Cuarenta y siete

En las noches que siguieron, los pasillos de la Academia estuvieron llenos de murmullos y algunas risas que se le escapaban a los estudiantes. Se reunían en las salas comunes o los cuartos ya reparados mientras los espectros se ocupaban de otros, amontonados alrededor de los fuegos o bajo mantas con tazas tibias en sus manos, olvidadas en medio de la conversación. Cada uno relataba los hechos como los había vivido, algunos más de una vez. Los temores que sintieron, los actos heroicos que realizaron, los hechos extraordinarios que presenciaron. Rodia oyó unas cuantas mentiras.

Había atrapado a Hugo relatando la pelea de su grupo contra Lilith al menos unas cinco veces. Era un buen narrador, detallista sin llegar a divagar; conseguía mantener a su público embelesado con su voz entusiasta. Aunque Rodia creía que no llegaba a describir de manera correcta la belleza de Emil en su forma nefilim. Gaspar y Margot siempre estaban junto a él, mirándolo embelesados sin importar cuántas veces contara el mismo cuento. El resto de sus compañeros de primer grado también solían acompañarlos. Se veían unidos y cómodos entre ellos. Toda la Academia parecía sumida en un ambiente amistoso. Quizás los humanos necesitaban sucesos traumáticos como aquel para recordarles que pertenecían a la misma especie.

También vio algún que otro milagro.

Al igual que los otros docentes, Rodia solía dar una vuelta por la enfermería al menos una vez por noche para comprobar el estado de los heridos. Gracias a los cuidados de Noreen y Aleister, quien parecía haber encontrado en aquella tarea la excusa perfecta para no cruzarse con Stolas en los pasillos, los heridos eran pocos y solo estaban allí descansando con un par de huesos rotos.

Basil era uno de ellos. Su humor no era tan animado como antes; seguramente por lo que había sucedido con Laura. Pero lo más sorprendente era que Vincent rara vez lo dejaba solo. A veces Rodia los encontraba discutiendo en medio de una partida de ajedrez, otras, el rubio simplemente se quedaba leyendo mientras custodiaba el sueño de su compañero. En el fondo, Rodia había temido que esos dos terminaran como Emil y él, en un manojo de sentimientos tan contradictorios y podridos que no supieran qué hacer con ellos. Se alegraba saber que no les había tomado tantos años encontrar la paz. Niños listos.

Y aunque todos en la Academia se comportaban como si la tormenta hubiese pasado, había algo que seguía molestando a Rodia, como una espina en su cerebro: si él no había sido enviado al abismo como los demás sacrificios para alimentar a Lilith, ¿a dónde fue a parar esos trece años?

Le había dicho a Aleister que él sí se había ido al Infierno, pero la verdad era que no podía recordar nada de esos años que estuvo ausente, ni siquiera como una pesadilla borrosa. Solo recordaba haberse despertado en la Academia, en el despacho del director con el Diablo parado frente a él y un contrato de trabajo en su mano.

¿Habría sido él quien lo trajo de vuelta? Rodia sabía que no. Y, aún así, no había brujo que poseyera tal poder nigromántico como para revivirlo. Su cuerpo era el suyo, nada en él había cambiado. Hasta el más pequeño de sus lunares seguía en su lugar. También se sentía como tal. Se sentía cómodo y vivo. Pero, sería posible que haya permanecido en un lugar donde el tiempo no alterara su carne, donde su alma permaneciera intacta. Y, sin embargo, sus ojos ahora eran de un brillante color dorado. Como el fuego celestial.

Todo era muy extraño.

Alguien lo había querido de vuelta. Y él había querido volver. ¿Por venganza? ¿Por amor? No lo tenía claro. Tampoco le importaba mucho ahora. Ya encontraría la respuesta con el tiempo.

Al fin y al cabo, ahora tenía lo que quería, así que lo tomaría.

Luego de la reunión y de su patrulla regular por las zonas comunes, Rodia se encaminó al ala sur donde se encontraba la entrada principal. Era el ala más corta, la cabeza de una cruz normal que allí estaba invertida. A un lado del gran hall se encontraba la dirección y al otro un par de salas que no se solían ocupar. Aunque ahora una había sido abierta y reacondicionada, ese sería el nuevo despacho de Emil. Su instinto le decía que estaría allí. Y no se había equivocado.

Lo encontró mirando fijamente algo sobre su nuevo escritorio, con las manos apoyadas en la superficie de ébano y la cabeza sumida en sus pensamientos. Le daba la espalda por lo no sabía de qué se trataba.

El despacho que ahora poseía un cartel que anunciaba "vicedirección" en sus puertas dobles, era mucho más pequeño que el del Director, pero casi tan lujoso como aquel. Las paredes de piedra blanca deprovistas de decoración y las cortinas de color marfil contrastaba con los muebles de oscuro ébano. La pared a la izquierda del gran escritorio estaba ocupada por una biblioteca inmensa que estaba a medio llenar con libros y pergaminos. En el lado derecho había ubicado un elegante juego de sillones que invitaban a sentarse allí y tomar un té. Porque, por supuesto, había un rincón destinado a alojar teteras y cajas de té. Rodia esperaba que allí también hubiera café. Pero lo que más curiosidad le daba era su nuevo dueño que no había dado señales de oírlo interrumpir en su oficina.

Rodia se acercó a Emil y miró por sobre su hombro. Entonces, vio que sobre el escritorio solo había un cuaderno de cuero viejo que reconoció al instante. Era el grimorio que contenía su tesis compartida, todas sus hipótesis y conjeturas, apuntes y notas, pruebas y errores.

