Treinta y ocho
Luego de aquella reunión que lo hizo sentir como un fenómeno de circo o un criminal en un juicio, o ambos, Gaspar fue llevado a su nuevo cuarto. A Hugo y Margot no se les permitió quedarse más tiempo con él. Ya era tarde en la madrugada y los tres niños se encontraban hechos polvo.
―Necesitaban descansar y aclarar la mente ―les había dicho la profesora Noreen con dulzura. Así que mandaron a cada uno a su cuarto.
Sin embargo, al llegar al suyo. Hugo notó que Francis no se encontraba allí. Y se reprendió por sentir alivio. No sabía cómo comportarse ante él; después de todo, seguramente pensaba, al igual que el resto de la escuela, que Gaspar era el asesino de su hermano. Y, lo peor, Hugo había sobrevivido al ataque, Louis no.
―Toda esta situación con tu amigo lo pone incómodo ―le confirmó su otro compañero, Spike, quien había llegado de la biblioteca con su mente puesta en toda la tarea que no había terminado de hacer.
―¿Y a tí?
―Prefiero no pensar mucho en eso, es todo muy turbio ―respondió con un encogimiento de hombros, antes de comenzar a alistarse para dormir. Estaba tan cansado que no podía preocuparse mucho por ello.
Hugo no dijo más y también se tiró a la cama. Ni siquiera se quitó los zapatos. Se sentía como si un tropel lo hubiera arrollado, como aquellos arduos días de trabajo de sol a sol donde llegaba tan agotado a casa que su madre lo mojaba con agua fría para que no se quedase dormido en medio de su rezo vespertino y su padre lo golpeaba si así lo hacía. Hugo no había vuelto a rezar desde que dejó la granja.
La vida allí había sido dura, pero ahora le parecía casi como un mal sueño o la historia de alguien más, ajena. Intentó recordarla, pero su mente cansada no daba para más. Antes de que pudiera recordar claramente el rostro de la prometida que sus padres habían elegido para él, se quedó dormido.
Esa mañana la voz no le habló. Pero la escuchó llorar. Se sentía frustrada, traicionada.
La noche siguiente fue -casi- normal. Aunque faltaba un estudiante en su curso, los de primer grado siguieron teniendo clases como siempre. Ese día les tocaba tener prácticas alquímicas y a Hugo le pareció que el profesor Sheridan estaba siendo un poco más paciente con ellos, aunque aquello era imposible.
Hugo siguió la clase como pudo, y por suerte nada explotó dentro de su círculo de transmutación. En el receso de la cena, las chicas se habían acercado a él, a preguntarle cómo estaba.
―¿Te hizo mucho daño? ―preguntó Virginia, mirando disimuladamente la venda que envolvía la muñeca de Hugo. Este bajó la manga de su sweater.
―No puedo creer que Gaspar haya sido el asesino todo este tiempo ―había exclamado Lily. A su lado Kali asintió energéticamente y dijo:
―Sí que era callado y un poco espeluznante, pero...
Hugo se mordió la lengua. Quería defender a Gaspar, pero no podía decir lo que realmente había pasado.
Había logrado dibujar una sonrisa en su cara para responderle, pero, en ese momento, Margot pasó por el medio de las chicas, ignorándose y chocando su hombro con el de Lily. Estaba molesta. Hugo la entendía. Todos en la escuela pensaban y decían las cosas más atroces sobre Gaspar. Y aunque Hugo había aprendido a tragarse su bilis y poner una sonrisa cortés en su rostro; sabía que Margot estaba reprimiendo sus ganas de golpear a medio mundo. Después de todo, ella era su fueguito.
Lily y Kali la miraron mal pero no comentaron nada, sabían cuánto apreciaba a Gaspar. Les hubiera gustado acercársele, pero Margot siempre ha sido... arisca con ellas. Le tenían más miedo que al mismo Gaspar.
Fue Virginia la que habló:
―Ve con ella ―le dijo a Hugo con amabilidad―. Y sepan que estamos aquí para ustedes.
Basil y Laura se encontraban en una de las galerías externas. Era una noche calma y habían salido un momento a respirar aire. Se habían pasado noches enteras trabajando en sus talleres. Ahora que no había peligro de que algo los desangrara hasta la muerte, Basil se encontraba seguro de que moriría de estrés por esa maldita tesis.
Apenas se había enterado de todo lo acontecido. Le era difícil creer que el asesino que todos buscaban se trataba de aquel niño escuálido que él mismo había llevado a la Academia. Sí, había tenido sus sospechas cuando Laura lo había encontrado junto a Frank, pero aún así había algo que no le cerraba. Un presentimiento...
Mierda, necesitaba un cigarro; pero el profesor Aleister lo mataría si lo encontraba fumando cerca de su invernadero.
Entonces algo en el patio le llamó la atención.
El cabello naranja de Margot se vio como un fuego fatuo cuando cruzó corriendo hacia el invernadero. Un momento después, Hugo la siguió. Aunque le habían quitado una cabeza al cerbero -como escuchó que el profesor Rodia los llamaba- las otras dos cabezas se movían. Se preguntó si también serían capaces de morder.
