Veintinueve

Para sorpresa de muchos, a la tarde siguiente, incluso antes de que la oscuridad devorara la luz artificial que rodeaba el castillo, el Director anunció que, quienes lo deseaban, podrían irse a sus hogares. Este permiso era en especial para quienes tenían familias y aquelarres esperándolos en casa para celebrar el Samaín. Aunque era extremadamente peligroso liberarlos al mundo exterior, parecía que el director prefería atenerse a las consecuencias que hacer enojar a los padres y compañeros de los estudiantes. O quizás, tenía otros planes en mente. Nadie sabía a dónde ni con quién había ido a "hablar" la noche anterior. Los más ilusos creían que ya todo estaba resuelto. Aún con desconfianza, la mayoría aprovecharon salir a arriba y despejarse un poco de todo lo que había ocurrido las semanas anteriores. Todos, excepto quienes no tenían a nadie que los esperase arriba. Y entre ellos estaban, por supuesto, Gaspar, Hugo y Margot.

Ninguno de ellos tenía una familia a la que volver y como aún eran novicios ningún aquelarre había fijado la vista en ellos. Y así estaba bien, aunque la Academia fuera peligrosa, era lo más parecido a un hogar que habían tenido en mucho tiempo.

―Si quieren pueden venir a casa conmigo ―les ofreció Virginia con una sonrisa y una maleta en su mano.

Gaspar negó con la cabeza y Hugo le dio las gracias. Margot notó que la hermana mayor de Virginia, en cambio, los miraba con desconfianza desde la gran entrada de la Academia. Muchos seguían siendo recelosos de los tres chicos de primero que parecían estar involucrados siempre que pasaba algo terrible, y ella no podía culparlos por su desconfianza. Sin embargo, Margot le devolvió una mirada indiferente y se despidió de su compañera de año con un abrazo.

Estaba aprendiendo a corresponder a ese tipo de afecto sin que su piel se erizara como la de un gato. Sus chicos -como estaba comenzando a referirse a Hugo y Gaspar- le estaban ayudando con ello. Rápidamente cortó aquel hilo de pensamiento cuando sintió que sus mejillas comenzaban a calentarse con ideas tontas. En cambio, se concentró en la marea de estudiantes que se marchaba por el umbral con sus bolsos y ansiedades. Oscar la saludó agitando una mano en alto y Circe le dio un beso en cada mejilla antes de marcharse. Basil y Laura también se ofrecieron a llevar a Gaspar consigo; y allí Margot y Hugo descubrieron que los tres eran oriundos de localidades cercanas.

―¿Quieres que te traigamos algo? Pide lo que sea, no importa si es caro ―dijo Basil. A diferencia de muchos, que se marchaban con suéteres y chaquetas, él llevaba una ligera camisa con estampado floral y lentes de sol.

Gaspar estaba a punto de volver a rechazarlo cuando se quedó pensando un momento. Finalmente, con voz tímida, le encargó algunas golosinas autóctonas que no solían haber en la Academia. Basil prometió traerle una caja de cada una antes de despedirse.

―Al fin habrá algo de paz en este manicomio ―comentó una voz a sus espaldas.

Los tres chicos se volvieron para encontrarse a Vincent junto a ellos. Llevaba una camiseta de alguna banda de rock que dejaba ver los rasguños en sus antebrazos y se ayudaba de una muleta para no pisar con su tobillo herido.

―¿No te irás? ―preguntó Hugo con curiosidad.

―Como ustedes, no tengo un lugar al que volver. Lo perdí todo hace tiempo ―respondió el mayor con simpleza, con sus claros ojos puestos en las espaldas de Basil y Laura. Luego se encogió de hombros―. Como sea, esta noche me pondré loco en la hoguera. Necesito liberar tensiones.

Un escalofrío sacudió la espalda de Gaspar. Con la fiesta y lo que sucedió después de esta se había olvidado por completo del sabbath. La profesora Artemisa les había explicado que era una tradición tanto en la escuela como en los aquelarres y clanes de brujos. En la noche de todos los santos, bajo la luna llena, brujos y brujas danzan alrededor del fuego liberando su lado más salvaje, entregando aquella libertad a su Señor. En la Academia era tradición encender una hoguera en el patio para que, quienes se quedaban en el castillo, pudieran celebrar Samaín.

