Cuarenta
Margot y Hugo, con un Gaspar inconsciente a su espalda, apenas fueron capaces de llegar hasta la capilla. En el camino le habían salido a su ataque un par de armaduras decorativas, marionetas de caballeros de antaño. Por fortuna, eran de metal endeble y un par de hechizos básicos de fuerza y empuje bastaron para desarmarlas. Margot aprovechó y se hizo con la espada de uno de ellos. Se sentía -un poquitín- más segura con algo filoso en sus manos; como cuando guardaba un cúter en la manga de su sudadera al volver a casa tarde.
Ya todos parecían haber llegado a salvo. Solo ellos, que se habían desviado en busca de Gaspar, faltaban.
«Y Basil, quien se quedó atrás», se recordó Hugo. Estaba preocupado por el muchacho moreno que siempre los había cuidado. Quizás no fuera desinteresadamente, pero Hugo siempre había apreciado el apoyo y guía del mayor.
En las puertas de la capilla fueron recibidos por dos chicos de sexto grado. Hugo recordó sus nombres: Leopoldo y Howard, por lo feos que eran. Habían sido amigos de Frank y, al igual que él, practicaban la magia carnal; eran altos y capaces de levantar un ternero sin problemas. Estos miraron a los recién llegados con mala cara y alzaron sus armas -unas viejas lanzas decorativas empapadas de magia- hacia ellos, impidiéndoles el paso.
―Tú y la chica pueden pasar; pero ni piensen que esa cosa va entrar. Déjenla ahí fuera para que se la devore... lo que sea que nos está atacando ―dijo uno de los mayores, Howard.
―No dejaremos a Gaspar ―contestó Hugo, apretando su agarre sobre el chico a su espalda.
―Si quieren pueden quedarse a hacerle compañía, no nos importa. Pero no pondremos al resto en peligro por ese desquiciado.
―Él mató a Frank y a los demás. Quién sabe qué podría...
Sin decir una palabra de advertencia, Margot había alzado su nueva espada; el filo de esta acarició el sweater de Leo.
―No crean que Gaspar es más peligroso que yo ―amenazó, sujetando la lanza con firmeza. Se veía como una guerrera bárbara con su cabello rebelde, su ropa manchada de sangre y su mirada de fuego. Todo en ella era rojo y letal. Hugo estaba comenzando a pensar que el rojo era su color favorito―. Si no nos dejan pasar...
Otros alumnos habían estado viendo aquel espectáculo sin intervenir y desde dentro llegaron voces sin rostros que insultaban, agredían y maldecían a Gaspar. No lo querían allí. Le repudiaban. Le temían.
Hugo era de los que preferiría enfrentarse a la escuela poseída antes que a sus compañeros, pero sabía que Margot se abriría paso fuese como fuese, y él la seguiría. Sin embargo, no hizo falta pues, en ese momento, la profesora Noreen salió a ver lo que estaba pasando. Al ver a los tres niños de primero que faltaban, con Gaspar inconsciente y cubierto de sangre, supo que habían fallado en su plan.
―¿Artemisa? ―preguntó tímidamente, ya conociendo la respuesta.
Hugo esquivó la mirada de su profesora, Margot negó con amargura.
Noreen dejó escapar un pesado suspiro triste.
Detrás de ellos llegaba una nueva horda de objetos que habían tomado vida y algunas alimañas del bosque que no habían participado del asedio de la Noche de Brujas. Era más que peligroso quedarse allí fuera. Hugo pensó una vez más en Basil, solo dentro de la Academia.
―Entren ―les ordenó Noreen, ignorando las quejas de los demás estudiantes.
Dentro, la capilla estaba abarrotada. No solo era porque estaba casi todo el alumnado, sino porque algunos bancos se habían juntado y convertido en camillas improvisadas para los estudiantes heridos. Hugo vio que Spike era uno de ellos. Tenía un corte muy feo en la pierna que el profesor Alei estaba curando y vendando. Sus demás compañeras de clase estaban con él, sanas y salvas. Eso lo tranquilizó un poco. Miró a su alrededor, a las caras que esquivaba su mirada y las que le devolvieron un gesto de asco y desprecio. Notó que los hombros de Margot se relajaron un poco cuando ubicó a Circe y Oscar en la multitud. A pesar de todo lo arisca que era la muchacha y todo lo que había pasado entre ellos, Margot les guardaba un gran cariño a esos dos.
