Veinte

Emil estaba harto de aquella maldita cosa que se llevaba a sus estudiantes.

Harto de su propia inutilidad.

Habían obtenido una pista, el grimorio del Marqués de Villena; pero ¿para qué?

Otro estudiante más había muerto. Una niña de segundo grado llamada Christine. Tenía solo diecisiete años, una mata de rizos negros como la obsidiana y un gran talento para la magia musical. Era capaz de sanar una dolencia con una nana e invocar la lluvia con su canto. Su voz había sido tan celestial que su presencia en la Academia parecía ser una ironía del propio Director. Y ahora nadie volvería a escucharla cantar sus óperas favoritas.

Quizás por ello, en un arrebato incoherente y sentimental, Emil había encendido su viejo tocadiscos. Era un armatoste dentro de una caja de madera que, si no se había desintegrado devorada por las termitas era por obra de magia. Aquel objeto tan peculiar era un recuerdo de Helena, el único que conservaba.

Emil no se consideraba un conocedor de la música, ni siquiera un músico mediocre (mágico o no) pero se contentaba con poder apreciar sus piezas favoritas de Nicolo Paganini. En ese momento El trino del Diablo invadía su despacho; metiéndose entre sus libros y cuadernos, debajo de su ropa y en sus pulmones al igual que lo hacía el espeso y perfumado humo de un incienso. El profesor de Hechicería y Conjuro no era aficionado a las cosas aromáticas, pero aquel incienso de opio negro había sido un regalo de Aleister, hecho especialmente para calmarlo en sus peores días. Más que un regalo, Emil lo consideraba una medida de emergencia, un "golpeé el vidrio en caso de peligro".

Y a pesar del rechazo que le provocaba, lo había encendido aquél día cuando las botellas de aguardiente no fueron suficiente para acallar las voces de cabeza, su propia voz repitiendo reproches como una casa de espejos malditos. Los recuerdos de la noche anterior que se parecían y se mezclaban con otros.

Antes de que las campanas anunciaran la merienda, habían encontrado el cuerpo de Christine cerca de la torre de astronomía. Tras calmar y mandar a los alumnos a las salas comunes, tarea que se hacía cada vez más difícil, Emil y Rodia se abocaron a la tarea de examinar, abrir su pecho en busca de secretos y llamarla una vez más desde su descanso para no obtener ninguna respuesta útil. La última vez que Emil oyó la voz de Christine esta le pareció horrenda y sosa sin la calidez de la vida.

Los dos profesores trabajaron sin dirigirse la palabra más que para dar indicaciones casi monosilábicas. Las cosas habían quedado en un punto muerto desde que descubrieron la correlación entre las marcas de los cuerpos y su grimorio compartido. Estaban caminando por una cuerda floja, temerosos de dar un mal paso, de decir algo de más, de dar la espalda al otro para que lo apuñale. De modo que trabajaron de manera metódica y casi automática, siguiendo una serie de pasos que habían aprendido desde la muerte de Marie.

Y desde entonces llegaron a los siguientes resultados:

Christine presentaba las mismas marcas que los estudiantes anteriores. Marie, Louis, Frank y ahora Christine. Eran uno de cada grado: tercero, cuarto, sexto y segundo. Dos varones y dos mujeres que enfocaban sus estudios en diferentes campos de la magia, ninguno relacionado a la Demonología, la invocación o cualquier arte oscura.

Tampoco eran amigos entre sí. No parecían tener nada en común. Y aún así todos se hicieron aquellas marcas en sus cuerpos, exactamente iguales. Las marcas que Emil y Rodia habían creado. El trabajo que alguien había profanado.

«O que alguien había completado» dijo una de las voces en su cabeza, otras la reflejaron. Emil intentó ignorarlas, aunque cada vez era más insistente.

El hechizo que Rodia y Emil habían creado servía para sellar los poderes de alguien sin importar cuán infinitos fueran estos. Sin embargo, quien estuviera usando ese hechizo, lo había invertido. Ahora servía para drenar a cualquier mago de su poder. Le quitaban todo: sangre, magia y vida; tomaban la magia y dejaban que el resto se desparramarse en el suelo de piedra.

Sin embargo, la pregunta que lo atormentaba seguía siendo quién era el culpable. Y aún así, era su respuesta lo que más temía. Porque solo había dos personas que conocían aquel conjuro.

