Draco

—Tendríamos que separarnos para abarcar más terreno. Este castillo es inmenso y ya no recordaba que crece por momentos.

George y Draco estaban deambulando por uno de los pasillos de la segunda o tercera planta. Ya no recordaban si había subido o bajado por las escaleras con todos los movimientos que tenían estas. Llevaban un par de horas buscando a la Black y no habían descubierto nada. Con forme pasaba el tiempo más se preocupaban. 

Habían hablado con Nick casi Decapitado pero no había visto nada, Peeves solo los había mandado a lugares donde no estaba y hacía un rato que no le hacían caso. También se encontraron con algunos elfos que no pudieron dar información. El rubio estaba desesperado y no hacía más que bufar e ir como pollo sin cabeza cada vez más rápido, por lo que cuando George le propuso el plan no le prestó atención.

—Malfoy —continuó el pelirrojo con voz pesada mientras se rascaba la cicatriz de la oreja— ¿Me has escuchado?

—¿Qué? —contestó Draco, que parecía acabar de darse cuenta de que no estaba solo. 

—Que deberíamos separarnos para cubrir más terreno.

Draco paró un segundo, apoyándose en la fría pared de piedra. Estaba bastante preocupado, no era propio de su amiga saltarse ninguna clase. Ni ningún compromiso. Era una persona bastante responsable y el simple hecho de llegar tarde a algún sitio hacía que la ansiedad le atacara. Habían tenido muchas discusiones en el pasado porque él tardaba siempre demasiado en arreglarse y su familia siempre le había enseñado que la gente importante tenía que llegar un poco tarde a los sitios, para hacerse notar y que a los demás les quedase claro que no podían recriminarle. 

Algo le había pasado y haría lo que fuese para encontrarla.

—Si no hubieses sido un cerdo con ella... esto no hubiera pasado —siseó Draco entre dientes.

—¿Qué has dicho? —preguntó el pelirrojo mientras se acercaba hacia él de forma amenazante.

—¡Lo que has oído! —contestó Malfoy perdiendo la calma—. Te has portado fatal  con ella, la has utilizado para satisfacer tus necesidades y cuando te has cansado la has cambiado por otra.

George reprimió las ganas que tenía de pegarle un puñetazo dándose la vuelta y respirando con calma. Siempre había odiado a los Malfoy, algo bastante común en su familia por años de insultos y menosprecios, pero desde la gran guerra había decidido simplemente ignorarle. Era la mejor forma de mantener lo que te hace daño fuera de tu vida. Enzarzarse en una pelea en ese momento no era algo que fuese producente para ayudar a Marta.

—¿No tienes nada que decir, comadreja? Estoy harto de que tipos como tú, no te la mereces.

—¿Qué me dices de ti, Malfoy? —contestó George dándose la vuelta, lo que hizo que el rubio se sobresaltase al mirar la ferocidad de sus ojos— Hasta un ciego se habría dado cuenta de que esa chica lleva años bebiendo los mares por ti y tú la tenías en tu red, encantado de que alguien no se hubiese dado cuenta de la clase de rata que eres.

Draco sacó su varita y, apretando los dientes, la acercó al cuello del pelirrojo que no se movió ni un ápice de su sitio. Mantuvieron durante segundos un tenso duelo con las miradas hasta que Malfoy se dio la vuelta, golpeando con el puño la pared de piedra. Sus nudillos comenzaron a sangrar un poco a la vez que un ligero, pero extrañamente calmante, dolor comenzaba a subir por su brazo.

—No tienes ni idea de lo que estas hablando —dijo Draco con la voz cortada—. Ella lo es todo para mi y siempre lo ha sido. Nunca he querido hacerle daño, si la mantuve alejada fue porque no cayese en el mismo infierno en el que yo he vivido. 

—A mi no me engañas, Hurón —contestó George sin ningún tipo de compasión—. Esa pose de niño desvalido al que su padre le obligó a convertirse en mortífago es demasiado conveniente para todos vosotros. Estoy seguro de que la mayoría del tiempo solo eras un cobarde egoísta que tenía miedo de perder su estatus. 

