Cuarenta y cuatro
Hugo no se equivocaba. Lilith se encontraba donde ellos se habían separado de Basil, en las galerías norte. Pero, cuando llegaron al lugar, no lo encontraron. En cambio, hallaron a Laura, sucia y cubierta de sangre, arrodillada junto al cuerpo del profesor Sheridan. Los ojos disparejos del profesor se habían quedado viendo al cielo encapotado.
Los chicos de séptimo se habían parado en seco, viendo con consternación la muerte de su maestro. Fue Allan el primero en querer acercarse a ellos, quizás Laura estaba herida y necesitaba ayuda. Pero, cuando pasó a su lado, Hugo le tomó del brazo y negó con la cabeza. Había algo mal allí. Ellos no deberían estar en ese lugar. Al profesor Rodia no se le pasó por alto la reacción del niño.
―Buen intento ―dijo Rodia, poniéndose entre la chica y sus compañeros―. Pero no eres exactamente la mejor actriz, Lilith.
Laura tenía uno de sus vaporosos y delicados vestidos cubierto de sangre, pero no temblaba ni sollozaba. Había una inquietante serenidad en sus movimientos, cuando alzó la cabeza y por fin vieron lo que se ocultaba tras su melena azabache: sus ojos eran de un rojo brillante. El bonito rostro que había pertenecido a la muchacha se desfiguró cuando Lilith sonrió.
―Supongo que no me iban a dejar habituarme a este cuerpo ―dijo y dio unas vueltitas como si quisiera mostrar su atuendo―. ¿No es precioso?
―Laura...
―Oh, esa pequeña puta no era alguien que mereciera que la lloren. Estaba podrida.
―No hables así de ella ―exclamó Tristan con furia, lanzándose sobre la bruja.
Los profesores gritaron advertencias, pero fue demasiado tarde. El muchacho fue atacado por un demonio que defendió a su nueva ama. Tristan no tuvo oportunidad de evitar las fauces de la criatura que se engulló su brazo por completo. Sin embargo, este logró crear una llama que incineró al demonio desde sus entrañas antes de que cerrara sus dientes alrededor del brazo izquierdo de Tristan, separándolo de su cuerpo.
Hugo lo vio caer en el suelo y ser rodeado de más demonios, cual jauría de perros hambrientos. Antes de que cualquiera pudiera hacer nada, apenas capaces de pensar en el peor final para su compañero, vieron como los demonios que lo rodeaban eran cercenados por una guadaña de aire.
―Nosotros yendo a la capilla y ustedes estaban aquí ―se quejó Vincent, respirando con cierta agitación.
Basil estaba a su lado, apenas manteniéndose sobre sus dos pies con ayuda del rubio, su mano extendida hacia los demonios. Ambos estaban agotados, sudorosos y sucios. Pero Basil le sonrió a Hugo antes de decir:
―Laura está...
―Muerta, lo sabemos. Pero gracias por decirlo ―dijo Rodia mientras Emil corría a auxiliar a Tristan, quien estaba perdiendo mucha sangre, demasiada. El pelinegro le echó un vistazo a los tres muchachos―. He de suponer que cuando todo esto acabe tendremos varias rondas de convivencias.
―No dejan de llegar, malditos cerdos ―maldijo Lilith con frustración mientras lanzaba una lluvia de astillas y fragmentos de vidrios a quienes tenía delante. Pero Annabelle fue más rápida que los demás y conjuró un fuerte escudo que protegió a Hugo, Allan y Osamu.
Lilith apretó los dientes con frustración.
―Tú, niña de la tierra. Deja a esos simios y ven conmigo. ¿Qué te parece? Después de todo las chicas debemos ayudarnos ―le dijo con una sonrisa, extendiendo su mano hacia ella, invitándola―. Ellos solo te usarán, abusarán de tí, nunca te verán como algo más que una cosa que poseer. Ven conmigo y te daré el lugar que mereces en mi reino.
―Gracias por la oferta, pero fui capaz de crear mi propio lugar en este mundo. Por lo que no te dejaré destruirlo ―respondió la morena, siempre diplomática, antes de adoptar una posición de batalla.
―Ingrata. Ellos...
Rodia rodó los ojos con hastío.
―Sí, sí. Todos los hombres somos iguales, unos hijos de puta desgraciados y bla, bla, bla.
―Tú eres de los peores ―le gruñó Lilith―, arrogante, ambicioso, ególatra...
―Te olvidaste de increíblemente guapo.
