Lección diecinueve: combate

Edmundo Gael Gianetti - El viejo galón, 16:00 pm.

El señor Gianetti subió a su limusina acompañado por los dos enormes hombres que le servían como guardaespaldas. Los vidrios polarizados impedían que el mundo externo se enterara de su presencia y él mismo, a su vez, pretendía ignorar la existencia de algo más allá de la comodidad de su automóvil.

Había ordenado blindar cada cristal con la intención de protegerse al máximo del ambiente casi bélico del que se veía rodeado sin pensar que quizás aquella violencia a la que tanto le temía pudiera venir desde adentro.

—Disculpame Diego, ¿me parece a mí o te estás desviando? —planteó tras notar que llevaban más tiempo de viaje que el estimado— Acabo de ver por la ventanilla y me parece que estamos bastante lejos. ¿Pasó algo?

No hubo respuesta.

—Si pasó algo ya te dije que me lo tenés que decir de antemano antes de tomarte otro camino, ¿me escuchás?

Otra vez no hubo más respuestas que un inquebrantable silencio del otro lado del coche. Gianetti insistió.

—Bajá la ventana, así podemos hablar... Diego, bajá la ventana... ¿Vos te estás haciendo el pelotudo o me parece a mí?

De pronto, la ventanilla que separaba la cabina del chofer del cómodo espacio ocupado los pasajeros descendió unos centímetros, no fueron muchos, sólo los suficientes como para permitir que un pequeño cilindro de metal cayera y comenzara a echar humo, haciendo que los guardaespaldas se desesperaran por arrojarlo por las ventanas, pero les resultó imposible abrirlas. El coche estaba cerrado y lentamente los hombres en aquel espacio fueron perdiendo la conciencia hasta que todo a su al rededor se viera oscuro. Gianetti estaba aterrado; jamás esperó que su mayor terror se encontrara dentro de uno de los espacios que él consideraba «seguro».

Sin saber con exactitud el tiempo transcurrido desde la escena en el coche y el momento presente, los hombres se despertaron en una habitación en penumbras y con una estufa prendida en un rincón que hacía su estancia algo bastante pesado. Forcejearon contra el cansancio en que los sumía la anestesia hasta que sus miembros les respondieron lo suficiente como para poder andar en pié. Una mordaza impedía que sus gritos tomaran potencia, mas no dificultaba la torpe tarea de patear la puerta buscando alguna respuesta del otro lado. Los golpes de los guardaespaldas ponían a temblar las paredes sin lograr que su objetivo cediera.

Pasó casi una hora antes de que alguien se asomara por la puerta y la abriera para luego reducir a los golpes a los ya lúcidos guardias. Gianetti quedó impactado al notar como sus siempre eficaces hombres caían ante un pequeño muchacho de rulos, quien contaba con tal poder en sus piernas que con una sola patada era capaz de asesinar a los morrudos mastodontes que había contratado para que lo protegieran.

Con inusual gentileza, el muchacho le indicó que lo acompañara y él pretendió negarse, pero una nueva patada contra su cabeza lo hizo reaccionar de la imposibilidad de su negativa.

—Los guardaespaldas —comenzó Gianetti con un hilo de sangre colgándole por la boca—, ellos estaban desatados, sólo a mí me pusieron cuerdas y mordazas, ¡¿por qué?!

—Nadie va a preguntar por esos —respondió el muchachito sin sacar la mirada del camino en penumbras—. Usted es un diseñador famoso, es necesario que parezca que murió durante un secuestro.

El hombre no terminaba de comprender. —¿Pero por qué están tan interesados en que parezca un secuestro, si eso es justamente lo que es? O no...

—Mire, si a esos tipos les quitamos los celulares y los tiramos en medio de una villa, ni sus familiares van a dudar cómo pasaron las cosas; van a decir que les robaron, que se quisieron defender, que les metieron un palazo en la cabeza a cada uno y listo. En cambio usted... Necesitamos que por lo menos las marcas de las cuerdas y la mordaza le queden, más allá de estar unos días desaparecido. Si no, no nos cree nadie, ¿me entiende?