Pero la atención de Hugo fue reclamada por el Director. Este se encontraba detrás del altar, que se había convertido en una especie de mesa de control con un plano del castillo que estaba continuamente moviéndose, como las que había visto en las películas que ponían durante las vacaciones. Como si él y los profesores fueran generales de guerra... y quizás así era. Cuando el Director atrapó su mirada, le hizo una seña para que se acercaran. Margot también lo vio y lideró la marcha con el paso firme y la cabeza en alto, sin importarle que un par de veces tuvo que dar unos codazos a quienes no querían hacerle las cosas sencillas. Hugo la siguió, intentando contagiarse de su seguridad. Ellos no habían hecho nada malo. Gaspar tampoco. No tenían nada por lo que sentirse avergonzados.
―¿Está vivo? ―preguntó el Director en cuanto llegaron frente al altar, ganándose una mirada de reproche de Emil.
Los niños asintieron.
―Basil nos protegió y guió, pero algo lo atacó en el camino ―comenzó a decir Hugo, su voz agitada por el cansancio y la preocupación―. Deben ir por él...
El director se volvió hacia el profesor de Alquimia y con una sola de sus miradas, este se puso en acción. Valiéndose de su gran altura, comenzó a recorrer la capilla con la mirada. Rápidamente se percató de que faltaban tres estudiantes de último curso. Sin decir más, salió de la capilla en su búsqueda. No podían darse el lujo de perder a sus más prometedores estudiantes esa noche.
―La profe Artemisa...―comenzó a decir Margot, pero el Director levantó una mano para callarla.
―Lo sé. De otra manera ella no podría haberse liberado ―dijo y, aunque su tono fue directo, había un regusto suave y amargo en él.
―Entonces, ¿en verdad Lilith está viva? La que asesinó a Marie y a los demás ―exclamó Margot. Al Director le agradaba que la curiosidad y tenacidad de la muchacha eran más fuertes que sus miedos. Por eso la había llevado a su Academia. De cierta forma, le recordaba a ella.
―Me temo que sí. Aún no tiene un cuerpo y su energía ha enloquecido a los objetos de la Academia ―explicó―. Es como un poltergeist, una tormenta de magia y resentimiento.
―¿Y qué hacemos ahora? ―preguntó Rodia, su tono y postura eran relajadas a pesar de la situación. Estaba parado a la derecha del Director, Emil a su izquierda.
―Lidiar con ella ahora mismo es inútil, es como pelear contra un huracán. Hay que esperar que su energía se materialice en un cuerpo físico.
―Entonces, ¿solo nos sentaremos a esperar que la señora se aliste para su cita? ―exclamó el profesor de Nigromancia, alzando los brazos. Esa señora estaba comenzando a caerle pesada.
―No, nos pondremos a urdir un plan y ustedes dos ―dijo el Director volviéndose hacia los niños―, necesitan descansar y Gaspar... Alei, ve si puedes despertarlo.
El profesor de Pociones asintió mientras terminaba de vendar la pierna de Spike. Cuando terminó, fue hacia el altar. Le indicó a Hugo que lo colocara en el banco más cercano y así lo hizo este, con cuidado de no golpearle la cabeza.
Escuchó las voces de los profesores a su espalda, serias y urgentes. Escuchó los murmullos de los estudiantes a su alrededor, confundidos y aterrados. Pero los ignoró a todos. Margot estaba a su lado, el profe Alei curaría a Gaspar, el profe Sheridan había ido por Basil, sus compañeros y los chicos que realmente le importaban estaban a salvo.
Pero entonces, lo sintió. El silencio ensordecedor antes del trueno.
Un relámpago tiñó todo el lugar de plata y oscuridad. Allí nunca llovía o tronaba a menos que el Director así lo quisiese, pero este se veía tan sorprendido como el resto. Si no lo habían pensado antes, ahora les quedaba claro que su señora tenía tanto poder sobre su territorio como él mismo.
Porque, en ese momento, como si hubiera estado esperando el momento indicado, apareció una figura en la puerta de la capilla. Otro relámpago estalló y la figura cambió. Primero había sido una mujer altísima, con una figura regia y largo cabello. Un segundo después, en la puerta estaba un chico bajito, luego un muchacho de hombros anchos. Hugo tardó en darse cuenta que lo que fuera que estuviera allí estaba mutando y cambiando su apariencia. El Director había dicho que Lilith aún no tenía la capacidad para habitar un cuerpo estable. Escuchó algunas exclamaciones de los mayores cuando eso cambió a una chica pelirroja y curvilínea.
―Agatha ―escuchó el nombre susurrado varias veces. Luego nombraron a otros: Zelda, Artur, Nina...
―Son los estudiantes que no pasaron su graduación ―dijo el profesor Alei a su lado―. Todo este tiempo habían sido sacrificios para ella.
