Treinta y dos
Finalmente las festividades habían calado dentro de la Academia. El antiguo castillo apareció un cinco de diciembre decorado con muérdagos, rodajas de naranja y piñas. Las salas comunes comenzaron a llenarse de pequeños altares y decoraciones hechas por los estudiantes, cada una acorde a sus propias creencias. La Oscuridad era universal, todos la compartían; pero las formas de salvarse de ella era lo que los diferenciaba. Por lo que diciembre convertía a la Academia en un crisol de pequeños rituales. Velas, dulces, árboles decorados, cada estudiante celebraba a su manera. Aunque existía un ritual del que nadie quería quedarse afuera: el desfile de krampus.
Era un evento que Emil consideraba tan o más peligroso que la fiesta de Noche de Brujas, pero el Director insistió en que las cosas estarían calmas por un tiempo. O, al menos, esperaba que "por un par de semanas más". Emil le dio vueltas a esto. ¿Había habido algo en su charla con ese alguien que le haya dado aquella certeza? ¿Acaso el Director había sabido todo este tiempo quién estaba detrás de las muertes? ¿Por qué no había hecho nada por impedirlas? Entonces, ¿por qué habían muerto sus estudiantes? ¿Por qué...?
―Ey, señor gruñón. Te estoy llamando ―dijo una voz conocida y molesta―. ¿Por qué tan serio... bueno, más de lo normal?
Emil apenas levantó la mirada y se encontró a Rodia frente a él, con las palmas de sus manos apoyadas sobre su escritorio, arrugando los trabajos de sus alumnos de cuarto grado que había estado corrigiendo. Ese imbécil.
―¿Qué quieres, Rodia? ―preguntó aburrido, mientras ondeaba una mano para alejarlo de sus cosas, sin prestarle mucha atención.
―Ya casi es hora de irnos.
―¿Irnos?
―Al desfile ―exclamó Rodia con exagerada indignación―. Diablos, Emi. Hoy sí que tienes la cabeza metida en el culo.
Solo entonces, Emil levantó la cabeza para encontrarse con un diablo en medio de su salón de clases.
Llevaba uno de sus enormes suéteres de cuello alto, pero en esta ocasión tenía un ridículo motivo de copos de nieve. Sobre sus hombros descansaba una pesada capa del color de la sangre seca y en su espalda había un cesto de paja donde podría caber un niño pequeño. Pero lo más impresionante era el par de altos cuernos que se escapaban de su capucha y se curvaban ligeramente hacia atrás.
―¿Te gusta? ―preguntó Rodia, con una sonrisa orgullosa y sacudiendo la cabeza para que los cascabeles que colgaban de sus cuernos sonaran.
―Te ves ridículo. Déjale el juego a los jóvenes ―sentenció Emil, sin prestarle mucha atención mientras guardaba los trabajos de sus alumnos en el cajón de su escritorio y colocaba un hechizo de cerradura en él. De todos modos, sabía que ningún estudiante sería tan estúpido para siquiera pensar en colarce a su salón y revisar sus cosas.
―Te has vuelto un viejo amargado, Emi ―rezongó Rodia, paseándose por el salón y husmeando entre sus cosas―. Y prácticamente sigo teniendo veintitrés años, más o menos.
Esta vez, Emil lo miró con una ceja alzada. Era verdad que Rodia no había cambiado nada en los trece años en los que desapareció, pero era normal que los brujos de gran poder conservaran un aspecto joven si así lo deseaban. Solamente ahora se ponía a considerar la posibilidad de que no era que Rodia conservase su aspecto de veinteañero, sino que para él el tiempo no había pasado en absoluto mientras permaneció en el Averno.
―Eres un payaso ―dijo Emil, ignorando el nudo de incomodidad que se formó en sus entrañas.
―Y tú un amargado. Anda, debemos ir a cuidar a nuestro rebaño de corderitos. ¿O quieres que te azote con mi vara? ―preguntó con una sonrisa pícara a la vez que levantaba unas ramas de abeto.
