Treinta
Las festividades de otoño habían terminado. Ya solo les quedaba Yule, y el segundo semestre con los exámenes finales se encontraba a la vuelta de la esquina. La graduación se acercaba.
Era por ello que Basil y Laura se habían internado en los pasillos menos explorados de la biblioteca. La gran biblioteca de la Academia era como ninguna otra que Basil hubiera visitado, sus pasillos eran completos laberintos con muros del suelo al altísimo techo prácticamente hechos de papel viejo y pergaminos. Era fácil perderse allí; si uno no mantenía en mente lo que estaba buscando, podías pasar de ver a varios estudiantes merodeando a quedarte completamente solo en solo una vuelta en la esquina equivocada. Y olvídate de volver a encontrar el camino de regreso... al menos antes de que pasaran unos días.
Basil y Laura llevaban un rato perdidos -a propósito- allí, simplemente dejando que sus ojos se posaran sobre los lomos que les llamaran la atención. Quizás hubiera libros que no consultaron antes, grimorios que les pudieran ser útiles. Aquel pensamiento le pareció infantil incluso a él. Ya habían recorrido la biblioteca y casi que la Academia de arriba a abajo y de ida y vuelta en búsqueda de algo que los salvara de la graduación.
Sus tesis ya estaban en marcha, pero aún así no se sentía lo suficientemente preparado para ella. Y quizás nunca se sintiera listo. Nadie sabía a lo que se enfrentaba en la graduación. Incluso si algún graduado quisiera dar pistas a alguien más, su lengua y dedos comenzarían a arder ante la mínima intención de hablar o escribir sobre lo que allí sucedía. Ni siquiera sabían dónde era allí.
Y como si su honor de brujo y su posible muerte no fueran suficientes -porque si se graduaba debía hacerlo como ningún otro-, las cosas en su hogar arriba no pintaban nada bien para él.
―Ey, Bas, ¿algo te molesta? ―preguntó Laura cuando encontró con la mirada perdida entre un par de volúmenes de herbología avanzada.
―Sí, todo bien ―respondió Basil, volviéndose con una de sus sonrisas ligeras y ganándose una mirada escéptica de su compañera.
―Sabes que puedes confiar en mí. Somos mejores amigos.
La palabra amigos en la Academia no tenía mucho peso. Después de todo, todos allí eran rivales y enemigos, pero Laura había demostrado ser una persona de fiar. Era su aliada, con la que pelearía codo a codo en la graduación. Una compañera con la que habían planeado formar un aquelarre propio al graduarse. Hacía unos cuantos años, Basil hubiera pensado que Vincent también era su amigo, pero al final se había equivocado.
―Confío en vos, Lau ―respondió con una sonrisa más honesta y usando el español que ambos compartían―. Estoy bien, en serio. Es solo que... ―Era solo que el imbécil de su padre había vuelto a hacer una mala inversión y se encontraba al borde de la quiebra. Y, aún así, no dejaba de comprarle regalos caros a su madre, quien no parecía darse cuenta de la situación. Basil pensó que tampoco le importaría. Su madre era una bruja de poca monta, pero tan ambiciosa y narcisista que no tuvo reparos de hacerle un amarre a su propio jefe para obtener la vida que deseaba. Basil era fruto de una maldición, una mera herramienta para su madre y, con suerte, una especie de mascota para su padre. Siempre lo había sabido. Pero ahora podría perder los pocos beneficios que le daba ser hijo de sus padres―. Es solo que las cosas en casa están algo complicadas, económicamente hablando ―respondió al fin.
Laura puso cara de cachorrito y rodeó su cintura con un delgado brazo.
―Oh, no te preocupes tanto. Ya luego ves que todo estará bien.
―A veces eres demasiado optimista, Laura. Eso me repugna ―comentó Basil, dejándose abrazar y apoyando la mejilla en la cabeza de la chica.
