Lección veinte: como la primavera y el otoño.

«Nayla, me gustás»

¿Era cierto lo que acababa de escuchar? Líen, el mismo chico que no se animaba ni darle un cumplido que fuera más allá de felicitarla como un profesor anima a sus alumnos cuando hacen algo avanzado ahora se estaba confesando. De pronto todos los acontecimientos cayeron sobre ella con un peso meteórico, como si el golpe que le había dado Dana fuera sólo una caricia al lado de todo lo que le tocaba vivir: la clase alborotada, Líen desentonando con una sonrisa boba trazando palabras en lenguaje de señas, el combate, la patada, la confesión. Los hechos se le entremezclaban en la cabeza hasta formar figuras abstractas que al fin de cuenta remitían al momento presente.

«Nayla, me gustás»

Tres palabras, mil implicaciones. ¿Entonces por qué le hablabas? ¿Entonces por qué no me lo dijiste antes? ¿Entonces por qué cuando te conocí no me querías enseñar? ¿Por qué sos tan callado... tan cerrado? Por qué, por qué y por qué. Las preguntas se agolpaban entre sus pensamientos delatando dudas ante una posible respuesta.

«Me gustás...»

Muchos hechos que, aunque los ordenara cronológicamente, no parecían tener conexión: la patada, salir corriendo, Líen en bicicleta... la primera vez que el chico anduvo en bicicleta fue con ella hacía pocos días. En ese momento no se hubiera esperado que lo vería vestido de blanco, con su trajecito de taekwondo, viniendo hasta donde estaba para decirle que le gustaba.

«Me gustás... ¿Te quedás callada?»

Obvio que no, pero por alguna razón las palabras no le salían como por arte de magia. Las figuras abstractas rondando sus pensamientos jugaban a desarmarse volviéndose más y más incomprensibles hasta hacerla dudar incluso de su propio nombre. No estaba lista para dar una respuesta, si se lo hubiera dicho antes como quien no quiere la cosa, de una manera casual, tal vez habría sido más fácil, pero Líen era tan diestro en eso de darle peso a las nimiedades. ¡Y después de todo ellos dos se estaban peleando! ¿O no?

No tenía caso insistir en el enojo ahora, él estaba parado frente a ella y debía reaccionar, pero ¿cómo hacerlo? Enojarse estaría mal, ponerse feliz también carecía de significado, reírse... ¿por qué reírse? Aunque era cierto que verlo caminar hacia ella con su trajecito blanco y la bicicleta rosa mientras gritaba desaforado su nombre había sido gracioso, gracioso también el verlo aprender a bailar; gracioso y tierno además. Gracioso y tierno cuando le echó agua encima a un borracho que le había dicho cosas a Nayla por la calle, cuando en el recreo se escondían a silbar canciones de películas en inglés, ¡y él resultó ser muy bueno en ese idioma! Cuando algún alumno de taekwondo les tiraba un comentario sobre ellos dos para incomodarlo y él siempre se avergonzaba primero y más tarde se vengaba poniéndolo a hacer cosas complicadas; flexiones de brazos, combates contra los más avanzados... Líen era un fanático de las peleas, no quería ensuciarlas peleando en la calle, y sin embargo, sin conocerla, peleó por ella desde la primera vez.

Las palabras encontraron un rumbo entre sus labios, y aún sin dar con una respuesta, una pregunta se formuló casi de manera espontánea.

—¿Por qué te gusto?

Que nadie se acercara a la adolescente a decirle ahora que la pregunta estaba de más: la misma no era innecesaria, por el contrario, urgía una respuesta. Nayla siempre se supo una chica temperamental, algo mimada, poco afectiva, una nenita fanática de subirse a los árboles, bailar y andar en bicicleta rodeada de elogios y de pretendientes fáciles, hasta que llegó Líen. Él era distinto; callado, tímido, distante, siempre opacado por rostros más atractivos, por personas más vivaces, por modas a las que no pertenecía, siempre tan solo... Ella era como la primavera repleta de color y vida, él era como el otoño con sus tonalidades monotemáticas y su encanto plagado de nostalgias. Se esperaba todo de Nayla: buenas notas, una carrera universitaria prodigiosa, una actitud recta que generara envidia en los compañeros de trabajo de su papá. Líen, por su parte, era un chico del que nadie podría esperar mucho; él era sólo una promesa para sí mismo y para nadie más, y sin embargo, había mucho brillo en él. Era sincero, humilde, amable, fiel a las personas que quería, con una gran humanidad, ¿por qué un chico así, profundo y raro, se fijaría en alguien tan superficial como ella se solía ver?

—Porque mientras más te conozco, más descubro lo buena persona que sos, y las ganas que tenés de mejorar. ¡Sos admirable, Nayla! Y también muy hermosa.