—Me da igual lo que pienses. No tengo que darte explicaciones de nada. 

Draco comenzó a andar sin rumbo, continuando su búsqueda, mientras el pelirrojo entraba en uno de los baños donde los gritos de Myrtle casi le hacen salir corriendo. Al final sus caminos se habían separado, por lo que no les habría hecho falta tener esa desagradable discusión. Los dos solo querían encontrar a Black sana y salva. Descubrir que tenía una explicación su desaparición e intentar continuar con la investigación de las pintadas.

Mientras subía unas escaleras cambiantes que no sabía exactamente donde le llevarían, Draco pensó en lo que le había dicho el pelirrojo. Siempre había visto a Marta como a su mejor amiga, la que siempre estaba a su lado ayudándole a no caer del todo en ese pozo negro en el que su vida se había convertido. Es verdad que, en los últimos meses, había empezado a notar que la miraba de otra forma. Había sentido celos cuando le contó su primer encuentro con la comadreja y, aunque no lo había admitido, la relación tan cercana que mantuvo con Blaise no le gustaba. 

Nunca se había permitido sentir, por eso estaba con Pansy. No quería que ninguna mujer sufriera como lo había hecho su madre a cargo de un Malfoy. Sintió que no se merecía ser feliz y Marta era una persona demasiado dulce e inocente como para hacerle daño. Puede que durante estos años no se hubiese dado cuenta de lo guapa que esta cuando sonríe o de los pequeños hoyuelos que se le marcan en los muslos cuando se pone sus faldas cortas, pero seguramente era porque siempre la tenía cerca. Era algo constante en su vida y cuando empezó a entablar relaciones con otros chicos notó como perdía algo.

Se paró en seco, pues esa palabra había hecho que algo saltase en su mente: "perder algo". Dio la vuelta para intentar encontrar de nuevo la segunda planta. Puede que el lugar fuese destruido en la batalla de Hogwarts por culpa de suya y del maldito Potter, pero no creía que un lugar que poseía tanta magia y había permanecido en el castillo durante tantos años desapareciese con un simple encantamiento de fuego.

Empezó a caminar más despacio, sintiendo como su cerebro se iba despejando, como las otras veces. Los nervios siempre le habían acompañado cuando buscaba ese lugar, por lo que no le preocupaba que en ese momento estuviesen a flor de piel. Era una posibilidad entre un millón, pero ahora que le había venido a la mente no podía pasarlo por alto o no dejaría de pensar en ello mientras Marta no apareciese. Era mejor intentarlo ahora y así quedarse tranquilo cuando comprobase que todo había sido una estupidez.

Tras unos segundos parado pensando en la mirada de Marta, en su piel blanca, en la forma que tenía de tirarse de la camiseta cuando le estaba muy corta, en la forma en la que se concentraba mientras preparaba sus pociones... Un ruido le hizo abrir los ojos y mirar a su derecha. Una puerta enorme de madera estaba apareciendo donde antes solo había una insulsa pared.

La sala de los menesteres. 

Rogando porque no apareciese un dragón de fuego que le dejase calcinado abrió la puerta. La sala estaba en penumbra, llena de muebles y cachivaches con cientos de utilidades. Un recuerdo le asaltó y su corazón se encogió pensando que el armario aparecería en su campo visual, pero esto no sucedió. 

Caminó en silencio, pensando que sería lo más apropiado. No sabía lo que se iba a encontrar. Cuando estaba a punto de darse por vencido y volver al pasillo para continuar buscando por el pasillo divisó una figura tirada en el suelo. Estaba tumbada boca arriba con las manos en el estómago. 

Se acercó rápidamente y vio que tenía los ojos cerrados. Un grito de angustia se ahogó en su pecho mientras tocaba sus manos blancas. Estaban frías como el hielo. Sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. 

—¡Black!

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