(2) Entre las Cuerdas de un Violín
Mi hermano andaba en algo raro.
Sabía por experiencia el grado que podían alcanzar sus delirios, no obstante, lo que ahora se traía entre manos era mucho más grave. Salía después de clases y pasaba horas hasta que se presentaba en la mansión, normalmente a media noche. Entre nuestro padre y nuestro tío, se había rentado una enorme mansión en Pacific Palisades que nos quedaba relativamente cerca de la Academia. Mis hermanos y primos eran bastante unidos para irse de juerga, por empecé a sospechar cuando Hiro dejó de juntarse con ellos.
Claro, él siempre tuvo privilegios especiales por ser el primogénito del primogénito de los Nakamura actuales. Y encima, contaba con una gracia natural que enamoraba a cuanta persona lo conocía. Así que a nadie le extrañaba que el popular de Hiro fuese a eventos VIP con modelos, o terminara seleccionado en las apretadas listas de las fiestas de los actores de Hollywood por ejemplo. Y sumado mi hermano era un casanova prácticamente desde la cuna. Una vez cuando tenía 12 años y yo 10, nuestra familia asistió a la fiesta de compromiso de la princesa de Gales. Habían pasado tres horas desde que llegamos al evento, y ya todas las niñas de la nobleza andaban suspirando por Hiro. Los Nakamura pensaban que se casaría pronto, pero prefirió ser un rompecorazones soltero.
Era común que después de cumplir mayoría de edad desapareciera por ahí a sus propios asuntos. Pero en esta ocasión era distinto, porque no llegaba con olor a perfume femenino, ni bebido, ni vestido más petulante de lo que ya vestía. Más bien cuando hacía acto de prescencia lucía ojeroso y extenuado.
—¿En qué andas? —Me atreví a preguntarle un día.
—Métete en tus asuntos —espetó de mala gana.
Luego se acomodó la corbata, suspiró y mostró una sonrisa porque psicópata y todo, Hiro casi nunca se mostraba severo.
—Hermanito, te aconsejo que sigas entre las cuerdas de tu violín sino quieres terminar mal —Ensanchó más la sonrisa—. Consejo familiar.
Guiñó un ojo y salió en su auto.
No lo volví a ver hasta tres días después en los pasillos de la Academia. Como no íbamos en el mismo curso podíamos pasar sin vernos hasta una semana. Había tomado a pecho sus palabras y no seguí indagando en qué andaba hasta la fatídica mañana que todas las televisoras de Estados Unidos empezaron a retransmitir la noticia cada hora que la prestigiosa Academia privada Howlland había cerrado sus puertas. Los herederos nos quedamos confusos y el pánico se levantó también, porque Howlland no se cerraba desde su inauguración por tanto, algo muy gordo estaba pasando.
A los pocos días se filtró la noticia del incendio en Mansión Fortress, la Fortaleza de los Kane. Yo había cenado con Khris la noche que todo el linaje estaba reunido, y recuerdo perfectamente los regaños y amenazas de Hiro cuando coincidimos en el lugar. Estaba sumamente alterado y vi la tensión en sus músculos, el sudor de su frente y los ojos desorbitados. Ciertamente llevaba tiempo exponiéndose a una situación que lo consumía desde la raíz y sin tomar descanso, se esmeraba cada vez extralimitando sus propias facultades.
Entonces, al recibir las fatídicas noticias de golpe, fue cuando pensé que debía llegar al fondo de aquello. Y no calculé bien las consecuencias cuando me metí en el maletero del deportivo de mi hermano y esperé paciente el recorrido que este hizo. No fue molestia estar tanto tiempo encerrado, había aprendido a estar quieto e inmóvil.
Cuando sentí que el auto se detuvo, esperé paciente antes de salir de él. Lo que hice fue levantar un poco la cajuela para ver el panorama y tragué grueso con la visión general que llegaba a mis ojos.
Daba miedo.
Mi cuerpo empezó a temblar desde el escondite, tentándome a quedarme para siempre en seguridad.
¿Qué estaba pasando? ¿En qué andaba metido Hiro?
Descendientes con cajas de armamentos y municiones caminaban de un lado a otro. Vi coreanos del linaje Park con batas blancas revisando unas listas y exigiéndole a los demás. Habían muchos griegos, italianos y australianos. Era difícil acertar con la ubicación, pero parecía un lugar apartado por la vegetación exuberante. La piel se me quedó de gallina cuando algunos de ellos sacaron cuchillos que brillaron bajo la luz de la luna.
—El destroyador ha despertado —le dijo uno de los Súllivan a un Park.