Enojado con su inocencia y terquedad, con el estúpido de Rodia y con lo que sea que estuviese pasando en aquella maldita academía, Emil tomó la última botella que le quedaba de aguardiente y empinó un largo trago, llegando hasta el fondo.

Luego lanzó la botella al otro lado de la habitación y ni se inmutó al oír el estallido del cristal contra el muro. Tampoco se molestó en secarse el hilillo de alcohol que había caído por su mentón. Estaba hecho un asco. Con el chaleco desprendido y la camisa blanca arremangada y arrugada. Su cabello caía suelto debajo de él en el sillón donde se encontraba tirado y quién sabía dónde habían quedado sus anteojos.

Emil se encontraba en medio de la vigilia y la ensoñación, en ese estado tan voluble e indefenso que odiaba. Y, aún así, en ese momento aquel estado brumoso era su único medio de escape de las voces, de sí mismo.

Dejó que sus defensas cayeran y se entregó a los dioses oníricos.

No supo si ya se había dormido o si seguía despierto cuando una voz que podría reconocer aún desde la tumba lo llamó:

―¿Emil? ―escuchó decir a Rodia.

Emil se preguntó qué Rodia sería: ¿el que había llegado hace unos meses a poner su mundo de cabezas y remover las cenizas de sus sentimientos que había escondido debajo de la alfombra? ¿O el Rodia de sus sueños y delirios, aquel que nunca lo había abandonado, aquel al que, aún conociendo su naturaleza inventada, se negaba aceptar? ¿O quizás fuera el rodia de hace trece años, su compañero al que había traicionado y arrojado al Averno?

¿Era el Rodia que odiaba? ¿Al que deseaba? ¿El que lo quería muerto?

―¿Emil? ―repitió Rodia, cualquiera de ellos―. Vine a traerte... Ey, ¿qué mierda te has metido? Por el Oscuro, ¿qué es este incienso?

El peliblanco, aún medio dormido, lo escuchó hablar de cosas sin mucho sentido, su voz cada vez más cerca.

Y entonces sintió el roce de una mano apartándole el cabello del rostro. Aunque solo había sentido el tacto de Rodia en sus peleas juveniles, Emil supo que era su mano, áspera y repleta de pequeños cortes que se había hecho con el pasar de los años, pero que dominaba un pulso preciso y suave de un nigromante.

―Siempre me he preguntado de dónde salió esta cicatriz ―murmuró Rodia y por la pregunta Emil creyó que quien lo visitaba era el Rodia de sus fantasías.

Emil abrió lentamente los ojos y se encontró con esa mirada de lechuza. Rodia se había parado justo detrás del respaldo de su sillón y lo miraba desde arriba con curiosidad.

«¿Cuánto tiempo llevaba allí?» se preguntó Emil al notar las mejillas de Rodia coloreadas por el efecto del incienso.

―Tú la hiciste ―respondió y sintió que la mano de Rodia recorría la fina cicatriz en forma de medialuna que llevaba debajo de su ojo izquierdo. Su tacto áspero pero suave sobre la piel sensible le provocó un escalofrío... o quizás fuera el incienso y el alcohol―. En nuestra graduación.

―Ah, cierto ―exclamó el pelinegro con una sonrisa que dejaba ver sus caninos―. Fue cuando intentaba evitar que me mataras. Pretendía arrancarte un ojo. Siempre me han gustado tus ojos.

Sin comprender por qué, Emil le devolvió una sonrisa lánguida y arrogante al responder:

―Le erraste.

Rodia lo soltó.

―Pero tú no ―dijo, rodeado el sillón para colocarse frente a su amigo, su enemigo. Emil lo siguió con aquellos ojos brillosos que tanto le gustaban y las mejillas sonrojadas. Estaba completamente ebrio. Rodia nunca lo había visto así, tan vulnerable, tan tentador―. Tú diste un golpe certero. Mortal ―agregó, mientras se subía un poco su sweater para enseñarle una honda cicatriz en el lado izquierdo de su abdomen; casi parecía hacer juego con la de su cirugía de apendicitis.

Rodia tomó la mano de Emil y lo obligó a tocar la marca que había dejado en él. Ignoró el cosquilleo que le provocó su taco y que Emil había dejado de respirar en el momento en que su mano tocó su piel afiebrada. Aquel maldito incienso que apestaba a opio, jazmín y ámbar y quién sabe qué otras porquerías estaba comenzando a hacer efecto en él, a soltar su piel y su lengua. Aquello lo enfureció, por lo que siguió hablando:

―Un golpe limpio, frío y mortal. Así eres, Emil. Así me mataste. ¿Se sintió bien, obtener lo que tanto anhelabas?