El tipo bufó ofendido por la respuesta que se le había brindado. —Entonces ya tenían decidido matarnos a todos, ¿no? ¿Y se puede saber por qué razón?

Ingresaron a un espacio que parecía ser el interior de una enorme fábrica abandonada, donde al alcanzar la zona central un grupo de personas se hicieron presente saliendo de atrás de algunas columnas. El más delgado respondió.

—Porque usted es un acosador que abusa de su posición para bastardear a las modelos, engañarlas prometiéndole cosas que al final nunca cumple y también, según tenemos entendido, violarlas si no le hacen caso. ¿O me equivoco, señor Edmundo?

—¿Quién te dio permiso de llamarme así? —cuestionó el hombre buscando no demostrar miedo. Él pensaba que si debía caer, al menos lo haría con la cabeza en alto

—Tenés razón, un nombre más apropiado podría ser viejo verde, violín de mierda, pajero...

—¡Basta!

Una bofetada en el rostro de Edmundo Gianetti lo obligó a callarse.

—La gente como usted me repugna, siempre aprovechándose de su posición de poder para joderle la vida a los demás —quisquilló el líder de los asesinos.

—¡¿Y ustedes qué?! —Se quejó el hombre atado—, ¿No están usando el poder de su violencia para hacerme lo que quieren? ¡Son unas basuras! Pero ya van a ver cuando la policía los agarre.

—Usted no entiende nada, ¿no Edmundo? —humilló Gekko, el chico delgaducho— Nosotros somos la policía.

El hombre retrocedió un paso. —¿Cómo puede ser?

—Cuando los jueces sueltan a los criminales que la sociedad considera inimputables como usted, nosotros entramos en acción. Tenemos una agenda demasiado apretada, sí, pero aún así nos damos el tiempo para matar a cada cucaracha de esta sociedad. Somos la parte de la justicia que a nadie le gusta aceptar, pero que al fin de cuentas es tanto o más necesaria que la que se ata a las leyes y a los que gobiernan. No somos reconocidos a la luz, por eso somos una justicia negra.

—Son sólo un grupo de matones que hace las cosas como se le da la gana, y lo llaman justicia.

—No, señor. Nosotros jamás actuamos como se nos da la gana, siempre obedecemos a quien nos dirige —expresó Gekko con toda claridad para luego abrirse a un lado, brindando espacio al chico de rulos que había guiado a Gianetti desde un principio—. Lobo, me harías los honores.

—Será un placer.

El asesino perfecto avanzó con gesto inexpresivo en el rostro.

***

Nuevamente la clase estaba revuelta y aunque Nayla en un principio no se sentía cómoda con este tipo de visitas, a lo largo de los meses se fue acostumbrando a las ya habituales llegadas de los hermanos de Líen a los horarios de taekwondo, lo que no esperaba era que esta vez el revuelto no fuera ocasionado por alguien con un parentesco tal como venía ocurriendo en los días anteriores.

—¿Me querés decir quién es esa chica y por qué Líen actúa tan raro con ella? —cuestionó la castaña a Natan, el cual los veía riéndose como tarado.

—Esa es la que salía con Líen hace como un año, se llama Dana.

Un sentimiento difícil de describir estalló en el interior de la adolescente: primeramente algo parecido a los celos la poseyó al notar que el chico del cabello alborotado no hacía ningún esfuerzo por disimular sus deseos de conversar con ella, luego se comparó con la susodicha encontrándose con que, si bien no era desmesuradamente atractiva, la muchacha poseía una especie de encanto que la hacía sentir disminuída. Conociendo a Líen, el hecho de que fuese muda no sólo no le restaba en lo más mínimo, sino que el contrario, parecía sumarle miles de puntos. Los veía conversar animadamente en lenguaje de señas y sentía que entre ellos había algo que por más que se esforzara no lograría igualar: tenían historia, códigos, parecían entenderse tan bien... Era imposible no sentir que sin importar que bailara disfrazada de payaso, estrellara un helicóptero u obtuviera un premio por algún logro científico, él aún así difícilmente le prestaría atención siempre que Dana estuviera presente.

