☆1☆Yo

(Si no has leído el Prefacio —narrado también por Arthur— por favor regresa a leerlo es de suma importancia para comprender a cabalidad los personajes y el relato en general)

Arthur

La gente común del vulgo sabe quiénes somos. Quizás no toda la leyenda que nos abarca, pero pueden reconocer un estudiante de Howlland cuando lo tienen delante ¿Quién en su sano juicio no lo haría? Desde la cabeza a los pies los internos de Howlland desprendemos autoridad. Yo por ejemplo, para haber cumplido veinte años y estar en tercer grado, ya me conocen en otros continentes. Y como a mí, a otros herederos sin importar que cursen el primer grado o quinto. Nos conocen de oídas claro, no personalmente. Es una regla silenciosa entre mis semejantes:

No nos relacionábamos con los plebeyos y los considerábamos parásitos útiles solamente para servirnos. Por eso quedé totalmente desconcertado cuando mi padre me comunicó su decisión de internar una chiquilla ordinaria en la academia.

—¿Estás loco? —Escupo el café que bebo dentro de la taza.

Son las seis de la tarde y acostumbramos a reunirnos en una de las terrazas de la Mansión, la que tiene vista a la piscina, para beber el Irish Coffee; un cóctel irlandés compuesto de whisky, azúcar, café y crema. Hace exactamente cinco minutos que me he enterado de esta barbaridad.

—Está decidido —contesta pasible él mientras ojea el New York Times del día.

—No entiendo cómo no soy informado de estas cosas más que en el momento que van a realizarse —protesto.

Se supone que yo me encargo de este tipo de asuntos porque él no tiene tiempo.

—Arthur... —Suspira y baja el periódico—. Eres mi hijo, no estás por encima de mí.

—Aún —aclaro—. No me cabe en el cerebro como O'Brien ha accedido tan fácilmente a esta ridícula idea tuya.

Jonan O'Brien es junto con mi padre, el otro dueño de la Academia Howlland. Toda su familia me cae gordo, en especial su primogénito Jason. Son los típicos estirados que no quieren aceptar que los Kane estamos por encima de ellos. Todavía sigo sin entender por qué mi padre accedió a compartir el control de la academia con esos egocéntricos. A excepción de su linaje legendario, no tienen nada sobresaliente más que su orgullo. Bien podemos arreglárnosla sin su ayuda.

—Con Jonan hablaré en su momento, pero estoy cien por ciento seguro que no opondrá resistencia. A diferencia de cierto hijo mío...

—Te complicas demasiado —repongo—. Esa chiquilla no debe entrar a la Academia. Reitero que es una total locura. —Aprieto el puente de mi nariz, ya comienza a dolerme la cabeza.

—Es la hija de nuestra nueva ama de llaves, no podemos tenerla el día entero deambulando por la casa.

—Ponla a trabajar —reposto y procedo a llamar a una sirvienta que pasa cerca.

—Tiene diecisiete años ¿te parece que estamos en el tiempo de los esclavos? —pregunta él pasando la siguiente página del periódico.

—La diferencia es que los esclavos hoy en día reciben paga. —Procedo a dejar la taza de café que acabo de escupir en la mano de la mujer—. Llévatelo y tráeme otro —ordeno.

—Sí mi señor, como usted or...

—¡Qué he dicho de responder innecesariamente! —regaño. Odio que la gentuza me dirija la palabra cuando su deber es obedecer en silencio.

—Lo siento señor yo no...

Y encima, en vez de callarse sigue con su parloteo intolerable.

—Estás despedida.

—¡Por favor! —Se arrodilla en el suelo—. Prometo que no volverá a pasar, lo prometo señ...

—¿De qué me sirve una promesa soez? Fuera ya mismo, estorbas mi vista.

—Tengo una niña pequeña que depende de mí y...

Exhalo cansado y me tomo la molestia de levantarme del asiento. Ella retrocede temerosa pero no lo suficiente para evitar que mis ojos la fulminen.

—He dicho FUERA ¿O quieres terminar en prisión el resto de tu patética vida?

La mujer con lágrimas en los ojos al fin entiende quién manda y se esfuma antes que vuelva a dignarme a gastar más energías con ella. Regreso al asiento no sin antes hacerle señas al jardinero que ha presenciado la escena y comprende que tendrá que soltar el cortasetos y correr a por una nueva taza de café.

Mi padre no se mete en lo que hago con la servidumbre pues yo soy el encargado de los contratos y hago y deshago a mi antojo. Por eso me irrita doblemente que haya contratado la nueva ama de llaves sin consultarme.

