Lección dieciséis: una verdad y una mentira
Los niveles de exigencia que imponía Líen en sus prácticas privadas habían aumentado exponencialmente hasta volverse el entrenamiento más arduo que la chica hubiera podido imaginar: los trabajos de cardio y pliometría eran agotadores, las pesas quemaban y dolían por igual, la obsesión por repetir técnicas agresivas había llevado a la adolescente a descubrir dolor en músculos que ni siquiera sabía que existieran, toda forma de tedio se veía plenamente humillada por la cantidad de veces que el chico insistía en que Nayla realizara las maniobras de defensa personal, ¡aún el nivel de perfección con que exigía que realizara las formas era agotador! Pero lo peor de todo era sin lugar a dudas las prácticas de combates. El muchacho había hecho pelear a su alumna con cada uno de los cinturones avanzados cientas de veces, la había invitado en dos oportunidades a ir a otros gimnasios a pelear contra los mejores de allí obligándola a usar un cinturón rojo que había sacado de quién sabe dónde sólo para que sus contrincantes la atacaran sin compasión.
Después de tanto tiempo de insistir en la técnica todo le parecía rutinario, casi mecánico, y dicho pensamiento, tras ser advertido, comenzó a preocupar al Sabom.
—Natan, ven aquí —Llamó un día el chico a mitad del intervalo de su propia clase apartando tanto a Nayla como al primo de Chiara—, quiero que combatas contra ella otra vez.
—Viejo, sabes que no le diría que no a nada que me pidieras, puedes quedarte con mis riñones si quieres... ¡los dos! Ya veré cómo me arreglo, pero seguir apaleando a esta chica me parece un abuso, hermano —Ella sabía que la estaba provocando, pese a lo cual tenía que reconocer que jamás le había podido ganar a Natanael, tenía una técnica en contra de Naylas.
—Ten la gentileza de soportar esto un tiempo más. Necesito que lo hagas por mí —Planteó Líen, y ese fue el fin de la discusión.
Se pusieron sus cascos, ajustaron las sogas del resto de sus protecciones, abordaron sus posiciones (rojo y azul correspondientemente) y tras saludarse con una reverencia comenzaron con el combate deportivo. La estrategia de Natanael consistía en una defensa férrea y esperar el momento para atacar con sus rápidas patadas altas, capaces de desestabilizar hasta al oponente más centrado; es muy difícil mantenerse con el pensamiento frío cuando te pegan una patada en la cabeza. Por su parte, Nayla se debía a su elasticidad y al gran poder que habían ganado sus golpes en este último tiempo. Buscaba desbaratar las defensas de sus contrincantes golpeándolos con fuerza en los brazos hasta que éstos bajaran la guardia, cosa que debido a su velocidad y la capacidad de variar de una patada a la otra a mitad del vuelo que había adquirido le resultaba muy fácil, pero por alguna extraña razón, las estrategias de su adversario actual solían ser más eficaces.
La chica persiguió por dos metros a su adversario pateándolo una y otra vez sin bajar la pierna hasta que el muchacho giró y la frenó de una patada de espaldas. El choque desestabilizó a la adolescente, brindándole chance a su adversario de conectar dos golpes y retirarse rápidamente para luego rearmar su guardia lo suficientemente lejos como para no ser contraatacado. Todo marchaba como de costumbre, siempre con el puntaje de Natanael a la delantera, hasta que inesperadamente la voz de Líen vino a cortar el clima de absoluta concentración que se había establecido entre los dos.
—Nayla, deja de ser tan obvia en tus intenciones. Peleas como si todo fuera seguir una receta, debes desbaratar las recetas y llevar el campo a tu favor.
—¿Cómo lo hago? —inquirió la adolescente en un acto que casi le cuesta otra nueva patada a la cabeza.
—Debes decirle una verdad y una mentira.
—¡¿Qué es eso?!
—Si sólo te concentras en poner todo de ti en cada golpe, él sabrá qué piensas hacer por la forma misma en que te mueves. Te conviertes en alguien transparente y predecible. Debes empezar a dar golpes falsos acompañados de uno verdadeo, desplazamientos falsos acompañados de uno verdadero, defender y atacar a la vez... Debes decir una verdad y al mismo tiempo una mentira para poder desbaratar las estrategias de tu contrincante.
