Treinta y nueve
Estaban en clases de Pociones cuando todo comenzó a temblar.
Los estudiantes de último grado apenas alcanzaron a refugiarse bajo sus pupitres antes de que cientos de frascos con líquidos y especias les cayeran encima desde las altas estanterías. Basil alcanzó a cubrir la cabeza de Laura antes de que una botella de agua florida le cayera en la cabeza. Esta le cortó el antebrazo y los empapó ambos, pero no era nada. La luz también se había ido. Y un frío de ultratumba se anidó en el salón, como si algo hubiese extraído todo el calor del ambiente. Como si algo se hubiera muerto.
Basil levantó la cabeza y su mirada se cruzó con la del profesor Aleister, quien había conjurado un escudo para proteger a sus estudiantes. Ambos supieron lo que estaba pasando. Recordó todo lo que había escuchado y lo que había jurado no revelar. Ella había salido de su cascarón. Ella podría destruirlo todo.
―¡Vayan a la capilla! No se molesten en buscar sus cosas. No pierdan tiempo. Vamos ―le ordenó el profesor Alei.
Los estudiantes no reprocharon, todos se levantaron, un poco inestables por las sacudidas y corrieron hacia las galerías externas.
―De camino busquen y guíen a los cursos menores ―les había indicado además. Y así lo hicieron.
Sin mediar muchas más palabras se organizaron. Tristan fue por sexto y quinto grado, quienes con una orden ya podían ir solos, pues sabían defenderse. Annabelle fue por las chicas de tercero, Osamu y Allan por los de cuarto y segundo quienes estaban más lejos, en la biblioteca. Laura y Vincent siguieron a Basil hacia el aula de primero.
―¿Qué está pasando? ―preguntó Laura al borde de la histeria. Se aferraba a las vaporosas faldas de su vestido con puños apretados, intentando seguir el ritmo de los chicos.
―Es complicado ―dijo Basil y en ese instante se dio cuenta de su error. Les había hecho saber qué él tenía información que los otros dos no.
―No somos tontos ―dijo Vincent casi en un gruñido. Basil sabía cuánto odiaba el rubio sentirse ignorante. Profirió una sarta de maldiciones internamente y pensó en una forma de explicarles la situación sin dar detalles.
―Digamos que una entidad muy fuerte y enojada poseía el castillo. Ella provocó todas las muertes...
―Gaspar...
―Él solo fue un médium ―se apresuró a decir, casi defendiendo al chico―. El caso es que ahora esa cosa está libre.
―Pero...
―Si les digo más el Director me cortará la cabeza o las bolas y no queremos que nada de eso pase, ¿no?
―¿Dónde está Gaspar? ―preguntó Vincent, sorprendiéndolo.
―¿Qué?
―Si él es su médium, ¿no crees que deberíamos echarle un ojo? ―dijo, deteniéndose justo antes de dar vuelta en el corredor que llevaba al taller de Alquimia.
Los candelabros sobre su cabeza estaban apagados y por los ventanales no entraba más que oscuridad. Su única iluminación había sido una llama que Basil había conjurado y luchaba por mantener, parecía que las sombras ansiaban devorarlos.
―No sé dónde...
―Usa esto ―dijo Vincent y le extendió un péndulo; era pequeño y hecho de espectrolita, era de lo más corriente y más efectivo. Así era su dueño, crudo y brutal, perfecto―. Señalará lo que buscas. Nosotros iremos por los de primero.
Basil asintió y le entregó su fuego a Laura. Ella podía crear el suyo propio, pero quería que ella llevase algo suyo, algo que la cuidara. La llama tembló en las manos de la chica, como las lágrimas que se negaba a dejar caer, pero no se apagó. Basil se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
―Vayan con cuidado ―le dijo y la chica asintió. Entonces se dirigió a Vincent, y con una sonrisa que no pudo reprimir, agregó―: Más te vale no morir antes de la graduación, idiota.
―Lo mismo digo ―respondió este y Basil creyó ver una ligera sonrisa en el rostro del rubio antes de que desaparecieran en la oscuridad.
