Lección nueve: Integridad

Eduardo Roma Echegaray - Puente la Norya, 7 am.

Rondó, dos flick, flack, salto y mortal árabe. Cae de frente y sigue corriendo.

Rondó, back flip, flick flack, layout, flash kick. Cae mal, no puede seguir corriendo inmediatamente, se reincorpora y corre sin entender por qué, solo por la adrenalina de correr, de desplazarse, de sentirse libre.

Una fuerza feroz brota de su interior llenándolo de euforia y vuelve a saltar; Rondó, back flip, dos flick flack, X-Out, flick flack, layout, mortal árabe.

Corre sintiendo su pecho explotar, sin embargo sigue: mortero, front flip, rondó, doble back y caída lastimosa amortiguada con un rol atrás. Le duelen los músculos y las articulaciones pero la euforia no se va, no le importa que la gente de la plaza lo esté mirando, estaba solo y no conocía a nadie, nadie le diría nada que lo marcara.

Rondó, full twist, flick flack, doble back flip, flick flack mal hecho, media luna mal hecha... La euforia se marchó, la precede la vergüenza ¿Por qué había hecho eso? Líen sentía pesar sobre sí las miradas de los curiosos como un manto de plomo sobre su espalda que lo hacía encogerse y caminar apresurado tratando de no llamar la atención. Toma un colectivo en la parada de la esquina.

Nayla se agazapa frente a una columna blanca y observa el reloj. El señor Echegaray debería llegar pronto. A su al rededor sólo había tránsito y peatones de paso, ni señal de los linyeras. Otra vez revisa su celular y aprecia el rostro de Eduardo Roma Echegaray; un policía retirado con una jubilación anticipada tras haber sido acusado de gatillo fácil hace al menos cinco años. Su rostro arrugado no revelaba más de cuarenta años, su tez morena, su cabello castaño oscuro con algunas canas sobresaliendo, unos ojos de un verde desentonante con el resto de su faz, el gesto concentrado y malévolo del asesino a punto de convertirse en víctima. La chica no consideraba que ningún ser mereciera la pena de muerte sin importar que éste ser en particular ya haya asesinado a otros a sangre fía.

«Quizás cambió» se dijo a si misma para justificar su presencia en aquel sitio. «Es la hora» Nayla trepó al punto más alto del puente y entre el groso de porteños circulantes pudo diferenciar vagamente a un hombre muy parecido al señor Echegaysar siendo abordado por dos muchachitos deportistas que corrían por el lugar y que lo saludaron con un abrazo. La chica observó con atención cómo conversaban y Echegaray no perdía en su rostro el gesto de desconfianza, como si no sintiera la misma emoción de encontrarse con sus interlocutores que ellos, cómo los deportistas se situaban a su lado y, sin dejar de pasar su brazo sobre el hombro del ex policía, lo acompañaban hacia una zona menos transitada.

—¡Están secuestrándolo! —gritó desesperada, pero el ruido de los automóviles impidió que los transeúntes la escucharan.

Bajó corriendo a los tumbos hasta estar a pocos metros de los deportistas aunque de poco le valió; el señor Echegaray había ingresado a una camioneta junto a sus captores y pronto iniciaron su recorrido en dirección a la capital.

La muchacha sin perder tiempo corrió hacia su bicicleta y a pesar de haberlos perdido de vista, partió en la dirección que los había visto salir con la mente poseída por la obsesión de salvarle la vida a un ser humano sin importar que otros lo hubiesen considerado despreciable.

Cruzó dos semáforos en rojo entre insultos y bocinazos y por fin pudo visualizar la parte de atrás de la camioneta mientras ésta cruzaba una esquina. Los siguió de lejos hasta verlos entrar en un estacionamiento curiosamente despoblado. Nayla aceleró intentando acceder ella también al estacionamiento pero la puerta del lugar se cerró tras el paso del automóvil impidiendo su ingreso.

Tiró la bicicleta a un lado sobre unas cajas apiladas desprolijamente frente al estacionamiento sin pensar en si podían robársela, trepó una pared dando un paso contra la misma y se desplazó con cautela hacia el interior del edificio sabiendo que aún no había sido vista y que las consecuencias de cambiar este hecho podrían ser mortales.

