Dos

Margot no había podido dormir en todo el día.

Las clases en la Academia se dictaban por la noche -por supuesto-, cuando la predisposición para las artes ocultas eran mayores y esas cosas.

Desvelarse no suponía un problema para Margot, ella siempre se quedaba despierta por la noche, alerta de oír cualquier sonido que le advirtiera de la llegada de su padrastro a su habitación.

Pero esto era distinto. Sus compañeros de cuarto, una muchacha de tercer año llamada Circe y un chico de segundo llamado Oscar, le habían asegurado que allí nadie le pondría un dedo encima, repitieron las palabras del Director como una ley absoluta. Sin embargo, aquello era difícil de creer cuando Margot aún mantenía los recuerdos de las noches anteriores al alcance de su mano: el calor sofocante de aquella cueva, el sonido de las alimañas arrastrándose por todos lados, los gritos de quienes no superaron las pruebas, el aroma a sal, sangre y humo.

Así que cuando escuchó las siete campanadas que, según Circe, anunciaban la merienda, se levantó con movimientos casi mecánicos. Solo cuando se encontró sola en el baño se dio cuenta de que no tenía ropa para cambiarse. Seguía usando las prendas con las que había huído de la casa de su madre, una camiseta vieja que le llegaba a las rodillas y unos pantalones cortos. Había llegado descalza a la Academia y sus piernas estaban cubiertas de raspones, moretones y cortes; algunos nuevos, otros viejos.

En ese momento, alguien tocó la puerta del baño.

―Puede que te queden algo grandes pero es mejor... ―se escuchó la dulce voz de Circe perdiéndose antes de decir lo obvio: "mejor que los harapos sucios que llevas puestos".

Margot no se lo reprochó, simplemente respondió con un "gracias" seco.

―Me hubiera gustado poder darte algo más femenino, pero mi ropa te quedaría gigante. Así que convencí a Oscar de prestarte una muda ―explicó la muchacha de tercero cuando Margot salió del baño vistiendo una camisa a cuadros y un pantalón caqui al que tuvo que arremangarle las mangas. Los zapatos también le quedaban grandes, pero eran mejor que el frío suelo de piedra. No le molestaba llevar ropa de hombre. Por el contrario, la hacía sentirse más segura, invisible a las miradas lascivas de los hombres.

Por su parte, Circe resaltaba su feminidad. Era una muchacha corpulenta y de una figura suave que le recordaba a las estatuas de diosas y ninfas. Llevaba unos pantalones parecidos a los que le había prestado, pero que, a diferencia de Margot, resaltaba su cintura junto con un top negro. También llevaba su cabello corto hasta los hombros con más elegancia que el alborotado cabello rojizo de Margot, tan corto que podía hacerse pasar por un muchachito.

Oscar se despidió de ellas antes de perderse en los oscuros pasillos, pero Circe decidió darle un pequeño tour de camino al comedor. Durante el camino, le explicó lo que Margot ya había adivinado. Todos los estudiantes compartían habitaciones de a tres, sin importar su sexo. Nada de eso de "los niños por un lado y las niñas por el otro"; eso no tenía mucha relevancia aquí.

―¿Por qué de a tres? ―preguntó Margot con curiosidad.

―Dos son compañia, tres son multitud ―respondió la mayor con una sonrisa―. Por el simple placer de fastidiarnos.

La Academia Oscura Salamanca, como todos la llamaban, era un pequeño palacete gótico. Las antorchas luchaban por iluminar los largos y altos pasillos del ala oeste. Curiosamente, tenía forma de cruz invertida, con cuatro alas que se extendían hacia los puntos cardinales. Circe le explicó que las dieciséis habitaciones de los estudiantes se encontraban en el ala oeste, y los salones y talleres en el ala este. En el ala norte -la más larga de las cuatro- estaba el comedor, la biblioteca y un anfiteatro que rara vez se usaba; y en el sur, la más corta, la esplendorosa entrada. Fuera del castillo, rodeados un prado bien cuidado, estaban el invernadero donde se cosechaban los ingredientes para Pociones y la capilla donde, la noche anterior, El Director le había dado de probar su sangre y su carne. Pero más allá del llano terreno que rodeaba al castillo no había nada. Solo un bosque infinito que prometía la perdición para cualquiera que se animara a entrar en él.