Emil, entre cansado de sus juegos y temeroso de su amenaza lasciva, terminó de guardar todas sus cosas y se levantó, listo para acompañar a sus estudiantes en su paseo arriba. No confiaría su seguridad en ese estúpido cornudo.
―Espera, ¿en serio irás así? ―preguntó Rodia, escandalizado por su apariencia.
Emil se miró, sin entender su indignación. Llevaba uno de sus típicos trajes de tweed; no había nada extraño en él, ni siquiera una mancha de tinta o tiza en sus puños.
―Estás igual que siempre. Es aburrido ―aclaró Rodia, levantando la mano hacia él. Pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa, Emil, con un simple hechizo, cambió el color gris ceniza por un beige jengibre. Sobre sus hombros apareció un pesado y elegante abrigo rojo vino que resaltaba el gris de su cabello. Y como un detalle extra, agregó una pajarita roja con una ramita de muérdago decorándola.
―¿Ya es lo suficientemente navideño para tí? ―preguntó con una pizca de sarcasmo.
―Ahora seremos el Krampus y San Nicolás, enemigos mortales. Adoro. Ahora, anda, anda, que se nos hace tarde ―exclamó Rodia con alegría mientras le daba un par de golpecitos en el culo con sus ramas de abeto.
Cuando faltaba poco para que anocheciera, todos los estudiantes de la Academia subieron arriba, al mismo pueblito perdido entre las montañas que siempre visitaban. Emil nunca supo si en verdad era el lugar más cercano a la Academia o simplemente era puro capricho del Director.
En esta ocasión, irían todos juntos al desfile. Varios estudiantes se habían disfrazado de krampus, con sus cuernos, capas, cestas, faroles, cadenas o ramas en mano. Sin dudas, disfrutaban más esa fiesta que la propia Navidad. Después de todo, era el único día del año en que se les permitía realizar pequeños actos de magia arriba frente a los mortales. Estos normalmente eran pequeños shows de fuego o travesuras para asustar a los pueblerinos y turistas. Se sabía que incluso podría haber miembros de aquelarres que observan el desfile con la intención de reclutar nuevos miembros entre los estudiantes más avanzados. Esa noche, el pequeño y tranquilo pueblo bullía en luces, fuegos y villancicos.
Había puestos de comidas y artesanías dispersos por las calles principales esperando a los turistas de distintas partes del mundo que llegaban todos los años para presenciar el desfile de krampus sin saber de quienes se trataban en realidad. Entre los puestecillos, podían encontrarse estudiantes -acompañados por los profesores Noreen y Aleister- ofreciendo lecturas de cartas, manos o té o vendiendo amuletos, velas encantadas e incluso pociones de amor.
La calle principal del pueblo fue bordeada por cintas para que el público no se interpusiera en el camino de la procesión. Y en cuanto sonaron las campanas de la única capilla del pueblo, los demonios comenzaron a desfilar frente a los mortales, mostrando orgullosos sus cuernos y amenazando a cada niño que veían con sus varas de abeto. Emil reconoció entre ellos a Basil y Tristan, quienes lideraban el grupo, este último haciendo una demostración de piroquinesis disimulada como un simple truco con fuego. Lo seguían al menos una docena de estudiantes de distintos años. Incluso vio a Spike, de primero, divirtiéndose entre los mayores.
El único demonio que no estaba allí se encontraba a su lado, admirando el espectáculo. Rodia no se había separado de él. ¿Cuándo se había vuelto tan empalagoso? Y como si se tratase de una mamá pato, Gaspar, Margot y Hugo lo seguían a donde fuera que vaya. Era obvio que Rodia le había tomado cariño a esos tres revoltosos. Quizás fuera porque eran tres inadaptados sin hogar, como lo había sido él en su momento. O por la oscuridad que emanaba de ellos.
Emil se permitió disfrutar del espectáculo y talento de sus estudiantes, manteniendo un ojo siempre puesto en cada uno de ellos. Quizás no era tan mala idea disfrutar un poco del espíritu navideño de los mortales.