Todo a su al rededor estaba a oscuras, mas utilizando el sonido se guió hasta una esquina del enorme estacionamiento donde desde lejos podía escuchar el motor detenerse. Se arrastró hasta detrás de una columna que la cubría por completo y observó cómo bajo la luz tenue de una linterna sostenida por un muchacho alto, los asesinos bajaban al señor Eduardo Roma Echegaray y le removían la venda con que habían tapado sus ojos.

—Muy bien señor, usted mató a quema ropa a varias personas sin siquiera darle la oportunidad de defenderse. No vamos a ser como usted; esta vez va a tener igualdad de condiciones para con nosotros. Tres combates, uno contra cada uno de nosotros y con que usted logre vencer a uno solamente bastará para que lo dejaremos ir en libertad. Sepa que su vida está en juego, señor — Le planteó en un tono divertido el muchacho que lo había bajado de la camioneta, el cual estaba completamente vestido de negro—. Sabemos, desde luego, que usted es un experto en combate militar y que lo ha puesto en práctica varias veces, como cuando asesinó con sus puños al señor Mariano Romero, un simple arrebatador de carteras.

—¡Ustedes están locos! Cuando la policía los atrape los haré podrirse en una cárcel.

—Pero señor, si tuvieron piedad con usted, ¿por qué piensa que no lo harían con nosotros?

—Porque yo era uno de ellos.

Los asesinos se rieron estrepitosamente.

—¿Y quién piensa que nos acercó los datos sobre usted?

—Ustedes no pueden...

—Nosotros somos simples sicarios que utiliza la policía para cumplir con las condenas que el sistema judicial no puede completar. Quizás usted haya escuchado un poco sobre nuestra organización, La Justicia Negra, ¿le suena?

Esteban Echegaray comenzó a temblar. Nayla intentaba ver los rostros de quienes tenían preso al ex policía, pero la luz de la linterna solo apuntaba a Echegaray y además al bajar de la camioneta los asesinos se habían cubierto con máscaras que solo permitían ver el contorno de sus ojos.

  —Hay gente que no lo quiere con vida. Sabrá usted comprender que nosotros no somos jueces sino simples elementos de la fuerza de esta nación cumpliendo con su trabajo.

  Echegaray meditó cabizbajo unos instantes antes de responder.

—Tres combates, si logro vencer a uno me dejarán ir, ¿no es verdad?

—Es exactamente lo que le proponemos.

—¿Por qué tengo que confiar en que me van a liberar si gano?

—Porque es su única alternativa.

—¿Pero por qué me liberarían si ya se expusieron frente a mí? Si salgo con vida podría destruirlos.

—Es que la respuesta es evidente, señor: usted no va a ganar, tan sólo nos estamos divirtiendo. Ahora elija a su primer rival así terminamos rápidamente con nuestro asunto.

Echegaray estaba asustado, se le notaba en la voz. Miró con detenimiento a las figuras que se mantenían en pié frente a él y con su dedo apuntó al más delgado y pequeño de los tres.

—¿Pero por qué siempre me eligen a mí? —Se quejó el muchacho entre las risas de sus compañeros.

  —Es lo que te tocó; a vos te elijen los tipos y a mi las mujeres —Se burló el tipo morrudo que sostenía la linterna.

—Tranquilo líder, nosotros te amamos —comentó el otro muchacho, un poco más alto que el primero pero no tan corpulento como el segundo.

El chico al que habían llamado líder se posicionó frente a Echegaray y realizó una reverencia trazando un círculo grande con la mano en el aire para luego colocar esa misma mano cruzada en su pecho e inclinarse unos 45 grados, acto seguido comenzó a desplazar los pies dando un paso a un lado y acompañando con el otro pié por detrás, paso largo al otro lado y el pié contrario detrás como marcando un triángulo en el suelo mientras danzaba la típica ginga de capoeira. Echegaray no se dejó intimidar y, entrando en la postura de combate del kick boxing, arremetió con sus puños contra su rival el cual los esquivaba con relativa facilidad mientras se desplazaba para todos lados gingando y haciendo acrobacias mientras invitaba a su contrincante a continuar con la pelea con burlas y gestos groseros. Echegaray parecía fuera de sí y aumentó desesperadamente el ritmo de sus ataques hasta quedarse sin aliento, momento el cual el capoeirista aprovechó para trabarlo entre sus piernas en forma de tijera (con una detrás de los pies de Echegaray y la otra delante de la cadera) y derribarlo al suelo de espaldas para luego pararse nuevamente, saltar hacia el frente realizando una acrobacia, y luego aplaudir al aterrizar y seguir gingando a la espera de la reincorporación de su adversario.