El péndulo tiraba de él como una caña de pescar que había dado con algo en las profundidades del agua, algo enorme y peligroso. Basil la siguió con la imagen de Gaspar en su mente, recordaba la primera vez que lo había visto: su cabello rebelde, su gabardina demasiado grande y que posiblemente le había dado el Director-, su oscuros ojos sin vida. Esos ojitos tristes que había visto comenzar a brillar cada vez que veía a Margot y Hugo, cada vez que presenciaba la belleza de la magia o aprendía algo tan sencillo como leer una página entera. Basil había pasado muchas madrugadas enseñándole. Y, aunque le costaba admitirlo, le había cogido cariño a ese niño que ahora resultaba ser el mismísimo Anticristo.
Estaba tan concentrado siguiendo aquel artefacto en medio de la fría oscuridad que apenas esquivó al par de cosas que se le lanzaron encima. Cuando se volteó a verlos, apretando con fuerza la cadena del péndulo en una mano y la otra levantando una esfera de luz, vislumbró a Hugo y Margot, en medio del pasillo. Tenían las mejillas sonrojadas y respiraban agitadamente.
―¿También van por Gaspar? ―preguntó la obviedad.
Estos asintieron y, sin mediar muchas más palabras, siguieron al mayor por los oscuros pasillos.
Basil ya se estaba esperando lo peor, pero aún así tuvo que tomarse un momento para procesar la escena que encontraron en el cuarto de Gaspar.
El suelo estaba empapado en rojo oscuro y el cuerpo de la profesora Artemisa estaba tirado cerca de la mesilla y las sillas tiradas, su piel estaba atravesada por cortes en forma de runas, remolinos y trazos febriles y crueles. Basil nunca había visto los cuerpos de los chicos muertos, pero por lo que le contaron, podía suponer que eso había obligado a la profesora de Astronomía hacerse esos trazos y morir desangrada, robándole todo su maná.
Al principio no vieron a Gaspar. Pero un rastro de sangre los guió hasta la esquina más alejada del cuarto. Allí en un rincón estaba Gaspar hecho un ovillo. Tenía las rodillas contra su pecho y su rostro oculto en ellas. Estaba empapado de sangre como si se hubiera caído varias veces en el charco resbaladizo. Brasil supuso que así lo había encontrado Laura aquella vez.
Antes de que supiera qué hacer, Hugo y Margot pasaron a su lado y, si importarles que se mancharan de sangre, corrieron hacia Gaspar.
No se molestaron en hacerlo reaccionar. Con un intercambio de miradas, se colocaron cada uno a un lado del muchacho rubio y lo levantaron. Chicos listos, su prioridad era sacarlo de allí; luego podrían recuperar su estabilidad mental. O lo que quedaba de esta.
Antes de salir del salón, Basil se arrodilló junto a la profesora Artemisa. Había sido una instructora estricta que no perdonaba un error de cálculo, pero que también sabía bromear con sus estudiantes de vez en cuando, especialmente para hacerle bullying a los de Acuario, como lo era Vincent. A Basil siempre le había caído bien. Murmuró unas oraciones, aunque su alma ya estaba condenada. Igual que las de todos en la Academia.
Cuando salió al pasillo, los niños lo estaban esperando. Al menos no se habían largado solos, bien.
Aunque era más alto que él, Hugo cargó a un Gaspar débil y desorientado a cococho y comenzaron a correr hacia la capilla. El muchacho moreno había cargado fardos de heno y trigo más pesados que su compañero, quien estaba terriblemente delgado.
Sin embargo, el suelo tambaleante de la Academia no le estaba facilitando las cosas. Mucho menos los candelabros que se lanzaban hacia ellos con cizaña. Basil, liderando la marcha, fue repeliendo todos los objetos que los estaban atacando. Porque a estas alturas, ya todos se dieron cuenta de que la Academia los atacaba. Lo peor fue cuando cruzaron por una sala de estar y los sillones de terciopelo salieron a ellos como una jauría de bestias. Si no hubiesen estado en peligro de muerte a Hugo le hubiera dado gracia.
Estaban a punto de dar vuelta en la última esquina para finalmente alcanzar las galerías externas, cuando algo lanzó a Basil contra la pared con la fuerza de un camión. Margot, que iba última, casi estuvo a punto de chocar contra Gaspar y Hugo.
