Uno
Vincent odiaba las misas. Las odiaba cuando era pequeño y su madre lo llevaba cada domingo para escuchar salmos sobre lo culpable que debía sentirse todo el tiempo y lo mucho que debía orar para ganarse un lugar en el Cielo.
Las seguía odiando ahora, a sus veintidós años, cuando ya se había ganado su lugar y renombre en la Academia Oscura Salamanca con esfuerzo y talento. Vincent era de los mejores alumnos del último año. Mucho mejor que el pretencioso de Basil y la tonta de Laura, por supuesto.
Desde su lugar junto al altar, miró con desdén a sus compañeros de curso en la segunda fila. Hombres y mujeres tan letales como él.
Laura intentaba controlar su hiperactividad haciendo y deshaciendo trenzas en su largo y sedoso cabello. Tenía rostro de muñeca con sus vestidos vaporosos y unos labios carnosos que Vicent había probado unas cuantas veces. A su lado estaba Annabelle, la otra chica de su curso y el opuesto a Laura en todo. La piel de Annabelle era tan oscura y sus ajustadas prendas siempre negras hacían que pudiera desaparecer en la oscuridad cada vez que lo deseaba. Pero nada era tan peligroso como su dominio sobre los demonios y espectros.
Luego estaban Tristan, un psicópata simplón, Allan, que venía de una larga sucesión familiar de ocultistas, y Osamu, quien se encontraba frente al órgano, tocando sombrías armonías, conjuros en forma de música. Y, por supuesto, también estaba el idiota de Basil, el favorito de los profesores.
Las miradas de Basil y Vicent se cruzaron. Ambos compartieron una sonrisa fría, ya solo tendrían que aguantarse un año más.
«Y con suerte» pensaron a la vez «el otro sería reclamado por el Averno en la prueba final.»
Porque uno de los sietes estudiantes de último año no pasaría el examen final. Esa era la regla. Vicent, Laura, Tristan, Annabelle, Osamu, Allan o Basil. Uno de ellos sería arrastrado a las profundidades del Infierno antes de que finalizarán las clases.
―Ahora ―anunció El Director con su voz suave y seductora como el andar de una serpiente, devolviendo la atención de Vincent a la misa negra―, démosle la bienvenida a los alumnos de primer año. Las jóvenes mentes ansiosas de conocimiento prohibido. La sangre nueva.
A su señal, el profesor Sheeridan, que estaba apostado en el umbral de la vieja capilla, abrió las pesadas puertas a los nuevos alumnos.
Siete adolescentes de entre dieciséis y dieciocho años entraron al templo alumbrado por los candelabros que lloraban cera y las miradas curiosas de cuarenta y dos estudiantes. No se animaron a dar más que unos cuantos pasos en el pasillo de la nave.
―Acérquense, hijos míos ―exclamó entonces El Director, como todos llamaban a aquella entidad, animándolos a acercarse a él.
Un ser con la apariencia de un hombre joven, de piel tostada y brillante cabello rojo que le caía hasta los hombros, apenas de un tono más apagado que el de sus ojos. Él siempre usaba finos trajes hechos a medida, pero ahora les daba la bienvenida a los estudiantes vistiendo una oscura casulla con bordados de un negro aún más profundo y dejaba ver sus elegantes cuernos de carnero.
―Esta noche han pasado las tres pruebas y se han mostrado dignos de recibir los conocimientos y talentos que imparte la Academia. Ustedes siete ―continuó, abriendo los brazos como si quisiera abrazar a los siete jóvenes; aún sucios y temblorosos luego de sortear las pruebas―, estudiarán las siete grandes artes oscuras: Adivinación, Hechicería, Pócimas, Alquimia, Astrología, Nigromancia y Demonología. Aprenderán de los mejores maestros durante siete años. Y los seis mejores de ustedes se convertirán en artífices de la oscuridad.
Esto último provocó que los jóvenes se mirasen entre ellos, nerviosos de pensar que podrían ser quien no sobreviviera. Todos, menos un muchacho alto, rubio y desgarbado que permanecía impasible.
―Esta es mi sangre ―dijo El Director, pasando una de sus largas uñas como garras por su brazo. Un líquido espeso y negruzco emanó de la herida y llenó un cáliz de hueso y oro. El corte no tardó en cerrarse y, en su lugar, la piel se cubrió de escamas doradas que reflejaron la luz de las velas. El director se arrancó una escama del brazo y la levantó en un gesto que Vincent recordaba haber visto a los curas cuando era pequeño.