Echegaray se levantó con dificultad e inmediatamente continuó con los golpes y patadas pero su oponente no variaba la estrategia obteniendo los mismos resultados hasta poder visualizar un nuevo descuido del ex policía el cual perdió levemente el equilibrio tras un intentar un puñetazo fallido y el muchacho posicionó su cadera tras la cintura del hombre y con su hombro lo proyectó por los aires estrellándolo de espalda contra el suelo en una estrepitosa caída seguida de una mortal adelante realizada por el líder de la banda en el cual el chico separó las piernas justo a tiempo para evitar aplastar la cabeza del derrotado Echegaray, el cual parecía estar a punto de llorar.

— Fin del combate, yo gano —festejó el asesino tras frustrar un pisotón que bien podría haber puesto fin a la vida de su víctima en ese mismo instante—. Elija a su segundo oponente.

El hombre vencido jadeó por unos momentos antes de erguirse nuevamente y observar con detenimiento nuevamente a sus captores. Elegir al más ágil le había jugado en contra, esta vez eligió al más grande y fofo de todos. El hombre que sostenía la linterna le pasó su artefacto al capoeirista, unió sus palmas delante de su frente y realizó el saludo tradicional de muay thai para luego pararse en una postura de combate idéntica a la de Echegaray. El combate comenzó de inmediato, ambos contendientes soltaban puños y patadas bajas intentando derribarse y soportaban los golpes como en una competencia de resistencia incoherente para cualquier taekwondista que la observase y que tuvo además un inesperado giro cuando una patada baja de Echegaray hizo doblar las rodillas del gigantesco combatiente el cual de inmediato se cubrió el rostro con las manos para resistir todos los golpes que el hombre intentara ejecutar a fin de derribarlo.

Por unos momentos Nayla pensó que el ex policía ganaría su derecho a la libertad pero cuando parecía que lo tenía, el criminal de La Justicia Negra se abalanzó sobre sus rodillas y lo desequilibró elevándolo en los aires como si sujetara un muñeco para luego bajarlo a gran velocidad de espalda al suelo y frenarlo a escasos centímetros de que su rodilla le destrozara la columna.

—Uno menos —sentenció el gigante—, sólo te queda una chance. Lince, tu turno.

Mientras Echegaray respiraba el último asesino se adelantó y le proveyó una botella de agua y una toalla.

  —Le voy a dar unos momentos para recuperarse. Tiene hasta que Gekko cuente hasta diez.

  —Uno, dos, tres... 

 Aquel a quien habían llamado líder comenzó a contar mientras que el último combatiente marcaba un saludo extenso y reverencial de kung fu frente a Echegaray el cual volvió a pararse en su ridícula postura de kick boxing tantas veces desafiada en tan pocos minutos. Cuando la cuenta llegó a diez el combate comenzó: los movimientos de kung fu del aludido como "Lince" eran prolijos y elegantes a diferencia de esa mezcla rara de lucha libre y muai thay del combatiente anterior y además era un estilo donde primaban los puños a diferencia de la capoeira del líder al que llamaban Gekko. Echegaray avanzaba presionando con sus puñetazos e intentando usar una toma que le permitiera derribar al Lince pero éste fue más rápido y, tomándolo por el codo, golpeó sus brazos debilitándole los puños y defensas que éstos pudieran realizar, luego impactó rápidamente con sus puños los bíceps del ex policía y golpeó su rostro con la manos abierta dos veces a fin de hacerlo perder toda postura.

Echegaray se sujetó la nariz sangrante con ambas manos y el Lince lo pateó detrás de las rodillas para obligarlo a arrodillarse, lo tomó del pelo levantando su cabeza y elevó una mano abierta en forma de garra.

  —Bueno, usted mató a muchas personas sin siquiera darle oportunidad de ver lo que les ocurría. Le voy a permitir ese placer, pero esta no va a ser una muerte rápida y sin dolor. Voy a arrancarte la garganta, desgraciado, para que sufras lentamente hasta que te quedes sin aliento y mueras convulsionando sin sangre ni oxígeno en tus pulmones.