—No tenías que haber sido tan borde —Se mete mi hermano que hasta este momento se ha mantenido callado revisando su celular.

—¿Te lo preguntó alguien? Ah espera... no.

—Se disculpó ¿no podías simplemente ignorarlo?

—Métete en tus asuntos Aaron.

—Tiene una hija —continúa, agotando la poca paciencia que me queda.

—¿Acaso soy el padre? —Rechazo la taza que me ofrece el jardinero y me levanto dispuesto a salir de aquí—. Ni siquiera se puede relajar uno en esta casa.

—¿A dónde vas? Recuerda que tienes el cierre de cuentas del mes a las ocho —puntualiza mi padre refiriéndose a unas facturas de pagos destinadas a nuestros trabajadores.

—Voy dar una vuelta, volveré antes de la hora —anuncio retirándome de la terraza.

En estos momentos lo único que me apetece es la adrenalina que brinda un buen vehículo para despejar mi incomodidad, así que entro en la casa atravesando el umbral que separa la terraza del comedor.

—¿Desea merendar algo específico señor? —pregunta una de las sirvientes de edad mediana.

Solo les permito a los de servidumbre que me dirijan la palabra cuando esperan recibir órdenes. La empleada está preparándole a mi padre y hermano su gelatina de los sábados pero ella conoce mis gustos

Odio la gelatina.

—No. —Abro el refrigerador tomando una manzana por mi cuenta.

Llego hasta la sala principal buscando el juego de llaves de todos mis autos. Lo guardo por costumbre en una de las gavetas posicionadas debajo del cuadro de nuestra difunta madre.

Es un retrato hermoso, las pinceladas en el lienzo son tan perfectas que se confunden con una fotografía. Se aprecia su figura en un plano cerca, con el cabello negro cayéndole sobre los hombros en bucles definidos, la mirada de un gris inexorable y la piel blanca como una concha, con ese matiz perlado que provee el salitre del mar. Como dije, un retrato hermoso, pero indiferente para mí.

Apenas la recuerdo, ya que contaba con casi dos años de edad cuando perdió la vida de una hemorragia en el parto de mi hermano Aaron. Mi padre dice que era una mujer sorprendente y su muerte le afectó al punto de pelearse con las posibilidades de relaciones serias. En estos últimos años si ha salido con cinco mujeres es un récord.

Continúo mi trayecto hacia el garaje y recién voy pasando la bodega cuando un bulto peludo y bastante grande se atraviesa entre mis piernas.

—¡Ey Ulises! —Me agacho para acariciarlo—. Un día de estos vas a tumbarme amigo.

El Malamute ladra juguetón y deja la lengua afuera.

—Ahora no Ulises, no estoy de humor.

El canino me planta un lengüetazo cargado de saliva y me pongo de pie para evitar el siguiente.

—En serio... —protesto ante los ladridos de mi perro—. ¡Ey! Quieto. Te salvas que eres uno de los pocos seres que aprecio en este mundo. —Me limpio la cara con un pañuelo que suelo guardar en los pantalones.

Revuelvo el pelaje gris entre las orejas dándome cuenta que Ulises necesita un recorte. El Alaskan Malamute es inmenso, y con su pelo sin cortar luce doblemente el tamaño que tiene.

Lo dejo atrás con esfuerzo y me encamino a la planta donde dos docenas de autos ocupan los mil metros cuadrados que he destinado para guardarlos. Es una tarde despejada de octubre, estamos a un mes de inicio de curso, por lo que un descapotable sería la opción ideal, este clima de otoño invita a que lo saboreen en contacto directo. Avanzo por el medio de las filas de automóviles dejando pasar el Aston Martin, Mercedes, McLaren... Poseo un Rolls-Royce, Ghost Turquesa, pero nunca lo he usado desde que lo compré pues Jason O'Brien tiene uno similar, entonces este se ha quedado en el garaje como vehículo decorativo. Luego viene el Bugatti Chiron color gris pizarra que usa generalmente Aaron, se lo regalé este verano como estimulo por entrar en Howlland. Es uno de mis favoritos porque hace buen contraste con nuestros ojos. Finalmente me decanto por mi predilecto sobre todos los coches que poseo, mi predilecto por encima de todos los del mundo: Lamborghini Veneno Roadster, modelo blanco, descapotable, totalmente homologado para carretera que cuenta con la eficiencia aerodinámica de un prototipo de carreras. Me fascina.