Al pensar en el sabbath, Gaspar no podía evitar recordar aquellas pesadillas de hombres y mujeres que cantaban y gozaban alrededor del fuego, en sus manos tomándolo y dañándolo, en...

―Gaspar, ¿estás bien? ―escuchó la voz preocupada de Hugo a su lado y sintió la mano de este deslizándose hasta la suya.

El rubio le dio un suave apretón y asintió.

―S-sí. Solo... creo que yo pasaré de ir a la hoguera.

Vincent lo miró con aquellos ojos de halcón que tenía y, para su sorpresa, le dio unas palmaditas en la cabeza. Casi se sintió reconfortante.

―No es obligatorio como la misa y la fiesta, celebren sus sabbath como lo deseen ―les dijo y hasta les dejó ver una encantadora y maliciosa sonrisa―. Yo lo haré cogiéndome a la primera persona que me diga que no me rechace.

Los tres de primero lo vieron marcharse a paso lento pero seguro con sus mejillas completamente rojas por aquel comentario. Quizás fuera porque eran novicios o demasiado jóvenes e inexpertos, pero a veces les seguía sorprendiendo lo desinhibidos y libertinos que podían llegar a ser los estudiantes de la Academia.

Entonces, Gaspar soltó una risita divertida y comenzó a caminar hacia las habitaciones. Los demás lo siguieron con paso tranquilo. Por supuesto, aquel día no tenían clases, así que podrían intentar relajarse un poco, para variar.

―¡Ya sé, tengamos nuestro propio sabbath! ―exclamó Hugo mientras subían las escaleras.

―¿Cómo?

―No lo sé bien, quizá podríamos hacer una pijamada en alguna sala común, asar malvaviscos en la chimenea y bailar un poco ―propuso, golpeteando los dedos en el barandal de la escalera―. A Francis no le importará que tome prestado su reproductor de música.

―Eso no suena muy mágico ―comentó Margot.

―Está bien, quememos algunas hierbas en la chimenea y recitemos algunos cánticos. ¿Te parece bien así o quieres que le robe una gallina a los espectros para sacrificarla? ―propuso con una sonrisa y la chica temió que lo fuera a hacer si se lo pedía.

―Vincent dijo que podíamos hacerlo a nuestra manera ―comentó Gaspar, un poco más relajado que antes.


Finalmente se quedaron con la idea de encerrarse en una de las salas comunes, lanzar algunos dulces al fuego de la chimenea como ofrenda y escuchar música pop el reproductor de Francis. Aunque Hugo también había tomado una botella de vodka de las cosas de sus compañeros de cuarto.

Afuera se escuchaban los gritos y cánticos alocados de otros estudiantes que habían quedado y celebraban entre ellos. Y por las ventanas entraba la luz de las llamas de la hoguera. Gaspar le había echado un rápido vistazo y solo eso bastó para revivir aquellas imágenes de pieles y sangre.

El aire comenzó a faltarle y comenzó a sentir demasiado calor. Se sentía agobiado. Su corazón no dejaba de golpear contra su pecho, intentando huir lejos. Tenía miedo. Temía que aquellas personas volvieran por él, que lo tomaran con fuerza de los brazos y lo obligaran a caminar hasta el fuego y los cuchillos. No podía respirar bien por el calor. Tenía miedo y no quería. No quería no quería no quería...

―Gaspar. Ey, Gaspar.

―¡Gaspar!

Sintió una manos frías sobre sus mejillas y, cuando enfocó la mirada, se encontró con los ojos verdes de Margot. Eran claros, no había fuego en ellos. Lo apretaba con fuerza, pero no le incomodaba su toque.

―¿Estás bien? ―le preguntó y él odió ver la preocupación en su mirada. Estaba a punto de decir que sí cuando ella agregó―: Y no me mientas.

Gaspar boqueó como un pez por un momento y, cuando Margot lo soltó, él finalmente soltó un pesado y tembloroso suspiro antes de confesarse:

―Tengo un sueño, una pesadilla recurrente ―comenzó y vio la confusión, pero también el deseo de comprender en los semblantes de Margot y Hugo, que se habían colocado cada uno a su lado. Hasta ese momento no se había dado cuenta que estaba sentado en el suelo, con sus rodillas alzadas en un pobre intento por protegerse de lo que solo estaba en su cabeza―. Sueño que estoy en un bosque y unas personas me llevan...

