que no se puede renunciar. La fuerza legendaria nos empujará siempre a descargar la presión contra el viento, alcanzar la máxima velocidad que nos permitan las facultades y estremecer nuestras emociones más recónditas.

Nos empujará a rozar el borde del universo.

—☆—

Para cuando llego a mi casa, me doy cuenta que la limusina de mi padre y el Lamborghini de Arthur están estacionados en el driveway. Respiro aliviado al deducir que acaban de llegar y no les ha dado tiempo guardarlos en el garaje. Retrocedo y rodeo la Fortaleza para entrar desde atrás; dejo el Bugatti parqueado en uno de los jardines, ya mandaré a uno de los guardias a llevarlo a su lugar cuando mis parientes no puedan verlo.

Salgo del auto y camino sigiloso para subir por la terraza central a mi habitación. Llego a la puerta correspondiente y me sorprende no encontrar el lugar a oscuras como suelo dejarlo. El corazón se me acelera preso de un susto culpable, ¿y si Eddy le ha dado por abrir el pico? Pensaba pagarle otra buena suma para que no me delatara, y esperaba que él le motivaran los quinientos dólares para deducirlo y no fuera de chismoso.

Entro con un poco de intriga, mas se disipa al divisar a Khristen sentada en uno de los muebles.

—¿Khris?

—Hoyuelos. —Se levanta nerviosa— ¿Dónde estabas?

—Am... pues... esto...

—Que bueno que estás aquí —ataja sin importarle mi balbuceo.

—¿Sucede algo? Te veo muy alterada —intento averiguar temiendo que los herederos de Howlland no hayan desistido de sus caprichosas ideas sobre ella.

—¡Tu hermano! —suelta de repente.

—¿Mi hermano?

—Ha puesto cámaras por todas partes.

—Pero si en la Fortaleza ya hay cámaras por todas partes —suspiro restando importancia llegando a mi vestidor para cambiarme de ropa.

—Imagina que ha colocado al menos cien más, ha instalado un radio de volumen, sensores de movimiento para según el "detectar objetos extraños" —Abre comilla con sus dedos—, lo que ha resultado peor, pues los malditos sensores disparan una especie de niebla que me hace toser sin parar las dos veces que he salido. Ha puesto también sensores de calor, paneles de reconocimiento ¿cómo era? Ah sí, biométrico. Ha...

—Khris. —La detengo con una mano mientras me llevo la otra al puente de la nariz. Todo lo que ha dicho ha sido a una velocidad más rápida que mi Bugatti—. Espera un momento y respira.

—¡Tienes que hablar con él para que entre en razón! —chilla.

—Cuando a Arthur se le mete algo en la cabeza es más fácil quitarle la cabeza que la idea.

—No puedo vivir así Aaron.

—Lo primero es relajarte e intentar descansar esta noche. Te prometo que después de la cena hablaré con él, pero si ha hecho todo eso es por seguridad —aseguro y me quito los zapatos— ¿Sabes algo de la reunión en la Academia?

—Alioth me ha dicho que todo en orden —su tono pasa de desespero a preocupación—. Pero supongo que no ha ido bien del todo porque de otro modo, Arthur no estuviera actuando como un obsesivo compulsivo.

—Sé que puede parecerte exagerado, pero para los linajes ninguna medida es obsesiva.

—No lo entiendes Hoyuelos —me interrumpe—. Tu hermano no ha ordenado instalar estas cosas en Mansión Fortress —aclara.

Suelto el pijama que acabo de escoger y me volteo a prestar atención a las increíbles palabras que acabo de escuchar.

—¿Arthur ha hecho eso en la zona de empleados?

No me lo creo, es inaudito. Normalmente mi padre se encarga de la seguridad en general, los sistemas de alarmas y etcétera. Claro que toda la Fortaleza está asegurada, pero que mi hermano nada menos se tome tantas molestias y gastos en esta parte, conociendo como yo conozco la repulsión que siente por la gente de inferior categoría me resulta totalmente descabellado.

—En la zona de empleados no —corrige—, sino en mi apartamento.

Y con esta sencilla declaración se sella la inmensidad de mi desconcierto.

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