―¿Qué mierda? ―intentó decir Basil, su voz apenas salió en un gruñido ahogado. Intentó incorporarse, pero debía haberse roto algo, le dolía el pecho al respirar. Sin embargo, algo terminó de romperse dentro de él cuando vio qué lo había atacado. O, mejor dicho, quién.
Laura estaba parada frente a él, con una mano alzada y esa sonrisa juguetona que había visto tantas veces en su dulce rostro.
―¡Basil! ―Los chicos intentaron acercarse, pero Basil, negó con la cabeza y gruñó:
―Peguen la vuelta y vayan a la capilla, por acá no podrán.
―Pero...
―¡Háganme caso! ―rugió con desesperación, si ellos terminaban en el medio de... de lo que fuera que estaba sucediendo no se lo perdonaría―. Yo los alcanzaré en un momento. Margot, lidera la marcha y protégelos.
La chica asintió y dobló por el otro corredor, Hugo la siguió cargando a Gaspar.
―¿Qué ha sido eso? ―preguntó Laura, su voz cargada de burla.
―Yo me pregunto lo mismo, ¿qué mierda te pasa, Laura? ¿Eres tú? ¿Estás...?
―Oh, vamos. No estoy poseída ni nada de eso.
―Entonces, ¿por qué? ―preguntó, desconcertado. No lograba entender lo que estaba pasando. Por qué Laura, su mejor amiga lo estaba atacando.
―Vi la oportunidad y la aproveché ―respondió con un encogimiento de hombros―. Mi plan era hacerlo en la graduación; pero después de todo, ahora no sabemos si llegaremos a ella.
―¿La oportunidad de romperme algo?
Basil logró incorporarse, aferrándose a la pared, pero el esfuerzo lo hizo escupir sangre. Le pitaban los oídos y estaba haciendo un ruido raro al respirar.
―De matarte, tonto ―respondió esta con una risita diverida, esa que usaba cuando coqueteaba con algún chico―. Oh, no me mires así. No es nada personal... Bueno, sí lo es.
―¿De qué mierda estás hablando?
―¿Recuerdas lo que te conté el otro día: sobre una pobre niña abandonada por su padre y una madre loca? ―preguntó como si le estuviera contando un chisme. Su postura era relajada, pero Basil sabía que podría volver atacarlo de un segundo a otro. Conocía cuán letal podía ser su amiga―. Lo que no te conté es que el padre no había abandonado a su familia solo porque sí. La amante de este era una bruja de cuarta, pero con cierta habilidad para los amarres. Y debes saber lo estúpidos que se vuelven los hombres con el más débil embrujo de amor. El padre abandonó a su niñita, a la que le había prometido todo lo que quisiera tener, la mejor educación y todos los caprichos que se le ocurrieran... un futuro asegurado sin preocupaciones. Habrá sido un estúpido, pero tenía dinero.
Basil negó con la cabeza y eso solo lo mareó aún más.
―No entiendo.
Pero Laura continuó su relato sin prestarle atención al moreno, estaba perdida en sus recuerdos:
―En cambio le dio todo lo que le habría pertenecido a la niña a un niño, el que tuvo con su amante, con esa bruja. Y ese niño ignorante y tonto se quedó con la vida que le pertenecía a la niña, con todo lo que ella merecía tener.
Basil comenzaba a entender, pero no quería hacerlo. No podía...
―Tu padre se llama Esteban Buenfil, ¿no? ―preguntó la chica finalmente. Había inclinado su cabeza como lo haría un gato justo antes de lanzarse hacia su presa y su sonrisa se volvió macabra.
―Laura, yo no...
―¿No tenías idea de nada? ¿No tienes la culpa? Pero aún así, disfrutaste de todo lo que me correspondía a mí. ¡De mí vida! ―exclamó y su dulce voz de sirena le provocó un escalofrío. Basil nunca creyó llegar a sentir miedo de la magia seductora de Laura, pero ahora...
―Entonces, ¿me matarás?
―¿Por qué no?
―Así no recuperarás a tu padre. ¿Quieres su cochino dinero, su herencia? Puedo dartelo yo. Yo te habría dado todo lo que quisieras ―gritó el muchacho, odiando cómo su voz se quebró al final.
