Parte III. Ciertas cosas oscuras

"Te amo como se aman ciertas cosas oscuras

secretamente entre la sombra y el alma."

Pablo Neruda


Esa madrugada, los tres muchachos durmieron juntos, apretujados en la cama de Margot.

Ni a Circe ni a Gaspar pareció molestarle o siquiera sorprenderle aquello, simplemente tomaron algunas cosas y anunciaron que pasarían la velada en el cuarto de algún amigo o estudiando en la biblioteca. Tanto ellos como medio colegio especulaba lo que sucedía con aquellos tres. Las relaciones así no eran muy extrañas, los brujos tenían una forma más... abierta de ver las relaciones.

Hugo no tenía esta visión. O, al menos, no la había tenido hasta que conoció a Margot y Gaspar. Antes de conocerlos, aquellos sentimientos que florecían dentro de su pecho le habían parecido inmorales y le habían provocado un autodesprecio que lo llevó a hacerse daño a sí mismo. Su padre le había enseñado que si pecaba, aunque fuera en pensamiento, merecía un castigo. Su espalda y brazos, que siempre llevaba cubiertos, daban cuenta de aquellas lecciones.

Pero ahora... Ahora no quería pensar tanto en ello y en el castigo del que se había vuelto merecedor. Los quería. Los quería cerca suyo, los quería ver sonreír, los quería tocar con sus manos curtidas por años de trabajo, los quería proteger de todo aquello que parecía devorarlos en la Academia. Aunque a veces no supiera ubicar a esa bestia que se cernía sobre ellos.

Aunque algunas veces, como en aquella noche, pensaba que él mismo podría ser aquella bestia.

Sin medir muchas palabras, los tres se habían acurrucado en la cama de Margo en un enredo de brazos y piernas; los dos muchachos custodiando el sueño de la pelirroja entre ellos. Hugo se había dormido sintiendo la suave respiración de la muchacha contra su pecho, sus cortos cabellos haciéndole cosquillas en el mentón; y sintiendo, también, el fuerte brazo de Gaspar que los envolvía a ambos y se aferraba al pijama de Hugo, como si temiera que ellos lo dejaran solo.

Pero, en algún momento de la noche, Hugo se le escapó de entre los brazos. Y aquella calidez fue reemplazada por el frío de los pasillos de la Academia. Se encontraba en el la este, cerca de la torre de astronomía.

Hugo no sabía cómo había llegado allí, descalzo y con un pijama que poco hacía para protegerlo del frío de la noche que metía debajo de la tela y se aferraba a su piel con manos húmedas y heladas... Y entonces supo que se encontraba soñando, pues era de noche y no había nadie en los pasillo, ni alumnos yendo a sus clases ni espectros haciendo sus tareas.

Estaba soñando. Pero no estaba solo.

Ella pronto lo encontró. Esa voz, profunda y oxidada, como la de un gigante que ha dormido demasiado tiempo y aún no se quiere despertar. Y esa voz que le diría que faltaba menos, solo uno más.

La voz estaba cansada y hambrienta, débil y moribunda. Y le susurraba en la nucal.

Hugo sintió que se le oprimía el pecho y el aire escapaba de sus pulmones, aterrorizado de aquella voz que se acercaba por su espalda y lo envolvía con una mano oscura, incorpórea y mortal.

«Uno más» pedía. Al igual que las veces anteriores.

Cuando Hugo se despertó de un sobresalto, supo que otro estudiante había muerto.

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