Quince
Habían encontrado un tercer cuerpo.
Igual que Marie. Igual que Louis.
Lo habían encontrado en el rellano de una escalera del ala este.
Quienes lo encontraron, primero notaron la sangre que descendía por los escalones como una fina cascada burdea. Luego vieron sus largas piernas despatarradas, como si se hubiera tropezado y quedado allí tirado.
Se trataba de un muchacho de sexto grado llamado Frank. Margot lo había visto en el salón comedor y en los pasillos, era difícil no verlo. Frank era un tipo enorme y robusto que se especializaba en la magia física. Todos sabían que era el pupilo favorito del profesor Sheridan.
Los alumnos que se habían congregado escaleras abajo y escaleras arriba no podían evitar preguntarse si serían los próximos. Y en cómo librarse de eso que había matado a Frank, un tipo de veintidós años y casi dos metros de altura; que era tan ancho como un ropero. La pequeña seguridad que les había dado el Director con su registro del castillo, se esfumó en un instante.
Margot pensó que si un tipo como él había muerto a manos de alguien o algo, ella sería una presa insignificante para el asesino.
Todas esas preguntas y temores rondaron por las cabezas de todos mientras eran obligados asistir a clases de todas formas, como si solo fuera un percance menor. Pero a Margot se le sumaba otra preocupación. Gaspar. Ni ella ni Hugo lo habían visto aquella noche. No había asistido a clases de Astrología y de Adivinación. Aquello era extraño, Gaspar jamás había faltado o siquiera llegado tarde a clases. Por suerte aquella noche no tendrían clases con el profesor Emil; Hugo temía -y tenía la teoría- que este los torturaría con la dama de hierro que decoraba el recibidor si faltaran a alguna de sus clases.
A la hora de la cena buscaron a Basil, quien, para su sorpresa, estaba comiendo solo en su mesa de siempre. Se habían acostumbrado a pensar en él y en Laura como un conjunto inseparable como vela y cerillos. Aunque sabían que no eran pareja, se comportan como una y hasta parecían haber adoptado a Gaspar como su retoño.
―Está en la enfermería ―contestó cuando le preguntaron si sabía algo sobre Gaspar, su voz sonó extrañamente apática; muy distinta de su usual buen humor―. Al parecer está teniendo pesadillas y camina dormido. Laura lo encontró en medio de un pasillo esta mañana y cuando le habló, el niño cayó desmayado. Aún no ha despertado. Ahora ella está con él.
Margot y Hugo lo escucharon con atención. Era verdad que Gaspar parecía tener problemas de sueño, la mayoría de los estudiantes de la Academia los tenían. Las ojeras eran parte de sus uniformes. Pero había algo en aquel relato que, por más coherente que sonaba, no les cerraba. Margot sentía que había algo que Basil no les estaba diciendo. O que él tampoco sabía.
―Entonces vamos a visitarlo después de clases ―propuso Hugo con una sonrisa entusiasta.
Basil negó con la cabeza.
―El Director dijo que sería mejor que nadie lo molestase ―respondió con voz queda.
―¿Por qué? ―inquirió Margot, molesta. No le agradaba nada la actitud recelosa de Basil, como si en vez de estar enfermo, Gaspar estuviese castigado. Gaspar era un buen chico, uno de los pocos chicos que Margot podría considerar bueno. Gaspar la hacía sentir segura.
Basil se inclinó sobre su plato de cebiche con el que había estado jugeteando sin comer y bajó la voz al punto que apenas se distinguió de su respiración.
―No le digan esto a nadie, ni vivo ni muerto, ¿si? ―susurró Basil, clavando sus oscuros ojos en ellos.
Los dos niños asintieron.
―Cuando Laura lo encontró, Gaspar estaba cubierto de sangre.
Mientras los alumnos intentaban volver a sus quehaceres como si no hubiese sucedido nada extraordinario, con una secuencia de pasos que ya se les estaba haciendo rutinaria, Rodia y Emil se encerraron en el taller que se les había asignado para este caso.