 —Che Lince, si hacemos eso no vamos a poder hacerlo pasar por un accidente frente a la prensa —Le planteó Gekko.

—Tirémoslo del puente y que parezca un suicidio, como si se hubiera tirado de cabeza y se le explotara en pedazos—respondió éste con un gesto de placer en el rostro. Los otros miembros de la banda sólo se encogieron de hombros.

  —Supongo que no importa, mientras nadie nos vea tirarlo le podemos aplastar el coco y después lo arrojamos. Dale no más —accedió el líder.

El hombre cuya tráquea iba a ser destrozada de un zarpazo del Lince temblaba con un gesto de terror y petrificación en el rostro mientras observaba la mano elevada que pretendía acabar con su vida. Un instante de tensión y excitación morbosa llenaba el silencio mientras un hombre arrodillado derramaba sus últimas lágrimas al tiempo que el grito desgarrador de una muchacha detenía el curso de la mano asesina que marchaba hacia el cuello desprotegido de la víctima.

  —¿Quién anda ahí? —bramó con cólera el hombre corpulento mirando a Nayla que desde las sombras le había arrojado una zapatilla a Línce, la cual había logrado impactar de lleno en su espalda haciéndolo desistir de su obra macabra. 

  —No voy a permitir que lastimen a este hombre, ¡nadie es dueño de tomar la vida de otra persona, sin importar lo que haya hecho! —gritó la chica en un tono de seguridad que se iba marchitando conforme avanzaba en su oración, mientras que avanzaba a pasos cortos hasta ponerse al alcance de la luz de la linterna que Gekko sostenía desde una esquina.

  —¿Cuánto escuchaste de nuestra conversación? —preguntó el líder intentando poner un tono grave en su voz a fin de no ser reconocido.

  —Sólo lo suficiente como para saber que lo que ustedes hacen está mal. —Le respondió Nayla. Los asesinos se miraron entre sí con un destello de duda en sus ojos.

—Dejemos que se vaya. Si no escuchó nada no nos importa lo que pueda hacer —propuso Gekko sin perder la tonalidad grave.

  —¿Pero vos qué sabés si escuchó o no? Por ahí se hace la estúpida para safar y después la dejamos y se va directo a la prensa a contarles todo. Yo digo que la matemos —planteó el tipo morrudo sin nombre.

—Yo no quiero matar inocentes —protestó Lince mientras se cruzaba de brazos. Echegaray aprovechó para respirar y limpiarse la sangre de la cara.

  —Bueno, lo hago yo y listo, ¿qué problema hay? —resolvió el tipo grandote.

  —Pará Lince, él tiene razón —contestó el líder—, yo tampoco quiero matarla, pero puede joderlo todo. Panda, encargate vos.

El tipo morrudo se enfrentó a Nayla (esta vez en posición de combate de lucha grecorromana) y ésta a su vez ladeó el cuerpo para cubrir sus puntos vulnerables y comenzó a pivotar como lo hacían en el taekwondo mientras la pelea entre Lince y Echegaray se reanudaba nuevamente. Panda avanzó tratando de atrapar a Nayla, pero ella reaccionó retrocediendo y estampándole una brutal patada frontal en el estómago la cual aparentemente no hizo efecto alguno en el mastodonte, tan solo logró frenar su marcha por un segundo antes de que éste reanudara su ataque intentando propinarle una bofetada. Del otro lado Echegaray había logrado sostener al Lince de un brazo e intentó derribarlo con una barrida, pero el joven avanzó con un golpe de codo a la cabeza que obligó al ex policía a soltarlo mientras que Nayla en su combate esquivaba el ataque con un desplazamiento en diagonal seguido de un gancho y tres patadas consecutivas a las costillas pero otra vez el efecto fue nulo, ¡parecía que estuviera hecho de caucho! Echegaray no tenía mejor suerte, todos sus golpes terminaban en un doloroso contraataque. El tipo se rió y señalando su rostro con el índice le dijo a la adolescente que lo enfrentaba.

—Acá tenés que pegar, acá.