Hugo tardó en entender a qué se refería. Los sacrificios, los que no habían aprobado la graduación, no habían sido enviados al Averno. Habían sido el alimento de Lilith. El Director se los había entregado a ella. El muchacho apenas pudo contener la bilis que se le subía por la garganta. Aquello era atroz.
La figura, Lilith, caminó por el pasillo de la nave hacia el altar con pasos torpes, como una novia mutante e inestable. Su mirada fija en el Director, su novio que la esperaba. Pero no había anhelo en los rostros que veía, sino una furia que se había ido cociendo a fuego lento.
La expresión del Director era de lo más triste que Hugo había visto jamás. Eran años, milenios de un amor doloroso, de una dulce tortur. Y ahora tenía su mayor sueño y su peor pesadilla yendo a su encuentro.
―Lilith ―el nombre sonó como una canción, como un deseo, una súplica en la voz del Director.
―Luc. Tanto tiempo. Demasiado ―respondió la mujer con frialdad. Los huesos de Hugo resonaron al escuchar esa voz. La voz que había oído en sus peores pesadillas. Que le había susurrado mientras Gaspar le hacía daño.
―Debías esperar un poco más ―dijo el Director, Lucifer, con una voz suave pero firme, como si le estuviera hablando a una niña en medio de una rabieta―. Te habría liberado. Sabes que eso es lo único que he querido siempre. Lo habría hecho de una mejor manera si hubieras sido paciente...
―¡He sido demasiado paciente contigo! ¡Con todos! ―exclamó Lilith con indignación. La furia ardía en sus ojos rojos, lo único que no cambiaba en ella―. ¿Cómo pretendías que siguiera quedándome encerrada; medio despierta, medio dormida? Olvidada.
La culpa centelleó en la mirada del Director, pero duró solo un instante. Cerró sus ojos mientras tomaba aire, mientras tomaba una decisión. Cuando los volvió a abrir, sus ojos eran serenos y fríos como los de una serpiente, ajenos como los de la estatua de un ángel.
―Le has hecho daño innecesario a mis alumnos. No puedo perdonarte eso. Ni siquiera a ti ―sentenció.
Los estudiantes miraban aquello sin entender. Sin embargo, sus instintos los había hecho retroceder lo más que podían. De alguna forma entendían que ella era la causante de todo aquel desastre. Lilith los había ignorado a todos, como si se tratasen de seres insignificantes, mera decoración.
Pero cuando se cansó de mantener una inútil batalla de miradas con su pareja, suspiró y se volvió hacia Hugo, en busca de otra fuente de diversión. De otra manera de molestar a Lucifer. El muchacho se petrificó cuando ella estiró una mano -un instante pálida y grande, otro instante morena y delicada- hacia él.
Pero algo se interpuso entre ellos antes de que pudiera tocarlo.
―Te agradecería si mantienes tus siniestras manos lejos de mis estudiantes ―dijo Rodia casi en un gruñido.
Emil también se había movido hacia el frente, formando con él y Alei una barrera entre la bruja y los estudiantes. Lilith los ignoró a todos, sus ojos rojos, siempre rojos, fijos en Rodia.
―Te recuerdo ―susurró con una sonrisa divertida―. Tú debías ser mi obsequió hace trece años, pero te me escapaste como arena entre los dedos. Alguien más te reclamó.
―Así que, es verdad. Somos tributos a ella, no al Infierno ―dijo Rodia a nadie en particular, mirando de reojo al Director.
―¿Y tú dónde estuviste metido? ―le preguntó Alei, demasiado sorprendido como para mantener su mala cara. En algún momento, había tomado a Gaspar en sus brazos, temiendo que Lilith quisiera llegar a él, y lo sostenía como si este no pesara más que una de sus macetas de jardinería.
―Yo sí me fui para abajo ―le respondió con alegría y orgullo. Se volvió hacia Lilith―. Al final creo que fue mejor que ser devorado por la señora aquí presente. Sin intenciones de ofender.
Lilith rió. Y fue el sonido más hermoso y aterrador que Hugo había escuchado nunca. Era como el trino de un ave nocturna, un mal agüero.
―Oh, pequeño nigromante. Ciertamente sabes que siempre hay destinos peores que la muerte ―dijo con una sonrisa maliciosa y volvió a cambiar una vez más.
Ahora era una mujer morena y menuda, con un cabello tan negro que parecía azul, cortado sobre sus hombros. Los miraba con grandes ojos tiernos, casi maternales. Y su sonrisa se ensanchó cuando los rostros de Rodia y Emil se deformaron de horror.
¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?! D:
En el próximo capítulo sabremos al fin qué chucha pasó en la graduación de Emil (y la no-graduación de Rodia xD).
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