Estaba harto de esa situación, de todo lo que significaba, de todo lo que perdía el poco valor en su vida de mierda. Estaba harto de que las pocas personas que él había amado de verdad lo traicionara.
―¿De qué me sirve ahora? Ya estoy aquí, en este lugar de locos, viviendo una vida que no deseo. Ya le vendí mi alma al Diablo ―respondió ella y lanzó una risotada histérica. Y a pesar de la situación, algo muy arraigado dentro de Basil aún quería consolar a su amiga―. ¿Sabes qué me ofreció él cuando hice mi oferta? Venganza. Todo lo que siempre he querido es vengarme del niño que se quedó con lo que estaba destinado a ser mío.
Basil recordó la primera vez que vio a Laura, justo antes de iniciar su prueba de ingreso.
Llevaba su largo cabello en una oscura trenza que le llegaba a las caderas, como si nunca se lo hubiese cortado. Vestía prendas viejas y descoloridas, pero su postura era regia y altiva. Su mirada fue como una flecha a punto de volar cuando se acercó a él y extendió su mano para saludarlo.
Cuando ingresaron a la Academia para su primera misa negra, lo hicieron de la mano. Las noches siguientes se sentaban juntos durante la cena y siempre hacían pareja en las prácticas. Con el correr de los días y meses, fueron conociéndose y confiando más en el otro. Laura había estado allí para él cuando se envenenó solito con su propia poción. También cuando le habían roto el corazón por primera vez. Ella había sido su sostén, la persona en la que más confiaba en ese medio Infierno.
Luego se les había unido Vicent, contra quien siempre inventaba pequeñas competencias y retos para entretenerse. Siempre había sido mordaz y cínico, pero de niño poseía cierta inocencia encantadora. Laura solía decir que era brutalmente honesto; Basil, que era un idiota.
Pero había confiado en él. En ellos dos. Los amaba. Eran sus mejores amigos.
Pero entonces, en tercer grado, Vincent comenzó a alejarse de ellos. Su actitud mordaz se había convertido en pura crueldad. Y en sus ojos grises ya solo había desprecio cuando Basil intentaba hablarle. Finalmente, su rivalidad amistosa se transformó en odio puro. Algo se había roto entre ellos, Basil nunca supo qué fue. Simplemente tuvo que acostumbrarse a ese nuevo Vincent que lo aborrecía. Sin embargo, ahora sospechaba saber la respuesta.
Aunque ya era demasiado tarde. Lo había arruinado todo. Su ignorancia lo condenaría.
Sintió la misma presión de antes. Pero esta vez no lo arrollaría, no. Lo había envuelto y lo aplastaba lentamente. Laura lo iba a machacar como una fruta podrida antes de que pudiera hacer algo. Su pecho estaba comenzando a fallarle. La sangre en su brazo que no había tratado le empapaba la mano y un dolor ensordecedor le aplastaba la cabeza. No podía moverse y no sabía si quería hacerlo. Él no podría lastimarla jamás, la amaba. Laura siempre había sido su debilidad y eso jamás le había molestado. Ella había sido su mejor amiga durante estos siete años, su media naranja, casi como una hermana. Era su hermana, lo supo ahora, su sangre y su carne. Era su maldición. Y sería su muerte.
Entonces la presión se liberó.
Basil luchó por recuperar el aire sin ahogarse en el proceso. No le estaba resultando fácil. Veía borroso y sus músculos temblaban por el esfuerzo de no desplomarse. Así que tardó un momento en descubrir qué había detenido Laura. Quién.
―Siempre supe que eras una perra loca ―gruñó una voz suave como la de una serpiente. Una voz que reconocería -y esperaba oír- aún en el Infierno.
Vincent.
¿Les cuento una curiosidad? Tendríamos que estar terminado la historia, pero se me alargó un poco porque NECESITABA contar un poco más de este grupete. Espero que les haya gustado tener un capítulo dedicado a Basil. Yo le agarré mucho cariño a lo largo de los capítulos, creo que varios de ustedes también.
PD: Perdón por el cliffhanger, jeje.
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