Mal movimiento. La muchacha no le dio chance de presumir y de una trompada le hundió de lleno el ojo izquierdo. Hubiera querido seguir atacando pero con el golpe se le había doblado la muñeca por la dureza del rostro de Panda el cual ahora se alzaba enfurecido e intentó taclearla con todas sus fuerzas. La muchacha reaccionó con una toma de judo pero el tipo fue mejor y dando un paso al costado desvió la energía del movimiento de la chica y deshizo la toma para poder sostenerla con sus manos y elevarla sobre sus hombros como había hecho antes con Echegaray.

  —¿Le exploto la cabeza contra el piso o le quiebro la columna? —preguntó mientras la chica intentaba inútilmente golpearlo para liberarse.

  —Hacé lo que quieras, total a ésta vamos a tener que desaparecerla. No sabemos nada de ella como para inventarle una muerte coherente —Le respondió el líder.

Panda ya se disponía a eliminarla cuando en el preciso momento en que la giraba para ubicarla cabeza abajo, Nayla giró su tórax y le atinó un codazo muy fuerte en la nuca logrando liberarse y caer al suelo. Apoyó las manos quedando en una vertical y realizó una caída a puente para reincorporarse con velocidad, girar y encontrarse con el Panda aún resentido por el golpe sosteniéndose la nuca con ambas manos. Sin perder el tiempo, Nayla le estrelló la tibia contra el cráneo en un Ann chagui perfecto que pusiera un fin precipitado al enfrentamiento de titanes.

El momento consecutivo a esta secuencia se vio plagado de un silencio expectante prontamente derrumbado por una sonora carcajada por parte de Gekko y Lince.

 —Mirá, mirá, ¡noquearon al Panda! —Se burló el líder—. Tanto que se hacía el macho, malote y ahora lo derribó una chica.

 —¡Sacale una foto, sacale una foto! —Repetía Lince perdiendo todo el tono grave que habían puesto en sus voces—. Dale, antes de que se despierte.

Increíblemente, en lugar de seguir con su trabajo, Gekko accedió sin chistar a la petición de su colega e, iluminando la escena con el brillo de su flash fotografió, a su amigo derrotado y tumbado en el suelo con Nayla aún en posición defensiva a pocos metros cerca.

  —Ya le gané a uno, ¡dejen a ese hombre en libertad ahora! —bramó la adolescente aún sabiendo que no le harían caso.

  —Bueno, supongo que me toca —Le contestó Gekko valorando que Lince aún seguía en combate—, pero así no se puede— Prosiguió y acto seguido presionó un botón que hizo sonar una corta señal de alarma en la camioneta y la hizo encender sus luces—. Así está mejor —concluyó mientras dejaba la linternita en el piso.

El líder comenzó nuevamente con su ginga, Nayla desvió la mirada hacia el señor Echegaray el cual sostenía con ambas manos la cabeza del Lince e intentaba darle un rodillazo en el rostro, pero éste lo sujetó de la pierna y alzándola hizo caer al viejo al suelo.

La chica intentó terminar el combate lo más rápido posible atacando con una patada circular a Gekko pero este, haciendo gala de una velocidad descomunal, contraatacó de frente con una patada a la misma pierna con la que Nayla pensaba atacar impactándole en el muslo antes de que ella siquiera levantara el pie del suelo. Echegaray intentó pararse, pero el Lince lo pateó haciéndolo rodar hasta quedar boca abajo. Nayla volvió a intentar un ataque directo pero la diferencia de velocidades entre ella y su contrincante era innegable y éste siempre entraba primero, sin importar cuantas veces lo intentara, sin importar la forma en que la chica, pateara Gekko siempre entraba primero y siempre la golpeaba en los muslos. Pronto la muchacha comenzó a sentirse debilitada por tantos golpes y miró una vez más al convaleciente Echegaray el cual había sido tomado del cuello por la espalda por el brazo del lince y ahora estaba intentando quitárselo de encima, pero éste se había aferrado con una toma conocida como mata leones y no parecía dispuesto a soltarlo. Si Nayla no lo impedía pronto, el ahorcamiento daría fin a la vida del policía retirado, tenía que pensar algo pero todo era en vano: si atacaba de frente con patadas, Gekko contraatacaba más rápido, si intentaba un rodeo él giraba también y disfrazaba sus golpes con acrobacias de capoeira que le impedían ver de dónde iba a llegar el próximo ataque, motivo por el cual un acercamiento para intentar golpearlo con los puños sería completamente en vano.

