Lección dos: Dejate fluir
Esa tarde al salir del colegio el amigo remisero de la madre de Nayla la esperaba en la puerta con el motor del auto encendido. Al pasar por al lado del grupito de la chica del piercing escuchó una voz acaramelada que la amenazaba diciendo «No te vas a poder esconder siempre, pu-ti-ta». El canturreo en un tono bajo y aniñado sonó casi como un susurro precedido por risas y burlas hacia su persona.
Dejando atrás las malas experiencias, el viaje le resultó muy ameno ahora que no debía usar la bicicleta y el chofer hizo su mejor esfuerzo por sacarle charla mencionando algunas cosas sobre cuando ella era niña, pero la muchacha se sentía apenada y le costó seguir el ritmo de la conversación, hecho que la ponía aún más nerviosa, invitándola constantemente al silencio.
Cuando llegaron a su destino Nayla se bajó, saludó amablemente al chofer y éste al verla alejarse la volvió a llamar gritando su nombre mientras agitaba su mano por la ventanilla.
—¡Che nena, te olvidaste tu cuaderno!
—¿Enserio? —El chofer le extendió un objeto rectangular, ella observó la tapa de cuero gris lisa y sin marcas, muy diferente a los artículos de tonos púrpuras que solía utilizar y luego planteó.
—Gracias, pero no es mío.
—¿Estás segura? Tiene que ser tuyo porque hoy no llevé a nadie más que estuviera en edad escolar.
Nayla abrió el cuaderno descubriendo que se trataba en realidad de una agenda con nombres de personas anotados, cada uno con una fecha, lugar y hora, aunque no tenía ningún número de teléfono o alguna señal que le indicara a quién podría pertenecer ni cómo hallar al propietario.
—No creo que fuera de un niño. Parece ser de alguien muy ocupado, está lleno de citas nocturnas
—Pues si te gusta te lo podés quedar. Normalmente nadie me llama por los objetos perdidos.
—Pero quizás alguien lo necesite...
—En lo que a mi respecta, yo lo tiraría.
—¡No, está bien! —Se exaltó la muchacha—. Yo lo guardo y si alguien se lo reclama, me lo pide.
—Que así sea entonces. Buenas tardes Nayla, me saludas a tu familia.
—Claro, señor Gutierrez.
La chica vio al remisero desaparecer tras la esquina e ingresó para luego volver a abrir la agenda. Leyó detenidamente algunos de los nombres con la esperanza de poder encontrar coincidencia que le permitieran devolverle el libro a su dueño, pero la mayoría era pasada la media noche.
—«Ana Claudia Montenegro - Parque Avellaneda, 11 pm.», «Eduardo Roma Echegaray - puente La Noria, 7 am», «Hilda Kimey Duarte - Uruguay y Lavelle, 01 am», «Silvio Aaron Eliseo - parque Alberdi, 01 am» —Leyó uno a uno aquella larga lista plagada de etcéteras donde cada nombre era precedido por una cita de horarios demasiado nocturnos como para que una adolescente indefensa se aventurara a ir a buscarlo—. Seguramente el anterior dueño se dedicaba a vender drogas o algo similar y por eso manejaba una agenda tan complicada —meditó antes de guardarla en un cajón. Después de todo, ella no quería tener nada que ver con ese tipo de gente.
Esa misma tarde llegada la hora, Nayla entraba al gimnasio donde Líen daría sus clases vestida con una calza negra y una remera naranja holgada y de mangas cortas que no permitía a sus compañeros quitarle los ojos de encima.
Mientras los alumnos grandes se acomodaban, los más pequeños cuya clase acontecía en el horario anterior se iban retirando lanzando patadas al aire y corriendo a los brazos de sus padres para contarles emocionados todo lo que habían hecho. Nayla pudo ver a Líen con su traje de taekwondo impecablemente blanco y su cinturón negro cargar en sus brazos a un niño de unos siete u ocho años, dirigirse hasta el lugar donde estaban los padres del pequeño para luego conversar con ellos sobre el desempeño del niño animosamente. Verlo tan rodeado y respetado por los más chiquitos le generó una simpatía y ternura inconmensurables.
El scater que había conversado esa tarde con ella que se llamaba Natanael entró al Do jang ya cambiado con un pantalón y una casaca perfectamente blancos, a excepción por el cuello en V negro y un cinturón azul con puntas rojas, y caminó sorprendido en dirección a la adolescente para tenderle su puño a fin de que ésta lo chocara con el propio.
—No esperaba que vinieras brother.
—Vos me indicaste el lugar, ¿por qué no iba a venir?
—Bueno, ya sabés... vos sos más de los "in" y nosotros somos pero bien "out" y bueno... ¡Eso! Uno no se espera estas cosas.
