Veintiuno

El profesor Aleister era una persona muy paciente.

Era un alquimista renombrado que incluso había tenido sus momentos de gloria en el pasado. Y aunque a él no le gustaba admitir su edad, no podía evitar presumir que había oficiado como consejero espiritual de algún que otro rey.

Pero para sus colegas era simplemente Alei, quien disfrutaba de cuidar del invernadero aunque no fuera necesario y escuchar música moderna. Era el viejo profesor de Alquimia que, de un día para otro, renunció a su cargo y tomó la vacante en la cátedra de Pociones. Cuando le preguntaban al respecto, Aleister solía decir que se había cansado de tantos número abstractos y proyectos oníricos, necesitaba algo más… terrestre. De todos modos, no era extraño que los docentes cambiaran de especialidad; estar enseñando lo mismo por un par de siglos podía aburrir hasta al brujo más apasionado. Solo la cátedra de Demonología había estado eternamente asignada al Director.

El paso de los siglos, el cambio de planes, el continuo esperar a que sus flores brotaran y que la siguiente entrega de su serie de libros favoritos saliera a la venta, tener al Diablo como jefe, habían enseñado a Aleister el arte de la paciencia. Pero si alguien podía llegar a acabar con la paciencia de Aleiser era Emil.

No era como si Emil fuera un muchachito -ya un hombre- revoltoso que causara muchos problemas, ese había sido Rodia. Era justamente la fría rectitud y rigurosa terquedad de este lo que lo sacaba de quicio. Había días en los que les gustaría pegarle una buena sacudida para ver si así se relajaba un poco; como buenos amigos, claros. Claro que lo había intentado, sin éxito. Ya en la época en que había sido su profesor se había dado cuenta de que Emil solo tenía ojos y corazón para uno.

Y eso era otra cosa que le molestaba: Rodia. 

Ese mocoso travieso que traía loco a Emil desde que se conocieron. Era un genio, Aleister debía admitirlo, pero era demasiado caos, demasiado resentimientos y demasiado salvaje para su propia seguridad y la del resto. Aleister no sabía qué había ocurrido en su graduación, solo el Diablo lo sabía, pero no creía que pudiera ser tan leve como para volver sin una pizca de sed de venganza. 

Así que, cuando dos noches tras la muerte del cuarto estudiante a manos de… lo que fuera que lo estuviera causando, encontró a Emil dormido en el sofá de su estudio, apenas cubierto por una manta ligera y signos claros de haberla pasado bien, Aleister tuvo que tomar un hondo respiro para evitar lanzar unos cuantos improperios a viva voz. Eso solo le hizo darse cuenta de que el estudio apestaba al incienso que él mismo había hecho y le había obsequiado a Emil.

No por primera vez, se lamentó de ser demasiado bueno en lo que hacía.

Negando con la cabeza en un acto dramático, se acercó a donde reposaba su amigo. Nunca lo había visto así de relajado, durmiendo hecho un ovillo y con la boca ligeramente abierta; casi se veía adorable. 

―Maldito, sinvergüenza ―rezongó mientras levantaba una prenda que claramente no era de él. El perfume a madera quemada y muerte delataba a su dueño―. ¿Así que, al fin, obtuviste lo que querías, Stoebe?

En ese momento, Emil se revolvió en su lugar.

―¡Anda, señor profesor, levántate! El Director convocó una reunión ―dijo, alzando la voz, mientras juntaba las prendas de Emil y se las lanzaba a la cara sin cuidado. Quizás ya era hora de dejar de consentirlo tanto.

El susodicho al fin se despertó, horrorizado al ver en qué estado lo habían encontrado. Aunque no sabía bien porqué estaba como Dios lo había traído al mundo. ¿Qué le había pasado?

―Vamos, no te quedará nada por lo que sentir pudor si llegamos tarde ―apuró Alei al ver la expresión pasmada de Emil y prácticamente lo arrastró hasta el baño. Le lanzó las ropas que parecían verse menos arrugadas, bramando con un poco de humor; toda aquella situación le parecía ridícula: ―No quieres hacer esperar al Diablo, ¿no?

Unos momentos después, los dos profesores entraron en la oficina del Director. El enorme salón los recibió con sus blancos y negros, con su vitral de brujas y el trono de su señor.

El Director ya estaba allí, sentado. Llevaba un traje color humo y un abrigo de piel de armiño, digno de un rey. Sus cuernos estaban a la vista de todos como una corona. Eso solo significaba que había algo por lo que celebrar o algo por lo que pedir perdón. Todos los presentes estaban seguros de que se trataba de lo segundo.

Emil vio que Rodia ya estaba allí, sentado en el posavasos de un sillón ocupado por Artemisa. Tenía el cabello húmedo que remarcaba sus rizos y una herida en el labio, parecía que ni siquiera se le había ocurrido secarlo o curarse con magia. Una pequeña parte de Emil se preguntó qué le había pasado. Otra le recordó que no era asunto suyo.

―Emil, Rodia ―dijo el Director y su voz resonó dentro de las cajas torácicas de sus profesores―. Los designé para investigar qué había le había sucedido a Marie, hace ya dos meses. Desde entonces se han convertido en los investigadores de este caso. El cual, para mi desagrado y el dolor de todos, se ha vuelto incontrolable. 

Abandonó su trono y caminó lentamente hasta el conjunto de lujosos sillones negros ocupados por los profesores de Adivinació, Alquimia y Astronomía. El profesor de Pocion8es se había quedado junto al de Hechicería, y el de Nigromancia pretendía aparentar confianza apoyado en uno de los sillones, aunque su cuerpo estaba en tensión. Todo el cuerpo docente estaba sumido en un tenso silencio. 