Laura pareció no darle importancia, porque estiró sus brazos y le dijo que volvería al trabajo. Basil se excusó con que iría en un momento; pero cuando estuvo solo, se encaminó hacia el invernadero.
Como era un chismosos con experiencia, se colocó un hechizo de sonido antes de llegar hasta llegar al invernadero. Se valió de las altas plantas y enormes hojas que habitaban allí para meterse sin que lo viera.
―No lo soporto. Todos piensan mal de él. Hablan a sus espaldas ―estaba diciendo Margot, su voz escapándose entre sus dientes apretados.
―Manten la calma, niña ―la regañó el profesor Alei. Se encontraba sentado en un juego de jardin elegante, la mesa repleta de trabajos que estaba corrigiendo. Los niños, en cambio, estaban mordisqueando unos sandwiches.
―Pero ¿qué se supone que debemos hacer? ¿Esperar el Apocalipsis?
Aquello, sin dudas, llamó la atención de Basil.
―El Director... ―comenzó a decir el profesor, pero Margot lo interrumpió.
―Claro, porque el señor Director ha manejado las cosas de una manera excelente. Con todo el respeto, profe.
―Él calmará el hambre de la Academia.
―No creo que la Voz... Lilith se calme tan fácil ―agregó Hugo, con timidez.
Aleister los miró con una expresión cansina y soltó un suspiro; sin dudas pensaba que no le estaban pagando suficiente por esas horas de clase. Entonces se giró hacia donde Basil se escondía.
―Basil, niño, deja de ocultarte, me pone los nervios de punta.
Mascullando una maldición, Basil deshizo su hechizo y caminó hacia ellos. Los dos niños de primero se lo quedaron mirando con horror. No porque él les diera miedo en sí, sino por lo que habían dicho en su presencia. Margot había llevado sus manos a su boca, como si quisiera volver a meter todas las palabras que había dicho.
―Supo que estaré castigado por haber escuchado a escondida ―comentó el muchacho.
Gaspar se había pasado toda la noche haciendo las tareas de las clases en las que se había atrasado. No era como si el Director lo hubiera expulsado y ya que estaba encerrado en aquella habitación mejor ponerse al día con las materias. Era mejor que pasarse las horas inmerso en sus oscuros pensamientos. Ya había hecho mucho de eso cuando se encontraba encerrado en aquella celda.
La profesora Artemisa le hizo compañía durante parte de la noche e incluso le ayudó con los cálculos de Alquimia. Gspar nunca había ido a la escuela y apenas había aprendido a sumar y restar para manejar el poco dinero que conseguía. Se sentía apenado, pero también agradecido. Había tenido que aprender muchas cosas desde que llegó a la Academia: desde leer, escribir, hacer cuentas e incluso socializar. Aunque esto último seguía contándole.
Recordaba estar completando una actividad cuando un temblor sacudió el castillo. ¿Un terremoto? Eso no era posible allí.
Gaspar creyó escuchar la voz de la profesora Artemisa, pero no le entendió. En ese momento, cayó al suelo, presa de un dolor inmenso. No entendía qué estaba pasando. Era como si todas las células de su cuerpo hubieran explotado y un calor infernal le recorrió por las venas. Pensó que moriría allí, sin saber por qué.
Cuando todo pasó. Cuando el mundo dejó de sacudirse y el dolor aminoró. Gaspar sintió algo húmedo debajo de él. Al principio pensó se había caído la jarra de agua o, más vergonzoso aún, se había orinado por el dolor.
Aturdido intentó abrir los ojos. Todo el cuerpo le dolía, seguía temblando y apenas podía moverse. Quizás no había habido un terremoto y solo se había sacudido el mundo dentro de él. Cuando al fin fue consciente de todo. Se dio cuenta de que el líquido donde yacía era rojo. Era sangre. Demasiada sangre.
Siguió su rastro y vio el cuerpo de la profesora Artemisa. Su piel había sido cortada. Tenía esas marcas por dos lados. Una incluso se hallaba en su mejilla y le cortaba los labios. En su mano se encontraba la pluma que había estado utilizando para enseñarle a Gaspar.
Gaspar no pudo contener las arcadas y la sangre se mezcló con su vómito. Cuando se pasó una mano temblorosa por el rostro notó que había sangre allí también. Le sangraba la nariz y los ojos.
Antes de que pudiera reaccionar, otro temblor sacudió el castillo. Era real. Esta vez todas las luces se apagaron y el aire se volvió frío. Era como cuando su madre adoptiva había muerto y toda la vida y el calor habían abandonado su cuerpo.
Entonces lo supo. Ella había abandonado la carcaza que el Director le había creado.
Lilith al fin se había liberado.
Chan, chan. Ahora sí entramos en el tramo final y se viene, como me gusta decirle, la batalla final y ultraviolenta. Jejeje ¿Están listos? 😈
PD: Mañana es mi cumpleaños y un muy buen regalo sería que dejen su votito y comentario sobre el capítulo. 💖
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