Examinaron el cuerpo de Frank, desangrado, cubierto de extraños símbolos aparentemente sin sentido. Los compararon con los demás y encontraron nuevas marcas. Pero estas parecían ser simples rayones, como si lo que fuera lo que les estuviese obligando a hacerse daño no quisiera dejar piel sin marcar.
Rodia utilizó su hechizo nigromántico favorito: sanguis vocat sanguinem. Frank, cuyo verdadero nombre era Kevin Park, tampoco recordaba nada luego de acostarse a dormir. Había tenido sexo con una alumna de séptimo grado, Laura, y una vez que esta volvió a su propia habitación, Frank se quedó dormido en el sillón de la biblioteca donde habían estado revolcándose.
Rodia ya había conjeturado que eso atacaba a los jóvenes durante su sueño. Seguramente los controlaba cual marionetas sonámbulas, haciendo que se cortaran la piel, para luego deshacerse de ellos, sin dejar rastro. Quizás era algún tipo de demonio parasitario.
Sin embargo, las preguntas importantes eran: ¿para qué? ¿Y cómo?
―¡Rodia! ―lo llamó Emil.
Este había estado otra vez inmerso en sus libros, grimorios y notas.
«Emil siempre estaba inmerso en libros, grimorios y notas» pensó Rodia con una sonrisa sarcástica. En los trece años que había estado lejos de la Academia, tras el fracaso de su graduación, aún podía recordar el aroma a papel y tinta de las manos de Emil.
―Ven, mira esto ―le urgió.
«Siempre tan mandón.»
―¿Qué? ¿Qué?
Rodia se asomó por el hombro de Emil, dejando que ese aroma a almendra, tinta y magia lo invadiera. Este se movió para darle lugar y a una pequeña parte de Rodia le molestó que se alejara.
―Encontré un patrón ―anunció Emil, su voz apenas un poco más alta a causa de la emoción.
―Ya era hora.
Emil lo miró molesto.
―No puedes encontrar un patrón si no hay repetición. Incluso con tres víctimas esto podría ser completamente azaroso ―dijo con su mejor tono de maestro, como si Rodia solo fuese un alumno impertinente.
Rodia sonrió y miró a Emil con grandes y curiosos ojos de lechuza, dispuesto a adoptar aquel papel de alumno.
―¿Y cuál es el patrón, profe? ―preguntó con miel en su voz.
A Emil se le cortó el aire por un segundo al ver aquella expresión inocente a un solo palmo de distancia. Se volvió hacia sus papeles y enfocó su mirada en ellos, ignorando a Rodia.
―Estos símbolos ―respondió Emil, su voz inflexible a pesar que sus orejas ardían. Colocó frente a Rodia una serie de folios con grandes carácteres pintados en ellos con carboncillo. Este notó el trazo prolijo y fluido de Emil en cada uno de ellos―. ¿Los reconoces?
A Rodia le tomó un momento entender lo que quería decir Emil.
Al principio vio símbolos, runas y talismanes ordinarios, nada que no se aprendiera en segundo o tercer grado. Hablaban de ataduras y puentes, de sacrificios y llamados. Entonces Rodia los reconoció. Se volvió a Emil con una pregunta en sus ojos dorados.
―¿Estás seguro?
Emil buscó algo de entre el mar de papeles y colocó un cuaderno, pequeño y ordinario, sobre los símbolos. Rodia lo tomó y abrió con manos temblorosas. El desconcierto y la nostalgia lo invadieron. Era su cuaderno. El que había utilizado en su último año.
Emil tenía razón, los símbolos que había dibujado en esos pergaminos, los que los tres estudiantes tenían marcados en sus pieles, eran los mismo que Rodia y Emil habían escrito en el grimorio que habían compartido al realizar su tesis de último grado.
Esta no había sido su tesis oficial, la que todos preparaban para sobrevivir al examen final. Esta, la del cuaderno, había sido una tesis paralela, secreta y completamente apóstata. Una que nunca habían puesto en praxis.
Y ahora alguien lo estaba haciendo.
Segundo capítulo de la maratón y las cosas se están poniendo peliagudas. ¿Tienen sospechas de quién o qué podría estar detrás de los asesinatos? Los leo 👀
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