Lilith soltó un grito de furia al tiempo que lanzaba bolas de fuego azul hacia ellos. Rodia conjuró un escudo. Cuando vio que su ataque no causó daños, Lilith volvió a arremeter, esta vez contra los que estaban más lejos. Sin embargo, Emil fue capaz de protegerlos, desviando sus ataques.
De alguna forma, habían quedado divididos en dos flancos, por un lado Rodia con Osamu, Allan, Annabelle y Hugo; por el otro Emil con Tristan, Basil y Vincent. La muchacha vio que aquel grupo estaba en desventaja, con sus tres compañeros heridos y cansados. Así que, sin pedir permiso, corrió hacia ellos.
Rodia gritó su nombre cuando Lilith enfocó sus ojos rojos en Annabelle. Sin embargo, los ataques que le estaba lanzando la bruja habían rebotado en la chica y habían vuelto hacia la bruja primigenia con mayor intensidad. Lilith gritó cuando sus propios poderes le hicieron daño. El aire se llenó de un olor a cabello y tela quemada, pero la bruja no pareció sentir dolor.
―¿Qué mierda fue eso? ―exclamó Vincent cuando su compañera llegó a su lado y se dejó caer junto a Tristan. Solo entonces se dio cuenta de que se había pintado una marca en el pecho con su propia sangre.
―Mierda, tuve que desvelar mi tesis. ¿Pueden hacer como que no la vieron? ―dijo Annabelle entre dientes mientras empleaba magia curativa en Tristan tan rápido como pudo, aprovechando que Lilith estaba distraída con el otro grupo en el que Allan y Osamu arremetían contra ella guardados en la protección de Rodia. Por un instante se permitió sentir ternura por Hugo, el niño no tenía mucho entrenamiento en hechizos útiles para la batalla, pero al menos ayudaba a dividir su atención.
―Debemos pensar en un plan ―dijo Basil mientras dejaba que Annabelle lo revisara. Ella había terminado de tratar a Tristan, deteniendo el sangrado y anestesiando el insoportable dolor, y había pasado a él―. ¿Profe?
―Ella conoce más hechizos de los que tú podrías imaginar ―dijo Emil.
―Entonces usemos hechizos que ella no conozca. Nuestros proyectos de tesis ―propuso Vincent con un tono práctico como si no hubiera propuesto una herejía―. Annabelle, siempre has sido buena con los demonios, ¿crees poder controlar a los que vengan? Al menos para ganarnos unos segundos.
―Los controlo y, si no, los destruyo ―respondió la chica con una sonrisa amenazante.
Vincent asintió.
―Osamu y Allan son buenos en ataques a distancia, irán en la retaguardia. Tristan, ¿podrás ayudar con un solo brazo?
―No me queda mucho maná, pero seré carne de cañón de ser necesario ―respondió este levantándose con dificultad. Se sentía desequilibrado, fuera de su centro, sin una extremidad; pero se acostumbraría―. Además, alguien tiene que cuidar al pequeño.
―Profe Emil, usted y Rodia son mil veces mejor que nosotros. Los seguiremos y haremos lo que podamos ―continuó Vincent.
Emil aceptó el plan de su estudiante. De alguna forma había tomado el liderazgo y su profesor estaba orgulloso por ello. Vincent siempre había sido observador y práctico, un estratega nato. Aunque fuera distante, conocía las virtudes compañeros mejor que nadie, a quienes siempre quiso superar.
―¿Y yo qué? ―protestó Basil. Vincent le sonrió.
―Vendrás conmigo, al frente. Necesito tu magia de aire cortante.
Y así fueron a la carga.
Los de séptimo grado protegieron, distrajeron y atacaron. Mantuvieron distraída a Lilith y se encargaron de sus bestias del infierno que cada vez eran menos; estas no podían ser infinitas y seguramente el grupo de los profes Alei y Noreen se había encargado de unas cuantas. Lucharon el tiempo necesario para que Rodia y Emil la atacaran. Lilith era fuerte, pero ahora estaba sola ante dos de los mejores brujos que vio crecer en esa Academia.
Antes de lo esperado, los estudiantes se encontraron rodeados por los cadáveres de los demonios que habían matado. Carne e icor ensunsaban sus calzados y le hacían arder la piel. Sin embargo, lo peor estaba a punto de llegar, a paso tranquilo desde el cementerio.
