Lección cinco: Cortesía
La clase de Líen había estado fatal; correr esquivando obstáculos por veinte minutos, interminables series de flexiones de brazo, saltos a diferentes alturas, abdominales, posturas complicadas, elongaciones hasta no dar más, combos con patadas cada vez más compejos, golpear la bolsa hasta agotarse, intentar trucos y acrobacias nuevas y, por fin, combatir con poco contacto contra cada uno de los alumnos presentes en el Do yang. Una hora y media que aparentaba ser interminable y cuando por fin parecía que la tortura había llegado a su final, Líen en lugar de la clásica reflexión al terminar la clase o algún momento de meditación, eligió ponerlos a hacer formas coreanas (poomsae) mientras él daba vueltas corrigiendo toda postura que viera incorrecta.
La expresión de euforia y felicidad del profesor lejos de incentivar a sus alumnos los asustaba aún más que la de enojo puesto que sabían que cuando estaba contento Líen era aún peor. Siempre se ponía más exigente, daba vueltas motivándolos con una fe ciega en las habilidades comprometiéndolos con destrezas del taekwondo que aún no les eran propias ni sencillas.
Al enunciar el tan esperado Kion ye todos suspiraron aliviados, desparramándose algunos en el piso de goma y se dirigiéndose los demás pronto a beber algo de agua. Líen aún seguía saltando lleno de energía mientras Nayla volvía de vestirse para regresar juntos a su casa. Se cambió el dobock en pocos minutos y a la salida estaba listo para acompañar a la muchacha la cual no parecía percatarse de que esta alegría era debida a su regreso a las clases.
—¡Hola! Hace rato que no te veo. Me temía que hubieras decidido dejar de venir. ¿Qué te pasó? —inició de inmediato la conversación el adolescente entusiasmado.
—Tuve unos problemas... algo demasiado largo para contar. —Le respondió la muchacha algo avergonzada de su actuar el último fin de semana como para decírselo a la persona que más admiraba.
—El viaje es largo, tenés tiempo si querés confiarme lo que sea que te haya pasado.
—En realidad no fue nada grave, no creo que te parezca muy importante como para aburrirte con ese tema.
—Todo lo que para vos es importante lo es también para mí. Si no querés contármelo está bien, no me ofendo, pero si considerás que algo que te haya hecho encerrar en tu casa por tres días y no poder disfrutar ni siquiera de la compañía de tus nuevos amigos no me parece relevante... bueno, entonces conocés muy poco sobre mí.
Nayla se sintió muy emocionada al ver como Líen se interesaba en ella. En el fondo, tras notar el inmenso amor que tenía por cada alumno y lo mucho que se preocupaba por ellos había perdido la esperanza de poder tener algo especial juntos. Se había sentido disminuida como si sólo fuera una más del montón.
Por algún motivo el muchacho le generaba la misma confianza que había tenido con Chiara o con cualquiera de sus amigos a pesar de no haber compartido tantas cosas juntos. Nunca había conocido a un chico que la hiciera sentir así de segura cuando mantuviera algo que la tuviera preocupada, sin embargo decidió omitir algunos detalles para que Líen no pensara mal de ella.
—No es la gran cosa, no es que me haya pasado algo a mí.
—¿Entonces?
—Más bien yo estuve en medio de algo muy feo... Fue así: este fin de semana Chiara y yo nos vimos.
—¿Chiara?
—Es la prima de Natan, nos hicimos amigas hace poco.
—Ah... —Líen trató de no darle importancia al hecho a pesar de que más de una vez se había sentido algo celoso de ver a Nayla conversando con Natan en los intervalos. Él sabía que todo estaba en su cabeza.
—Como te decía, fui al parque Alberdi con Chiara este fin de semana y nos quedamos hasta muy tarde.
Los ojos de Líen se abrieron como platos. —Murió un hombre en parque Alberdi este fin de semana.
—Sí.
—¿Estuviste justo ahí? —Su voz, generalmente tímida y alegre, se cargó de aspereza al igual que su mirada.
—De eso se trata; cuando Chiara se fue yo decidí quedarme y se me pasó volando la hora. Cuando me di cuenta estaba sola en medio del parque y ese hombre horrible me estaba hablando. Él me asustó mucho... pensé que quería violarme.
—Damita, ¡eso es espantoso! ¿Qué hiciste?
—Le metí una patada y huí.
Líen arrugó la cara en un gesto de incredulidad.
—Pará, ¿me estás queriendo decir que vos lo mataste? —Antes de que ella pudiera explicarle lo sucedido el chico de rulos la interrumpió— ¡Pero eso es imposible! Es más, ni te preocupes porque en las noticias dijeron que murió de un paro cardíaco, así que no fue tu culpa.