Para cuando Circe terminaba de explicar dónde estaban los salones de clase, ya habían llegado al comedor. Era un gran salón que se asemejaba a la nave de una catedral gótica, con coloridos vitrales que representaban criaturas tan bellas como terroríficas.

―Son los Príncipes del Infierno y otros grandes demonios ―comentó Circe tras seguir la mirada de Margot hasta el vitral de una criatura humana con cabeza de cabra.

―¿El Director...? ―comenzó a preguntar Margot.

―Ese de ahí es Baphomet., pero no creo que sea El Director ―respondió Circe con tono casual―. En realidad, la identidad del Director es un tema común de teorías y apuestas. ¿Pero sabes qué tema es más interesante? La merienda. Ven, que se te hará tarde ―dijo y se dirigió hacia una larga mesa repleta de comida. Margot la siguió.

―Ey, Circe. Ey, novata ―las saludó un muchacho moreno y bajito mientras llenaba su taza con una infusión de una de las tantas teteras.

Margot leyó la etiqueta que prometía "manzanilla y frutilla". Ella nunca había conocido a alguien que desayunara otra cosa que no fuera café o leche con cereales.

Encontró una jarra con la etiqueta "leche fría" y un tarro con cereales azucarados junto a una fuente de medialunas y waffles. Y eso fue lo que se sirvió en silencio mientras Circe hablaba con aquel hombre que parecía mayor que ellas.

―¿Quieres sentarte con nosotros o ir con tus compañeros? ―le preguntó amablemente Circe, quien se había servido una pila de panqueques y café con leche.

La mayoría de mesas redondas ya estaban ocupadas por la mayor parte del alumnado. Margot barrió el comedor con la mirada hasta toparse con un par de rostros que recordaba haber visto durante las pruebas; aunque ahora no estaban sucios de sangre y tierra.

―Creo que iré con ellos ―respondió señalando con la cabeza.

―De acuerdo. Nos vemos luego ―sonrió su compañera de cuarto antes de ver la bandeja de Margot con solo un tazón de cereales con leche en ella. Se volvió hacia la mesa y tomó un frasquito de lo que la más joven reconoció como dulce de leche antes de depositarlo en su bandeja―. Ten, necesitarás azúcar en tu sistema para sobrevivir a tu primera clase con el profesor Emil.

Margot se dirigió a los muchachos que había reconocido con paso tranquilo y seguro. No le gustaba mostrarse nerviosa ante desconocidos, eso les daría poder sobre ella.

―¿Puedo? ―preguntó cuando llegó a una mesa ocupada por solo dos chicos de más o menos su edad.

―Adelante ―respondió uno de ellos. Era un muchacho delgado, pero de aspecto sano a pesar de sus pronunciadas ojeras. Tenía el cabello negro y muy lacio que caía como las alas de un cuervo sobre su rostro―. Eras... Maggie, ¿no?

―Margot ―lo corrigió la chica y no pudo evitar que su voz sonara casi como un ladrido.

―Ah, sí. Lo siento ―se disculpó este, con una sonrisa tímida― Yo soy Hugo, él es Gaspar.

Gaspar asintió y Margot les dio el "hola" más amable que pudo mientras se sentaba con ellos.

Gaspar y Hugo, recordó Margot. Eran nombres normales, al menos eran mejores que el de otro compañero varón: Spike. Lo recordaba porque le pareció un nombre estúpido. Aunque, por supuesto, no eran sus nombres reales. O quizás sí, pero quién sabía.

Antes de cruzar la gruta hacia aquella dimensión se le había dicho que eligiera un nombre si así lo deseaba. Nadie en la Academia conocía la verdadera identidad de sus compañeros. Cosas como los apellidos, etnias, nacionalidades, orientaciones sexuales, no tenían importancia en aquel lugar. Te definías en la medida de tu curiosidad y tu talento.