Nayla no entendía nada de lo que Natan decía, lo cual no era raro pues su atención estaba puesta en el profesor que ya se perfilaba para arrancar con la clase. De pronto, la mirada de Líen se clavó en la muchacha atraída a ella por una fuerza invisible que lo hacía perderse en su persona como si nadie más existiera en ese salón, como si el mundo entero se resumiera en ellos dos frente a frente aun a varios metros de distancia, parados a lo lejos en un encuentro cercano y palpable.
Nayla pudo sentir como esa mirada la invadía, la poseía sin siquiera tocarla y le revelaba un secreto que ella misma no se había atrevido a asumir: las clases de taekwondo le importaban poco y nada comparadas con la posibilidad de encontrarse con esa mirada y estar en ese momento allí, parada frente a Líen sin tener que decir palabra alguna, conectados por el poder infinito de los ojos, cómplices eternos de los amantes y del silencio exterior de corazones que no paran de palpitarse mutuamente, uno al otro en un ritmo acelerado y frenético que a gritos desesperados buscan encontrarse.
Líen cortó ese encantador clima bajando la vista al suelo para luego aplaudir llamando a los alumnos a iniciar con la clase y todos respondieron formándose en un orden fácil de interpretar: los de cinturones avanzados formarían una fila adelante, los intermedios en el medio y a Nayla y a los demás les tocaba una fila paralela lo más atrás posible, alejada de Líen y de sus esperanzas de recuperar y poseer una vez más aquella mirada que la había cautivado.
El muchacho de rulos comenzó a dar ordenes en otro idioma: primero fue "Chumbi" a lo cual todos reaccionaron parándose firmes y subiendo lentamente las manos abiertas con las palmas hacia arriba hasta el estómago para luego bajarlas cerrando los puños hasta dejarlos frente al ombligo, dijo "Chariot" y todos juntaron los pies y pusieron los brazos a los lados del cuerpo para al fin terminar con un "Kyong ye", orden ante la cual todos los alumnos hicieron una reverencia inclinando su cuerpo, sin quitarle la mirada de encima a su profesor tal como ocurría en las películas de caballeros.
Nayla intentaba imitar a los que tenía en frente y se sentía torpe al no entender lo que estaba ocurriendo pero Líen dedicó un momento a explicárselo a toda la clase, probablemente pensando más en ella que en los demás.
—Lo que acabamos de hacer es simplemente saludarnos de la manera en que se hace en Corea porque el taekwondo viene de ese país, y muchas de las instrucciones y los nombres de los movimientos que hacemos los aprenderemos en coreano. Siempre en taekwondo lo primero que aprendemos es a saludar y eso es muy importante porque el saludo representa el respeto que tenemos por la otra persona. Ahora yo estoy parado frente a ustedes con un grado de instructor y soy quien da la clase, pero eso no me da derecho a alzarme por sobre nadie ni mucho menos a perderles el respeto. Yo también me inclino frente a ustedes y los valoro. Ahora sí podemos comenzar, ¡posición de combate!
Todos los alumnos se ladearon y comenzaron a dar saltitos en el lugar. Líen los hizo cambiar de guardia, avanzar y retroceder de frente y en diagonales, cambiar de guardia mientras se desplazaban e intercalaba series de diez o vente flexiones de brazo, de treinta a cincuenta abdominales y números también variables de sentadillas o saltos llevando las rodillas al pecho entre cada ejercicio y de manera aleatoria. Acabó el trabajo cardíaco para seguir con recorridos con obstáculos que incluían conos para correr en zigzag, vallas y barreras que exigían diferentes alturas de salto y un sin fin de ocurrencias del profesor que parecían improvisadas en el momento.
Elongaron unos minutos sin exigirse mucho y luego les pidió diferentes patadas: primero patada frontal, luego semi circular, hicieron una patada completamente circular siguiendo con una patada descendente y al final, combinaron esas patadas y empezaron a variarlas comenzando con una guardia, con la otra, pateando con la pierna de atrás o con la de adelante, mezclando una patada detrás de otra o enganchando varias sin bajar la pierna. Terminadas estas series les dio cinco minutos de descanso y les recomendó que los utilizaran para tomar agua y elongar más. Nayla se acercó a Natan que estaba estirando los músculos y lo acompañó en dicha actividad.
Los ojos del scater se abrieron hasta verse como pelotas al notar que la chica podía abrir las piernas 180 grados llegando a alcanzar el piso tanto de frente como de lado.
—Es que hacía danza desde niña. Siempre me gustó elongar, aunque nunca lo usé para patear nada —explicó la castaña.