Una vez que la fiesta hubo terminado y les dieron el gusto a los estudiantes de disfrutar una comida hecha por manos vivas en el viejo restaurante del pueblo, todos volvieron a la Academia. Con pasos cansados, ojos somnolientos y disfraces desarreglados, todos fueron a sus habitaciones. A la noche siguiente tendrían clases y exámenes apenas se pusiera el sol. Emil, por su parte, se dirigió hacia los talleres. Había algo que debía hacer antes de intentar dormir un poco.
―¿A dónde vas? ―escuchó preguntar a Rodia, quien lo había seguido por el pasillo del ala este. Emil escondió una sonrisa, había esperado que lo siguiera; y contestó:
―Hay algo que quiero revisar.
―¿En los talleres? Ni siquiera nosotros podemos entrar en los talleres de los de séptimo.
―Hay uno en el que sí.
El profesor de Hechicería y Conjuro finalmente se había detenido frente a una alta puerta de roble, idéntica a las demás salvo por el pequeño detalle de que había comenzado a acumular telarañas en su marco. Nadie había entrado allí en trece años.
Rodia miró a cada lado del pasillo, comprobando la cantidad de puertas a cada lado.
―¿Esta es...?
En lugar de responderle, Emil simplemente tomó el momo de la puerta. De inmediato sintió una serie de pinchazos cuando las filosas espinas salieron del pomo para luego volver a retraerse. Dio un paso atrás y dejó que Rodia hiciera lo mismo. Por esta razón solo el dueño -o dueños- de cada taller podía entrar en él; se debía pagar un tributo de sangre al entrar.
―No puedo creer que esta pocilga siga en pie ―murmuró Rodia con diversión, entrando detrás de Emil.
El taller era idéntico a cualquier otro; excepto porque era el doble de su tamaño luego que Rodia y Emil hubieran unido sus respectivos salones. Tenía paredes de piedra, con estanterías y heladeras a medio llenar con los materiales que les fueran necesarios; muchos de estos ya se habían echado a perder hacía tiempo. Había varias mesas de distintos tipos para diferentes tareas, desde un escritorio repleto de bocetos de los símbolos que fueron profanados -en el lado de Emil-, hasta una mesa de metal repleta de viales y sistemas de condensación de maná -en el lado de Rodia-. Los restos de sus horas de trabajo, de sus peleas y concesiones, de su pecado, se encontraban desperdigados allí, esperándolos pacientemente por trece años.
―Nunca fue ocupado por nadie más. El Director temía que quedaran remanentes de nuestro hechizo que alterara los trabajos de los estudiantes posteriores.
―En verdad asustamos al viejo con nuestro pequeño experimento, ¿eh? ―comentó Rodia mientras pasaba los dedos por sus frascos y viales, dibujando su paso en el polvo acumulado sobre el vidrio. No parecía que alguien hubiera entrado allí recientemente.
―Y ahora alguien lo está utilizando para asesinar a nuestros estudiantes ―dijo Emil.
Se había quedado parado frente a su escritorio, mirando fijamente la pared repleta de símbolos alquímicos, de espinas y ataduras. No cabía duda de que aquellas eran el núcleo de las marcas que encontraron en los cuerpos de sus estudiantes muertos. Rodia se quedó mirando su espalda, su cabello plateado cayendo sobre el abrigo rojo como mercurio sobre una herida abierta. Finalmente, preguntó:
―¿Por qué es que hasta ahora vienes aquí?
Emil no se volvió, pero sus hombros se tensaron al confesarse:
―Porque te necesitaba para revisar este lugar. Y aún no podía confiar en tí.
―Auch. Eso duele―. Y en verdad le había dolido un poco, pero no dejó que su voz lo delatara. En cambio, caminó alrededor de la mesa y apoyó la cadera en esta. Su voz y postura eran relajadas cuando dijo―: Debería ser yo el desconfiado. Después de todo me lanzaste al Abismo, Emi.
