La propuesta

—¿Qué quieres decir, padre? 

Draco había tomado mi mano con fuerza. Notaba como su nerviosismo alcanzaba la punta de mis dedos mientras Pansy nos miraba enfurecida, aunque parecía que quería guardar las distancias delante del cabeza de familia de los Malfoy. 

—Tenemos un plan, hijo. Y espero que podamos contar contigo para llevarlo a cabo —contestó, sonriendo.

En su tono se podía apreciar que, a pesar de parecer una petición, era una orden. Draco apretaba la mandíbula. Después de tanto tiempo aún le costaba mucho enfrentarse a su padre. Aceptar el trabajo de profesor en Hogwarts había sido un pequeño acto de rebeldía del que estaba segura que ahora Lucius sacaría provecho.

»Conoces nuestra situación desde que el Señor Tenebroso fue vencido en la gran batalla. Todos los que le seguimos, creyendo que era nuestra salvación en este mundo en el que la pureza de sangre cada vez era mas escasa y devaluada, estamos siendo perseguidos como ratas. Tuvimos que defendernos de acusaciones infames cuando nuestra única labor fue la de tratar de salvar el mundo mágico. Aunque si, nos equivocamos en algo: en seguir a la persona incorrecta.

Los ojos de Lucius Malfoy brillaban mientras interpretaba el discurso. Se notaba que lo había ensayado. Su voz imprimía los tonos precisos en cada momento, haciendo pausas para que calase en sus oyentes. Como en ese momento, mientras se paseaba delante de nosotros con las manos en la espalda recorriendo con la mirada la sala.

»Necesitábamos a alguien que nos condujese hasta la victoria pero no nos dimos cuenta de que el Señor Tenebroso tenía unos planes de venganza que trastocarían todos los sacrificios que habíamos hecho y nos colocaría en el lado malo de la historia. Si tan solo hubiese dejado que cualquiera de nosotros acabase con el maldito Potter podríamos haber sido imparables. 

La rabia se apoderó de sus palabras mientras hablaba de Harry. Su papel de lacayo y segundón le había impedido durante años dar su opinión a cualquiera que estuviese por encima de él. Pero sin la amenaza que se cernía sobre cualquier pensamiento contradictorio a la doctrina ahora que Voldemort estaba muerto se le veía seguro explayándose sobre el tema.

»Ahora que las cosas están más tranquilas y que el mundo mágico está concentrado en reconstruir sus cimientos es el momento de que nos unamos los verdaderos defensores de la magia pura y antigua para crear una estrategia que nos ayude a tomar el poder. Sin derramamiento de sangre innecesaria. Sin miedo. Utilizando lo que los Slytherin mejor sabemos hacer: la persuasión.

—Y tu lideraras este gran montaje, supongo —le corté, haciendo que en su rostro se dibujase la expresión de desagrado que siempre aparecía cuando me escuchaba.

—Por el momento, si. Aunque mi intención es hacerme a un lado cuando encontremos a alguien que pueda gobernar siguiendo nuestros intereses.

—Querrás decir hasta que encuentres a alguien a quien poder manipular mientras tu sigues disfrutando de tus privilegios en la sombra —contestó Draco mientras se cruzaba de brazos.

Lucius sonrío con desprecio mientras miraba a su hijo. No entendía como, después de todo lo que había pasado, no podría dejar a su hijo tranquilo. Llegué a pensar que, en realidad, creía que Draco siempre había estado de su parte y continuaba estándolo pero su personalidad había hecho que fracasase en sus intentos. De esto también tenía un poco de culpa el propio Draco, pues nunca se había enfrentado a él de forma directa.

—¿Qué mejor manera de conseguir nuestros fines haciendo que sean los propios magos los que elijan a esa persona que velará por su seguridad? —continuó mientras alzaba los brazos, como si nuestra interrupción no hubiese existido— Nuestro plan es sencillo. El año que viene se decidirá si el ministro Kingsley continúa su mandato o se elije a uno nuevo. Ahí conseguiremos que nuestro candidato se alce con el poder.

—¿Quieres manipular las elecciones a Primer Ministro? —pregunté.

—No querida. No vamos a manipular nada. La propia comunidad mágica elegirá a nuestro candidato porque será la única opción acertada. Es lo que tuvimos que haber hecho desde el principio, el poder lo es todo. Y la única forma de llegar al poder es hacer ver que nuestra elección es la mejor en este momento. El que nos salvará de la ruina, el que pondrá en su sitio a los enemigos de la comunidad, el que mirará por los intereses de los magos y brujas.

—¿Para qué nos necesitas? —dije con tranquilidad. No estaba entendiendo que pintábamos nosotros en todo esto.

—¿A ti? Para nada —respondió mirándome con desprecio— Eres solo un instrumento que podremos desechar cuando no seas útil. Tu seguridad depende enteramente de mi hijo.

Draco apretó mi mano mientras cinco pares de ojos se fijaban en él. Por su expresión supe que seguramente había adivinado los planes de su padre y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me estaba temiendo lo peor.

—¿Qué quieres decir? No pienso ayudaros —contestó Draco.

—Hijo, se que estás confundido —dijo Lucius pasando su brazo sobre sus hombros—. Estos años han sido difíciles para todos y siento mucho haberte metido en una guerra condenada al fracaso. Pero esta vez será distinto, lo prometo. Recuperaremos nuestro poder y haremos del mundo mágico un lugar mejor para todos.

—¿Para todos o para los que no son traidores a la sangre o sangre... hijos de muggle? —respondió Draco zafándose de sus brazos.