—Guau, ¡esto es genial! Si mi prima te viera se le volaría la cabeza. —Le comentó el muchacho exaltado.
—¿Tu prima? ¿Te referís a la chica que estaba con vos en el recreo?
—Si, esa.
—Creía que eran novios.
Natan se rió ante la ocurrencia. —No hermana, somos primos. A ella le gusta otra cosa... es más como vos.
—¿A qué te referís con que es más como yo? —quiso saber la adolescente algo ofendida por el comentario, pero el chico en lugar de contestar se levantó con un rostro embriagado en felicidad y le metió una patada semicircular en el trasero a otro compañero que caminaba por ahí e inmediatamente entablaron un combate amistoso.
Nayla había salido con un chico que entrenaba boxeo y pudo notar fácilmente las diferencias entre una disciplina y la otra: los taekwondistas se paraban más de lado, se mantenían pivotando y desplazándose casi todo el tiempo y usaban la distancia como defensa. No tenían la guardia alta, más bien dejaban los brazos colgando o semi flexionados a los costados del cuerpo para poder defenderse valiéndose de ellos solo en caso de necesidad extrema, lo cual ocurría a menudo.
Su estilo le recordó mucho al de su entrenador, Líen, porque usaban los pies para atacar reservando las manos para la defensa y algún que otro puño cuando el rival estaba tan cerca que no podían patear. Todos sus golpes eran sobre la cintura y no usaban las manos para atacar a la cabeza.
A diferencia de su profesor (que en coreano se dice Sabom) los golpes de los muchachos no eran tan rápidos ni precisos, aunque para ser un combate amistoso no estaba nada mal.
Nayla miró de reojo el espejo donde pudo notar que Líen no le quitaba la mirada de encima. Cuando la clase continuó todos se pusieron en parejas, se enfrentaron y Líen les pidió que hicieran un trabajo de sparring que consistía en reflejarse en el otro, como si estuvieran frente a un espejo: si el oponente cambiaba de guardia ellos debían hacer lo mismo, si avanzaba ellos retrocedían, si retrocedía ellos debían avanzar, rodearían al lado contrario al que su rival se moviera, seguirían cada amague reaccionando siempre al adversario, nunca forzando las cosas sino acompañando todo el tiempo la acción del otro. Al terminar este ejercicio el sabom Líen se paró de nuevo frente a la clase para compartir una reflexión:
—Cuando peleamos contra un contrincante podemos usar diferentes estrategias: podemos ser como una aplanadora e ir de frente generando un choque donde el más fuerte ganará, lo cual es osado y puede causar mucho daño y gasto de energía innecesarios, pero demuestra una gran habilidad para el ataque; podemos dedicarnos a la defensa y esperar el momento para golpear que normalmente es en medio de un ataque del oponente como en un contraataque. Esta estrategia por lo general es muy efectiva pero hace a los combates más aburridos y si la usan los dos adversarios a la vez pues... no hay combate.
Algunos chicos se rieron mientras que el profesor tomaba aire y hacía su mayor esfuerzo para hablar en un tono claro a pesar de estar cansado y algo jadeante.
»También podemos inducir el contra ataque a fin de engañar al oponente y volver el combate algo más fluido. Esa es una buena estrategia porque resulta de una fusión de las primeras dos; ataco esperando que el otro me devuelva el golpe para poder contra acatar...
Hizo un par de gestos como tratando de encontrar las palabras adecuadas con escasos resultados para luego agregar.
»Lo que quiero que se lleven hoy de aquí es que no se trata de ser una aplanadora tratando de reducir a alguien más débil; ser duro no es el punto. Aprendan lo que enseñan el judo: Una rama se endurece sólo cuando se seca, y si cae nieve la rama seca se rompe, pero la rama verde se dobla y la nieve resbala hasta llegar al suelo. Así deben ser con sus oponentes: déjense llevar y no lo fuercen. Generen la situación, pero no la fuercen, y como al hoja llevada por el viento caerán donde tengan que caer.
»Así es con la vida también, forzar las cosas a veces es necesario, hay que derrotar lo que nos hace mal, pero hay veces en que lo mejor es dejarse llevar y aprender a fluir entorno a nuestros adversarios ya sean los problemas que combatimos a diario o un mono de 90 Kg que nos toca enfrentar en un tatami.
Líen apartó de la clase a un grupito en el que se incluía a Nayla y los puso a practicar defensas básicas mientras los demás que llevaban más tiempo entrenando hacían estudios de combates con algo de contacto.
Al terminar la clase volvieron a hacer el mismo saludo y se despidieron entre apretones de mano, golpes juguetones y abrazos de amistad. El sabóm entró al vestidor de hombres y cuando salió, Nayla lo estaba esperando.