—¡No, no! No fui yo, aunque... Mirá, no creo que haya sido una muerte natural.
—¿A qué te referís?
—Había alguien ahí —El gesto de Líen se volvió más concentrado—, eran unos pordioseros.
—No damita, nadie vio a nadie por esa zona. Estoy seguro de haber oído que no fue un asesinato.
—No es que dude de lo que hayas escuchado, pero yo vi a unos linyeras que lo rodearon y de pronto se apagaron todas las luces, después escuché un sonido como de un golpe y cuando pude volver a ver él estaba ahí, tirado, solo y... bueno —Nayla estaba hablando tan rápido que a su acompañante le costó seguirle el ritmo, casi no tomaba aire y agitaba sus manos de un modo que a Líen le trajo muy malos recuerdos—, muerto. Los pordioseros ya se habían ido.
—¿Fuiste vos la que llamó a la policía?
—Sí.
El muchacho reflexionó un momento sobre lo que Nayla le contaba. Parecía no comprender toda la historia y repentinamente preguntó:
—¿Estás segura que no imaginaste nada de esto por el susto de ese violador?
—No, ¿cómo creés?
—No, está bien, te creo —Se apresuró a decir—. Cabe la posibilidad de que ellos lo hayan asustado y por eso su corazón se haya detenido.
—Yo no diría eso.
—¿Por qué?
—Es que todo fue muy macabro: las luces apagándose, el parque vacío, un sonido de golpe fuerte como un ¡PUM! y de la nada, las luces vuelven y ellos ya no están... No sé, quizás me estoy volviendo loca, no lo sé, pero eso fue lo que vi.
—No, no creo que estés loca, no te preocupes. Es solo que... quizás haya otra explicación.
—¿Creés en las casualidades?
—No, francamente.
—Entonces no se me ocurre nada. Todo esto es muy difícil de entender.
—¿Tenés alguna prueba para decir que el hombre ese fue asesinado?
Nayla dudó un momento sobre si contarle a Líen con respecto a la agenda gris. —No —Mintió—. Eso es todo.
—Entonces es mejor que te mantengas alejada de los parques a altas horas de la noche porque por ahí la cosa se pone peligrosa y, llamame loco, pero que suerte que llegaron los linyeras. Si él te hubiera hecho algo no hubiera hecho falta otro asesino, lo hubiera aniquilado yo mismo.
Nayla se aferró con fuerza del brazo del muchacho que la acompañaba y luego admitió. —Cuando él me perseguía no pude evitar pensar en vos. A tu lado me siento protegida.
La timidez regresó a poblar la voz de Líen al tiempo que decía. —¿Sabés? La mejor defensa es no estar ahí cuando ocurren los hechos de violencia. En verdad me importa tu bienestar, pero como no puedo estar ahí cada vez que te pase algo, te suplico que no vayas a donde sea que corras peligro —Respiró profundamente antes de seguir, había estado trabándose al hablar—. Si no lo hacés pensando en vos hacelo por mí. Me aterra que algo malo te pueda ocurrir, sos importante para mí.
Líen raramente pensaba lo que estaba diciendo, solía ser muy sincero y no meditar la profundidad de sus palabras o cómo alguien pueda interpretar su significado. Nayla, que seguía aferrándolo del brazo, pensó que podría subir tan solo unos centímetros más y alcanzar sus labios con extrema facilidad pero el muchacho siquiera bajaba la vista hacia ella para facilitarle dicho encuentro.
Caminaron una cuadra y llegaron a la casa de la chica. Él se despidió con un beso en la frente y ella lo observó caminar de espaldas sin que pudiera dejar de mirarla. «Cobarde» se dijo a sí misma pensando en que debería haberle robado un beso tal como siempre le recomendaba Chiara, y al girar para abrir la puerta un pensamiento desventurado atravesó su mente haciéndola darse un golpe con la palma de la mano contra su frente.
—¡Líen! —gritó exasperada.
—¿Qué pasa damita? —Respondió de inmediato el joven.
—No tengo la llave.
—¿La perdiste?
—No, acabo de acordarme que hoy mi madre me abrió la puerta y yo con mi cabezota no pude tener la delicadeza de poner una llave en mi mochila. Me quedé afuera.
—¿No podés llamar a tus papás para que te abran?
—No estaría bien, ellos están trabajando.
—Vas a tener que ir con algún otro pariente o amigo.
—Todos viven lejos.
—¿También Chiara?
—Ella está patinando en parque Avellaneda, no sé cómo llegar desde acá.
—De acuerdo, yo te llevo.
—¿En serio?
—Dudo que tenga opción.