Esas palabras sonaban bien, pero ¿eran ciertas? Muchos chicos habían gustado de ella antes sólo porque la habían visto bonita y con ellos estaba bien que así fuera, pero con Líen era diferente: él podía ver más allá de la belleza. Si otros que sólo veían lo de afuera se impresionaban por eso era normal, pero si justo él, que se supone había sido capaz de conocerla en profundidad, sólo podía ver algo superficial, eso significaba que otra cosa no había.

—¿Buena persona? ¡¿No te acordás que cuando encontramos al perro en la calle?! Vos querías ayudarlo y yo quería dejarlo ahí.

  «Me gustás...» ¿Líen la conocía en verdad o sólo la quería por ser linda? Los monstruos que habían sido abstractos tomaban forma figurando sombras sobre ella, sombras sobre sus emociones, sobre lo que sentía por Líen, empañando tanto a el cariño como el respeto. ¿Qué pretendía ese muchacho ahora?

—También querías ser peluquera canina, y tus papás te hicieron querer abandonar ese sueño. No me parece raro que quieras dejar ahí algo que te vienen diciendo desde chica que está mal como lo es un perro. Pero vos no sos de dejar las cosas que te gustan, no por nada estás enseñando danzas para pagarte el curso. ¡Creciste un montón desde que te conocí! Además, no me olvido que cuando tu amiga Chiara necesita algo, por más loco que sea, siempre estás ahí para ayudar.

Era cierto, dejó de lado los caprichos de sus padres para buscar un poco más aquello que anhelaba, pero en eso había estado metido Líen. La peluquería canina, la danza, el taekwondo, todo Líen. ¿La quería a ella o se quería a sí mismo a través de sus ojos?

—Pero es mi amiga, todos hacemos cosas buenas por nuestros amigos. Es casi como hacer algo por uno mismo.

—Una buena persona empieza por hacer cosas buenas por sí mismo.

—Hacer cosas buenas sólo por uno mismo es ser egoísta, ¿o no?

—Así se empieza, pero la diferencia está en lo que se hace más adelante. Te conocí porque te estaban maltratando y viniste a mí para solucionarlo. Eso podría haber quedado en algo egoísta, pero también en ese tiempo tus papás estaban haciendo un gasto muy grande y no querías complicarles las cosas todavía más, ¿te acordás? Hiciste algo por vos, después por tus papás. También por Chiara hiciste un montón al ayudarla a salir con la chica que le gustaba aunque su familia y otros amigos no la aprobaban, y ahora te veo tan comprometida por tus alumnas que dejás que algunas vengan gratis porque sus papás no pueden pagar aunque vos misma necesités la plata para cumplir tus sueños.

La castaña bajó la mirada intentando dar con una respuesta que la hiciera feliz. Líen la conocía, sí, la que no se conocía era ella misma. Él no se estaba amando a sí mismo a través de ella, la quería por cosas que sólo él podía ver, pero que estaban de verdad. Era el único que en su vida había hecho algo para demostrarle que también era valiosa y no sólo una niñita mimada y superficial. Los monstruos amorfos se fueron volviendo cada vez más y más pequeños.

—A mí me gusta que seas tan atento y tan dulce. No me esperaba que pudieras sentir algo por mí.

—Olvidate de Dana que yo ya lo hice hace rato, y así quede como un tonto por decirte esto y que vos no sientas lo mismo, si te molesta que vea a otras chicas estás siendo una ciega. Me gustás vos.

El adolescente le devolvió la bicicleta, inclinó su cuerpo en saludo marcial, lo cual seguía viéndose chistoso por estar en el medio de la calle, y quiso volver al Do Yang, evidentemente humillado por su abrupta confesión y lo inapropiado de las circunstancias, pero Nayla lo llamó.

—¡Líen! —Se giró a verla sin frenar del todo su marcha— Vos también me gustás...

Frenó al fin para quedarse mirándola desde lejos. El chico de rulos quiso avanzar un poco para conversar con ella, pero para su sorpresa,Nayla chilló por lo bajo, montó en su bicicleta y partió a paso apresurado al grito de «¡Hablamos mañana!», dejándolo ahí, solo y sin comprender.

La chica nueva del colegio, una pelea a la salida, él interviniendo, ella entrando a su aula a retarlo para que le enseñara taekwondo, verla progresar a un ritmo desmesurado en cada clase, compartir ratos en los recreos, paseos solos y entre amigos, conocer a su familia, dejarla formar parte de su vida y que ella le devolviera el favor, y ahora esto... Nayla sentía lo mismo. No sabía cómo sentirse al respecto, quería gritar de la emoción, pero la felicidad se le atoraba en la garganta por asuntos que escapaban a su control. El chico estaba asustado; Padre no estaría feliz si descubriera que la chica del diario tenía algo con uno de sus mejores soldados.

Los monstruos de forma abstracta comenzaron a invadir sus pensamientos.

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