Nayla intentó una nueva combinación de patadas, pero Gekko reaccionó con una barrida que la derribó al piso. El capoeirista trazó una side flip intentando aplastar la cabeza de la muchacha la cual rodó de costado evitando el movimiento, los pisotones consecutivos continuaron al igual que las rotaciones de la muchacha hasta que ésta pudo girar sus piernas para levantarse de un salto evitando que el líder realizara su ataque.

Inmediatamente después de eso, una nueva patada al muslo hizo gritar de dolor a la chica y mientras el líder seguía con su juego de ginga y acrobacias. Pese a que el dolor era insoportable y si seguía recibiendo patadas así pronto no sólo no podría ayudar a Echegaray sino que además ella tampoco podría huir y acabaría por perder la vida, Nayla se preparó para continuar pero una voz apagada la hizo cambiar de opinión.

  —¡Corré muchacha, sálvate vos!

La voz era del ex policía que sin haber logrado desarmar el ahorcamiento del Lince, moría lentamente entre los brazos de su agresor mientras desperdiciaba los últimos hilos de aliento que le quedaban en proponer un acto de piedad consigo misma a la mujer que intentaba salvarle el pescuezo sin obtener el resultado requerido.

Nayla no sabía qué hacer: debía huir, pero eso era ir en contra de todos sus principios... El Panda pronto se reincorporaría y tras la muerte de Echegaray los tres asesinos irían al mismo tiempo tras la idea de separar su cabeza de sus hombros y a ella no le gustaba eso. Pese a la tristeza que le generaba, la adolescente se valió del último recurso del cual disponía y amagando una patada con la pierna derecha interrumpió su propio movimiento saltando con el pie izquierdo y lanzando una patada frontal al rostro de Gekko que había intentado contraatacar el golpe falso que la chica había comenzado con la pierna derecha. Quizás por obra de un milagro del destino el pié descalzo de la muchacha atinó con precisión sorteando toda guardia justo en la nariz del capoeirista la cual pronto de desarmó en un borboteo de sangre que nubló la visión del atacante permitiendo a la muchacha hacer uso de sus últimas fuerzas para sumergirse en la oscuridad y en un trote desesperado saltar el muro dando un paso contra la pared, caer pesadamente del otro lado e intentar un rol para amortiguar la caída como había visto hacer cientos de veces a los chicos que hacían parkour en la plaza con pésimos resultados.

Su bicicleta seguía ahí, bendita suerte poco frecuente en Argentina, la tomó apresurada y se trepó a ella para huir antes de que los asesinos pudieran abrir la puerta.

El viaje a su casa fue pesado y tortuoso, la seguía el peso de su fracaso y sobre él la muerte inevitable del señor Roma Echegaray. Al llegar a su casa Nayla se dejó caer sobre el sofá, sus padres se habían ido a vender nuevamente. Llenó la tina de agua caliente y poniendo música suave y un sahumerio se dedicó a masajear los moretones de sus piernas y torso. Habían sido bestiales, por poco y no sale con vida de los dos combates. No había que engañarse, solo logró ganar por obra de la suerte, su habilidad no estaba a la altura de esas bestias; La Justicia Negra... Malditos asesinos disfrazados de justicieros.

Pronto, sin saber por qué, sin siquiera poder contenerse, Nayla comenzó a llorar desesperadamente.

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  —¿Quién mierda era esa pendeja? —preguntó Gekko desbordando en ira.

—Una forra que se nos escapó y se metió en el lugar. No hay que darle importancia —intentó tranquilizarlo Panda sin conseguir su objetivo.

—Me parece que es mucho peor que eso —dijo Lince con un tono amargo en la voz—; no es la primera vez que nos cruzamos con ella —Los demás miembros de la justicia negra lo miraron sorprendidos—. Ya había estado en el trabajo que realizamos en parque Alberdi hace un mes... Muchachos, nos están siguiendo.

—Sabía que la había visto en algún lado, ¡nos está queriendo cazar! —Panda estaba muy concentrado y sus ojos no se quitaban de un punto inexistente en medio de la mesa.

—Me temo que no podemos dejar que este asunto se nos escape de las manos —resolvió el líder del equipo—. Quiero a todos los agentes en los próximos trabajos respaldándonos por si aparece de nuevo. Esto no me gusta, pero definitivamente la quiero muerta.

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