Los vieron con horror la tierra removida y el olor a carne pútrida. Ella no podía atreverse a ello, pero lo hizo. Sus estudiantes, sus cuerpos. Sus niños. Emil los vio llegar, esclavos de aquella bruja.
A su lado, Osamu ahogó un sollozo al verla, el cuerpo de Christine, quien amaba la música igual que él. Los demás también exclamaron al ver llegar a sus compañeros que habían perdido, a los hombres y mujeres que les habían guiado y acompañado en sus primeros años, a los niños y niñas que habían visto crecer y habían enterrado ese mismo año. El horror de comprender que debían enfrentarse a ellos les quitó el aire.
Era demasiado cruel. Lilith estaba usando la magia nigromántica de Rodia, Emil la reconocería donde fuera. Nunca la había aborrecido tanto como en ese momento. No podía considerar a aquella bruja la madre de todos. Era un demonio, la peor de su estirpe.
―¡Todos! Controlen sus emociones ―gritó Emil, haciendo reaccionar a sus alumnos.
―Pero, profe...
―No son ellos. Tienen sus caras y sus cuerpos, pero sus almas ya descansan en el Más Allá. Son solamente carne y huesos ―insistió este con sus dientes apretados, sin dejar de luchar contra Lilith, poniendo toda su furia y dolor en cada hechizo―. Ya los perdimos a ellos, no podemos perderlos a ustedes también.
―Emil ―dijo Rodia, a su lado.
Vincent dio un paso al frente, encarando a Lilith.
―Yo maté al cuerpo que portas. ¿Qué te hace pensar que me contendría con otros? Haré lo que sea para proteger a mis compañeros.
De alguna retorcida manera, aquello pareció levantar la moral de los estudiantes. Emil los vio arremeter contra los caminantes. Fue ello o el ataque que llegó detrás de los caminantes.
El grupo de Alei y Noreen había llegado como refuerzos, quizás atraídos por la conmoción. Tenían dolor, odio y miedo en sus ojos, pero no dudaron en atacar a los esbirros de Lilith y defender a sus compañeros. Rodia pareció pensar cuán necesaria era su ayuda allí. Finalmente negó con la cabeza y se volvió hacia Lilith.
―Esa perra va a pagar por haberse robado mis hechizos, ¡dos veces! ―exclamó y arremetieron contra ella.
Ambos esquivaron los tentáculos de energía oscura que ella había conjurado y los utilizaba como látigos, queriendo atacarlos, queriendo atraparlos. Uno casi tomó a Rodia por la espalda, pero unas raíces salieron de la tierra y se enredaron con el tentáculo. Cuando se volteó, se encontró con el profesor de Pociones. A su lado, Noreen, Vincent y Basil cortaban los tentáculos cual espadachines. Al parecer, ellos también tendrían refuerzos.
A pesar de ello, un gran tentáculo los barrió, lanzándolos lejos. Emil y Rodia terminaron semi ocultos detrás de una pila de cadáveres de demonios. A lo lejos oían a sus estudiantes y colegas luchando contra los caminantes. No podían seguir así por más tiempo.
―Debemos llevarla a la dirección, de inmediato ―dijo Emil con un gruñido mientras se levantaba.
―¿Y cómo planeas hacer eso? ―exclamó Rodia, pero dejó que Emil lo ayudara a ponerse de pie―. Está claro que esa criatura es más fuerte que una bruja ordinaria.
Emil lo miró con esos ojos claros y fríos; y Rodia tuvo un más presentimiento.
―Quizás necesitemos la ayuda de algo más fuerte que un brujo.
―Emil, no. Si él te viera...
Este bufó.
―¿Con qué derecho podría enfadarse conmigo luego de hacernos partícipes de su pleito marital?
Rodia se lo quedó viendo con sus ojos como monedas, sorprendido por el destello de humor en Emil.
―En eso tienes razón. Pero aun así es demasiado arriesgado.
―Míralos ―exclamó el peliblanco, señalando el campo de batalla―. Están agotados y heridos. No quiero alargar esto más de la cuenta.
Rodia siguió su mirada. Había cuerpos en el barro, no supo si eran de los caminantes vencidos o de sus propios estudiantes. Algunos del equipo de Noreen estaban asistiendo a sus compañeros como podían en medio del caos, convirtiéndose en blancos fáciles. El aire estaba saturado con el olor a sangre, icor y carne podrida y quemada. No aguantarían mucho más.
―Está bien ―aceptó―. Supongo que al fin aplicaremos nuestra tesis. Esperemos que en esta ocasión no sea lanzado al Infierno.