A diferencia de Hugo, Gaspar era desgarbado y con cabello pajoso. Vio que sus uñas aún seguían un poco sucias mientras untaba mermelada en una rebanada de pan. Al ver la cantidad que le ponía recordó las palabras de Circe y el dulce extra que le había dado.

―Me dijeron que nuestra primera clase será con el profesor Emil. ¿Saben qué clase dicta? ―preguntó, más por generar algún tipo de conversación que por verdadero interés.

―Mis compañeros de habitación dicen que el profesor Emil es peor que el demonio ―comentó Hugo, entusiasmado por la conversación.

―¿Peor que el demonio? ―repitió Margot alzando una ceja. Se preguntó si los profesores podían ser peores que las criaturas de los vitrales.

―Sí. Es el profesor de Hechicería y Conjuro; ya sabes, nos enseñará a recitar "palabras mágicas" ―aclaró Hugo, marcando las comillas con sus dedos llenos de callos y rasguños―. Y se toma muy en serio eso de las palabras; de cómo pronunciarlas bien. Dicen que arriba es profesor de Lingüística en alguna universidad importante. Yo no era muy bueno en Lengua. ¿Vos ibas a la escuela?

―Sí. Tampoco me iba muy bien ―respondió Margot, un poco sorprendida por el cambio de tema.

―Qué envidia. Yo estudiaba en casa ―suspiró Hugo.

Margot quiso decirle que no había nada que envidiarle a la secundaria a la que había ido. Pero luego pensó que estudiar en casa , siendo instruida por su madre o su padrastro, habría sido cientos de veces peor.

―Gaspar, dinos que tú sí eras bueno en Lengua o estaremos todos al horno ―le rogó Hugo al muchacho taciturno.

Gaspar lo meditó un momento antes de asentir.

―No me iba mal ―admitió y su voz se oía impresionantemente más grave de lo que Margot hubiera imaginado.

Si Hugo pensaba seguir con su cháchara, el campanario lo interrumpió dando las ocho. Y, junto con el sonido, apareció en la alta puerta del comedor, una figura cenicienta.

Era el hombre de cabello gris y anteojos; el que la noche anterior había pronunciado unas palabras que aún le provocaban escalofríos a Margot.

"Deberías estar muerto. Yo te maté."

―Alumnos de primer grado ―llamó con una voz profunda, pero sin necesidad de gritar. Todo el salón se había quedado en silencio en cuanto lo vieron llegar.

Margot y los muchachos se acercaron a él, dejando atrás sus tazas y platos sucios.

El profesor esperó a que estuvieran los siete niños frente a él; porque no eran más que eso, niños de dieciséis o diecisiete años. Margot reconoció a la muchacha de cabello rizado que había sido la primera en comulgar; también estaba el chico de pelo marmolado que había elegido el nombre de Spike; y dos chicas más, una con bonitos rasgos indios y otra con un brillante cabello castaño y ropas que se veían caras.

El profesor barrió a todos con una mirada analítica antes de ordenar:

―Síganme.

Y ellos obedecieron.

Y Margot se dio cuenta, por primera vez, que en aquel lugar podría aprender a controlar la magia que había incendiado el motorhome que había compartido con su madre y su padrastro. Con ellos adentro. 

Y vamos conociendo un poco más a los estudiantes de la Academia. Así que, para que no se les haga mucha bola, les dejaré una pequeña lista de los que conocimos hasta el momento:

1° grado: Margot, Hugo, Gaspar, Spike.

2° grado: Oscar (compañero de habitación de Margot).

3° grado: Circe (compañera de habitación de Margot).

7° grado: Basil, Vincent, Laura, Annabelle, Osamu, Tristan y Allan.

Docentes: Emil (Hechicería y Conjuro), Rodia (Nigromancia), El Director (Demonología).

Los nombres de todos están inspirados en obras y autores clásicos, ¿reconocen a algunos?

¿Están preparados para su primera clase?

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