El coreano le dedicó un ademán de poca importancia.
—Estamos terminando los ajustes para la máquina de Khristen. Necesito informarle al equipo que ustedes hicieron correctamente su trabajo en atraparla.
¡¿Qué?! ¡Khris! ¿Por qué ellos querrían meterla en una máquina? ¿Acaso..?
Aguanté por acto reflejo la respiración, y luego entendí que debía escapar rápido de este infernal sitio, esperar el momento oportuno cuando nadie estuviera cerca y correr sin mirar atrás. Luego avisar a mi amiga cuanto antes. Las cosas se pondrían feas y yo no servía para luchar, pero al menos podía alertarla.
Salí del maletero y empecé a correr a la dirección que me pareció correcta. Entonces sentí disparos y unos gritos detrás. Juro que el corazón se me subió a la garganta y una adrenalina terrorífica abarcó todos mis miembros. Sentí muchísimo miedo, más miedo que cuando mi hermano me atrapaba y me llevaba a su cuarto de experimentos.
Apreté mis pasos, corrí lo más veloz que pude.
Y entonces algo agarró mi tobillo y me elevé en el aire, quedando suspendido de cabeza. Una cuerda atada a la rama de un árbol me apretaba el tobillo, impidiendo mi huida. Traté de zafarme pero me resultó imposible. Cuánto fue mi horror al contemplar los cuatro perseguidores que se agruparon debajo, mirándome con ansias asesinas y mascullando maldiciones. A pesar de la oscuridad la noche era clara, y los faroles de fuego que se alzaban entre caminos creaban un efecto sombra espeluznante; de los arbustos, de los animales nocturnos, de los mismos descendientes...
Yo temblaba como una hoja, tiritando desesperanzado por los acontecimientos.
Me sacaron de la forma más brusca de la trampa, usando un cuchillo para cortar la cuerda y que aterrizara con mi cabeza. El dolor fue indescriptible, y no me había recuperado cuando me levantaron de la tierra y me amarraron las manos a la espalda.
—Avísale al líder —dijo uno de ellos con un acento extraordinariamente melódico, poniéndole más morbo a las circunstancias.
Era griego.
El que esperaba recibir órdenes, que por sus rastros faciales también parecía griego, asintió con la cabeza y echó a correr unos quince metros al Este. Fue cuando pude percatarme de una construcción elegante ubicada en ese punto cardinal. Tenía una pared de cristal que mostraba una estupenda velada entre varios chicos y una mesa llena de manjares.
Entonces vi a mi hermano y el corazón me dio un vuelco.
Recuperé la esperanza.
Él iba a sacarme de esta. Él iba a salvarme...
El griego llegó a Hiro y le dio el informe, y por una fracción minúscula de tiempo mi hermano y yo compartimos miradas. Estaba un poco lejos, pero ambos teníamos visión perfecta. Busqué en su mirada refugio, pero encontré un glacial inaccesible que quebró mi ilusión.
《Hermano, ayúdame por favor》
Supliqué desesperado mientras las lágrimas se escapaban de mis ojos, mojando toda mi cara y volviéndome vulnerable ahora no solo física, sino también emocionalmente.
《No, Hiro, no...》
Un pavor como el oscuro de sus ojos se comió mi confianza y cuando mi hermano movió sus labios en una palabra entendible supe que no saldría vivo del intrincado lugar. Y como si la situación no fuera lo suficientemente trágica, me di cuenta de la traición tan desgarradora que recibiría Khristen por parte de Hiro.
Forcejeé, luché y pataleé. Todo resultó inútil. Ya no había escapatoria, nadie vendría a ayudarme.
Varios descendientes de los destroyadores que estaban con Hiro se juntaron como manada y después de correr a encontrarse con sus primos que me tenían sujeto, empezó su terrible juego. Los ojos seguían mostrando la naturaleza peligrosa de la especie que les antecedía, sus pechos excitados por lo que se les había permitido hacer. Los cortes comenzaron en mis piernas y las patadas de cada uno de ellos retumbaron contra mis sentidos.
Pero lo que representó la mirada de Hiro, de mi hermano, de mi sangre, quedar abandonado por él fue un sufrimiento mayor que la manera en que estaba transcurriendo mi muerte. Ellos seguían torturando mi cuerpo por fuera, pero Hiro me había asestado una herida mortal por dentro...
Mordí mi lengua y no me permití llorar, no iban a escucharme llorarando. Las lágrimas seguían brotando sin cesar, pero yo ahogaba los gritos.
No lloré en voz alta...
No lloré...
Fui valiente hasta mi último suspiro.
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