—Para todos los merecedores de privilegios, hijo. Como siempre ha debido ser. Puedes continuar con tu vida aquí, en el castillo. Nos vendrá bien que sigas siendo profesor. Lo único que necesitamos es que consigas convencer a todos lo alumnos que puedas para que se unan a nuestra causa. Hablar con los que vayan a poder votar el año siguiente, con los padres de los más pequeños... Nadie podrá decirnos nada puesto que no involucrará al pasado directamente. Somos la nueva esperanza de este mundo, Draco. 

El rubio retrocedió hasta colocarse a mi lado. La sonrisa de su padre se había ensanchado. Los demás permanecían en su sitio desde el comienzo de la conversación. El discurso no había hecho mella en ellos, lo que me hizo notar que ya lo habían escuchado y se habían unido a la causa. 

No me podía creer lo que estaba escuchando pero, a la vez, no me extrañaba. Lucius no pararía hasta recuperar lo que él creía que le pertenecía por nacimiento. Este plan parecía sencillo, no podrían impedírselo si jugaba bien sus cartas. La ambigüedad de su discurso, el miedo de la gente y los seguidores de su doctrina que seguían en activo serían unos grandes aliados. Solo pensar en ello hacía que un escalofrío recorriese mi cuerpo y mi corazón se encogiese del miedo.

—No pienso ayudaros, padre.

—Si lo harás. O ella sufrirá por tu rebeldía —contestó señalándome.

—No te atreverás...

—¡Crucio!

Un millón de cuchillas comenzaron a recorrer mi cuerpo. Caí al suelo golpeándome la cabeza entre convulsiones que impedían mi visión. El dolor que sentía era indescriptible. Como si estuviesen clavándome miles de agujas en todos los poros de mi cuerpo. Sentí como Draco se agachaba a mi lado mientras deseaba que todo parase y las lágrimas recorrían mi rostro. 

—¡Basta, padre!

De repente el dolor paró pero mi cuerpo no respondía. Conseguí incorporarme sintiendo entumecidas todas las articulaciones. La cabeza me dolía en la zona donde me había golpeado y veía borroso. Gracias a la ayuda de Draco pude levantarme mientras me sostenía para que no cayese de nuevo al suelo.

—Esto es solo una pequeña parte de lo que podemos hacer, Draco. Y créeme cuando te digo que podemos librarnos de ella en un segundo sin que nadie se diese cuenta. No ha sido ni la primera ni la última. Desearía que nos hubieses ayudado por las buenas pero no nos queda más remedio. 

—¡La protegeré! No consentiré que me chantajeéis de esa manera.

—No podrás hacerlo eternamente, mi Draco —contestó Pansy con su voz de desquiciada—. Estoy deseando acabar con ella.

Levantó su varita mientras me apuntaba pero Lucius alzó el brazo haciendo que esta retrocediese. Draco estaba paralizado, podía notar la lucha que estaba teniendo lugar en su cabeza. Tras unos segundos que parecieron horas me soltó, acercándose hasta donde esta su padre.

—Draco, por favor... —imploré con un hilo de voz. La maldición aun estaba causando estragos en mi cuerpo y utilicé todas mis fuerzas para no desplomarme.

—Lo siento, Marta. 

Las palabras de mi amigo me dolieron en el alma. No me podía creer que se rindiese tan pronto. Sabía protegerme sola, contaríamos a los demás lo que había pasado. Nos creerían, hablaríamos con los demás y detendríamos sus planes antes de que los llevaran a cabo. Tenía que confiar en mí. Mientras se acercaban a la puerta me acerqué a un armario para apoyarme y no caer al suelo, sujetando mi estómago.

—No te saldrás con la tuya —dije lo más alto que pude—. Se lo contaré a todo el mundo. Vuestros planes fracasarán antes de empezar. Sabrán vuestras intenciones y...

—Aunque te creyesen —respondió Lucius dándose la vuelta con una sonrisa— solo conseguirás retrasarnos. No vamos a hacer nada ilegal, llegaremos al poder tarde o temprano y ni tú ni tus amiguitos podréis impedirlo. 

Se acercó hacia donde yo estaba con paso firme, sosteniendo con fuerza su bastón con el aire imponente que siempre le caracterizaba. Intenté no apartarle la mirada pero no pude evitar desviarla para ver donde estaba Draco. Su pose había vuelto a ser la de hace años, con los hombros caídos y ese vacío en sus ojos grises. Solo su padre conseguía hacerle sentir tan pequeño. Cuando me di cuenta, Lucius estaba justo en frente de mí con una sonrisa maligna en el rostro.

—Además, pequeña mestiza —dijo con asco—. Si alguien intenta impedirlo o nos enteramos de que has hablado más de la cuenta puede que cierta persona a la que seguro que tienes muchas ganas de ver sufra un pequeño percance.

Sin apartar sus ojos de mí apuntó su varita hacia un viejo espejo que había cerca de nosotros. Un chorro de luz amarilla impactó en el haciendo que su superficie comenzase a brillar. Una imagen de una habitación apareció en él. Parecía un viejo sótano con las paredes de piedra en el que una figura se encontraba sentada apoyada en ellas. Levantó la cabeza y pude ver su rostro demacrado, con una barba espesa y el cabello largo y negro. Sus ojos... tenía los mismos ojos desquiciados que hace años me habían mirado desde las páginas del profeta.

Un grito nació de mi garganta y a pesar del dolor que aún sentía mi cuerpo pude incorporarme corriendo hacia esa pequeña ventana que mostraba a una de las personas a las que más había querido a pesar de que estuvo poco tiempo en mi vida. La única familia que me quedaba y que durante todo este tiempo pensaba que lo había perdido para siempre.

—¡Sirius!

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