Ella lo pensó un momento. No tenía mucho tiempo, de manera que elaboró una estrategia lo más pronto que pudo y finalmente decidió qué haría. Nayla bajó la guardia y avanzó como si fuera a patear con la pierna de atrás, y cunado Natan quiso contraatacarla con una patada de caballo ella se desplazó hacia un lado y en medio del giro de su compañero le embocó una buena patada en la cabeza, la cual se ganó el aplauso de su profesor y de varios de sus compañeros.
—¡Paren! Ya es hora de seguir con la clase —intervino de pronto Líen—. Muy bien chicos, a ambos. Estuvieron grandiosos.
Regresaron a sus sitios cerca de sus mochilas para poder tomar algo de agua antes de que la clase continuara, repletos de sudor y cansancio por la intensidad de la pelea. Al final de la hora, Nayla y Líen se retiraban del Do Yang ya listos para regresar a sus casas.
El cielo estaba nublado y hacía frío a causa de lo avanzado del otoño, por lo cual ambas figuras simulaban dos bultos de abrigos caminando juntos y algo apretaditos el uno contra el otro mientras soltaban vahos de vapor por sus bocas al recorrer las calles esquivando charcos y pozos de barro.
—Dime más sobre esa estrategia —Pidió Nayla llevando sus preciosos ojos verdes hacia el encuentro con la mirada de Líen, quien hacía rato la venía siguiendo confiado en que ella no se daría cuenta.
El muchacho se exaltó al saberse descubierto. —¡Eh...! ¿Te refieres a una verdad y una mentira?
Ella asintió.
—Pues bien, es de lo más simple: supongamos que debes darle una noticia a alguien que bien podría herirlo si se la dices de frente. ¿Cómo lo harías?
—Buscando las mejores palabras —repuso ella convencida que decir mentiras nunca sería un valor, sin importar las circunstancias.
—Pero, ¿y si se tratara de un niño al que le tienes que contar que se murió su mascota? ¿Cómo se lo dirías?
Ella dudó y lo pensó un instante antes de contestar. —Quizás usaría el cuento clásico del cielo de los perros o de los gatos. Pero no le diría que se fue a pasear... A mí me lo dijeron y cuando entendí que me habían mentido me sentí una tonta.
—No te sientas mal, a los niños suelen engañarlos para que las cosas les duelan menos.
—No era tan niña que digamos...
—Bueno, ¡quizás si se haya ido a pasear!
—Era un pez.
—¿Por qué mejor no volvemos al tema que me preguntaste? —Se apuró a decir el chico de rulos—. El cielo de los perros no es un lugar real, o al menos no uno que nosotros conozcamos, pero para un niño es la mejor opción para no afrontar que murió, y que sin importar dónde esté, jamás lo volverá a ver, independientemente de si los animales tengan su propio cielo o no... o si revivan en un dinosaurio.
—¿En un dinosaurio?
—¿Tan mal suena eso frente al cielo de los perros?
—A decir verdad... Si —Nayla comenzó a reír y su sonido burlón no logró más que enternecer a su profesor.
—Cielos, se me está burlando la chica que creyó que se le escapó su pescado.
Lo fulminó con la mirada completamente lista para una de sus habituales rabietas, pero tras unos escasos segundos se descubrió a sí misma reflejada en los ojos miel de aquel adolescente y su espíritu inefablemente redescubrió la paz. No podía estar enojada con Líen.
—Entonces decir una mentira y una verdad es decir la verdad de un modo más bien indirecto, traducido a las artes marciales.
—Podría decirse —aceptó el chico—, hay muchas formas de aplicarlo: lanzar un puño hacia arriba para sacarle guardia y meter una patada baja casi al mismo instante, amenazar con un pié y golpear con el otro, amagar dirigirse hacia un lado y cambiar de dirección súbitamente para lanzar un golpe inesperado, inducir un contraataque para usar una contra técnica... Hay demasiado —De pronto, el brillo de su mirada se perdió y acercándose más de la cuenta a la adolescente le susurró en un tono severo—. Nayla, pase lo que pase, no reacciones a nada, ¿de acuerdo?
—¿Por qu...? —Antes de que la morocha pudiera terminar su frase, una mano extraña sujetó a Líen de la campera mientras el sujeto que los enfrentaba levantaba un poco su remera para exhibir el revolver que llevaba cargando en el cinturón.
—Amigo, dame el celular y no te va a pasar nada —Amenazó el asaltante. Nayla pudo ver que no venía solo. A pocos pasos, en esa misma esquina cinco chicos más los observaban y reían.