Rodia se volvió hacia él y arremangó las mangas de Emil. Las marcas que él mismo había tatuado una vez seguían allí, esperando cumplir la función que le habían otorgado. Esperándolo. Una versión pura y sin profanar de las marcas que había hecho hace tiempo, tan parecidas a las que encontraron cortadas en los cuerpos de sus estudiantes. Eran sencillas, austeras como el mismo Emil.
Rodia tomó su bisturí, el que siempre llevaba en el cinturón junto a sus demás cuchillos, y comenzó a trazar la carne. Emil hizo una mueca de incomodidad, pero no dijo nada mientras seguía cada trazo con esos ojos claros. Su largo cabello plateado se había soltado y caía alrededor de ellos como una cortina, escondiéndolos del mundo. Rodia intentó ignorar el peso de su mirada. Pensó en los trece años que Emil había estado esperándolo en aquel oscuro castillo, el lugar donde se habían conocido, donde se habían perdido. Pensó en el cabello que le había crecido hasta llegar a su cintura, en sus hombros que se habían vuelto más anchos.
Cuando terminó de redibujar todas las marcas, dirigió el filo a su propia piel, realizándose un corte en cada palma. Tomó las muñecas de Emil, sus sangre mezclándose, y le entregó su maná a Emil. Se lo dio todo. Porque así era como debía funcionar aquel hechizo, era un voto de confianza, un salto de fe. Era entregarle la espada a tu verdugo y rezar para que con ella cortara tus cadenas.
Las marcas brillaron bajo sus manos. Le quitó sus ataduras a Emil. Le entregó su alma. A un hijo del Cielo. ¿Quién lo hubiera dicho?
Entonces Emil mostró su verdadera forma. Y Rodia se encontró siendo observado por tres ojos del color de las amatistas; el cuarto debía haberse encontrado justo donde él le había apuñalado. Al parecer sí había dañado uno de sus bonitos ojos. Extendió una mano y rozó la cicatriz con los dedos húmedos.
Pero antes de que pudiera decir algo, Emil lo soltó y corrió hacia donde se encontraba Lilith. Su cuerpo no resistiría mantener esa forma por mucho tiempo.
―Hijo de ángel ―dijo ella en un siseo, ante la aborrecible sorpresa.
Lanzó hacia él toda la magia que poseía, todo los objetos a su alcance, pero a Emil no le fue problema esquivarlos a todos.
Decenas de sus tentáculos salieron desde el suelo e intentaron atrapar sus piernas, pero Emil saltó y en medio del aire, dos pares de alas brotaron de su espalda, rasgando su camisa. Eran finas, cristalinas y alargadas como cuchillas que brillaban con cada relámpago. Los estudiantes que no tenían algo intentando matarlos delante de ellos se voltearon a ver aquella maravilla.
Sin embargo, el profesor Emil no se detuvo para ser admirado. Se lanzó en picada hacia Lilith mientras el maná brillaba en sus manos. Los demás no perdieron tiempo y lanzaron todos los hechizos que conocían hacia Lilith, elementos, objetos transmutados y energía pura. La bruja poco pudo hacer frente a un hijo del Cielo y la prole de Caín juntos. Sintió el escozor del maná hilado que la estaba envolviendo. No podía defenderse, no podía atacar. Lloró de impotencia. Fue como volver a ser sometida por Adán, ser castigada por su Padre, ser despedazada por los ángeles. Los odiaba. Los odiaba. Los odiaba.
Ya se encontraba maniatada y tirada sobre el suelo fangoso, revolcándose presa de la furia ciega y la agonía e impotencia, cuando vio un par de botas frente a ella. Se negó a levantar la cabeza, jamás le daría ese gusto a un hombre. Pero quién habló fue la chica morena.
―Lo que has pasado no tiene perdón, lo siento por ti ―dijo Annabelle, casi con amabilidad―. Pero este es nuestro hogar, nuestro Edén; no tienes derecho a quitárnoslo. No tienes derecho a hacerle daño a otros solo porque han sido malos contigo.
Y con este capítulo terminamos el maratón de Semana Santa. Hace mucho que no escribo escenas de batalla, por lo que estoy algo oxidada. De todos modos, espero que les haya gustado. Aún nos faltarían dos capítulos y el epílogo para que termine esta historia D: ¿Ansiosos? Yo sí porque en el próximo capítulo lo tendremos a daddy Satanás.
¡Nos vemos el sábado! 💖💖💖
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