Las emociones dentro del pecho de la adolescente siguieron estallando al notar que Líen no era el único que no le quitaba los ojos de encima. Se mostró ofuscada por unos momentos viendo las caras de Natan y de los demás varones hasta que una de las neuronas que aún funcionaba en el cerebro del muchacho recordó que debía impartir su clase y aplaudió indicándole a todos que debían alinearse según el orden de sus cinturones para dar inicio a lo que habían ido a hacer, momento en que su mirada notó la presencia de Nayla y, casi con culpa, volvió a ella despojándose de su pasado, de las palabras sin sonidos, de los recuerdos y los asuntos pendientes.

Bastó con una mirada para que la castaña comprendiera que el centro del mundo del chico en ese momento era ella, pero no fue la única que lo notó. Dana, tan acostumbrada a que él no dejara de observarla cuando la tenía de frente, tuvo que aprender por las malas que el mundo de Líen había cambiado mucho y que ahora ese puesto que la había hecho sentir especial ya no estaba tan vacío como antes.

Los hizo entrar en calor con combinaciones de puños y defensas al aire en una forma inventada por él, luego comenzaron los rodillazos, las flexiones de brazos y los abdominales, las patadas bajas y las elongaciones, movimientos de mano a toda velocidad, patadas altas, giros y acrobacias. Líen dedicó los primeros quince minutos a un trabajo cardíaco basado en trazar figuras marciales a alta velocidad y con un enorme número de puñetazos, defensas y patadas en medio, todo eso mezclado con acrobacias de dificultades crecientes. Curiosamente de todos los presentes en el lugar Dana era la única que no podía seguirle el paso y él tuvo consideración por ella cambiando su estilo por algo más tradicional como lo son las carreras y los obstáculos.

Corrieron en zigzag tocando conos con la mano en cada giro, saltaron vallas de plástico, corrieron en patrones por una escalera de cuerdas recostada contra el piso, patearon palmetas —Las chicas se miraban continuamente para ver quién pateaba más alto, resultando Nayla como la indiscutible vencedora—, golpearon bolsas y focos de entrenamiento —Otra vez juegos de miradas donde Dana llevaba la delantera—, practicaron de a pares técnicas ahisladas de combate deportivo —Ambas evitaron quedar juntas, pero no dejaban de medirse e intentar superar a la otra, llogrando así algo que para Dana ya era normal: comunicarse en un idioma sin palabras—, y al final, cuando iban a cambiar de parejas, una exigencia llegó a Líen por parte de la castaña a manera de susurros de creciente intensidad.

—¡Lucha!

Primero fue Nayla sola, pero como era bien sabido, esa palabra en las clases de taekwondo no podía más que desatar una lluvia de voces reclamando al entrenador que les concediera el espacio para levantarse de a pares y enfrentarse en un combate deportivo frente a todo el grupo para recibir las críticas y felicitaciones de todos los presentes en el lugar. Era como un ritual donde el primer objetivo radicaba en disfrutar de la adrenalina de pelear, de sentirse en su salsa, de vencer miedos y adversarios y lograr así un nuevo nivel de comprensión.

Vencido por las insitencias, Líen cedió a unos enfrentamientos amistosos.

—Pero no quiero que se lastimen como la última vez, ¿me escucharon? —decía tanto con la boca como con las manos en su torpe lenguaje de señas— muy bien, ¿quiénes van primero?

Y como si ya supieran lo que debían hacer, Nayla y Dana se colocaron una en frente de la otra, se pusieron las protecciones que les faltaban y pese a los intentos de Líen por sugerir otra contienda, las dos se inclinaron en saludo marcial. No había nada por hacer, ambas querían pelear. Líen lo aceptó y comenzó la batalla.