―No me dejaste opción, Rodia ―exclamó Emil, sorprendiendo al pelinegro por el dolor y furia en su voz. Pero no le dejó ver su rostro, solo sus puños apretados y hombros tensos bajo su abrigo lo delataban. Rodia lo había apuñalado con sus palabras y ahora era el turno de Emil de quemarlo con las suyas―. Me obligaste a hacerlo para, ¿qué? No me digas que para protegerme.
Un silencio pesado y asfixiante se instaló entre ellos. Al final fue Rodia quien lo rompió con una tímida confesión.
―¿Qué si así lo fuera?
Solo entonces Emil se volteó a verlo. No quedaba nada del estoico y estricto hombre en sus facciones. Por un momento, Rodia podía ver al joven que había sido, el que se ruborizaba fácilmente, no dejaba de fruncir el ceño cada vez que lo veía y expresaba sus emociones como un libro abierto. El que tenía lágrimas en sus ojos claros mientras sostenía la empuñadura de una espada enterrada en su vientre.
―¿Qué estás diciendo?
―¡¿Qué pasa si sí quería salvarte?! ―explotó Rodia. No entendía lo que estaba pasando entre ellos. ¿Por qué habían abierto esa herida supurante y podrida entre ellos? ¿Por qué ahora ya no podía detener sus palabras?
Emil lo miró con esos ojos de cielo, retrocediendo aterrados de las confesión de aquel demonio, de lo que significaban, hasta que su cadera dio contra su escritorio. Los papeles sobre estos temblaron como las alas de insectos pero no cayeron.
―No puedes estar hablando en serio. Tú no...
―¡Te salvé el culo, Emil, acéptalo! ―rugió Rodia, caminando hacia él. Cada paso, cada palabra era un puñal en el pecho de Emil, en el suyo propio; pero ya no podía detenerse. Estaba cayendo. De nuevo. Esta vez por Emil―. Recuerdo lo que pasó como si hubiera sido ayer, y quizás así es para mí. Recuerdo que perdí el control. Todo ese maná, todo ese poder. Me descontrolé, lo siento, ¿sí? Robé tu tesis y la cagué, lo sé. Pero también recuerdo lo que me hiciste, Emil. Lo que vi. Recuerdo lo que eres. Y si él también lo hubiera descubierto, no hubiera habido salvación para los dos.
―¿Así que te sacrificaste por mí? ¿Por qué? ―preguntó Emil con una voz pequeña, aterrada por aquellas confesiones, por lo que suponían. Por la esperanza de lo que podría significar.
Rodia estaba parado frente a él, tan cerca que podía ver las vetas marrones que se negaban a irse de sus ojos ahora dorados. Este estiró una mano y atrapó un mechón de cabello de plata. Lo estaba observando con cuidado cuando finalmente confesó:
―No lo sé.
―Eres un idiota ―logró decir Emil con una voz entrecortada tras un largo silencio. Apenas estaba respirando.
Rodia lo soltó y retrocedió. Le regaló una sonrisa felina.
―Me has dicho cosas peores ―dijo con un encogimiento de hombros mientras se encaminaba hacia la puerta―. Anda, ya es tarde. Si quieres investigar este lugar te ayudaré a hacerlo mañana, pero ahora estoy frito. Cuidar adolescentes es agotador.
💖🎄🎁¡FELICES FIESTAS, DIABLILLOS! 🎁🎄💖
Espero que hayan pasado unas bellas fiestas con sus seres queridos y sobre todo en paz. ¿Papá Noel les trajo regalos o vino el krampus a llevárselos?
Bueno, si es cierto krampus que aparece aquí... que me azó- Ejem. Digo. ¿Conocían la leyenda del krampus?
Curiosidad:
El krampus es una figura propia del folclore de Europa del norte y contraparte de San Nicolás, por eso sus trajes son similares... aunque el krampus tenga el aspecto de un diablo peludo y cornudo. Se dije que en la víspera del 6 de diciembre este señor sale en búsqueda de los niños que se portaron mal, él es el encargado de manejar la "lista de niños malos". Así que si tienen niños pequeños en sus familias y el cuentito del carbón no funciona, siempre pueden presentarles este personaje.
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