—¿En qué te puedo ayudar? —quiso saber él al encontrarse con dicho cuadro.
—Vine a pagarte la clase. —Le respondió la chica.
—No voy a cobrarte, para vos es gratis —Líen trató de irse pero ella lo frenó.
—¿Por qué para mí es diferente?
—Porque sé de la situación de tu familia.
La chica se asustó al escuchar eso. ¿Cómo demonios lo sabía? —Pero...
—Considerate becada. De todas maneras si progresás vas a comprarme el traje y las protecciones y pagar tus exámenes así que voy a ganar algo. No pienses que soy desinteresado porque no es así.
—Gracias.
—Perfecto —El chico trató de salirse por un costado pero Nayla le volvió a cortar el paso.
—¿Y ahora qué?
—Me vas a acompañar a casa, ¿te olvidaste?
—¡Yo nunca accedí a eso!
—Y yo nunca te dí opción.
Ella estaba se mantenía tan firme que el sólo hecho de enfrentarla le generaba una sensación incómoda, como aquel que va en contra de aquello que es correcto. Líen trató de resistir pero la decisión con que se movía sumado a la belleza de esos ojos verdes lo derrotó al instante y no supo más que bajar la cabeza y aceptar.
—Esperame afuera, todavía tengo que cerrar el salón y no nos podemos quedar solos. Eso se vería muy mal.
La muchacha obedeció emocionada.
Cuando todos se fueron, Líen caminó junto a la chica las treinta cuadras que los separaban de su destino. Conversaron sobre el colegio, sobre la clase de taekwondo (él también se había sorprendido al ver la elongación de la muchacha) eso los llevó a hablar sobre danza, sobre las exposiciones que había realizado la chica en diferentes teatros, sobre cómo al dejar de asistir a las clases sus compañeras demostraron no tener interés en seguir conversando con ella, sobre los alumnos de Líen que cuando no podían seguir yendo a pesar de que el muchacho trataba de becarlos o ayudarlos en lo que le fuera posible, siempre mantenían algún contacto porque eran ante todo un grupo humano, sobre el rechazo de diferentes grupos a los que Nayla asistía cuando se enteraban de la situación económica que sufría, sobre sus padres, sobre la vida de cada uno...
Pronto la chica notó que esto no parecía un profesor acompañando a una alumna, era más parecido a una cita. Líen se mostraba interesado en todos los aspectos de la vida que ella pudiera mencionar y ante todos tenía un comentario que de alguna u otra manera la animaba, o al menos lo intentaba.
Se sentía muy bien al lado de ese muchacho hasta que en un momento, algo cortó la mágia: mientras caminaban por las veredas de una calles de tierra, un borracho que pasaba junto a ellos acercó su cara al rostro de Nayla y le dijo en un tono muy grosero «muñequita, si te llego a agarrar tu chupo todo»
Los jóvenes se quedaron en silencio unos segundos, incómodos y ofendidos por el suceso y luego Líen le preguntó.
—¿Eso te hizo sentir mal?
—Si. Y su aliento era horrible.
—¿Te gustaría contestarle algo?
—No, me gustaría arrojarle algo.
El chico lo pensó un momento y luego le quitó a su acompañante la botella de agua que llevaba en mano, se acercó rápida y sigilosamente al borracho por la espalda y le derramó todo el contenido de la botella en la cabeza, acto seguido Líen corrió, tomó la mano de la chica y ambos huyeron entre risas y zancadas del borracho quien los empezó a perseguir lanzando insultos y amenazas a los cuatro vientos.
—Che, si unimos fuerzas no dudo que le podamos ganar. ¿Por qué corremos? —preguntó Nayla casi sin aliento.
—No hace falta pelear, dejalo dar dos tumbos más y vas a ver como se cae solo —respondió Líen y tal como él lo predijo a los pocos pasos el borracho se cayó de boca al suelo y ahí se quedó, solo y humillado.
Los jóvenes corrieron hasta doblar la esquina y luego se descostillaron de risa comentando lo sucedido desde allí hasta llegar a la casa de Nayla.
—Gracias por todo —dijo la chica al llegar.
—Ha sido un placer. Nos vemos el miércoles —contestó él y luego se retiró sin sacarle la vista de encima hasta que ella ingresó a su casa.
Líen caminó un par de cuadras más tratando de encontrar el camino a su hogar, dobló por la avenida, cruzó la General Paz y en medio de los pasillos de una villa ingresó a una casilla de chapa y cemento, se dio un baño y se tiró en su cama agotado por la clase y la aventura, programó el despertador para las once y media de la noche y se echó a dormir.
—El día aún no acaba —se dijo a sí mismo—, pero la mejor parte ya quedó atrás.
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