Los piecitos descalzos de Nayla volaban de aquí para allá buscando hacer blanco con la pechera de su contrincante, mientras que Dana, algo más simple y concentrada, se resignaba a dar la menor cantidad de golpes posible, aumentando el porcentaje de aciertos entre la cantidad de golpes totales y ahorrando enormemente su energía desde el principio de la pelea.

Combinaciones de patadas circulares que se frenaban a mitad del recorrido para dar paso a un golpe en sentido opuesto, buscando engañar a su adversario, ataques a alta velocidad que se servían de la exquisita elasticidad de la castaña para alcanzar a su oponente de maneras que no pudiera imaginar, desplazamientos y cambios de guardia, todo un cóctel de ataques y estrategias hábilmente superadas por la muchachita muda, quien se movía como una hoja guiada por el viento ante el danzar de su oponente. Sus habilidades para el taekwondo recordaban sin problemas a las de Líen.

De pronto, antes de que termine el primer round, Dana dedicó los últimos momentos al ataque y en pocos segundos recuperó la diferencia de puntos que Nayla había logrado sacarle, dejando el marcador a su favor con una habilidad que tomara a la castaña completamente por sorpresa.

—¡Nayla! —La retó Líen antes de que comenzara la segunda ronda—, estás gastando demasiada energía tirando golpes al aire. Intentá medir bien los ataques porque no vas a llegar al final del round, ¿dale?

Poco y nada le importó a la muchachita el consejo de su profesor ya que sus intenciones no eran que el round llegara al final. Dana, por su parte, enfureció al notar que Líen, lejos de aconsejarla a ella como había esperado, se acercó a brindarle su ayuda a una contrincante, logrando así que se sintiera superada. Este round no podía llegar al final.

La orden fue pronunciada y ambas competidoras cruzaron golpes, pero Nayla fue más hábil y logró entrar una patada circular a la cara, sumando así una mayor cantidad de puntos de inmediato. Los golpes iban u venían, ambas se esforzaban al máximo, pero el marcador no cedía. Habían concentrado sus esfuerzos en maximizar la potencia de sus ataques, por lo que los mismos se evidenciaban mucho brindándole a sus contrincantes la oportunidad de evitarlos sin problema. La pelea transcurrió así hasta que de un momento a otro Nayla creyó haber visto la oportunidad perfecta para dejar sin aire a Dana y lanzó una patada circular potenciada por un giro en el aireque debía asegurarle la victoria, pero la chica sin voz acompañó el movimiento con un giro del tronco y prontamente desató una bestial patada circular con su talón que pusiera las cosas difíciles para la castaña. La cabeza le dolía, las imágenes a su al rededor se duplicaban hasta desfigurarse ante sus ojos y una sombra creciente vino a taparlo todo. Nayla había sido noqueada.

Despertó unos minutos después sintiéndose mareada y débil, no podía creer que había perdido de esa forma, estaba abochornada. La mano que acariciaba su pelo cesó sus movimientos para acercarle una botella con agua.

—Ya despertaste —anunció el vigía de su inconsciencia—, tardaste mucho, tenía miedo de que te hubieras lastimado.

—Líen... —Su voz se oía balbuceante a pesar de haber intentado pronunciar aquella palabra con la mayor claridad—, ¿qué pasó con el combate?

—Olvidate de eso, ya terminó. Peleaste bien, damita.

—Sí, ¿pero qué pasó?

Él se hundió de hombros. —Te noquearon y te tuvimos que dejar acostada a un lado porque no te podías ni parar. Trastabillabas a cada paso, me preocupé un montón.

—Perdí... —Se confirmó a sí misma. Realmente deseaba ganarle a esa muchacha— ¿Dónde está ella?

—¿Ella? ¿Dana? —El nombre de esa chica le sonaba a vinagre al ser pronunciado por la boca del muchacho que adoraba—, está con los demás. Todavía no termina la clase.

—¿Y vos qué hacés que no estás con el grupo?