Hubiera esperado que Líen se quisiera hacer el héroe, quizás lo desarmara y corrieran, y quizás hasta intentara matarlo o tomarlo de rehén para huir de sus compañeros, pero él, contra todo pronóstico, sacó ese celular viejo que hace tiempo llevaba consigo, aquel al que tantas veces había demostrado tenerle un gran cariño por saber que ni que lo intentase podría comprarse algo mejor y sin el cual no podría seguir comunicado con la muchacha ni con sus hermanos, suspiró mientras lo elevaba en el aire y se lo ofreció al ratero manteniendo la seriedad en el rostro.
—¡¿Sólo esto tienes?! ¡¿Me tomas por estúpido?! —gritó arrojando el teléfono al suelo, haciendo que se destrozara en el acto.
—Lo siento, no tengo nada más.
El ladrón lo golpeó con fuerza en el rostro y luego indicó a uno de sus compañeros que le revisara la mochila y los bolsillos. Líen no reaccionaba.
—Tiene dos billetitos de mierda, no vale nada. Este no sirve ni para robar.
El primero tipo se exasperó. —No puede ser... ¿Y tú? —gritó dirigiéndose a Nayla—. Anda, dame tu mochila.
Ella cedió imitando a su profesor, pero ellos sólo encontraron toallitas femeninas, vendas, protecciones de taekwondo, una botella de agua casi vacía y algo de ropa sucia, lo cual dejó un poco apenada a la adolescente.
—Dejé mi celular en casa, no lo suelo traer para entrenar —Se excusó ella, quien había tomado esa costumbre puesto que cuando estaba con Líen no quería que nadie la molestara.
El tipo volvió a golpear al chico de rulos gritando. —¡Pero ustedes dos no sirven para nada! ¡Lárguense de aquí, ahora!
Apuraron el paso y cuando estuvieron lo suficientemente lejos largaron a correr por si las dudas que en un arrebato de ira o quizás a causa de algún alucinógeno el ladrón decidiera dispararles a traición. Corrieron varias cuadras antes de detenerse y que Nayla saltara desesperada a revisar las heridas del adolescente.
—¡Son unos hijos de perra! Mira como te dejaron...
—Estoy bien, no te preocupes.
Ella notaba la tristeza en su voz. En otro tiempos un celular así no le hubiera costado nada, pero ahora no estaba en condiciones de reponer su pérdida, hecho que verdaderamente lamentaba.
—¡Qué impotencia! Quisiera haber podido hacer algo...
—Hiciste lo correcto; te quedaste quieta. Somos artistas marciales, no super héroes, no podemos pelear contra armas de fuego. Si tú estás bien, por mí todo está bien. No hubo pérdidas.
Pese a que lo dijera con la voz tan convencida y mansa como siempre, Nayla sentía que algo andaba mal. Esa noche, antes de dormir, telefoneó a sus otros compañeros y entre todos organizaron una pequeña rifa. La semana pasó y el lunes siguientes los chicos recibieron con una sorpresa a su profesor al entregarle una caja.
—¿Qué es esto? —inquirió Líen tan curioso y desconfiado de sus alumnos, especialmente de Natanael, como siempre.
—Tú sólo ábrelo, te va a gustar —respondieron éstos. Él obedeció. Adentró de la caja encontró un pequeño celular mucho más moderno que el que había perdido. Los chicos repletos de alegría le comentaron.
—Sabíamos que no te ibas a comprar otro, así que elegimos regalarte este para que sigamos en contacto, así puedes hacer un grupo e informarnos cuando haya torneos, si suspendes alguna clase o por lo que sea mucho antes. ¿Ves? No tienes que sentirte culpable, es un regalo que te hacemos porque queremos, no estaría bien que nos rechazaras —dijeron amontonándose entre ellos Nayla, Esteban, Natanael y Yanet. Líen se conmovió y unas pequeñas arrugas se le marcaron en los ojos por la enorme sonrisa que no pudo disimular.
—No tenían que hacerlo.
—Sabemos que muchas veces pagamos menos las ropas, las protecciones y los exámenes porque tú agotas tu sueldo en nosotros. Aún en ocasiones en que no hacía falta desde que estamos aquí nos regalaste cosas aunque a ti no te sobrara porque nos aprecias. Déjanos devolverte esto de algún modo. Es una forma de decirte que te queremos, no nos digas que no.
—Gracias...
Elloslo abrazaron en grupo, y luego repartieron un par de golpes juguetones sobre su cabeza cuando el chico juró que pese al regalo no pensaba ser más blando con ellos a la hora de entrenar. Después de todo estaba bien. Siempre en medio de toda verdad hay algo de mentira.
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