―¿Qué deberíamos hacer con él? ―preguntó Emil. Parecía como si estuviera hablando solo, pero Rodia sabía que la pregunta iba para ambos.

―En un principio era tu tesis. Eres tú quien tiene la última palabra ―respondió con franqueza.

Emil siguió observando el grimorio con el ceño fruncido.

―Lucifer creó este lugar para quienes buscamos conocimiento más allá de cualquier idea moral. Me ha legado la responsabilidad sobre él. ¿Y mi primer pensamiento es destruir el conjuro que creamos juntos?

Rodia se sentó sobre el escritorio y tomó el grimorio. Lo ojeó sin mucho interés y luego lo apoyó sobre el pecho de Emil.

―Bueno, si en verdad quieres mi opinión, la de quién murió por no saber usar bien ese hechizo, creo que sería buena idea mantenerlo alejado de estos críos.

Emil lo pensó y asintió.

―Oye, nadie te reprochará si lo destruyes ―intentó tranquilizarlo el pelinegro―. Está bien ser celoso de vez en cuando.

Emil por fin se volteó a verlo con esos ojos claros tras el cristal de sus lentes.

Tomó el grimorio con una mano y este comenzó a arder hasta que no quedó ni una ceniza sobre la oscura madera. El olor a papel quemado se mezcló con el de un incienso que flotaba desde algún rincón.

―Listo. Problema resuelto ―exclamó Rodia, más por aligerar un poco aquel ambiente. Era como si el fuego de Emil hubiera consumido todo el aire del cuarto; le estaba costando respirar bajo el peso de su mirada.

―¿Puedo? ―preguntó Emil de pronto, con una desesperación que lo sorprendió.

―¿Qué cosa?

―Ser celoso... contigo. Quererte solo para mí, desear ocultarte del mundo para que nadie pusiera sus ojos en ti. Querer que seas solo mío.

―¿Eso es lo que has querido todo este tiempo? ―preguntó Rodia con una sonrisa desafiante―. ¿Es por eso que me trajiste de vuelta?

Emil no dijo nada, simplemente lo miró con esos ojos claros, entre el azul y el violeta. Normalmente le recordaban al color del hielo o de las piedras preciosas, pero ahora ardían como dos fuegos fatuos.

Rodia le sonrió a Emil, a su maravilloso y aterrador Emil. En lugar de responderle, tomó su rostro y lo besó. Le daría lo que quería.

El peliblanco se acomodó entre sus piernas que lo envolvieron al instante, apretando sus caderas para acercarlo más, al punto en que no había centímetro que los separase. Rodia le rodeó los hombros y desató el lazo de su cabello. Una cortina de plata los cubrió encerrándose en su propio mundo. Emil coló sus manos frías debajo de la camisa de Rodia, provocándose un delicioso escalofrío; así que lo mordió por ello, sonriendo al escuchar su gemido ahogado. Quería más, ambos lo querían. Rodia le desabotonó la camisa y su boca comenzó a vagar con desesperación la piel suave de su pecho. Se detuvo especialmente en sus pezones, mientras sus manos bajaban por la espalda del peliblanco hacia su culo. Lo apretó con fuerza antes de escabullirse debajo de su pantalón, liberándolo.

Emil no se quedó quieto, esperándolo. Ya no se quedaría con las ganas como cuando era joven. Él prácticamente le había arrancado los pantalones al pelinegro, dejándolo solo con una camiseta y uno de sus típicos sweaters.

Rodia exclamó cuando Emil lo tumbó sobre el escritorio con brusquedad. Apenas fue consciente de lo que estaba pasando cuando sintió que algo lo envolvía y lo ataba. Emil había usado algún hechizo para inmovilizarlo, sujetando sus muñecas sobre la madera. Su magia era fría y suave como una brisa. Lo tomaba, lo reclamaba. Susurraba mío y mío, mío, mío. Rodia se retorció un poco, pero la presión solo lograba excitarlo aún más.

―Si te pones raro al menos concédeme un capricho ―dijo Rodia con la respiración agitada. Miró al ser que tenía sobre él, todo plata y luz, como el brillo de la luna sobre un puñal. Hermoso y letal.

―Dilo.

―Muestra tu verdadera forma ―pidió Rodia.

Emil lo miró por un momento tan largo que Rodia creyó que se negaría. Pero finalmente, se mostró. Su tercer ojo, el brillo dorado que bañaba su piel de marfil. Su aura celestial. Ya no tenía motivos para esconderse.

―Quiero verlo todo.

Este bufó, pero dejó que sus alas desgarraran su piel y salieran. Los cubrieron a los dos, mientras Emil usaba el cuerpo de Rodia a su antojo. Tomando lo que le pertenecía. Lo que había arrancado de las entrañas del Averno.

Rodia era su pecado y su condena.

Incluso ahora, deshaciéndose en gemidos y temblores, luchaba por alcanzarlo con sus uñas y mostraba sus dientes filosos. Solo Rodia podía hacerle sentir algo, solo él podría hacerle daño, destrozarlo. Acabar con él.

Emil sabía que eran el Infierno del otro. Y el fuego entre ellos sería eterno.

Ya casi ponemos el punto final a esta historia, pero antes quería resolver algunos pequeños misterios. O al menos darles una pista sobre ellos. 

Nos vemos en el epílogo, mis amores. 💖

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