Emil negó.

―No era eso ―murmuró. Su expresión pecaminosamente inocente. No era justo.

―¿A no? ¿Entonces qué? ―preguntó Rodia, casi rabioso. Acercó su rostro al de Emil y apoyó un pie en el sillón en un gesto amenazador. Quería acorralarlo, dejarlo sin posibilidad de huir.

Emil se mordió el labio para contener sus palabras.

―Dilo ―gruñó Rodia, de pronto molesto con aquel juego que él mismo había comenzado.

Emil calló e intentó desviar la mirada. El moreno no se lo permitió, tomó el rostro de Emil con una mano y lo obligó a mirarlo. Sus ojos de luna y sol peligrosamente cerca.

―¿Qué es lo que tanto has deseado de mí, Emil?

Rodia sintió la nuez de Adán de Emil moverse bajo sus dedos y apretó un poco más, casi ahorcandolo, casi tentando... ¿Tentando a quién?

Sus rostros estaban cerca, demasiado cerca; por lo que Emil apenas tuvo que inclinarse un poco para que sus labios se unieran.

No fue un beso dulce y tierno. Fue agresivo, posesivo y desesperado. Antes de que Rodia siquiera supiera lo que estaba pasando y considerase separarse de Emil, este lo tomó de la nuca, atrayéndolo más hacia él, dejándolo sin posibilidad de huir.

Pues sí así sería el juego, Rodia no se dejaría ganar. Ellos se habían pasado toda su vida peleando, compitiendo, esto no era distinto a esas grescas, no cambiaba nada entre ellos. ¿No lo hacía?

Aún con una mano en el cuello de Emil, Rodia lo obligó a inclinar la cabeza hacia él y de manera brusca se abrió paso dentro de su boca, deleitándose ante la sumisión de aquel hombre tan terco. Luego movió su mano hacia abajo hasta el punto en que su cuello y su pecho se unían, donde su pulso latía desbocado bajo esa piel que nunca había dejado ver.

Sin embargo, Emil no le daría el control de la situación tan fácilmente. Habían sido muchos años de batallas dominando sus instintos. Con su mano libre, que aún seguía cerca de la cintura de Rodia, lo sujetó y jaló hacia él, haciendo que cayera a horcajadas sobre su regazo. Descubrió que le gustaba tenerlo allí.

Mientras aquel beso con sabor a pelea se profundizaba, las manos de ambos se volvieron cada vez más agresivas en su conquista. Las de Rodia habían terminado de desprender la camisa de Emil; y las de este se habían aferrado a la cintura de Rodia y lo empujaba en un movimiento rítmico que los estaba enloqueciendo a ambos, cada vez más.

En algún momento de aquel caos de lenguas y dientes, Emil se había aferrado al labio inferior de Rodia y lo había mordido demasiado fuerte y ambos saborearon la sangre de sus bocas, porque ninguno deseaba parar aquello.

Los labios de Rodia se separaron de Emil para dejar un rastro de fuego y sangre esa piel de luna. Y Emil se aferró a los muslos de este cuando un dolor delicioso estalló en su hombro. Rodia le había devuelto el mordisco.

De lo siguiente que fue consciente Emil fue de su desnudez y la de Rodia. Del calor que les había invitado a quitarse sus prendas con manos bruscas y tirones. Del delicioso dolor y de la necesidad de tocar al otro, de ser tocado. Porque la piel les ardía, les dolía donde el otro lo tocaba, donde deseaban que lo hiciera.

Porque aquello era lo que tanto había anhelado Emil desde el primer momento en que su mirada se había posado en aquel muchacho de cabello revoltoso y mirada rabiosa.

AL FIN TENEMOS ACCIÓN POR PARTE DEL #ROMIL 🔥🔥🔥

EL MOMENTO MÁS ESPERADO POR TODA LATINOAMÉRICA (Y ESPAÑA) UNIDA. Aunque sé que ustedes, cochines, quisiera más acción; tenganme paciencia que la erótica me cuesta bastante. Tengo que entrar en calor (?? jajajaja

Así que, por ahora, les dejo el resto a imaginación de ustedes. Cuéntenme, ¿qué creen que pasó? 👀

Y con este capítulo tan fogoso damos comienzo a lo que bauticé priDEMONthpara celebrar el mes del orgullo. Así que se vendrán dos actualizaciones por semana: miércoles y sábados. 

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