―La esperanza fue el último mal que salió de la caja de Pandora, ¿lo sabías? ―dijo ella con una sonrisa―. Pero no te lo digo solo para reconfortarte. En parte sí, obvio. Pero también la he pasado mal de niña; así que sé lo que se siente.
―Nunca me hablaste de ti ―comentó Basil con sorpresa. No era una acusación, lo normal en la Academia es que nadie mencionara detalles sobre su vida arriba.
―No tiene mucha importancia, tampoco es más espectacular que las historias de la mayoría de los que estudian aquí ―comentó Laura, comenzando a caminar de vuelta a las salas de lectura, sin despegarse de Basil―. Mi padre dejó a mi madre cuando yo aún era un bebé y ella enloqueció de pena. O quizás ya estaba loca y por eso la dejó, no lo sé. Ella era mala conmigo. Supongo que llegué a un punto en el que creí buena idea invocar al Diablo. Y este me ofreció venir aquí y poder cambiar mi futuro.
―Siempre creí que estabas un poco loca, ¿sabes?
―Ey, las cosas mejoraron, ¿no? ―exclamó y levantó una mano para comenzar a enumerar―. Tengo una cama cómoda donde dormir...
―Mi cama.
―Un mejor amigo adorable que me comparte su cómoda cama. Comida deliciosa esperándome cada noche. Chicos guapos con los que pasar el rato. No la estoy pasando nada mal ahora, aunque ahora tengo pilas de libros aburridísimos que leer.
Ya habían llegado a las salas de lectura y, hasta ese momento, Basil no se había dado cuenta que Laura llevaba detrás de sí una pila flotante de libros que volaron hacia una de las pocas mesas que aún quedaba vacía. La biblioteca estaba curiosamente repleta para la época en la que se encontraban. Alumnos desde primero a séptimo intentaban aprovechar la noche libre para ponerse al día con sus clases. Los acontecimientos de los últimos meses habían alterado los ritmos de todos. La mirada de Basil recorrió la estancia con pereza y se posó rápidamente en una cabeza rubia, casi blanca a la luz de las lámparas. Vincent se encontraba absorto leyendo un viejo grimorio de hojas amarillas. A su lado había una pila de libros quizás más alta que la que Laura había recogido y, de vez en cuando, anotaba alguna cosa en unas hojas sueltas. Siempre que estaba absorto en sus pensamientos, como ahora, Vincent solía arrugar la nariz. Era algo curioso, pero a Basil siempre le había parecido gracioso.
―Ahí estás ―dijo una voz a la vuelta del pasillo llamando su atención. Un instante después, Allan se les acercó, sus mejillas sonrosadas como si hubiese estado corriendo―. Laura, el profe Sheridan dice que vayas a su despacho.
Allan sonaba preocupado, pero los oscuros ojos de Laura brillaron con diversión. Y Basil rodó sus ojos marrones, nadie se pondría así de feliz al ser llamada al despacho del segundo profesor con peor carácter de la Academia. Definitivamente a su amiga le faltaban unos cuantos tornillos.
Moviéndose con rapidez, Laura se despidió de Basil con un beso en la mejilla y un:
―Ya todo estará bien―entusiasta y se marchó con pasos ligeros.
Los dos muchachos se quedaron mirando cómo su vestido lila pastel envolvía sus piernas con cada paso lleno de gracia. Su cabello azabache la seguía como una estela.
―¿Qué...?
―No quieres saber ―le advirtió Basil a Allan.
El rubio finalmente meneó la cabeza antes de despedirse con una sonrisa y apresurarse a seguir con sus cosas. Era obvio que el profesor Sheridan le había dado una orden sin importar si el chico estaba ocupado y Allan no había querido hacerlo esperar y enfrentarse a su mal humor.
Ya solo en el pasillo, Basil volvió a mirar en las mesas de estudios, pero Vincent ya no estaba allí. Ignoró la pequeña punzada de decepción que sintió y, sin nadie a quién molestar, tomó los libros que Laura había estado llevando para echarle un vistazo.
