Pesadillas

Me desperté al día siguiente en el mismo sitio donde me había tumbado cuando todo pasó. Me dolía todo el cuerpo, pero no podía quedarme allí. Tenía que ir a cumplir con mis obligaciones, aunque lo único que me apetecía era ducharme y meterme en la cama dejando que llegase el fin de semana. 

Fui a ducharme y me puse una túnica cómoda con un poco de escote y ajustada, por lo que tuve que usar mi ropa interior preferida: una faja comodísima que hacía que mis michelines no se marcasen. Al menos, sujetador no necesitaba, pues aunque mis pechos eran grandes aun no había sucumbido a la gravedad. Es lo que tienen los diecinueve años.

Al bajar a la sala común de los profesores vi que no había nadie, pero un ruido me sobresaltó. Una cabellera rizada entraba por la puerta. Era Hermione, que me miraba con los ojos muy abiertos.

—¿Aún estás aquí? Vamos, que llegarás tarde a tu clase —dijo, sobresaltada, tomándome del brazo—. Por cierto, ¿has visto a Ginny?

—No. Acabo de salir de mi habitación. 

—¡Ginny!

—¡Ay! Me vas a dejar sorda —dije riéndome.

—Lo siento. Me tiene preocupada desde que lo dejó con Harry. Bueno, según él es tomarse un tiempo. Aunque ya sabes como son los Weasley.

—No hace falta que me lo digas.

—¿No habrá sido mi Ron grosero contigo? Como lo pille... —dijo enfadada o al menos intentándolo, lo que hizo que me riese y empezara a olvidar lo acontecido anoche.

—No, no. Casi no hemos hablado, pero anoche en la reunión de jefes...

—George —respondió, pensativa— Hablaré con él. No es propio de un profesor comportarse de esa manera. Como subdirectora, debo encargarme de esas cosas.

Le sonreí, intentando parecer agradecida. Aunque la idea de que hablase con el pelirrojo de lo que había pasado no me hacía mucha gracia, tenía razón. Debíamos empezar a comportarnos como adultos. Pero no quería que me tomasen como una chivata la primera semana. Sin darme cuenta habíamos llegado al aula de pociones. Solo tenía dos clases esa mañana y después libre, pues nada más que tendría turnos de vigilancia hasta el lunes.

—Hermione, te lo agradezco, pero no hace falta que hables con nadie. Intentaré no irritarlo. Es normal que sienta eso hacia mí. Si me tengo que alejar de él, lo haré.

—No, Marta. Si queremos que Hogwarts vuelva a ser lo que era deberíamos colaborar todos.

Dicho esto continuó su camino. Las clases fueron agotadoras, pero me habían ayudado a evadirme de todo. Me encantaban las pociones y más aún los alumnos. Puede que le acabase cogiendo el gusto a esto de ser profesora. Tenía la tarde libre, así que comencé a pensar en que podía ocupar mi tiempo.

Había estado evitando a Ernie, no quería tener contacto con él. Además, tenía claro que nunca se disculparía. Seguro que pensaba que no había hecho nada malo y yo no dejaba de pensar en que a lo mejor me estaba comportando como una loca y él tenía razón, pero no podía dejar de sentir ese malestar. Si no llega a ser por George.

—¡Marta!

Como iba mirando al suelo ensimismada en mis pensamientos me sobresalté al escuchar el grito que venía desde detrás de mí. Al levantar la cabeza me quedé paralizada. Estaba mirándome a mi misma, pero una versión más mayor. Parecía delgada, con una botas altas de tacón que no me había puesto nunca y un vestido provocador, negro al igual que mi pelo. Llevaba maquillaje y me estaba dirigiendo una sonrisa. Me quedé en shock mientras mi gemela enseñaba su antebrazo donde estaba la marca tenebrosa. Abrió mucho la boca y emitió una risa exactamente igual que la de mi tía, lo que hizo que cayese al suelo y empezase a arrastrarme para alejarme de ella. Un grito salió de mis labios y las lagrimas se deslizaron por mi rostro. 

—¡Ridikkulus! 

De repente, la figura de mi "gemela" se disfrazó de payaso y huyó avergonzada, pero yo seguía gimiendo y sin poder levantarme el suelo. Antes de que pudiese darme cuenta, alguien se agachó y me abrazó por detrás. Unos brazos fuertes me levantaron, a pesar de que era difícil, y me colocó en un banco que había en la pared. Ron se colocó delante de mí, sujetándome la cara.

—Marta, tranquila. Ya pasó, solo era un Boggart. Lo siento, a Harry se le ha escapado. Es un desastre de profesor, lo estábamos buscando todos. 

Sus palabras y cariño me calmaron. No estaba acostumbrada a que me tratasen así. En Slytherin la gente era más recatada y en mi familia no eran conocidos por el cariño que profesaban. Me limpié las lagrimas y respiré profundo. Como Ron me vio más calmada se sentó a mi lado. 

—Lo siento —Dije colorada, más consciente del espectáculo que estaba dando— He sido una tonta. Tendría que haberme dado cuenta.

—No lo eres —contestó con una sonrisa—. Cualquiera hubiese hecho lo mismo que tú. Sacan nuestros miedos más profundos.

—En cuanto a eso...

—Tranquila —dijo poniéndome la mano en el hombro—. Que lo que más temas sea convertirte en mortífago dice muchas cosas buenas de ti. No es tu futuro, tú no quieres que así sea.

—Gracias —respondí más relajada— y Ron, sobre lo de mi tía. Quería pedirte perdón.

Su expresión cambió, se volvió más serio, pero no se fue ni dejó de mirarme a los ojos,  transmitiéndome tranquilidad. Me cogió de la mano dulcemente antes de contestarme.

—Escucha, Marta. Tú no eres tu tía, igual que yo no soy nadie de mi familia. No podemos pagar por los errores de los demás, solo intentar que la vida siga su curso. No te guardo rencor, pues durante años he aprendido a las malas que eso solo lleva al dolor. 

Nunca me esperé esas palabras de Ron. Por lo que había escuchado, siempre se metía en problemas con sus amigos por esta clase de malentendidos, pero me di cuenta que todo lo que nos había pasado había hecho que madurásemos demasiado rápido. Era una pena, pero había que aprovecharlo.

—Gracias por entenderlo —dije sonriendo— Espero que podamos ser amigos.

—Eso esta hecho —contestó devolviéndome la sonrisa.

En ese momento vi una sombra alta y pelirroja que desaparecía por una esquina. Volví a la realidad, dándome cuenta que aun seguíamos cogidos de la mano.


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