A medida que iba poniéndole voz a aquellas visiones que lo aterraba, su piernas se iban apretando más contra su pecho y su brazos lo envolvían. No se dio cuenta de cuán tenso estaba hasta que Margot tomó una de sus manos y la sujetó con fuerza. Gaspar aflojó su agarre, con miedo de lastimarla.

―¿Crees que podrías haber sido llevado a un sabbath? ―preguntó ella.

Gaspar solo asintió, aterrado de confirmar que aquel sueño era, en realidad, un recuerdo.

Entonces Hugo se levantó de un salto y, sin mediar palabra, cerró las ventanas y las cortinas de terciopelo, bloqueando los ruidos y la luz de la hoguera. Luego se dirigió hacia el reproductor de música de Francis y subió el volumen a todo lo que daba. Una canción retro y alegre estalló en la sala.

Gaspar y Margot se lo quedaron mirando con curiosidad mientras Hugo tomaba la botella de vodka y le daba un largo trago, directamente del pico.

Hugo estaba furioso. Odiaba que hubieran lastimado a Gaspar cuando solo era un niño pequeño. Los odiaba, pero ellos no estaban allí. Solo Gaspar y Margot, quienes no deberían verlo furioso jamás. No quería que eso sucediera. Así que se tragó su furia con ayuda del alcohol y se propuso alejar a Gaspar de aquellas pesadillas, protegerlo de ellas.

―Este mundo es un asco ―dijo al fin. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos vidriosos. Aquel no era su primer trago de la noche―. Pero sería peor si no los tuviera a ustedes. Así que no quiero pasarme la noche de Samaín llorando o enojado con no sé quién. Quiero pasarla bien con ustedes. Son los únicos a los que deseo honrarle devoción.

Y entonces tomó las manos de sus amigos y los obligó a levantarse y bailar con él. Sus pasos eran torpes y descoordinados, daban vueltas y pegaban saltitos, pero se estaban divirtiendo. Margot se quejó, pero de todos modos se dejó llevar por el ritmo alegre y estridente; y por el calor del alcohol y las manos de sus chicos. Dio vuelta y cantó canciones cursis de amor a todo pulmón. Nunca se había sentido tan libre y segura.

No pudo evitar lanzar una carcajada cuando Hugo debió alzarse en puntitas de pies para darle una vuelta a un Gaspar que era más duro que un tronco, pero se dejaba llevar con una dócil sonrisa. No pudo evitar que su corazón diese un vuelco al ver que Gaspar tomaba a Hugo por la cintura y lo pegaba a su cuerpo. Hugo le sonrió y entonces bajó el rostro para besarlo.

El moreno permaneció un instante aturdido por la sensación húmeda y cálida sobre su boca; pero entonces su cuerpo se derritió en los brazos de Gaspar y le devolvió el beso. Con anhelo, con deseo. Nunca había querido tanto algo en su vida.

Entonces oyeron la voz de Margot lanzándolos comentarios jocosos y escandalizados. Y Hugo se dio cuenta de que quizás había otra cosa que anhelaba.

Los muchachos se soltaron, un poco avergonzados, pero sonrieron con complicidad antes de lanzarse hacia la muchacha. Ella chilló y forcejeó un poco cuando Gaspar la tomó de la cintura por detrás, pero rió a carcajadas cuando Hugo comenzó a llenarle las mejillas con pequeños besos que le provocaba cosquillas. 

Gaspar estrujó a Margot entre sus brazos, no queriendo soltarla jamás y enterró su cabeza en el hueco de su cuello y hombro. Llenándola también de besos. Nunca se había sentido tan feliz en su vida, tan humano.

Al fin hubo beso entre estos tontuelos. Igual no creo que vaya a escribir algo más fuerte que unos piquitos. No solo están peques, si no que muy dañados y recelosos sobre sus cuerpos, por lo que seguramente se lo tomarán con calma. 

Me gusta así. Dejemos las cochinadas para los profes, jeje ¬u¬

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