Nayla corrió hasta donde Líen y lo tomó nuevamente del brazo. El muchacho le indicó que al menos entraran la bicicleta y la dejaran atada en el fondo haciéndola pasar sobre la reja en un duro e incómodo trabajo de equipo. Eran aproximadamente las ocho y media de la noche y los padres de Nayla volverían al menos en dos horas. Tomaron el colectivo y al bajar en el parque buscaron a Chiara pero no la pudieron hallar.
—Qué raro, ella me dijo que iba a estar acá con una amiga que conoció en internet.
—¿A penas la conoce y ya salen a patinar juntas? —cuestionó el chico de cabello alborotado— Parecen personas con muy buena química.
—Si, dijo algo como que irían a patinar, y luego a tomar un helado y luego a... Oh, rayos... Es una cita.
—¿Una qué?
—Nada, pero si ves a Chiara no le hables. De seguro va a estar ocupada.
Líen no había entendido y dudó antes de contestar. —Pero entonces ¿qué vas a hacer vos?
—Ni idea. Tengo que esperar acá hasta las diez y media que es cuando vuelven mis padres.
—¿Otra vez en una plaza sola hasta que se haga de noche? ¡Ni hablar! Me quedo con vos.
—¿En serio? ¡Sos un dulce! De verdad te lo agradezco.
—Si querés también podemos entrenar taekwondo. Acá está lleno de pasto.
—Hago otras cosas aparte del taekwondo, ¿sabés? —respondió la muchacha algo decepcionada.
—Es verdad—Dijo el joven con un tono de entusiasmo muy marcado en la voz, y demostrando su habilidad para no captar ninguna indirecta, sentenció emocionado— ¡Vos también sos una bailarina! Mostrame.
Nayla retrocedió un paso. —¿Acá? ¿Ahora?
—Si, me lo debés. Viajé mucho para venir a verte a este enorme teatro de pasto, al menos regalame una función.
—Bueno... está bien, pero vos vas a ser mi DJ. Apretá este botón cuando te diga —Aceptó ella entregándole su celular. Líen se apenó al ver que el teléfono de la chica era casi el triple de grande que el suyo—. Correcto, ahora.
Cuando el chico pulsó lo que la sociedad moderna llamaría «un botón», tan sólo un punto plano en la pantalla táctil del teléfono de la castaña, una melodía furiosa y melancólica brindó sus primeros acordes con los cuales la muchacha situada en el medio del pasto comenzó a contorsionar su cuerpo trazando figuras extrañas y sumamente agradables siguiendo el ritmo y las sensaciones que transmitía la música, marcando pasos de baile que iban desde el ballet al contemporáneo e incluyendo algunas acrobacias que le eran completamente ajenas al taekwondo como saltos en split, posturas apoyándo la cabeza en el suelo, firuletes con las manos arrodillada, torsiones y contorsiones de columna y demás.
El chico de rulos estaba maravillado observando como la muchacha exhibía una perfección técnica propia de una profesional, llamando aún más la atención de los varones del parque que desde hacía rato no le quitaban el ojo de encima, todo esto con una naturalidad espléndida y exquisita junto a con una sencillez devastadora. Los pies, las manos, todo el cuerpo de la joven trazaba figuras en el aire mientras su rostro acompañaba perfectamente las expresiones de melancolía y fuerza que imprimía la canción, todo un espectáculo digno de ver que apenas duró unos pocos minutos, pero dejó a más de uno con la boca abierta. El adolescente aplaudió tímidamente cuando la chica se reintegraba para regresar a su lugar.
—¿Y vos no sabés bailar? —Le espetó Nayla al llegar a su lado.
—¿Yo? Yo no bailo... Una vez hice una forma musical al ritmo de una canción, pero de ahí a bailar...
—¿Nada de nada?
—Nada de nada.
—Vení, te voy a enseñar.
—¿Acá? ¿Ahora? —parafraseó Líen mientras la muchacha lo tomaba de ambas manos.
—No te hagas el tonto que de esta no te vas a escapar —Al ver que su compañero retrocedía y escondía las manos para que no lo arrastraran la muchacha se enojó—. Vos me enseñaste mucho en las clases de taekwondo y todo gratis. Ahora me toca a mi enseñarte algo.
Tras un pequeño forcejeo juguetón, el chico cedió. Acompañó a Nayla hasta el centro del pasto y colocando su mano en la cintura de la joven siguieron el ritmo de la música que provenía del celular.
Esa noche al llegar a su casa Nayla se acostó con una sonrisa, aún ignorando las quejas, gritos y regaños que le propinaba su madre por haber llegado tan tarde mientras que Líen en su hogar no paraba de tararear la canción que habían danzado los adolescentes sobre la hierba del parque Avellaneda. Ambos estaban agotados; habían vivido demasiadas emociones inesperadas para una sola tarde, pero nada podía borrar esa enorme felicidad que de a poco los empezaba a inundar.
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