Enciendo el motor y el garaje brilla con la intensidad de las luces de este bebé. Presiono el botón izquierdo de mis llaves y la puerta corrediza del garaje se eleva presentándole a la carretera el ruido potente del motor V12 como si los caballos de fuerza estuvieran batallando en su interior.

La puesta de sol contrasta con la región montañosa Westlake Village, mi ciudad en California. Nada mejor que conducir con el aire batiéndote en la cara, con la escandalizante velocidad de más de trescientos kilómetros por hora y la clara sensación que vuelas.

La velocidad suficiente para hacerme sentir el venerable amo del mundo.


Llego puntualmente para organizar el pago a los trabajadores. El cierre de estas cuentas lo realizo una vez al mes, dando el dinero por el servicio del mes anterior. Al terminar me percato que sobra el pago que debía hacerle a la inservible mujer que despedí hace unas horas. Puesto que hoy se suponía que le entregara el dinero de septiembre, llamo a Aaron para que se encargue.

—¿Y por qué no se lo haces llegar tú personalmente? —espeta cuando le explico el asunto, entregándole el dinero en un sobre.

—¿Tengo cara de hacer entregas a domicilio?

—¿Y yo sí? Lo haces para no tragarte tu enorme ego.

No respondo y voy a por las llaves para cerrar el despacho. Es tarde y necesito un baño de burbujas caliente.

—¿Por qué no mandas a Jackson? —insiste.

Jackson es mi mano derecha en todos las cuestiones sean laborales o no. Mi padre lo contrató hará cosas de seis años para trivialidades de la Mansión Fortress, pero desde el año pasado trabaja exclusivamente para mí.

—No te cuesta nada Aaron —exhalo—. Te la pasas el día entero sin hacer nada ya es hora que asumas responsabilidades, también eres un Kane —contesto haciendo un ademán para que salga del lugar y poder cerrar la puerta.

—No es justo, me mandas y te comportas como si fueras padre, y apenas eres dos años mayor —replica.

Nos llevamos exactamente diecinueve meses; en la academia estudia dos grado por debajo.

—Mira Aaron, no tengo ni tiempo ni ánimos para tus quejas de niño. Si te es taaan complicado hacer un mísero mandado vete preparando para ser un mediocre toda la vida —resoplo cerrando el despacho.

—Tú sabes que...

—Y ahora —corto antes que continúe con sus estupideces—, no me persigas por toda la casa por esta nimiedad, quiero tomar un baño tranquilo.

Me largo antes que pueda rechistar de nuevo. No me llevo mal con mi hermano pero su alelamiento a veces me colma la paciencia. No me rebajaré a ir hasta casa de una gentuza que muy bien eché hoy de la Fortaleza a llevarle un puñado de billetes. Claro que puedo mandar a cualquier sirviente, pero es hora que Aaron comience hacer algo productivo. Yo a su edad empecé con el Concesionario y gestionaba algún que otro negocio familiar. Mi padre lo sobrelleva mejor porque el peso gordo siempre ha recaído sobre mí.

Arthur el primogénito, Arthur el que sostiene el nombre de la familia, Arthur el que perfecciona la habilidad por el linaje... Arthur, Arthur, Arthur. Quizás un día me harte y me cambie el nombre.

Pero es cuando me siento al límite que debo pausar las obligaciones a mi alrededor, respirar hondo y tomarme un pequeño descanso para seguir como si nada me afectara, demostrando que puedo con todo. Porque me he hecho de un buen nombre ante el mundo y cualquiera se cortaría un miembro por llamarse Arthur Kane. Solo que a veces me aturden tantas responsabilidades; se junta trabajo, estudios, seminarios, presentaciones con firmas corporativas y etcétera. Pero yo puedo, siempre puedo.

Entro finalmente a la bañera que me han dejado preparada con aceite de sándalo y jengibre. Normalmente es la mezcla que exijo los días que me entreno en el gimnasio pero de alguna manera no se desprende de mi cuerpo una sensación tóxica ligada a cansancio. Gracias al cielo he terminado mis deberes por hoy. Mañana tendré que resolver el asunto de la ama de llaves e impedir la insensatez que su hija entre a la Academia.

«Mañana Arthur, mañana será otro día»

Cierro los ojos y me hundo hasta quedar completamente bajo el agua.

Notas

•New York Times: Periódico publicado en la ciudad de Nueva York que se distribuye en Estados Unidos y varios países.

(Los personajes, y autos mencionados en este capítulo se encuentra en el libro 'Guía Legendaria' público en mi perfil)

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