―Ey, Vince, ¿qué tal? ¿También vas para el almacén? ―saludó Allan cuando ambos muchachos se encontraron en el pasillo fuera de la biblioteca.
Vincent apenas aminoró el paso para que Allan pudiera alcanzarlo y caminar a su lado.
―Sí, necesito algunos ingredientes para la clase de mañana ―respondió con toda la cortesía de la que era capaz.
―Estamos igual. Mi muñeco terminó siendo un desastre y debo hacerlo de nuevo ―exclamó Allan, revolviendo sus rizos claros con frustración―. Odio tener vudú. Es más como una clase de manualidades que como una clase normal. No soy bueno con las manos.
«¿Cuáles de nuestras clases son normales?» se preguntó Vincent con curiosidad, pero en cambio dijo:
―Eres más un brujo teórico, ¿no es así?
―Sí. Mi familia se dedica a la catalogación y conservación de grimorios y libros prohibidos. Pídeme que transcriba en una noche el Codex Gigas pero no que haga un maldito muñeco vudú ―siguió parloteando Allan con una confianza que tomaba por sorpresa a Vincent―. Planeo seguir con el legado luego de graduarme... Si me gradúo claro.
―Con esa confianza no lo lograrás ―dijo, más por intentar continuar la conversación que por alentarlo en serio. A él le convenía tener rivales débiles.
―Lo sé. En realidad confío en mis habilidades, llevo siglos de conocimientos mágicos en mi memoria; pero debo admitir que nuestro grado tiene brujos y brujas excepcionales. Mírate a ti.
Esta vez Vincent en verdad lo miró con atención.
―¿Yo qué?
―Luchaste contra esa arpía como si nada ―expuso Allan casi con demasiado entusiasmo, pero Vincent se percató de que estaba siendo honesto―. Eres bueno tanto en la teoría como en la práctica. Quizás te falte algo de creatividad, pero eres disciplinario. No por nada eres el favorito del profe Emil, eres como una versión joven de él. Y lo digo como algo bueno, ¿eh?
―Eres demasiado adorable para esta escuela ―le respondió con una sonrisa cínica―. Y no lo digo como algo bueno.
Allan también sonrió, mostrando un par de hoyuelos despampanantes.
―Algunos aprendemos a mostrar nuestra mejor cara, ¿sabes? Y otros son tan honestos que resulta adorable.
Vincent bufó, divertido.
―Eres un idiota, Allan.
En ese momento llegaron al almacén de artículos escolares. Osamu estaba en el pasillo, junto a la puerta, claramente esperando a su novio. Cuando vio a Vincent, asintió con la cabeza a modo de saludo, pero rápidamente fijó sus ojos en Allan. Este se despidió de Vincent diciendo:
―Solo, no seas tan inocente, ¿sí? Nos vemos, cuídate.
Hola, preciosuras. Ya llegamos a la parte IV y vamos conociendo más sobre algunos personajes. ¿Teorías sobre el capítulo anterior?
Creo que serán 5 o 6 partes así que ya estamos en el último tercio, el tramo final.
¿Sobre quiénes les gustaría conocer más antes de que terminase la historia?
Curiosidad:
Allan menciona el Codex Gigas, también llamada la Diblia del Diablo, este es un antiguo manuscrito que fue escrito por un monje condenado a muerte. Se dice que, para salvarse, el monje propuso escribir la biblia y todos los conocimientos teológicos que poseía en un libro que, como su nombre dice, es gigante en tan solo una noche. La leyenda cuenta que este monje hizo un pacto con el Diablo para que lo ayudase, porque no solo escribió ese amastote, si no que hasta está adornado y con dibujos siendo el del Diablo en más icónico.
¿Les gustaría que dejara más curiosidades sobre el mundo ocultista y chismes mágicos al final de los capítulos?
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