―Ahora bien ―dijo finalmente el director―. ¿Pueden darle algo de luz a este asunto?

Emil y Rodia intercambiaron una mirada. Emil habría querido poder leer los pensamientos de su compañero y advertirle que lo dejase hablar a él. Debían decir la verdad… al menos parte de ella. Pero Rodia fue el primero en desviar la mirada con una expresión que Emil no comprendió.

Emil habló, su voz plana y un semblante serio, como siempre, como si no le estuviera rindiendo cuentas al Diablo:

―Las marcas encontradas en los cuerpos de los estudiantes atacados corresponden a un complejo conjuro que combina diferentes disciplinas como la Nigromancia y la Alquimia. Es… Es un proyecto en el que yo mismo trabajé durante mi último año como estudiante.

El resto de los profesores lo miraron con expresión sombría. Incluso Aleister. Todos  contuvieron sus ganas de pedirle explicaciones y lo dejaron continuar:

―Sin embargo, mi investigación quedó inconclusa. Sea quien sea que lo esté poniendo en práctica, tomó la base y reformuló el conjuro. 

―Pero, ¿qué hace? ―exclamó la profesora Noree por fin.

―En su concepción, el conjuro permitía sellar la magia de un individuo usando a quien realice las marcas en sí mismo como canalizador, un médium; algo así como un muñeco voodoo. Aunque no debería ser necesario emplear este nivel de auto flagelación ―se apresuró a explicar Emil―. Pero, con las alteraciones que le realizaron, intuyo que su propósito actual es el contrario, drenar a la víctima de toda su magia. Y por ende de su vida.

―¿Entonces los chicos se hicieron eso a sí mismos por voluntad propia? ―preguntó la profesora Artemisa, consternada. Era una mujer joven con su oscuro cabello corto y en picos y unos enormes negros bordeados de intrincados delineados. 

Rodia negó con la cabeza y decidió hablar por primera vez. 

―La fuerza, dirección y profundidad de los cortes indican que, aunque lo hicieron con sus propias manos, ponían resistencia a ello. Aún así no hay restos de magia de otras personas en sus cuerpos, ninguna huella que nos indique que usaron algún hechizo en ellos. Tampoco hay remanentes de energía demoníaca, por lo que no fue un diablo parasitario ―respondió con voz impasible de un forense que da los resultados de una autopsia―. Esos chicos hicieron lo que hicieron obligados por algo, no alguien. Algo dentro de sus cabezas, posiblemente. 

―Seguimos haciéndonos las preguntas: ¿Qué está detrás de esto? ―recalcó Artemisa, mirando a su compañero de asiento.

―Si no es humano o demonio, ¿qué mierda es? ―exclamó el profesor Sheridan. A Aleister le había parecido extraño que aún no hubiera hablado con aquella personalidad chispeante que tenía.

―He dicho que un diablo parasitario no se ha metido en sus cuerpos ―aclaró Rodia―. Podría ser otro tipo de demonio…

―Pero el Director ha limpiado la escuela ―señaló Noreen. 

―¿Y si no es algo que esté rondando en los pasillos? ¿Si es un demonio de alto nivel que se mete dentro de las mentes de los niños? ―propuso Aleister, dejándose caer en el sillón de mayor tamaño, junto a Noreen.

―Rodia y yo consideramos esa opción. Después de todo, se encontraron a los chicos a horas vespertinas, mientras el resto estaba durmiendo ―respondió Emil. Él y Rodia eran los únicos que quedaban de pie.

―¿Podría ser un súcubo desquiciado? ―preguntó Sheridan. Todos los presentes en la sala -salvo quizá, Rodia- sabían que Sheridan no tenía buenos recuerdos relacionados a los súcubos y vampiros.

―Podría… Sin embargo, hay algo más ―contestó Emil, con tono dubitativo―. El conjuro del que les hablé, las marcas. Aunque se tratan de marcas comunes de la magia castellana, solo yo tenía conocimiento sobre esa combinación específica. Para mi investigación había recurrido a apuntes del antiguo nigromante de Villena.

―Interesante fuente ―comentó el Director, hablando por primera vez. 

―¿Podría ser que algún estudiante haya realizado un trabajo similar? ―preguntó Noreen.

―Sería demasiada coincidencia ―respondió Emil con un gesto.

―¿Cómo lo detenemos? Ya hemos perdido a cuatro estudiantes ―quiso saber Artemisa, volviendo al quid de la cuestión: ¿cómo parar las muertes?

―Para detenerlo tendríamos que saber a qué nos enfrentamos. Y  me parece que allí radica el problema ―admitió Emi.

―¿Alguna pista? ―insistió la profesora de Astrología, aferrándose a la más mínima pizca de esperanza.

Emil negó con la cabeza y dijo:

―Los estudiantes muertos no recuerdan nada anormal antes de sus muertes. No hay ningún disparador, ningún síntoma que nos previniera.

―Entonces, ¿qué mierda hacemos? ―exclamó Sheridan, perdiendo al fin los estribos. 

―Yo propondría vigilarlos más de cerca ―propuso Rodia―. Hasta el momento, las víctimas han sido una de cada curso: tercero, cuarto, sexto y segundo, en ese orden.

―A menos que podamos evitarlo, la próxima víctima será de primer, quinto o séptimo grado ―agregó Aleister con preocupación, pues era tutor de quinto grado. Emil era el de primero y el Director lo era del último curso.

Buenas. Seguimos con el especial priDEMONth 🏳️‍🌈 y seguimos avanzando con la investigación de las misteriosas muertes en Oscura Salamandra.
¿Teorías? ¿Sospechosos?

PD: les dejo un pecrew del profe Alei.

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