Días de verano como hoy, cercanos a Navidad, veo a mi hermana pequeña alistarse para ir a rendir uno de sus exámenes finales. Ella, a diferencia de los demás, no introduce en la mochila su cartuchera usual sino la mía; como si se tratara de una talismán de la buena fortuna. Se pone mi ropa, toma prestada mi calculadora, mis lapiceros, mis colores y no se lleva mis calzones porque no la dejo.

Es una manía que tiene desde que está en la universidad. Es muy supersticiosa y por algún motivo sus amuletos siempre están conformados por cosas mías. Supongo que piensa, inconscientemente, que mis conocimientos se transferirán mágicamente a su mente por medio del tacto de mis objetos personales, lo cual me deja siempre pensativa.

Me conmueve saber que aún a esta edad soy su ejemplo a seguir, aún quiere ser como yo, y a menudo me pregunto qué pasaría si supiese que no soy ni remotamente lo inteligente que ella piensa, tampoco soy tan buena persona. De hecho, soy muy mal ejemplo, pero allá cada uno con sus fantasías.