—Vine a cuidarte a vos, tonta, ¿qué más? ¿O no te dije que para mí vos sos muy importante? Pero bueno, ahora que ya estás bien tengo que ir de nuevo.

Nayla resopló y empujó al chico de rulos para intentar ponerse de pié. —¿Ah, ahora te vas con ella entonces? Andá, dale, si se nota que querés volver.

—¿Volver?

—¡Andá, dale, haceme caso! —Se paró de golpe tambaleándose hasta casi caer, tomó su mochila y salió a las zancadas del lugar, humillada por la situación, por la derrota, por su propio temperamento y por Líen, quien de alguna manera que no podía entender le había fallado irreparablemente.

Caminó una cuadra y media antes de recordar que había venido en bicicleta, se giró pensando si volver ahora sería buena idea y la imagen de un muchacho de rulos con traje de taekwondo montando en una bici rosa y lila la dejó dura en el sitio en que se había detenido.

—¡Nayla! —gritó éste antes de alcanzarla— ¡No te podés ir así, loca, te pueden lastimar!

—¿Y a vos qué te importa?

—Me importa, sí, y mucho. ¿Por qué hacés esto? Vos no sos así.

—¿Y cómo soy? Decime, dale, ¡¿qué tanto sabés vos de mí?! —Su voz se oía quebrada y un mar de lágrimas amenazaba con inundar su rostro de manera incontrolable. Se sentía muy mal, muy triste y la presencia de aquel adolescente frente a ella lejos de consolarla la ponía a la defensiva. Creía haber visto algo entre ellos, algo que ella jamás podría superar.

—Sé que estás enojada y triste, y que por eso actuás raro, pero cuando uno está así no es fácil pensar con claridad las cosas. Dejame ayudarte a calmar un poco esos nervios, che. No quiero que estés mal.

—Ni siquiera sabés por qué me puse así.

—Y... ¿por la pelea?

Nayla resopló fuerte.

—Porque dejé de lado la clase para cuidarte como a una nena...

—Mirá que sos tarado para pensar que me voy a poner mal por eso. Además seguro dejaste a Natan que es el más avanzado y no te hiciste problemas —refunfuñó para luego pensar un poco mejor lo que decía. Líen había dejado su amado taekwondo por venir a buscarla a ella sólo porque sabía que en ese estado podría pasarle algo y no se iba a poder defender. Ni siquiera se había acordado de buscar su bicicleta y pretendía tomar ahora la decisión de dejarlo todo y olvidarse del muchacho. Estaba siendo impulsiva.

—Bueno, no es por por la pelea ni por la clase... Yanet tiró una opción más, una que parecía una locura, la verdad.

Calmó un poco su enojo logrando controlar las lágrimas, luego de lo cual cuestionó. —¿Y qué te dijo esa?

Líen sonrió. —Que era por mí.

Hubo un silencio largo donde la muchacha no pudo sostenerle la mirada al chico, obligándose a sí misma a hundirla en el suelo.

—¿Y a vos qué te parece? —Sólo se animó a decir. Líen prosiguió.

—Que tenía razón.

Levantó la cara encontrándose con que la sonrisa no había huído de los labios del chico de cabello color canela. Intentó ella también sonreír, pero los nervios la estaban consumiendo hasta volverlo imposible; se estaba declarando a Líen.

—Y sí... me dieron celos de verlos juntos.

—¿Por qué?

—¡Porque sé que te gustaba!

Líen se mordió el labio inferior desviando un segundo la mirada antes de contestar. —Sí, me gustaba, pero mucho antes de conocerte a vos, ahora ya no me interesa —Se bajó de la bicicleta y buscó con su mano acariciar el hombro de la muchacha, como pidiendo permiso antes de acceder a un abrazo—. ¿Y no sabés quién me gusta ahora?

La castaña se mostró esquiva otra vez. —No sé.

—Nayla, me gustás.

El mundo entero se le atoró en la garganta, jamás hubiera esperado que toda esta situación acabara de esta forma.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top