―Este es mi cuerpo. Bebed de mi sangre y comed de mi cuerpo ―anunció antes de depositar siete escamas sobre una bandeja de plata y tomar el cáliz en sus manos.
A la silenciosa orden del Director, Vincent tomó la bandeja y lo siguió hasta el pie del altar. Desde la primera fila, alguien le indicó a los ingresantes que formaran una fila y estos obedecieron, horrorizados ante lo que debían hacer.
La primera era una adolescente, apenas más que una niña, sus rizos negros resaltaban la blancura enfermiza de su rostro. Pero no se echó atrás cuando apoyaron el cáliz en sus labios casi azules. Y obedientemente abrió la boca para que El Director dejara una escama dorada sobre su lengua. Uno a uno recibieron la sangre y la carne del Director en una sacrílega imitación de la comunión.
El mismo Vincent había odiado esta parte de su primera misa negra. Aún podía sentir un regusto a hierro y azufre en la lengua. Pero todos sabían que esta era la única forma que la Academia los reconociera como estudiantes, les abriera sus puertas y les enseñara sus secretos.
Cuando todos habían terminado de comulgar y todos volvieron a sus lugares, El Director dio el sermón de todos los años enumerando las reglas de la Academia. Era fácil perderse y caer en perversiones en un lugar como este, así que las reglas, "los mandamientos" eran la ley. Y quienes la incumplieran, tendrían un viaje adelantado al Averno.
Luego de toda la parsimonia, cuando ya todos estaban deseosos de partir a sus habitaciones, El Director mencionó que tenía un último anuncio.
―Como muchos saben, la profesora Evangelina no volverá con nosotros en este año lectivo ―dijo, refiriéndose a la vieja profesora que había llegado demasiado lejos con sus experimentos y había sido víctima de sus propias creaciones―. Que en paz descanse.
―Que en paz descanse ―repitieron todos con respeto.
La mujer estaba un poco loca y apenas se mantenía despierta durante las clases tras horas trabajando en su taller. Pero no había sido la peor de sus docentes.
―Por ello, me complace presentarles a todos al nuevo profesor de Nigromancia ―continuó el Director, disfrutando de la expectativa que estaba generando―, el señor Rodia.
En ese instante, como si hubiese estado esperando el momento indicado, las puertas de la capilla se abrieron de par en par y bajo el umbral apareció un hombre joven. Todos los ojos se depositaron sobre él, sobre su oscuro cabello ondulado y sus ojos dorados. Sin embargo, el nuevo profesor no pareció notarlo mientras caminaba con paso relajado y sus manos en los bolsillos por el pasillo lleno de estudiantes.
―Lamento llegar tarde. Supuse que una entrada dramática sería la mejor manera de volver ―dijo el hombre y su voz resonó con picardía infantil dentro de la capilla. Era terriblemente joven, no aparentaba tener más de treinta años.
Pero las miradas de todos se dividieron cuando otro de los docentes se levantó de su asiento. Para asombro de todos, había sido el profesor Emil.
Emil, el profesor de Hechicería y Conjuro, era la encarnación de la disciplina y el terror del alumnado. Que fuera él quien estuviera montando una escenita era todo un suceso extraordinario. Sin embargo, al verlo, el semblante de Rodia se iluminó en una sonrisa con hoyuelos. Caminó hasta él sin apurar su paso ligero, a pesar de que una tensión opresiva había caído sobre todos.
Nadie habló y muchos contuvieron la respiración por el eterno instante en el que ambos profesores se quedaron viéndose, midiendo y reconociendo al otro. Verlos frente a frente generaba un contraste interesante. Mientras el nuevo profesor era todo sombras suaves, el profesor Emil era la filosa luz de la luna sobre un cuchillo. Su traje de tweed gris, sus ojos claros detrás de unos lentes clásicos y su largo cabello plateado prolijamente atado en la nuca.
Ni siquiera El Director parecía dispuesto a interrumpir sea lo que fuera que estuviera sucediendo allí. Fue Emil el primero en romper el silencio, su voz grave resonando dentro del templo.
―Deberías estar muerto. Yo te maté.
¡Al fin! El primer capítulo de Lecciones oscuras. ¿Qué les pareció?
Yo estoy muy entusiasmada por este nuevo proyecto. Desde ya les advierto es que es una historia escrita completamente en modo brújula, así que tendrán que perdonarme si soy un poco desprolija. Aunque intentaré darles lo mejor semana a semana.
No se vayan sin dejar su votito ⭐ y algún comentario 💬 Y no se olviden de guardar esta historia en sus bibliotecas para no perderse ninguna actualización.
En principio subiré nuevos capítulos cada sábado. Pero esto podría cambiar.
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